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Bailando en la oscuridad 
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

No vamos a remitirnos aquí a las polcas y minuets danzadas en los primeros tiempos de nuestra vida independiente, cuando en las casas patricias —entre ruedas de mate con pastelitos— las reuniones sociales eran pretexto para encuentros de carácter político. En las zonas rurales el pericón era el baile por excelencia, habitual en aquellos cascos de estancia que parecían pueblos en medio de nuestra "pampa ondulada" del norte.

Dejaremos también de lado los cambios que trajo el avance del siglo XIX; el auge romántico del vals, para escándalo de los veteranos que veían con malos ojos ese pretexto para el abrazo de las parejas. Y también la novedad del danzón cubano, sobre el final de la centuria, con sus aliento de franca modernidad .

Nace una danza "canalla" en el suburbio

Con el amanecer del nuevo siglo, en aquella legendaria calle Yerbal (auténtica "zona roja" de la ciudad todavía provinciana), comenzaron a oírse aires nuevos en materia musical. Al igual que en los suburbios de Buenos Aires, como fruto del sincretismo entre la nostalgia de los tanos y gallegos, la soledad del gaucho arrancado de sus pagos y el sentido rítmico de los negros, iba a nacer el tango.

Allá por el año 1910 se bailaba noche a noche en los prostíbulos. Era la danza que la "gente bien" asociaba al pecado, a lo turbio y a lo canalla. Pero bien que aprendían sus complejos pasos, bien apretados con francesas y polacas recién llegadas, los hijos de esa misma clase social...

En pocos años, ese baile despreciado socialmente, al compás de algunos músicos inquietos y sobre todo al conjuro de una voz inigualable, como fue la de Gardel, se iba a trasladar de las orillas a los grandes salones.

En 1920 tocaba en la confitería La Giralda de la plaza Independencia la orquesta del maestro Roberto Firpo
[1]. Allí estrenó un tema destinado a tener fama perdurable: La Cumparsita. Su autor fue un joven estudiante uruguayo, Gerardo Matos Rodríguez, que lo compuso con la única intención de amenizar una de aquellas "estudiantinas" características de la época. Fue en ese momento cuando el tango empezó a transformarse en la música de ambas capitales del Río de la Plata.

Poco después se extendería, imbatible, la hegemonía bailable del ritmo del 2 X 4, iniciándose la etapa de las grandes orquestas, que de ahí en más estarían presentes habitualmente en ámbitos emblemáticos de Montevideo como los cafés Ateneo y Tupí "nuevo" (sobre 18 de Julio), los bailes del Solís y del Palacio Salvo, los del "retiro" del Parque Rodó y los del Palacio de la Cerveza.

El tango se iba a bailar en familia, al son de las primeras radios y vitrolas, o naciendo desde el afónico piano del living castigado por los inseguros dedos de "la nena". Pero además en la calle, junto al tablado carnavalero. Y también en clubes y salones, en confiterías y cafés. Las legendarias fonoplateas radiales, donde se tocaba y cantaba en vivo, y por donde pasaban los grandes artistas del momento, iban a llevar el ritmo y el imaginario tangueros a todos los rincones del país.

Baile en el hotel Miramar de Carrasco,
en mitad de los años 20

Orquesta típica amenizando uno de los bailes
del Palacio Salvo, cerca del año 40.

Al compás del charlestón

En aquellos años veinte, cuando el tango cimentaba su ascenso social, iba a tener un sorpresivo competidor. Promediada la década llegaba aquí el charleston[2], un hijo del jazz que venía haciendo furor en Estados Unidos y Europa.

Aquella juventud que admiraba la velocidad y el vértigo de viajar en "voiturette", que era testigo de la irrupción del concepto de "lo moderno" en arquitectura, diseño y literatura, adoptó el charleston con su ritmo loco y agitado. Ellos: ataviados con "rancho de paja" en la cabeza o luciendo el pelo a la gomina, sacos a rayas y pantalones "oxford"; ellas: con la melenita "a la garçon" y —para escándalo de las tías— el vestido a la altura de la rodilla. La irrupción de este baile tan dinámico, así como el imaginario y las modas que lo acompañaron, marcó un corte generacional. Fueron los jóvenes quienes se animaron con el gimnástico charleston, mientras que el tango —al ampliar su radio de influencia— encantaría también a los veteranos.

Vale aclarar que al mismo tiempo que el charleston embrujaba multitudes en esta zona del mundo, el tango llegaba a Paris y Nueva York con paso de conquistador, transformándose en poco tiempo en uno de los ritmos característicos de aquellos finales de los veinte y comienzos de los treinta.

La "jaz" y la típica

Pasaron los años. Ya por los cuarenta el tango dominaba plenamente. El charleston dejó paso al “rhythm and blues”‎ en sus variantes, surgidas del universo musical del jazz. En los bailes, ese ritual que la juventud cumplía todos los sábados de noche, religiosamente, se alternaban "la típica", que guiada por el bandoneón desplegaba los tangos del momento, y la "jaz", es decir el grupo orquestal más internacional que brindaba los ritmos que antes había hecho popular el cine.

En aquellos momentos los hombres iban al baile de corbata y riguroso traje, zapatos de charol y pañuelo asomado en el bolsillo del corazón. Y ellas se engalanaban con sus mejores ropas de fiesta, que en invierno abrigaban con pieles. Para cumplir estos ritos no importaba la clase social: en los barrios populares las muchachas, luego de trabajar en la máquina de coser toda la semana iban contentas con sus vestiditos de percal y abrigadas con tapados baratos; en medio de las luces céntricas, descendían de autos lujosos en la puerta de los cabarets de más prestigio, mujeres glamorosas con tapados de visón y joyas auténticas adornando sus pronunciados escotes. Pero en ambos casos se divertían y soñaban al compás de iguales motivos musicales.

Romance de bolero

Promediados los años cuarenta invade el ámbito platense el furor del bolero. Había nacido en Cuba a fines del siglo XIX pero que se desarrolló y potenció en el ámbito mexicano, y comenzó a llegar aquí a través de voces inolvidables como la de José Mojica. Luego se sucedieron las prodigiosas de Pedro Vargas, Olga Guillot, Marco Antonio Muníz, Chabela Vargas, Pedro Infante, Jorge Negrete[3], Lucho Gatica y María Victoria. Y así fue como los uruguayos se entusiasmaron con esta nueva modalidad de bailar lento, apretados, arrullados con temas que remitían a los tópicos más románticos.

Pero si bien hubo un tiempo de claro predominio bolerístico, la "jaz" seguía tocando, y lo hacía apelando a temas que devinieron clásicos gracias a orquestas como la de Benny Goodman[4]. Y el bandoneón tampoco se silenció, pues fue ése un momento privilegiado de renovación tanguística marcado por los grupos orquestales de Julio De Caro y Aníbal Troilo, y por el éxito de los nacionales liderados por Romeo Gavioli.

El reloj me enseñó... a bailar el rock and roll

Los años cincuenta comenzaron pletóricos de glamour. La ropa era formal y los autos grandes y redondeados; se bailaba música lenta y el mundo parecía ir hacia una era de prosperidad. El modo de vida norteamericano comenzaba a tornarse hegemónico, mientras que el maniqueísmo de la guerra fría oficiaba de ominoso telón de fondo. Todo esto tuvo su reflejo en Montevideo. Las grandes tiendas, las elegantes confiterías y los cines monumentales, le dieron perfil a una etapa de bienestar basada en buenas ventas de carnes y lanas.

El rock and roll irrumpe sobre la mitad de los años 50

En aquellos años hubo muchos émulos de Fred Astaire, que incluso usaban los clásicos zapatos de dos tonos, acompañados de buenas imitadoras de Cid Charisse, con vestidos acampanados y zapatos de punta de alfiler. La voces que se oían eran las de Bing Crosby o Frank Sinatra[5]. Pero también se bailaban ritmos tropicales como la conga, la rumba y el cha cha cha[6].

El tango seguía siendo nuestro horizonte musical, aunque poco a poco comenzaba a considerarse música para la "guardia vieja". Surgían renovadores como Horacio Salgán y Astor Piazzola, pero se trataba de obras para oír más que para bailar.

Este panorama tuvo un corte abrupto pasada la mitad de la década, cuando irrumpe el rock and roll. Los jóvenes bailaban enfervorizados en los corredores de los cines al estrenarse las primeras películas de Elvis Presley[7]. Billy Halley y sus Cometas hacían furor entre los adolescentes. La melancólica y transgresora imagen de James Dean ocupaba un lugar de privilegio en la habitación de cientos de muchachas.

La ropa se volvió informal, el jean comenzó a formar parte del vestuario de las nuevas generaciones, y los sombreros se erradicaron completamente. Pero también se liberaron las costumbres, hasta en un medio básicamente conservador como el montevideano. La estética del rock and roll, de ahí en más hegemónica como estandarte generacional, comenzaba por entonces a preparar los aires de los años sesenta.

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

Nota: Con algunos ajustes, el texto corresponde a un capítulo del libro “Antología de Montevideo” (Editorial Arca, 2005)

 

[1] La Cumparsita - La Cumparsita / Roberto Firpo 1917

[2] 1920's The Charleston

[3] Pedro Infante y Jorge Negrete - Canciones juntos

[4] Benny Goodman Orchestra "Sing, Sing, Sing" Gene Krupa - Drums, from "Hollywood Hotel" film (1937)

[5] Frank Sinatra - Come Fly With Me

[6] Orquesta Encantada - Potpurri De Cha-Cha-Cha's

[7] I Can't Stop Loving You - Elvis Presley (legendado pt).wmv

Beto Severo

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