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Art déco, un modo de ser |
El romance de Montevideo con el art déco comenzó temprano, en mitad de la década de los veinte, cuando el nuevo estilo recién empezaba a proyectarse desde Paris al mundo. Germinó muy bien entre nosotros, mejor que las vanguardias puras, que dieron algunas obras significativas y nada más. Multiplicó su presencia en los edificios de apartamentos del Centro, fue por casi dos décadas el toque de distinción característico en las residencias con pretensión moderna, delineó el perfil de las garitas policiales y las estaciones de nafta, decoró cervecerías y cafés, salones de baile y cines. Esa proyección tan intensa –que abarcó también al mobiliario y los adornos– puede explicarse por algunas cualidades de la propia corriente: la amabilidad con que maneja las curvas, la mesura en lo decorativo, y el sincretismo en lo estilístico. La Montevideo de entonces, ciudad de costumbres cordiales, variada en lo cultural desde por lo menos la mitad del siglo XIX, nada amiga de extremos desde siempre, era natural que se entusiasmara con el perfil déco y lo asimilara hasta tal punto que se ha convertido en uno de los signos de su identidad.
Curvas que se reiteran
Se podría afirmar que la capital uruguaya entró en la modernidad de la mano del art déco. Si recorremos nuestras calles, nos va a costar mucho dar con los ejemplos puros del estilo renovador del 900, el art nouveau, que está reducido a unos pocos caserones de la Ciudad Vieja y del Centro, y a alguna aisladísima casa de barrio. Y como ya apuntamos, los ejemplos de vanguardia dura fueron menos todavía. Hasta entrada la década de los años veinte esta ciudad fue muy conservadora en lo arquitectónico, oscilando –en edificios públicos y residencias de gran porte– entre el neoclásico y el sincretismo historicista, y a nivel popular haciéndole apenas levísimas adaptaciones a la por entonces ya clásica casa vieja (la de los dos balcones a la calle, zaguán con puerta cancel, dos patios con claraboya, y altillo arriba de la cocina) cuyo perfil nace del añejo caserón de cepa hispánica. Pero de pronto, muy poco tiempo después que en Paris se realizara la exposición de artes decorativas que puso en circulación el art déco –que comenzaría a llamarse de ese modo recién treinta años después, a raíz de la evocación intelectual de aquella movida de 1925–, varios arquitectos montevideanos adoptaron con entusiasmo su dibujo combinatorio de rectas matizadas por curvas, de paredes lisas alivianadas con pinceladas decorativas, que les permitía ser "modernos" sin llegar a extremos. En principio acompañó el crecimiento en altura de 18 de Julio y le dio su marca a algunos edificios públicos, pero en poco tiempo se extendió también a los barrios. Este último aspecto constituye un caso singular, único en el mundo, pues en Nueva York por ejemplo el art déco quedó trepado a los grandes rascacielos de Manhattan, y en Miami se instaló en ciertas áreas específicas y nada más.
Desde la propia aduana
El estilo salta a la vista por todos lados. Los viajeros que hace unas décadas llegaban en barco, al bajar se topaban con el amplio edificio de la Dirección General de Aduanas con su torre inconfundible, el dibujo discontinuo de la azotea, las grandes arcadas curvilíneas de sus dos túneles y las más pequeñas de las puertas, las curvas también marcadas en los dos cuerpos de sus costados. Ubicado en la rambla 25 de Agosto, su frente da a la calle y su volumen se introduce en la zona de los muelles. Fue construido por el Arq. Jorge Herrán a partir de un concurso ganado en 1923. En el otro borde de la Ciudad Vieja, frente a la plaza Independencia y donde nace 18 de Julio, se alza el Palacio Rinaldi. Es un edificio de apartamentos de ocho pisos, realizado en 1929 por los arquitectos Alberto Isola y Guillermo Armas, que desde entonces viene realizando un interesante contrapunto con su vecino de enfrente –cruzando la avenida– el Palacio Salvo. El geometrismo de su fachada, el dibujo diverso de sus balcones, los elementos decorativos en los ángulos superiores, lo instalan de manera decidida en la estética arte déco. Todas sus líneas coinciden en sugerir en quien lo observa una idea de ascensión, al punto que en primera mirada parece mucho más alto de lo que es; seguramente sus creadores buscaron que no quedara tan desairado al estar tan cerca del que fuera por mucho tiempo único rascacielos montevideano. En la Ciudad Vieja hay otros buenos ejemplos déco, como son el Palacio Piria –de Treinta y Tres 1134, entre Sarandí y Buenos Aires– edificio con rejas de balcones y curvas típicas del estilo, construido por los mismos arquitectos que el antes reseñado. Bien cerca, en Sarandí y Treinta y Tres, se ubica un inmueble de cinco pisos dedicado a oficinas, cuya fachada discontinua y su ambición decorativa son típicas de la corriente.
Una estética que prendió en el centro
Las vanguardias estrictas dejaron en nuestra calle mayor testimonios aislados de su paso, como el Palacio Lapido de la esquina de Río Branco –obra de los arquitectos Aubriot y Valabrega– de un racionalismo matizado por la inspiración de la escuela holandesa. Pero la gran mayoría de los emprendimientos en altura de los años veinte optaron, o por variantes del neoclasicismo y el historicismo, o por el novedoso art déco. Así comprobamos que –casualmente– dos edificios que albergan en su planta baja locales de una conocida cadena de farmacias, responden a este estilo. El de 18 y Yí es de 1927, y fue realizado por el Arq.. Luis Aniceto Goyret; son apenas cuatro pisos destinados a apartamentos, y lo "decorativo" está en su fachada manejado con suma discreción. El que está en 18 entre Paraguay y Río Negro es de los mismos años pero de mayor altura, y mucho más pródigo en guardas, líneas y hasta bajorrelieves. Un ejemplo notable del art déco de los años treinta lo constituye el que fuera local de la Confitería Americana, en 18 de Julio entre Yí y Michelini. Allí se ven las curvas estilizadas características del momento, y el peculiar corte de la fachada, la mitad de la cual muestra una secuencia de cuatro pisos con balcones redondeados, y la otra encuadra una logia de dos niveles sostenida por pilares –también curvilíneos– a la que se asoman ventanas y balcones que pertenecieron a los salones de fiestas y de banquetes de la confitería. El interior del comercio respondía también al art déco. Este edificio fue proyectado en 1937 por los arquitectos Carlomagno, Bouza y González Fruniz. El Palacio Tapie de Constituyente y Santiago de Chile, frente al Palacio Municipal, integra elementos déco –como la torre– a una más general intención racionalista; lo construyó en 1934 el Arq. Francisco Vázquez Echeveste. Uno de los ejemplos más evidentes del art déco es el Palacio Díaz, desde su condición de émulo de los rascacielos neoyorquinos pese a que apenas sobrepasa los veinte pisos. Su silueta escalonada, en la parte superior se estiliza por medio de una torre simétrica al estilo del Empire State. Los elementos "decorativos" se perfilan en sus balcones, en los dibujos que culminan su altura, en las líneas de fachada de los entrepisos. Es de 1929 y pertenece a los arquitectos Gonzalo Vázquez Barriére y Rafael Ruano, abriendo sus puertas en 18 de Julio entre Ejido y Yaguarón. Más allá de su impronta, el Palacio Díaz posee, en su estructura general, un perfil innegablemente vanguardista.
También en los barrios
La geografía urbana está literalmente salpicada de rasgos art déco. Podríamos asegurar que el cultivo de ese estilo –más amable y menos radical que los de estricta vanguardia– fue un buen pretexto para muchos arquitectos uruguayos de sentirse modernos sin tener que jugarse por una escuela o tendencia determinadas. En el Barrio Jardín, junto al Parque Rodó, el Arq. Vázquez Barriére concretó en 1936 varios conjuntos de casas iguales que reúnen todas las características de este lenguaje: las curvas, las ventanas ojo de buey, los balcones y barandas de las escaleras redondeados, lo decorativo del conjunto. Pero a su vez, por Bulevar Artigas en toda su extensión, en Pocitos, Malvín, La Blanqueada y La Unión, son comunes en viviendas levantadas entre los treinta y los cuarenta los marcados elementos déco . El original edificio El Mástil, ubicado en avenida Brasil y Juan Benito Blanco, que remeda el castillo de popa de un imponente trasatlántico clásico –con salvavidas de mampostería y hasta el mástil de referencia en la cima– está también en esa línea. Los interiores, como lo apuntamos más arriba, también recibieron el toque déco. Algunos se mantienen, en espacios paradigmáticos del encuentro popular montevideano. Esto sucede tanto en el añejo Palacio de la Cerveza (hoy Sudamérica) con sus lámparas y luces, como en ciertos boliches del área de juegos mecánicos del Parque Rodó (además en los propios juegos). Y lucen bien su formato art déco –todavía– algunos poquísimos cines (en carácter de tales, o como templos "de milagros" ), y salas de espera de consultorios médicos o bufetes de abogados instalados en los treinta y que han sido conservados casi como entonces. |
Alejandro
Michelena
Capítulo del libro "Montevideo la ciudad
secreta"
Editorial El Caballo Perdido, Montevideo, 2005
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