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Aquel tambo de Monte Caseros
Alejandro Michelena

Avanzados los años cincuenta aún estaba allí. Nos referimos al tambo ubicado en Jaime Cibils y Monte Caseros, tal vez el último que tuvimos en la planta urbana. Todavía entonces era posible observar sus viejas dependencias, su reducida extensión campestre donde pastaban mansamente las vacas lecheras, la salida o entrada de camiones o carros llevando los clásicos tarros con el blanco y nutritivo líquido.

Tal vez llamaba la atención por eso, por ser el último representante de su estirpe en la ciudad. Porque hasta los años cuarenta había tambos en todos los barrios, y años antes en el propio Centro y hasta en la Ciudad Vieja. Razones de higiene los comenzaron a erradicar, así como el propio crecimiento de Montevideo. Llegó un momento en el cual ya no era posible mantener los animales en espacios reducidos, y las quejas de los vecinos en cuanto a los olores se unieron a las más rigurosas exigencias y controles de los organismos de salud.

Pero el tambo de Monte Caseros se mantuvo abierto cuando todos los demás habían desaparecido. Originado en tiempos en que la calle de referencia no era tal, sino la trocha del tren a Maroñas y Manga, que a su paso traqueteante perturbaba la plácida tranquilidad de los vacunos.

Muchos viejos vecinos del barrio recuerdan todavía aquel tambo... La buena leche cremosa que vendía el vasco, y cómo en los últimos años se prohibió el expendio al público y al menudeo, teniéndose que trabajar para abastecer al entonces reciente monopolio de la leche pasteurizada ejercido por Conaprole.

Cuando desapareció, y por un buen tiempo, los terrenos –que abarcaban aproximadamente tres manzanas– quedaron vacíos, reciclándose en canchas de fútbol y lugar de juegos de los pibes de la zona, para ir luego poco a poco edificándose al compás del crecimiento de esa parte de La Blanqueada.

No faltará, incluso en este nuevo mileno, quien añore aquélla leche espumosa y caliente, símbolo de una ciudad con mucho todavía de provinciana. 

Alejandro Michelena

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