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Almacenes de "Ramos generales” y bares con “despacho de bebidas”
Alejandro Michelena

De la pulpería, origen indiscutido de nuestros boliches populares, nacerán dos tipos de comercios: el almacén de “ramos generales” o “tienda de ultramarinos” (si tomamos su denominación hispánica), y el bar con “despacho de bebidas”.

Las pulperías constituyeron, desde su aparición en la Banda Oriental y hasta avanzado el siglo XIX, el comercio más popular, unificando las funciones que después tuvo el bar –mostrador para bebidas alcohólicas, como la caña y la ginebra, y mesas para el juego de cartas, utilizadas además para la conversación discreta–, con las que legaría luego al almacén de “ramos generales” (venta de ropa, enseres de cocina, productos de tocador, herramientas, alimentos envasados, etc.)

La pulpería, sin competencia hasta mitad de siglo XIX, era el comercio indiferenciado donde se podía comprar de todo y además tomarse una y hacer sociabilidad; se correspondía con una sociedad todavía “bárbara” (de acuerdo a la calificación del historiador José Pedro Barrán), donde no había lugar –ni siquiera en la capital– para una mayor especialización o diferenciación comercial. Y mucho menos en la campaña, donde la pulpería siguió vigente, sobre todo en áreas apartadas, hasta bien entrado el siglo XX. 

Almacenes de “ramos generales” 

A partir de la Guerra Grande, con la inmigración calificada que ese episodio trajo aparejada (muchos miembros de las legiones francesa e italiana que habían venido a defender Montevideo se quedaron aquí), la sociedad uruguaya comenzó a tornarse poco a poco algo más cosmopolita y compleja. En particular la capital creció en una forma –para la época– vertiginosa, y multiplicó su población en pocos años. Consecuentemente, crecieron y se diversificaron todas las actividades.

Una consecuencia de esto fue el declive de las pulperías y la aparición de los almacenes de “ramos generales”, precursores a su vez de las tiendas especializadas que de ellos derivaron en las últimas décadas del siglo XIX. Estos almacenes vendían de todo, eran los “shoppings” de la época; tanto productos nacionales como importados. De ellos se podía salir vestido de pies a cabeza, o con todo el alhajamiento de la casa, o con el mejor coñac y los mejores puros los caballeros, y los perfumes más finos y las sales de baño más embellecedoras las damas.

El bar con “despacho de bebidas”

El otro vástago de la pulpería fue el bar “con despacho de bebidas”. Estos bares –que se difundieron primero en Montevideo, luego en las capitales departamentales, y después hasta en localidades más pequeñas– son el antecedente directo de los actuales boliches de barrio. Ámbitos populares por excelencia, allí se jugaba al truco y otros juegos de carta, también al billar cuando lo había, o a los dados y el dominó; en su mostrador, y en sus mesas y sillas de madera algo toscas, se bebía sobre todo caña, pero también ginebra, vino y bebidas aperitivas (la cerveza estaba lejos todavía de tener alguna significación en el consumo de los uruguayos). Estos bares, que se fueron multiplicando como hongos al tiempo que avanzaba el siglo y crecía la ciudad, eran auténticos lugares de reunión y de encuentro, de intercambio de informaciones, de cultivo de la amistad o del surgimiento de enemistades.

Sitios democráticos por excelencia, eran frecuentados por el pequeño empleado y por el artesano, por el gaucho que bajaba a la capital y por el estanciero de paso, por el extranjero y el criollo, por la clase media y la baja. Eso sí: estaban excluidas las mujeres, porque eran recintos exclusivamente masculinos.

Al igual que en las pulperías, en estos bares del siglo XIX las mesas estaban reservadas sobre todo a los jugadores, y también a quienes tenían que conversar en privado. El resto de la clientela prefería el mostrador –rigurosamente de estaño en ese entonces– donde se acodaban antes del mediodía, y después volvían a hacerlo al atardecer.

Este modelo que podríamos denominar de “bar clásico”, se adentró luego en el siglo XX, mejorando su equipamiento sobre todo en el centro, adoptando las mesas y mostradores de mármol. Aunque los de estaño siguieron en los barrios por mucho tiempo todavía.

Ubiquémonos: en aquel tiempo no había radio y el fútbol no existía. Algunos habitúes de los bares leían allí el diario (aquellos diarios tipo sábana, que entonces se llamaban El Siglo y La Razón, por ejemplo). Las pasiones políticas sí estaban muy vigentes, y más de un duelo criollo tuvo por escenario algún bar, cuando un colorado hablaba mal de don Manuel Oribe, o un blanco lo hacía de don Frutos Rivera. Se fumaba mucho en los bares: toscanos Fiume, tabaco de armar Guerrillero. Circulaban de bar en bar las informaciones políticas y de actualidad más rápido que en la prensa; algunas, cuando se publicaban al otro día en los diarios, ya eran conocidas por todos gracias a esa cadena informativa de iba de estaño en estaño. También se apasionaban los contertulios de aquellos bares por las corridas de toros y por las riñas de gallos (en más de un  bar había un reñidero en el fondo, o se levantaban apuestas para alguna riña cercana).

Alejandro Michelena

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