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A 70 años del adiós, Carlos Gardel sigue cantando
Alejandro Michelena

En todo el continente americano, en lo que hace a música popular, junio recuerda inevitablemente la figura de Carlos Gardel. Es que cada día 24 del sexto mes del año, todos volvemos a evocar el pasaje a la inmortalidad del gran intérprete. Y en este junio del 2005 se cumplen 70 años de aquel accidente de aviación ocurrido en Medellín

 

Es desde hace mucho, pero mucho tiempo, más que un gran artista del pasado un arquetipo intemporal. Y es verdad que “Cada día canta mejor”, como quiere el dicho popular; porque cada generación lo vuelve a descubrir, lo revalora, y lo recrea en su propio imaginario.

 

Gardel es como un genio tutelar para la gente sencilla del Río de la Plata. Está siempre ahí, con su eterna sonrisa, en ese bar de esquina donde después del trabajo recalan los hombres a tomarse una copa. Y su voz nace de la radio cada mañana, acompañando los ritmos hogareños.

 

Como duende travieso, desliza su canto por las calles –a modo de clima sonoro–, en Montevideo y Buenos Aires, pero también en Santiago de Chile, y en La Habana (donde tiene tantos fervorosos cultores, y se organiza con regularidad un festival de tango que convoca su nombre). Y en Ciudad de México (donde los tangueros son exquisitos como jazzistas).

 

Una voz excepcional

 

Pero el mito está cimentado en una realidad concreta. Carlos Gardel fue un cantor prodigioso. Y no sólo de tango, como muchos piensan, aunque se lo identificó con el ritmo del dos por cuatro.

 

Comenzó como un excelente intérprete de los aires folklóricos, tanto los originarios de la pampa húmeda argentina como los de la ondulada y más árida del Uruguay. Cultivó luego la milonga como un jardinero prodigioso, acompañado en un buen trecho con solvencia por un compatriota, José Razzano.

 

Cuando llegó al tango –o el tango llegó a él– ya tenía una singular trayectoria, y llamaba la atención por su forma de poner la voz en las canciones de tierra adentro y en ese ritmo síntesis que es la milonga suburbana. A esa altura había actuado tanto en pulperías orilleras como en cafés del centro bonaerense; era conocido como El Morocho del Abasto (porque en el barrio de ese nombre transcurrieron su niñez y juventud).

 

Pero luego, cuando se convirtió en el número uno de la valiosa constelación de cantores de tango de la primera hora, nunca dejó de lado sus viejos amores, y aquellos aires musicales del pasado tuvieron siempre un lugar en su repertorio. Además, interpretó el vals –ese primo hermano del tango– de manera notable.

 

En su periplo francés, y más tarde en su incursión neoyorquina, El Mudo –como la gente lo sigue llamando, aplicando una metáfora contradictoria pero elocuente para delinear lo excepcional– incorporó a sus espectáculos, grabaciones y películas, fox-trots y canciones melódicas. Y si hubiera tenido tiempo, de poder cumplir sus planes de trabajar un tiempo en México, tal vez lo tendríamos ahora –además– como singular cultor del bolero.

 

Los que saben de música en serio aseguran que Gardel podría haber sido cantante de ópera. Tenía condiciones para ello. El propio artista fue consciente de tal cualidad, y tenía proyectado trabajar para desarrollar su voz en esa dirección cuando lo sorprendió la muerte.

 

Carlitos canta como ninguno

 

No cabe duda que el arte mayor de Gardel se desarrolló plenamente vinculado al tango. Fue a partir de su voz que surgió la figura del cantor, porque antes era un ritmo básicamente instrumental y bailable. El canto gardeliano fue el soporte para que los letristas se inspiraran y fueran creando ese prodigio dramático que a veces –cuando logra superar el melodrama– llega a ser el tango (porque junto a las cumbres poéticas logradas en sus mejores momentos por un Homero Manzi, un Enrique Santos Discépolo, un Enrique Cadícamo, un Catulo Castillo, un Homero Espósito, hay mucho cerro chato donde abundan los llantos de cornudos y de calaveras arrepentidos, las malas mujeres, las madrecitas buenas, las noviecitas puras y ya muertas...)

 

El Mago marcó el tono y perfiló el estilo para cantar el tango. El modo de frasear, de modular, de entonar, de marcar los versos y los ritmos. Surgieron después muchos otros buenos intérpretes, pero todos –aún diferenciándose cada uno en su propia característica– debieron partir de esa “forma” que es auténtica creación de Gardel. Él fue el profeta, y a la vez el más autorizado sacerdote de la religión tanguera.

Alejandro Michelena
Nota
aparecida en el mes de junio de 2005 en La Jornada Semanal , de México.

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