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400 años de la obra mayor de Cervantes

Don Quijote sigue cabalgando
Alejandro Michelena

Se están cumpliendo, en este 2005, cuatro centurias de la primera edición del libro que iniciara la novelística moderna. Una de las cumbres de nuestra lengua y de la literatura universal: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes del tiempo, y la máxima creación de Miguel de Cervantes se ha transformado en uno de los libros más editados y leídos en todos los idiomas

 

 

Ha sido y es tan, pero tan popular, que aunque no nos demos cuenta estamos a menudo usando en la vida diaria palabras o conceptos tomados de sus páginas. Por ejemplo: la tan recurrida frase “Ladran Sancho, señal de que vamos cabalgando”, expresada por el buen hidalgo manchego a su escudero fiel en ocasión de un concreto ladrido de canes que les salieron al paso, pero que se ha transformado en metáfora de metáforas, inagotable en sus significantes. Y también la utilización –para hacer referencia a un idealismo excesivo– de la imagen de “Luchar contra los molinos de viento” ; aquellos que el Caballero de la Triste Figura confundiera con gigantes, arremetiendo contra ellos y saliendo maltrecho con su lanza clavada en un aspa. Y el propio adjetivo “quijotesco”, aplicable a toda persona, grupo o entidad, caracterizada por objetivos y accionar poco realistas.

 

Un “bestseller” de hace siglos

 

Los intelectuales españoles de su tiempo despreciaron la novela de Cervantes. Para ellos era un libro intrascendente. Un divertimento para el pueblo, algo poco importante. Y lo descalificaron, entre otras cosas y aunque nos parezca insólito hoy día, por su mucha venta (para aquellos hombres doctos, dados a la poesía elevada y los textos supuestamente profundos, esa popularidad era la prueba contundente del poco valor del relato...) Mientras tanto las ediciones se agotaban, y las aventuras de Don Quijote y Sancho Panza se iban transformando –permítasenos el anacronismo– en el primer “bestseller” moderno.

 

Tuvo que pasar el tiempo, y se necesitó de cierta perspectiva, para que el medio académico comenzara a interesarse seriamente en este libro. Pero una vez que repararon en él, estudiosos y eruditos no lo soltaron más. Se han escrito –en casi todas las lenguas– infinidad de comentarios, glosas y aproximaciones a El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y son miles los libros que de una u otra forma lo abordan.

Los hispanistas –una estirpe de virtuosos ratones de biblioteca, que provenientes de todas partes han hecho de nuestra lengua su especialidad– se han ensañado particularmente con la novela cervantina. La han desmenuzado y desmontado, han intentado explicarla e interpretarla, han procurado clavarla en su álbum curricular como hacen los coleccionistas con las bellas mariposas... Pero felizmente no han podido quitarle su frescura y vitalidad, su condición de historia que convoca al lector a seguirla hasta el final.

 

Novela totalizadora

 

La literatura de la pasada centuria fue el escenario de una crisis de la novelística tal como se había desarrollado hasta su etapa culminante. Esta había tenido lugar en el siglo XIX, con gigantes de la pluma como los franceses Balzac, Stendhal y Flaubert, los rusos Dostoievski y Tolstoi, el inglés Dickens.

 

A partir del Ulises del irlandés James Joyce, con sus rupturas estructurales e innovaciones en el relato, y de la profundización sicológica a través del estilo planteada en los siete tomos de En busca del tiempo perdido del francés Marcel Proust, el concepto de novela dio un giro copernicano. Todas las aventuras posteriores del género –abundantes por ejemplo en la narrativa del boom latinoamericano– se explican y justifican a partir de esa revolución de comienzos del siglo.

 

Hasta aquí, en estos dos párrafos, seguramente hay consenso unánime. Pueden incluirse en una síntesis para manual de estudiantes... Pero tal coincidencia cesa si afirmamos que muchas de las rupturas literarias contemporáneas estaban planteadas ya en la obra mayor de Cervantes.

 

Al comienzo nomás, el juego que nos propone es la posible existencia de un cronista legendario que es quien cuenta en definitiva la historia de Don Quijote. Y en la segunda parte, hay personajes que leen la primera serie de las aventuras del hidalgo y su servidor. Esa apelación a supuestos manuscritos de otro, en los que el autor rescata en definitiva la historia, es un recurso usual en la etapa contemporánea de la novela que ya estaba planteado y desarrollado por Cervantes. Lo mismo pasa con la autoreferencia al propio libro en la segunda parte.

Por tales características, y también por su humor e ironía, y por la interpolación en el texto de diversos géneros (poesía, ensayo), El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha puede considerarse una novela “totalizadora”.

 

Pero además, el fervor que por ella sigue teniendo la multitud de sus lectores, hecho que se renueva en cada generación, es la prueba del siete para garantizar su vitalidad y su vigencia. Como todo personaje rico y complejo, cada época le ha atribuido al caballero de La Mancha su propia y específica tonalidad: hubo un Quijote barroco, más adelante uno clásico, después uno romántico. No es lo mismo el personaje en los grabados de Doré que en los de Picasso. No es igual para Unamuno que para Azorín.

 

Escribir sobre este libro, a cuatro siglos de su aparición, debe ser por sobre todo una invitación a sumergirse en sus páginas. Desafiamos, entonces, a aprovechar el largo aniversario para comenzar a leer (o releer) aquello de: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...”

Alejandro Michelena
Ensayo publicado en el periódico montevideano Periscopio, a propósito de conmemorarse el Cuarto Centenario de la obra máxima obra cervantina.

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