Fuegos artificiales

-Yo iba a buscar el perro, que se me había escapado – dijo Pepe, y el policía lo miró serio.

Pero él no veía sus gestos, encandilado por esa lámpara que le daba directamente a los ojos y le impedía distinguir a quienes lo interrogaban, así que sin amilanarse, agregó, con irresponsable inocencia:

-Quiero aprovechar para hacer una denuncia por extravío. ¿Usted me la podría tomar, por favor?

Severo Fajardo se preguntó si no le estaría tomando el pelo. Eso, él no iba a tolerarlo. Por algo tenía una foja de servicios sin tacha, en la que no aparecía ni un solo acto de corrupción; y eso no era una pavada. Las declaraciones eran una cosa seria para el Oficial Fajardo. 

“Para mí que éste es de los organizadores y tiene la declaración preparada. No hay con qué darles a estos revoltosos si están asesorados. ¡Abogados corruptos!”, maldijo.

Estaba un poco cansado de que siempre terminaran acusando a la policía de no prever esas pedreas, roturas de vidrieras y robos que se sucedían desde hacía algunos meses.

Todo había empezado con los fuegos artificiales y los cohetes. Cuando comenzaron a desplegarse las luces multicolores, Pepe había salido al jardín del frente de su casa para verlos y, tras él se había colado Comodice, un perro salchicha del más puro pedigrí. Un lujo el bicho, y ¡lo bien que lo tenía Pepe!.

El lío se había armado por culpa de la Mojarrita, que le dicen así porque sale con mediomundo. La loba había arrancado para la rambla, haciéndole una caída de ojos al Huevo, ese grandullón medio bobote al que Doña Francisca trata como si todavía fuera un niño. Y el Huevo, a seguir a la Mojarrita, con Dona Francisca atrás:

-¡Volvé, nene! – le gritaba a su hijo, un tremendo hombrón. Y él, vergonzoso y enamorado, miraba a la Mojarrita con ojos tiernos y a la madre con indignación.

-Déjelo, Doña Francisca, que ya es todo un hombre – parece que dijo la Mojarrita. Y Doña Francisca, que es muy calderita de lata, se tragó la respuesta por un rato.  Mientras tanto, el Huevo - al que en realidad el Pocho le había puesto Huevo de Heladera, porque estaba siempre en la puerta - se calentaba como si lo frieran.

Dicen que la que se prendió enseguida cuando vio a la gente del barrio, fue la Renée (el Pocho, siempre igual, le puso La Cumparsita, porque a pesar de sus años la siguen tocando), dispuesta a llevar la práctica, una vez más, su refrán preferido: “A mar revuelta, ganancia de pescadores”. Y atrás el nabo del marido, y la madre llevando de a rastras al viejo Asistencia Perfecta (lunes vino, martes vino, miércoles vino...), que apenas podía mantenerse en pie.

Y no va a pasar, que justo cuando llegan a la puerta de la casa de Pepe se escapa el Comodice, asustado por los cohetes, y él a correr atrás del pobre bicho, con miedo de que mordiera a alguien o de que algún auto lo aplastara.

Era una noche preciosa, con el cielo bien estrellado. Daban ganas de pasear, así que la gente aprovechaba el calorcito y salía a callejear un poco. Para peor, acababan de terminar  las clases en los liceos, y allí estaban toditos los gurises listos para la joda, y si hay bochinche, mejor que mejor. Así que de repente empezaron todos juntos a gritar contra gobierno, el Fondo Monetario, el plan de enseñanza, el presupuesto; cualquier cosa les venía bien y se mataban de risa.

Había que ver la gritería que se armó. Se sentía de todo un poco:

-¡Presupuesto justo y libertad! - gritaba uno.

-¿Dónde hay un boliche abierto?

-¡Abajo el gobierno! – vociferaba una gorda sofocada por el calor.

-¡Abajo! – contestaba a coro la multitud.

-¡Largalo al nene o te mato, loca!

-¡Helado, palito helado!

-¡El que no salta es un botón!

-¡Sexo libre y pasta pura! ¡Sexo libre y pasta pura!

Con todo aquel griterío más la barahúnda de bocinas, cohetes y fuegos artificiales, como para que el pobre Comodice oyera los reclamos de su amo.  Además, como la situación está tan  difícil y todo el mundo tiene algo que exigir, el grupo inicial de revoltosos fue transformándose en una gran manifestación, a la que se unía un gentío que llegaba de todos lados y con las más locas consignas.  Para colmo de males, había paro de transporte y la gente andaba caliente desde temprano y no sabía contra quienes dirigir la bronca.

De pronto se vio a Doña Francisca, desacatada, agarrando de las mechas a la Mojarrita, y a  La Cumparsita sacándose de arriba al Asistencia Perfecta, que la celaba. De un empujón se lo sacó. Y claro, el viejo mamado se cayó sobre un puesto de venta callejera y lo rompió todo. Allí empezaron los trompazos y el relajo.

Lo peor es que al pobre Pepe lo vienen interrogando desde hace casi dos días, y parece que no le creen nada. El Oficial Fajardo lo mira con cara de pocos amigos y se aguanta, pero vaya uno a saber por cuánto tiempo más; que el hombre es de los duros y tiene su temperamento, y cuando le da un golpe de temperamento, dice la Bombilla Tapada, su mujer, que se pone bravísimo y rompe todo lo que tiene a su alcance; no, violencia doméstica no, explica, él conmigo es un corderito.  

Y mientras tanto, el  Comodice maldito, no aparece.

Todo el barrio se movilizó para buscarlo, pero nada.

Al final, hay que darle la razón a la Ofelia, la madre de Bolsillo de Atrás (no sirve ni para rascarse las bolas), que ni a la calle se puede salir para ver los fuegos artificiales.

Domingo Mendívil 
Las princesas también hacen pis
Editorial Artemisa

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Mendívil, Domingo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio