Un alumno

 

Ayer vi en el ómnibus a una de mis maestras.

Iba sentada contra la ventanilla.

Aquellos ojos de pescado, que se abrían desde las ocho de la mañana, se habían dilatado, la persistente e inculta fuerza del deber los había impulsado al exterior.

Mantenía la misma mirada que durante un año todos esquivamos; una mirada cargada con el erudito matiz que le daba el saber mas que un niño, con la soberbia de conocer que la célula se compone de núcleo y citoplasma, que el río Amazonas desemboca en el Atlántico o resolver, sin equivocarse, una raíz cuadrada.

Parado en el pasillo fui un discípulo que se soslayó en disecarla.

Aquel labio caído y rojo que disfrutaba agrediendo nuestras inseguridades, era un pergamino marrón y seco, aquella túnica inmaculada e impecable, que marcaba impudorosamente dos pechos sin sentido, la había permutado por un saco negro qué disimulaba un tórax seco.

Sus uñas largas y rojas, tenazas cuyos extremos tomaron nuestras orejas en un pedagógico ejercicio de estilo, no las podía ver porque sus esqueléticas manos eran dos garras cerradas que habían permutado aquel portafolio, donde traía y llevaba nuestros balbuceos, por un monedero de nylon color rojo.

Su pelo largo y negro, que una vez vi apoyado a un hombro en la última fila del Trocadero, se había reducido a resabios canosos y crespos que dejaban ver un pescuezo de gallina. 

En un momento el hombre que iba sentado con ella se bajó, yo me senté a su lado.

Al sentir el movimiento de mi cuerpo me miró, advertí que a las pocas cuadras reitero su actitud, quizás de esa ráfaga de rasgos que siempre se mueven en nuestra penumbra, extrajo los míos.

Yo nunca separé mi perfil de su figura, era la venganza de un niño al cual un ómnibus le permitió disfrutar del espectro de su maestra.

Advertí que se movía para bajarse, antes de pedirme permiso me habló.

-¿Así que ahora no saluda?

-¿Cómo?

-¿Es qué no conoce a su vieja maestra?

-No...

-¿Usted es Mendive?

-Fue alumno mío... ¿no recuerda?

-¡Ah sí!.,., ahora sí...., ¿como está?

-Ya lo ve, vieja..., ya a uno no la reconocen....

-No..., no es eso.

-Lo tengo que felicitar por su libros.

-Muchas gracias... ¿los leyó?

-Sí—, tienen algunas cosas muy lindas..., bueno..., por algo fue alumno mío.

Cuando bajó vi que caminaba hacia la Caja de Jubilaciones.

Allí, adentro de su expediente, grita su impotencia un niño de moña azul y pelo negro.

Los globos
Carlos Mendive
Acali Editorial - Montevideo 1979

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