La recompensa

 
Los tres dormían en la pensión de Doña Ana.
La pieza sólo tenía una puerta, a la otra la suplía una tela estampada que no llegaba al piso.
Arriba de las camas, sábanas, frazadas y colchas eran retazos desordenados y húmedos que
abrigaban a tres seres en actitud fetal.
La pensión de Ana estaba ubicada en Durazno y Andes.
Ahí donde los candelabros y pianos de cola dejaron lugar a camas de elásticos vencidos que, todas las noches, sostienen el sueño de hombres que, para dormir, toman vino.
Esquina donde folkloristas de necesidades ajenas han advertido que de la miseria, cuando está
cerca del mar, adquiere todos los encantos de la bohemia.
Esquina donde tomar caña sin haber conocido Miguelete, más que una carencia, es una frivolidad.
Allí, donde los niños humedecen el pan con la segregación de sus narices, un domingo, cuando el feriado quitaba responsabilidad al ocio, El Fantasma habló:
—Muchachos... ¿están despiertos?
—Yo sí... Fantasma.
—¿Sabes de lo qué me enteré ayer?
—No.
—Que en México vive un pinta que si lo limpias te pagan'un bagayo de dolares.
—¡Pero Fantasma!... todavía te caben esos versos.
—¡Es cierto! dicen que es un bacanazo que rajó cuando se armó la bronca.
—¿Qué bronca?
—Allá por un país en Asia, le dicen el Cha, era el presidente.
—¿Y cómo sabes?
—Ayer de tarde, lustrándole los tarros a un señor, sentí que se lo comentaba a un amigo.
—Pero esas cosas se hacen de callado..., como salen con la bocina.
—No sé... pero dicen que la guita está.
—¿Y quién la paga?
—Dicen que hay un gobierno que forma.
—¡No viejo!... la oficial no... después quieren ir prendidos contigo.
—Ya le hablaron a un loco que le dicen Carlos para que haga el trabajo.
—¡Qué desastre!... hacen todo mal..., al fiambre no hay que avivarlo.
—Dicen que ese Carlos es crack perdido..., en Europa ha hecho varios trabajos y siempre salió limpito.
—Será vivo... arreglará... ¿querés que te diga una cosa?
—¿Qué?
—Si el Rata andaba caminando ese Cha no tenía suerte.
—¿Tiene para mucho?
—Sí..., le tiraron con todo el Código..., habría que conseguirle una licencia en Miguelete para irse con él.
—¡Qué lástima!..., porque es un valorazo.
—¡Y qué corazón!... con ese voy a cualquier lado.
—Con él siempre quedas bien.
—¿Cuánto me dijiste que dan?
—¡Yo que sé!... como un millón de dólares.
—Está para ir..., a ver que pasa.
—Es que uno siempre estuvo para las chicas... ¿cómo vamos?
—Nadando... por un palo verde me tiro aquí en Andes y estáte tranquilo que mañana estoy en Río...¿dónde me dijiste que era?
—En México.
—Llego al otro día.
—Te comen los tiburones.
—¡Pobre de ellos!... los converso a todos...
—Ese hombre debe tener una guardia bárbara.
—Pero gil es con ellos que tenés que arreglar..., en la vida hay que ser generoso.
—Además dice que sí la mujer lo limpia cobra la recompensa.
—¡Pero me hubieras dicho antes!... para que voy a nadar hasta allá...., ese hombre ya está muerto.
—Mira que es una mina fina... parece que era la reina.
—¡Qué reina! ¡Ni reina!... ahí ves, los tipos fueron vivos..., embalaron a la patrona.
—Ella también tiene la del mundo.
—¡Pero Fantasma..., será como todas..., nunca les alcanza.
En la cama del medio se empezó a mover El Gato.
—Dale Gato, despertate que nos vamos...
—¡Ah!... ¡qué sueño!... ¿dónde se van?
—De viaje.
—¿Cómo?
—Nos vamos para México..., nos encargaron un trabajo.
—¿De lustradores?
—No viejo..., estamos en otra onda.
—Fantasma... ¿me prestas el cajón?
—Sí.... ¿para qué?
—A ver si hago alguna lustrada.
—Anda, anda... de vuelta tráete un litrito de vino.
—Sí, para la despedida.
—¿Pero a dónde van?
—Ya te dije, a México.
—¿Y qué van a hacer?
—A matar a un bacán por un millón de dólares.
—¿Y en qué se van?
—Nadando.
—Yo voy también.
—No, Gato..., para tres no da.

Los globos
Carlos Mendive
Acali Editorial - Montevideo 1979

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