La luz roja
Carlos Mendive

Los dos fueron a cruzar Colonia en la esquina de Eduardo Acevedo.

Iban a tomar dos grapas al café ubicado en la esquina de la Asociación Cristiana.

Era un rito que practicaban cuando cobraban la jubilación. Su amistad se había iniciado en una cola frente a una ventanilla en el turno de 11 a 12 horas.

Solo se veían ese día del mes, pero para ambos, la Caja de Jubilaciones ya no era el receptáculo de dos ocasos, ni su hall un patio poblado de caras que son espejos; ahora, era un lugar donde encontrarse con un amigo.

Amigos, que la coincidencia en el horario del cobro los volvió confidentes. Una amistad sin los proyectos de la juventud ni los renuncios de la madurez, sí, una relación solidificada en la intransferible sensación de viejos.

Durante todo el tiempo que no se veían, en el transcurso de todo ese mes, ambos recopilaban las incomodidades de la convivencia.

Sabían que alguien los iba a comprender, sin el silencio de sus mujeres, la condescendencia de los hijos, ni la compasión de sus nietos.

A entender con dignidad, rescatando, en cada afirmación, los olvidados valores de su épocas.

En esa mesa, allí donde cada uno invitaba con una vuelta, hombres y mujeres, que nunca habían sido vistas, eran fantasmas disecados con la mutua complicidad del apoyo.

Esa mañana, al cruzar desde la Caja al café los detuvo la luz roja.

Mirando el semáforo, esperaban el anuncio amarillo y el matiz verde.

—Así... ¿qué pasante bien?

—Sí..., un poco resfriado.

—Es el frío.

—¿Y vos?

En el café te cuento...

¿Qué?..., ¿te pasó algo?... ¿aquel asunto de tu hija?

—Después..., después te digo.

¿Pero qué extraño?

¿Lo qué?

—Como demora la luz.

—Acá es así.

—¿Cómo acá?

—Sí, frente a la Caja la luz demora más.

—No sabía..., ¿porqué?

—Así los viejitos pueden cruzar tranquilos.

Cuando por Colonia no se vio ningún vehículo, Don Pablo tomó el brazo de su amigo para cruzar la calle.

—Vamos, vamos.

—Pero...

—Vení, vení.

Cuando terminaban de cruzar, una camioneta pasó cerca de ellos, de su caja un gordo les gritó:

—¡Veteranos!..., ¡la roja!... ¡veteranos!

—¿Qué dijo? —ese maleducado.

—Nada, nada..., que estaba la roja.

Carlos Mendive
Los Globos

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