Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

Quileros

Elaine Mendina Mendina
emendina@adinet.com.uy

...yerba, caña, rapadura,

y un royo e’ naco nomás...

Los pobres contrabandeamos

Agatas pa remediar.

(Osiris Rodríguez Castillos, "Camino de los quileros")

Hay que hacerlo esta noche, todo está arreglado y tenemos que aprovechar la noche cerrada, sin luna. La cosa es que el Mario no va a poder, tiene la pierna a la miseria, el tobillo es un bollo rojo y de la infección le dan chuchos de frío.

Por eso mismo hay que apurar la cosa, si el negocio se jode la veo fea para el Mario.

Ya fue dos veces al hospital y no mejora, hay que mandarlo a Salto y no tiene seguro de paro. Dónde se vio, contrabandista con seguro...

Todo está pronto y tenemos que ser cuatro como siempre: Mario adelante-es el más viejo y baquiano- con las radios y las cajas de pilas, es liviano pero es lo que más da.

Atrás nosotros tres con lo demás: las botellas de caña, el café, las sardinas. Ananá no sé si habrán puesto en esta carga.

Fuimos a lo del Mario a ver que se hacía, y nos salió con que el gurí ya puede ir haciendo algo por la vida. Nito y yo nos miramos; el gurí del Mario andará por los trece, y nunca anduvo en esto. Y no es broma cruzar el puente de hierro con el río crecido y el carguero en los hombros, en la oscuridad casi total.

Uno va por los rieles que están afirmados en los durmientes, a setenta centímetros uno de otro; cada veinte durmiente un espacio más largo, casi metro veinte, creo: los escapes de agua. Uno ya está práctico. Veinte pasos medidos, uno largo. Veinte pasos, uno largo. No mirar abajo ni a los costados. Frenar la ojeada en el hierro, el tiempo justo para entreverlo o adivinarlo en la oscuridad, y no dejar por nada del mundo que se resbale el ojo hasta abajo, hasta el lomo erizado del río. Mirar adelante, a la costa, veinte pasos, uno largo. El carguero bien afirmado en los hombros. Arriba el cielo negro, sin luna. A la derecha-no mirar- la luz de la aduana donde vigilan los guardas en el puente nuevo de cemento. Abajo el río, crecido, mugiendo, no mirar nunca abajo, veinte pasos, uno largo. No hay piso, solo los rieles sobre las columnas. El barandal de los lados no sujeta un hombre en caso de un resbalón, están demasiado lejos; es ancho como para dar paso al tren que ya no viene. Setecientos metros de puente de hierro sobre el vacío.

No puede ser cualquier noche, la carga tiene que estar pronta, no debe haber luna, ni mucho viento tampoco porque el viento allá arriba, y con el carguero encima, puede tirarte.

Con el Mario ya lo hicimos muchas veces, después se nos juntaron Nito y el Ronco, hace años que somos reconocidos como bagayeros* guapos y responsables. Y prácticos, veinte pasos, uno largo, uno sabe, el cuerpo aprende de memoria el movimiento.

Cuando pasamos por el barraco, Mario parecía estar peor que a la tardecita, con los ojos hundidos-o será la luz-. Se terminó el gas del farol y hay solo una curuya* prendida.

Si Dios quiere para mañana le traemos lo que haga falta, la carga ya está colocada, es solo traer y cobrar.

El gurí estaba sentado en un banquito bajo, al lado del brasero. Parecía tranquilo, pero los dedos no dejaban de retorcer la lana del pelego* que cubría el banco. Mientras Nito tomaba un trago con el Mario, me le arrimé:

-¿Está pronto para la patriada, mi amigo?

Él me bichó de reojo y se sonrió, sin contestar. Era un gurí lindo, pelo chuzo como el Mario, ojos grandes, parecía un coaticito. Pensé en darle un ticholo* que traía en la campera, pero se me ocurrió que lo iba a tratar como a un cachorro justo el día que tenía que hacerse hombre. En vez del ticholo le di una palmada en el hombro.

Mario levantó la cabeza del catre y me miró con ojos como brasas. Sería la fiebre, o la caña. Sin dejar de mirarme a mí, le habló al hijo:

-¿Se puso el buzo grueso?

El muchacho manoteó un buzo oscuro

-Pongo en el camino.

Mario me seguía mirando con ojos de fiebre, pero no llegó a hablarme nada. Para desatar el nudo que me estaba molestando al tragar, jorobé al gurí:

-La vida es una cebolla, mi amigo...

Me miró y me dedicó otra de aquellas sonrisas furtivas.

-...y hay que pelarla llorando...

Él se rio sin sonido, solo con el gesto. Nos encaminamos al puerto; enganchamos al Ronco en el camino.

El gurí estaba resultando machazo, como criado en el trabajo. A la ida por el puente de cemento, como si nos fuéramos de paseo, ni mosquió al pasar por los guardias.

El milico más viejo embromó:

-Traen compañero nuevo...

El Nito siguió la joda:

-Lo vamos a sacar bueno, lo llevamos a conocer la cara de dios en el rancho de la María das Gracas...

-Muy nuevo el piá*... ¿Será que aguanta?-, dijo el viejo acariciando el fusil que tenía sobre las rodillas, y todos, el gurí también, nos dimos cuenta de la doble intención, pero él ni pestañeó, firmes las manos metidas en los bolsillos.

En el depósito se portó como un veterano; arregló las cargas, tomó sin chistar la que le dieron, aceptó que yo lo ayudara a colocar el carguero en los hombros. No sé qué me dio, hombros de gurisito todavía. Pero la expresión de la cara era dura, no habló para nada. Guapo, el piacito. Bueno, hijo de tigre...

A la vuelta, el Nito tomó la delantera. El gurí al medio, yo detrás, el Ronco cerrando la marcha. Avanzamos. Veinte pasos, uno largo. El agua mugiendo abajo.

Yo sentía en mis piernas las piernas del gurí, ahora le erra, se cae, no va a poder.

Pero él, como si estuviera acostumbrado. Veinte pasos, uno largo. Setecientos metros. Siempre es largo, pero hoy creí que no terminaban. Terminó. El Nito saltó, bajó el carguero. El gurí saltó también, y no sé, habrá sido el peso desacostumbrado de la carga, la humedad resbalosa del barro de la orilla, o el susto comprimido todo ese rato, que reventó justo al final. Un grito de criatura que casi no se oyó en el mugido del agua, apenas un chapoteo, y después, nada.

El susurro urgente del ronco me movilizó sin que yo quisiera, -saltá, seguí, ¡movete!

El Nito me ayudó con el carguero, no sé cómo pasé, el Ronco está a mi lado.

Nos sentamos los tres, pero hay que irse. Hay que llevar la carga.

Y hay-Dios nos ayude-, que decirle alguna cosa al Mario, cuando nos pregunte cómo se portó el gurí.

Elaine Mendina Mendina
emendina@adinet.com.uy

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Mendina, Elaine

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio