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Visita especial
De "Pequeñas grandes memorias"
Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

 
 

Aunque usted no lo crea los mandos supremos tenían su corazoncito. A los menores de doce se los privilegiaba con régimen de vista especial.

Esto les permitía estar con los padres cuerpo a cuerpo. Podían tocarlos, besarlos, abrazarlos, hacerse hamacar, llevarse a caballito, aupar y contarse cuentos. A los mayores se nos concedía este privilegio una vez al año. Eran hermosas aquellas visitas en las cuales al recluso no le alcanzaban los brazos, las palabras, las caricias, y a nosotros las lágrimas y las ganas de susurrarle las “SELLADAS”. Atesoradas, Esperadas durante un larguísimo año. Como por ejemplo: “mengano siempre te manda saludos”,”fulano y fulanito escriben dos por tres”, el cheque de zutano no falla quedate tranquilo; “no se esperaban el triunfo del NO, no sabés como andan”. Aunque mas bien que sí sabían. Sentados en un banco de aquellos con travesaños de madera y parantes de hormigón, rodeados por todas las ametralladoras de las torretas del perímetro apuntando a la plaza, más todos los perros militares (no perros policías) sujetos a correa firme, porque realmente nos odiaban, sumados a una guardia reforzada, donde un soldado era destinado a pararse detrás del banco familiar como esperando el ómnibus, pero a lo milico; de piernas y orejas bien abiertas, enhiesto y con el garrote presto, nosotros todos disfrutábamos de aquellas inigualables, ojalá irrepetibles, VISITAS ESPECIALES.

Luego de cada visita, familiares y reclusos necesitábamos de un par de días para acomodar los corazones maltrechos, la presión, malestar de estómago, el dolor en el pecho, a veces un malhumor persistente. Era como mamarse con güisqui brasilero, o fisurarse con pasta base pa´que me entiendan en los 2000. De pegue y euforia rápidos, larguísima resaca y adicción obligatoria.


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Primero teníamos visita los mayores, luego los gurises. De esta forma el que tenía hijos chicos menores de doce, debía esperar un tiempo considerable para dejar el penal. Mientras la mamá habla con su papá por teléfono, a pesar de no tenerlo a más de cincuenta centímetros de distancia, Sandino espera su turno, escarbando, aburrido, en el pequeñísimo patio abierto del locutorio.

Amanda la temible Gorgona se le acerca sigilosamente por la espalda, y todos temblamos.-¿Qué hacés nene? Interroga haciéndose pasar por humana. Sandino sin siquiera mirarla y sin dejar de cavar responde:¬ NADA, un pocito.¬ La sargento no es mujer de rendirse así porque sí. No ha llegado a donde ha llegado por darse por vencida precisamente.. ¬ ¿y se puede saber para qué? presiona. Sandino levantado el centro la clava en el ángulo. ¬ Pa´ enterrarte a VOS ¬ responde el infanto juvenil de no más de cinco años de edad.

A la Gorgona las víboras de la cabeza se le erizaron estupefactas. Pero se bancó un molde.

Para el resto de nosotros, adultos responsables, resultó como el estar disfrutando de la escena más hilarante de Tiempos Modernos de Chaplin, bajo el régimen reeducacional de la Naranja Mecánica de Kubrik. La Gorgona furiosa buscó, buscó y buscó en derredor un par de ojos para petrificar pero no encontró.

Estábamos todos con Sandino, boquita y ojos con llave ahondando su inocente pocito justiciero a puro corazón sonriente.

               

Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

De
"Pequeñas grandes memorias"

 

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