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Cenicienta
De "Pequeñas grandes memorias"
Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

 
 

Isolina tumbada boca arriba conversa calladamente con su cómplice la luna, mientras el agua fresca de la cañada cala su espalda cual bendición.

Pero su vestido hecho de bolsa de azúcar niégase tercamente a despegarse de su espalda lacerada.

Un séquito lastimero de ranas y grillos vistosamente entrajados en plata, le hacen el aguante.

Observan y esperan ocultos entre los camalotes por el milagro de la medianoche.

-Esta vez si que se le fue la mano al patroncito, ¿eh lunita?- suspira Isolina, los ojos abrillantados y fijos en su hada madrina. Cuenta entonces como la maldita serpiente de lonja, restallando en el aire, había ido en busca de su cara. Los primeros feroces mordiscos de fuego le rajaron la palma de la mano y le partieron el labio superior intentando atajarla. Después ella resignada le dio la espalda que aguanta más.

-No me pude escapar lunita pa´l monte - se lamenta.

La ira del señor la arrinconó y hasta que la mano no se le aburrió no paró de castigarle el lomo. Isolina no sabe quienes fueron sus padres le cuenta, ni como vino a dar a las casas, ni quien la dio. A ella le gusta soñar con que es la hija perdida de un estanciero que un buen día aparecerá en la tranquera golpeando las manos, montado en un hermoso tordillo con aperos en oro y plata y la llevará con él. Lo cierto es que le toca pagarse la casa y la comida ayudando en todas las tareas domésticas y cuidando al bebé. Por las noches se acuesta a los pies de la cama de los señores, en el suelo sobre un montón de trapos. Su tarea nocturna consiste en evitar que el bebé llore y altere el sacrosanto descanso de los papás. El pequeño duerme en una primorosa cunita que algún inteligente ha colgado de uno de los robustos maderos que atraviesan el techo, por si las víboras, por si las ratas, por si las arañas. Isolina no tiene más de seis años, pero ya su ingenio artero le ha permitido agenciarse, en secreto, de una piola que ata a la cuna toditas las noches, y que toditas las madrugadas desata. Haragana como pocas, puede así mecer al bebé sin tener que levantarse ni destaparse.

Desgraciadamente se quedó dormida otra vez en el trabajo y el señorito la denunció berreando a gusto, hasta que el rebenque fue más rápido que la piola.

El frescor del agua corriente mitiga el ardor y el milagro por fin se produce. Su vestido consiente en ir despegándose despacito de su pellejo en carne viva. Tirándole un beso a su hada madrina a modo de despedida remata:

- No importa lunita, es pa' que aprenda, y unque me dejen mañana una semana sin comer, seguro viá tener vestido nuevo.

Tacuarembó 1920
               

Luis Méndez
mendezicatt@gmail.com

De
"Pequeñas grandes memorias"

 

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