Los Montevideos de ayer

Como es notorio, la ciudad de Montevideo festeja los 250 años de su proceso fundacional. Naturalmente, no es mi propósito hablar sobre ese tema en particular, sino sugerir a ustedes una serie de recuerdos de carácter iconográfico con respecto a lo que nuestra ciudad ha sido desde el año 1860 hasta el presente, porque ocurre que la historia fotográfica de Montevideo comienza ese año: las imágenes más antiguas de un Montevideo que fue datan de ese entonces. Existen fotografías de la Plaza Cagancha, por ejemplo, de cuando allí no había nada, de cuando era simplemente un espacio abierto rodeado de galpones (fotografías de 1860). Las hay también de las afuera de Montevideo, del Mercado del Puerto, del Mercado de la Ciudadela y de la misma Ciudadela. De antes de esa fecha no existe más que algún daguerrotipo, pero todos de carácter personal, no referentes a la ciudad. De modo que, como veremos enseguida, lo que se puede hacer para reconstruir la imagen iconográfica de Montevideo es recurrir muchas veces a la pintura o al dibujo. En ese sentido hay algún documento, que en parte voy a mostrar a ustedes en instantes.

Ustedes saben que el proceso de Montevideo empieza un poco de la nebulosa con su nombre. Hay una especie de misterio, que ha determinado polémicas, discusiones, respecto al origen de la palabra "Montevideo". La polémica es de tal significación, de tal categoría que el problema no ha sido resuelto. Los historiadores no se han puesto aún de acuerdo con respecto a este punto.

Partamos de la tesis clásica del "monte vide eu" del marino de Magallanes: "He visto un monte". Eso, que nos enseñaron en la escuela a casi todos nosotros, parece ser la tesis menos defendible y menos acorde con lo que pudo haber sucedido; no con lo que sucedió, porque en eso —reitero— no se han puesto de acuerdo los historiadores. En efecto, como dice Paúl Groussac, si hubiera sido cierto eso de "monte vide eu", imagínense lo que hubiera sido la nomenclatura de estos países: "he visto un cerro", "he visto un cabo", "he visto una ensenada", "he visto un golfo". Dice Paúl Groussac que en ese caso "la nomenclatura se habría convertido en una letanía de monorrimas." Lo de "monte vide eu" queda, pues, a un lado.

Ahora, ¿de dónde viene el nombre "Montevideo"? Ahí empiezan las discusiones. Así, por ejemplo, en la documentación de que se dispone existen los nombres de "Monte de Santo Ovidio", "Monte Seredo", "Monte Urdeo" y hasta "Monte de San Pedro" como denominación del cerro que luego habría de dar su nombre a nuestra ciudad de "Montevideo".

"Ovidio" fue un obispo lusitano que luego fue declarado santo. De ahí viene lo de "Monte de Santo Ovidio", que luego, con el andar del tiempo, por corrupción del nombre, se trocó en "Monte Ovidio", después en Montevidio" y al final en "Montevideo". Es una tesis. No digo que sea la verdadera, porque no se está de acuerdo sobre esto.

Hay otras tesis. Por ejemplo, quien un poco desaprensivamente, un poco desprevenidamente, mire el diario de a bordo, el diario de bitácora de la nave maestra de Magallanes, leerá:"Monte VI", es decir, "he visto un monte", o "vi un monte". Sin embargo, parecería que ese VI no es "vi", sino el Número 6 romano. Eso es lo que sostienen sobre este punto algunos teóricos: que no es una uve y una i; sino el número VI romano. ¿Y por qué el número VI? Porque al entrar la flota de Magallanes empezaron a reconocer la costa y al primer cerro que vieron al llegar por el Atlántico, desde lo que ahora es Rocha, lo llamaron Monte I", al segundo, "Monte II", y así hasta llegar a éste, que es el VI. O sea que este es el sexto cerro que avistó la tripulación de Magallanes. Entonces, es "Monte VI" y no "Monte vi", como se interpretó en algún momento. Esa es otra tesis.

Pero hay otra. A continuación de "Monte VI", o "Monte vi" se lee: "di". ¿Que quiere decir "di"? Ahí está el otro misterio. Hay quienes interpretan que "di" son iniciales, y que se referirían a "Día de la Inmaculada". La anotación diría, pues: Vi un monte el día de la Inmaculada. Porque el cerro de Montevideo fue avistado por Magallanes el 2 de febrero, que es el Día de la Candelaria, una vieja devoción en los países de la costa mediterránea europea.

Todas estas son tesis y reitero que no hay luz con respecto a ninguna en cuanto a cuál puede ser la verdad. El hecho es que pasan los años y llega la orden de fundar Montevideo. No vamos a analizar los motivos de diversas órdenes que determinaron esto. Zavala es el fundador. Luego viene la alineación hecha por Millán de lo que iba a ser el perímetro y la planta urbana de aquel primer Montevideo, el pequeñito: la plaza fortificada, que llegaba apenas a la línea en cuyo centro está ahora la Plaza Independencia, y donde estaba la Ciudadela. Y empieza a habitarse. Llegan los primeros colonos, llegan los primeros pobladores y se vive el Montevideo Colonial, el Montevideo de todos esos cuadros antiguos que todos hemos visto: "El vendedor de velas", "El farolero", "El vendedor de pan", aquel vendedor que andaba a caballo con dos enormes árganas al costado de la cabalgadura voceando el pan por la calle hasta que por un decreto comunal de los tiempos del gobierno de Rivera, se prohibió en forma terminante la venta de pan en árganas, porque, desde luego, en esas condiciones la higiene dejaba mucho que desear.

Y ya que menciono el gobierno de Rivera, debo señalar que aquel primer Montevideo, el Montevideo colonial empieza en buena medida a desaparecer con el gobierno de Rivera, porque es él quien ordena la demolición de las murallas (no de la Ciudadela, pero si de las murallas): la Ciudadela queda. Y las necesidades higiénicas de la ciudad obligan a la construcción de un mercado en alguna parte, y se entendió que ningún lugar mejor para instalar el mercado que el edificio que ya estaba hecho, que era la

Ciudadela. Se llamó, precisamente, el "Mercado de la Ciudadela". Se le dio ese destino que no fue el único porque, incluso, en algún momento fue sede de alguno de los viejos diarios de la capital montevideana— por considerarla un lugar higiénico adecuado para la venta a la población en gran escala de los productos más importantes. Hasta ese momento los feriantes, los vendedores, se instalaban por las veredas, por las calles, en la Plaza Constitución, siendo la higiene el elemento que menos se tenia en cuenta. Lamentablemente, el Mercado de la Ciudadela tampoco fue una solución al problema de la higiene y al final se llegó a su demolición, hecho que se produce al final de la década del 60, en que se abre la Plaza Independencia.

Pero vamos a volver un poco para atrás y a empezar a ver esas imágenes que les habla prometido. Empezaremos con la época en que todavía nuestro país no era nación independiente.

Hipódromo de Punta Carretas.- Litografía de Sodefrutdor, en oportunidad de disputar el Primer Premio Nacional en abril de 1861. El recinto con capacidad para más de 3.000 personas ocupaba el lugar donde se hallaba el Penal, obra de Ing. Oscar Conforte, inaugurado el 8 de mayo de 1810 con 380 celdas y que ha llegado a albergar más de 900 reclusos, y actualmente ocupa el Punta Carretas Shopping.

Playa Ramírez 

Estampa del 900, tomada desde las canteras.

1927- Plaza Libertad. Recién librado el tránsito vehicular por medio de ella. El ómnibus de la derecha ostenta un cartel publicitario "Café Dos Americanos" y su destino es "Plaza Zabala". Entre la espesa fronda de 18 de Julio se aprecia el letrero del Café "del Ateneo" y el edificio que albergaba al Café "Sorocabana". Hacia el Este corre una "Asistencia", nombre como se distinguía a las ambulancias.

1935- Bañaderas turísticas. Pasando por la Rambla República Argentina, a los fondos del Cementerio Central y del Corralón Municipal.

Como primeros botones de muestra de "aquel" Montevideo, ahí van tres aspectos relacionados con una actividad que nos es muy cara, puesto que nos dedicamos a ella desde hace ya muchos años y con real vocación: el periodismo. Veamos tres manifestaciones relacionadas con la época preindependiente de nuestro país.

En primer término citaremos "O Expositor Cisplatino", que, como su nombre indica, vio la luz en la época de la dominación portuguesa y era adicto a ella. Otro diario de aquella lejana época era "El Pampero", que también salía allá por 1822. Un tercero: "El Aguacero", cuyo primer número salió a la calle el 19 de abril de 1823, o sea exactamente dos años antes de la gloriosa cruzada de los Treinta y Tres.

Con el correr de los años serian realmente numerosos, casi estaríamos por decir sorprendentemente numerosos los diarios, de la más diversa especie en cuanto a ¡deas y formato, que habrían de ver la luz en nuestra "Muy Fiel y Reconquistadora". Eso si, había algo en lo que eran todos iguales: todos tenían cuatro páginas, cualquiera fuera su formato. Desde la mitad del siglo pasado en adelante, existieron diarios que eran verdaderas sábanas por su desmesurado tamaño, lo cual nos hace pensar en la incomodidad que supondría dar vuelta la página y doblarlos nuevamente para proseguir la lectura.

Pasemos ahora a un aspecto interesante del Montevideo de antaño: la edificación, muy baja y muy pareja en cuanto a líneas arquitectónicas. Un detalle a destacar: planta baja y un piso del siglo pasado equivalían a tres pisos de ahora, y, a veces, algo más.

¿Locales de antaño que aún subsisten? El Cabildo, la Catedral, el Correo primitivo de la calle Sarandí, hoy sede del Telégrafo, la casa de Rivera, la de Lavalleja, la del Virrey (muy arruinada en la actualidad) la de los Ximénez y varias más.

¿Casas que cayeron bajo la piqueta? Empecemos por la Ciudadela, demolida cuando ya estaba muy avanzada la segunda mitad del siglo XIX. Hasta ese momento, había cumplido el papel de mercado, conocido como "Mercado viejo" o "de la Ciudadela", con el cual se pensó, en la época de Rivera (primera presidencia), que solucionaría la falta de higiene que hasta entonces había caracterizado a la venta al público de los comestibles en general. Las ferias, hasta ese momento, habían funcionado en la plaza Matriz y en algún otro sitio, depositando la mercadería lisa y llanamente en el suelo, en la mayor parte de los casos. En los hechos, el mercado de la Ciudadela no mejoró las cosas más que en primera instancia y durante muy poco tiempo. Para peor, las ratas comenzaron a adueñarse del local y la demolición vino a solucionar un grave problema, a la vez que permitió ensanchar la plaza Independencia, que vino así a convertirse en el espacio abierto más importante de Montevideo por ese entonces.

Otro edificio, de excepcional trascendencia en la vida del Montevideo de antes fue el Fuerte, primera Casa de Gobierno que tuvo el país. Estaba situado abarcando gran parte del predio que hoy ocupa la plaza Zabala. El Fuerte fue escenario de momentos políticos e institucionales de excepcional trascendencia vividos por el país en el siglo pasado. En uno de sus despachos murió, victima de un ataque de apoplejía, el general Lavalleja, jefe de los Treinta y Tres, miembro de un triunvirato que jamás llegó a constituirse y hombre de genio fogoso si los hubo. En el Fuerte tuvo su primera sede la Biblioteca Nacional.

¿Y qué decir de las primeras salas teatrales que conoció nuestra capital aún antes de ser inaugurado el teatro Solís? En la actual calle 1° de Mayo (pequeñísima vía de tránsito que empieza en la plaza Zabala y termina unos metros más al Norte en la calle 25 de Mayo) estuvo la primitiva y colonial "Casa de Comedias", reemplazada después por el teatro San Felipe, a cuya demolición siguió la construcción del lujosísimo palacio Taranco, donde se alojara, en agosto de 1925, el Príncipe de Gales. En la calle Ituzaingó estuvo el teatro Cibils, que supo de excepcionales visitas en diversos órdenes de la representación escénica. Y a éste habría que agregar otros muchos de más reciente construcción. Algunos de ellos viven sólo en el recuerdo; tal el caso del Politeama, incendiado dos veces. Estaba en la esquina de Colonia y Paraguay, donde hoy están, el Ministerio de Economía y Finanzas y la Contaduría General de la Nación. Otros han visto modificada su personalidad: el 18 de Julio, convertido en moderna sala cinematográfica, luego de efectuarse las obras del caso. Pero los hay también que podrían volver a funcionar como teatro si se dieran las circunstancias que lo propiciaran. A este respecto hay dos ejemplos: el Artigas, antes teatro Casino, que, aunque funciona desde hace años como cine, no fue modificado en su estructura a esos efectos, y el Zavala, en plena avenida 18 de Julio, donde hoy funciona una prestigiosa zapatería; quien penetre en ese comercio, puede apreciar los palcos, el declive de la platea y otros detalles.

En lo referente a la edificación particular, aquí si quedan muchos recuerdos del pasado, principalmente en el Cordón, en la Aguada y en la Unión. También Villa Muñoz conserva rastros de lo que fue el barrio Reus al Norte, obra de aquel espíritu emprendedor y visionario que fue D. Emilio Reus, fundador también del barrio Reus al Sur, del que subsisten las construcciones respectivas, aunque, naturalmente, muy deterioradas por el paso de los años. Reus dejó también recuerdo de su obra en la ciudad Vieja. En efecto, allí construyó el famoso hotel Balneario, que fuera sede de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Ese inmenso local fue, aunque al montevideano de hoy le cueste concebirlo, un lujoso hotel dotado de todos los adelantos de su tiempo en esa materia, incluida una piscina techada de grandes dimensiones.

Podemos referirnos también, y ya pasamos a hacerlo, al transporte colectivo, iniciado en la historia del Montevideo antiguo por los carros, el caballo o. simplemente, las extremidades inferiores, toda vez que quien se debía trasladar no disponía de los medios para adquirir un medio de transporte propio o no estaba suficientemente apurado. (¿Quién tenia apuro en aquella época?)

Durante largos años, el carro tirado por caballos fue rey y señor dentro del transporte montevideano, como lo fue también en toda otra ciudad. De ellos quedan numerosas muestras en el museo municipal Fernando García (landoes, charrets, victorias, etc.), todos con sus respectivos cartelitos en los cuales se puede leer su procedencia, la familia que fue su propietaria y la fecha de su entrada al país (lógicamente no se construían acá; eran traídos de Europa, donde se mandaban hacer uno por uno, pues la fabricación en serie no fue cosa conocida hasta muchos años después).

Pero era forzoso tentar un nuevo medio de transporte de carácter colectivo y salió a la plaza, Larravide, un acaudalado comerciante de la Unión, quien implantó los llamados "ómnibus de Larravide", que debieron ser similares a los que circularon en París, Londres u otras ciudades. Pero los tales ómnibus (simples carros tirados por caballos, acondicionados en su interior para permitir el transporte de pasajeros) no tuvieron una larga vida. Les era imposible transitar en días de lluvia, ya que el trayecto desde la Unión hasta Montevideo se llenaba de pozos donde el coche terminaba empantanándose sin remedio (hasta había un programa de pozos previstos durante el recorrido para mejor desempeño del mayoral).

Las cosas habrían de mejorar sensiblemente con la llegada de los tranvías de caballos, hecho que se produjo en 1868, año esencialmente rielero porque en ese mismo año salieron a la circulación los primeros ferrocarriles (línea Bella Vista - Las Piedras). Los tranvías de caballos llevaron el progreso a diversos puntos de Montevideo, porque si bien no eran veloces (el reglamento municipal vigente sólo permitía el trote de los animales como velocidad máxima) eran indiscutiblemente más seguros. Además el hecho obvio de transitar por la vía significaba que no dejaban de circular por muy desfavorables que pudieran ser las condiciones climáticas reinantes. Y a la calle fueron saliendo el Tranvía a la Unión y Maroñas, el tranvía Brasilero, el del Norte, el del Este, el Oriental, todos los cuales fueron cubriendo de rieles a Montevideo, hasta que llegan los eléctricos, episodio del cual fuimos asombrados testigos en 1906, año de la aparición de la Sociedad Comercial de Montevideo, entidad británica a la que sucedió al año siguiente La Transatlántica, de capitales alemanes. Entre ambas, adquirieron las existentes líneas de caballos, con excepción del Tranvía del Norte, convertido, previa operación de compra, en "Ferrocarriles y Tranvías del Estado", empresa de la cual la sección ferroviaria se convirtió años más tarde en el tranvía de la Barra, y la parte servida por caballos nunca se electrificó por oscuras razones que ahora no viene al caso contar.

Si sus antecesores fueron factor de progreso para nuestra capital, ¡que decir de los tranvías eléctricos (los eléctricos, como se les llamaba)! Numerosos barrios montevideanos progresaron a ojos vista, gracias a su parejo y sostenido andar, toda una revolución para entonces. Muchas obras públicas capitalinas fueron obra de las empresas tranviarias (el puente sobre el Miguelete en el Paso Molino, obra de La Transatlántica; el que está sobre el mismo arroyo en la actual avenida Herrera, antes Larrañaga, construido por la Comercial; el Parque Central, cancha del Club Nacional de Football, y la de Peñarol en Pocitos, ambas trazadas en terrenos cedidos por la misma Comercial, que también fue constructora del viejo y ya casi legendario hotel de los Pocitos, demolido en 1936 y cuyos interiores se iluminaban con los mismos tulipanes utilizados en los tranvías).

Transcurren los años y al llegar el fin de la década del 20, la S.C. de M. adquiere todos los bienes de La Transatlántica y pasa a monopolizar el servicio tranviario montevideano (el ex Tranvía del Norte habla dejado de circular al morir el año 1925). La administración de ambas instituciones mantienen, no obstante, su autonomía, hasta tal que los documentos relacionados con lo que había sido La Transatlántica rezaban en su encabezamiento; S.C. de M. "Sección Ex La Transatlántica". Pero al empezar la década siguiente se produjo lo que dio en llamarse "fusión física" entre ambas secciones y ello coincidió con lo que nos atreveríamos a llamar "edad de oro" del tranvía en nuestro medio.

Pero llega la guerra mundial del 39 y a partir de ese momento, la empresa no recibe recursos de Londres, donde todo dinero disponible tenia, lógicamente otros destinos. La Comercial se las arregla como puede para continuar prestando sus servicios y logró hacerlo con singular eficiencia, pese a todo. Pero la injustificada hostilidad oficial en el ámbito comunal (el gobierno municipal de entonces respaldaba indisimuladamente al ómnibus y esto no sucedía por primera vez en la historia del transporte montevideano) empezó a marcar el principio del fin y asi llegamos al año 1948, año de la fundación de Amdet, que nació con la premeditada idea de suprimir los tranvías, propósito que no estaba ni podía estar basado en ningún estudio serio en la materia. El hecho fue que lenta y pausada pero seguramente, los tranvías eléctricos fueron desapareciendo del panorama montevideano hasta que, en 1955 circularon por última vez los tranvías urbanos, despedidos con emoción por el pueblo (los dos últimos coches fueron sensiblemente demorados por el público, que arrojó flores a su paso y formó caravanas de vehículos para acompañarlos).

Quedó únicamente el tranvía de la Barra al que Amdet dejó caer en un inadmisible estado de abandono, hasta que, con pretextos que no vienen al caso, fue también suprimido. El último coche, el n° 159, que en estos días se procura restaurar, circuló en la madrugada del 4 de abril de 1957.

Si, a nuestro juicio, los tranvías nunca debieron ser suprimidos, menos que menos éste, ya que servicios suburbanos de estas características existen en todas las grandes ciudades del mundo porque los servicios que brindan son absoluta e indiscutiblemente irremplazables. En lo que refiere a los urbanos, basta con mencionar los magníficos servicios de numerosas ciudades europeas y americanas que han implantado magníficos vehículos tranviarios cuyas comodidades y ventajas superan todo lo conocido y que el montevideano jamás soñó. ¡Con decir que Estados Unidos, país en el cual, por razones ajenas a la técnica misma del transporte, fueron suprimidos de una plumada en la década del 30 casi todos los excelentes servicios tranviarios que circulaban a lo largo y a lo ancho de su gigantesco territorio, ahora está volviendo a ellos, con unidades modernas!

Volviendo a nuestra ciudad, daremos por terminada aquí esta resumida visión de lo que fue el Montevideo de una época que se fue, el Montevideo que recibió a varios presidentes argentinos, desde Juárez Celman a Perón; el Montevideo que afectuosamente y no sin lógica curiosidad, vio llegar al príncipe de Piamonte y al de Gales: el Montevideo que bajo un mismo presidente, el Dr. Gabriel Terra, supo de las visitas de tres mandatarios extranjeros: D. Franklin Delano Roosevelt, el Dr. Getulio Vargas y el general Agustín P. Justo.

¡Que largo resultaría enumerar los numerosísimos episodios que Montevideo presenció y de los que fue protagonista y que permanecen en la memoria de los añosos que aún están entre nosotros para contarlos!... Y no digamos nada si nos remontamos mucho entre las ya desaparecidas hojas de los almanaques hasta completar estos 250 años montevideanos que todo amante del pasado debe repasar con sincera emoción, porque ese pasado fue base del presente, motor a su vez éste, de un futuro venturoso.

Profesor Antonio Mena Segarra
250 años de Montevideo (ciclo conmemorativo)
Grupo de exploración y reconocimiento geográfico del Uruguay
Montevideo, mayo - noviembre de 1976

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