Con Ida Vitale

La poesía es irremplazable
Roberto Mascaró

Nacida en Montevideo, Ida Vitale es una de las voces principales de la llamada generación del 45, y en la actualidad un nombre insoslayable en el panorama de la poesía hispanoamericana. Desde su primer libro, La luz de esta memoria (1949) su obra se destacó por el rigor formal, una límpida dicción y un refinado sentido del idioma. Una serie de libros que fueron recogidos en su mayoría por el Fondo de Cultura Económica en el volumen Sueños de la Constancia (1988) muestran el recorrido de una voz poética que se ha mantenido fiel a sí misma a medida que ahondaba y afinaba su registro. Exiliada en México entre 1974 y 1984, integró el consejo asesor de la revista Vuelta y el equipo fundador del semanario Uno más uno, además de desplegar una importante actividad como profesora de literatura, crítica y traductora. De regreso al país en 1984, dirigió la página cultural del semanario Jaque. En la actualidad vive en Austin, Texas, junto a su marido el también poeta Enrique Fierro.

 

LA EDITORIAL ARCA ha comenzado a publicar tus poesías completas, unos cuarenta años de trabajo. Es momento, quizás, para hacer un resumen sobre eso. ¿Has hecho una "limpieza" en esta instancia?  

—Recojo los libros de la edición del Fondo de Cultura Económica, Sueños de la constancia, con excepción del último, que abría el volumen. Aunque prefiero ese orden lo invertí para la edición de ARCA, por no plagiar la del Fondo. No sabía que ésta, pese a haber sido mal distribuida aquí —se trajeron veinte ejemplares y sé que librero poco informado hubo que me creyó mexicana— iba a estar agotada cuando saliera la nacional. No incluí, pues el libro mas nuevo, que quedó para un segundo tomo con otro, inédito. Ya había hecho "limpieza" al no recoger algunos poemas publicados antes en revistas y que no me interesaban mas o no se integraban en ningún libro. Toqué, aquí y allí, el primero, La luz de esta memoria, suprimiendo alguna torpeza, algún verso. Siempre celebré la practica del admirable cuentista chileno José Santos González Vera, que publicaba su segunda edición "corregida y disminuida". Pero no fui mas lejos; infiltrar el estilo de hoy entre el aprendizaje de ayer, práctica que tiende a reordenar la pequeña historia literaria para uso de distraídos, eso no lo hago.  

 

¿Cómo ha sido tu proceso creador en todos estos años?  

 

Tu pregunta abarca mucho tiempo, muchas inflexiones diversas, vividas dentro de una tendencia mía quizás continua. Recuerda que nos fuimos del Uruguay en el 74, volvimos diez años después y desde el 89 estamos fuera y dentro y circunstancias que ya no me interesa analizar, y seres que puedo muy bien olvidar nos dieron por inexistentes, a Enrique Fierro y a mí, con la excepción, que agradezco, de algunas notas críticas. Ahora tú, y te sumo a mis gratitudes, me das la palabra, pero el tiempo y tu espacio van a ser cortos. Cuentan de un diario que habiéndose equivocado al dar la noticia de la muerte de alguien y teniendo por norma nunca rectificarse, anunció su nacimiento. ¿Crees que deberíamos hablar del mío? Eso justificaría mis balbuceos ante tu pregunta.  Los años mexicanos fueron riquísimos de experiencias de todo tipo. La del exilio sólo puedo compararla con la creciente del Nilo, que parece una catástrofe que todo lo arrasa, pero que al retirarse deja más fértil el terreno. (Pero esta imagen no tiene en cuenta la represa de Asuan, que al parecer terminó con esa perfección natural). Junto a tanto desgarramiento descubrimos la apertura, la generosidad del mundo cultural mexicano. Ese es un sedimento que combate toda la aridez posterior, incluso la de vivir dentro de otra lengua. Quizás nada puede uno agradecer más a una comunidad que el hecho de que nos permita sentirnos útiles. Sin duda mi retorno al Uruguay no ha hecho más que aumentar mi asombro ante el cúmulo de oportunidades que me —que nos— brindó México. Fuera de las clases y el seminario de El Colegio de México, las traducciones de libros para el Fondo de C.E. y para revistas varias, las notas, conferencias, lecturas, la integración de jurados, las secciones fijas en diarios, todo eso, que a veces me desbordaba, partía de una sociedad donde lo que menos falta es gente capacitadísima. Sin embargo, nadie me hizo sentir que ocupaba un lugar indebido.  

 

¿Y tu poesía?

 

Aunque a veces no le dedicara suficiente tiempo, también agradeció el espacio que le dieron, aunque fuese hijo de la cortesía ajena.

¿Cómo se gestó, desde tu infancia, tu "universo poético" ?

 

—Creo que llegué a la poesía atraída por un vacío. Era sin duda lo que faltaba en mi casa. en la que había libros y maestros y profesores. La pedagogía puede estar reñida con la poesía. Pero no descuidaron una formación ética, más cercana a aquella de lo que a veces se piensa. No me faltaban ejemplos, claro, de lo que las familias suelen creer que es poesía: Nervo, Marquina, Carducci, cuya lengua aún no entendía. Pero lo más enriquecedor y mucho, fue el Nils Holgerson, esa maravilla de la LagerlÖf. Por fortuna, una lectura escolar mal calculada de un poema de Gabriela Mistral, que no entendí, quedó pesando como un inesperado misterio. Tardé más de un año en vencer la sintaxis, en adivinar la elipsis o, simplemente, en llegar a la edad debida. Me sentí como princesa de cuento de hadas (que fueron mi primera fascinación). Tanta búsqueda inconsciente abrió una brecha en mi opacidad. Desde ese momento la poesía fue, cada vez más, ese jardín cerrado, para pocos, donde todo se trasmutaba. Los dioses han muerto, me decía Nietzsche, esa lectura imperiosa de los años adolescentes. No del todo, si existe la poesía, me defendía yo, que por años tuve el pesimismo optimista.

 

La poesía, o mejor dicho, la gran literatura —porque, como es natural no he sido lectora exclusiva de poesía— me pareció desde el principio un infinito inabarcable. Admiraba y desesperaba, con dedicación obsesiva. Tuve la fortuna de leer "en libertad". Programas de enseñanza suficientemente buenos, cuando aún no había empezado la competencia pedagógica para ver quien arruina mejor lo que fue la cultura de este país, y por otro lado el azar, me fueron concediendo esa dicha. cada vez menos disfrutada, creo, de celebrar. de admirar. Después, de eliminación en iluminación se concluye por precisar el campo. al menos el campo de lo que uno no quiere. Sentirse seguro de lo que uno pretende, eso ya es otro cantar. ¿Lo es?

 

Uno es el mismo y es diverso y la poesía sigue y creo que se enriquece a cada accidente, con los "niveles de eliminación y niveles de iluminación" de que hablaba Michaux. Tuve la fortuna de leer en libertad, aunque inicialmente estaba limitada a una lengua, la mía. Aún no eramos nacionalistas y no se me pasó por la cabeza que debía buscar y exaltar los inesperados valores del Buceo o de Jacinto Vera como deber primordial. Hoy, que la cultura se vuelve planetaria, a los jóvenes uruguayos se les fabrican anteojeras y se les ofrecen microscopios en vez de largavistas. Tengo la terrible sospecha de que hay o mucha mala fe o una abrumadora imbecilidad en quienes así los adoctrinan.

 

¿Podrías resumir lo que ha sido tu trabajo en el campo de la poesía?

 

—Estoy más segura, como te dije, de lo que no quiero que de lo que sí quiero. En un momento pensé que la poesía sólo se alcanzaba en instantes o iluminaciones o epifanías (las denominaciones cambian, pero la idea es la misma, creo: la voz como buena conductora). Pero no siempre la vida facilita esa función. Entre el segundo y el tercer libro corrieron diez años en que no me gustaba lo que escribía. Puede que eso tuviera más que ver con mecanismos psicológicos que, precisamente, con la poesía. Me sentía en un pozo. Un día, sin haber salido quizás de él, pude recuperar una cierta confianza en mis posibilidades de registrar esos instantes. Trabajé con más constancia, aunque confiando siempre en la censura que se ejerce cuando lo escrito ha dormido un tiempo en un cajón. Me pareció que me distanciaba menos de lo que buscaba. ¿Qué buscaba? Por suerte no teorizo demasiado mis propósitos, que sólo cobran sentido cuando el poema cuaja. Creo que hace bastante que me nutro de esa red de significaciones de las palabras que no están en la superficie del lenguaje, de ese fondo secular que se pierde o se adormila. Nadie conoce todas las palabras de su idioma ni todos los sentidos de las palabras que cree conocer. Quizás una misión del escritor sea salvar un lenguaje que se empobrece, aunque ingresen a él nuevas palabras desde las técnicas que sí ganan terreno.

 

La poesía, ¿expresa una frustración frente a este vaciamiento constante de los significados?

 

—Expresa una lucha pero, claro, suele terminar en frustración. Labor de Sísifo, tonel de las Danaides, creemos colmar lo que está condenado a vaciarse. Me maravilla que para alguien crear pueda no ser también una frustración. Sigo persiguiendo ese desplazamiento hermenéutico como una manera de amplificar el sentido del texto, sobre todo en algunas prosas últimas, que salieron en la revista mexicana Vuelta. Reconozco que es un material ambiguo.

 

¿Cómo conociste la obra de Octavio Paz?

 

—Por los años cincuenta, Bergamín me prestó Libertad bajo palabra. Después, sus libros siempre han estado en librerías. Bergamín era generoso de su tiempo y ecléctico. Nos recomendaba Paz, los románticos alemanes, Juan de la Cabada. Nos acercó a circuitos culturales remotos, hablándonos de María Zambrano, de Malraux, de Juan Ramón, de Aveline. de... Era un maestro. Se aceptaban o no sus ideas y sus gustos, pero su personalidad era una primera lección. Con un delicioso sentido del humor. Y del mal humor.

 

¿Cómo describirías la situación de la poesía en Uruguay?

 

—¿Qué debo entender por en Uruguay? No me gusta esa disunción con la que las dictaduras estigmatizanlo que escapa a su control: durante el franquismo, la llamada España peregrina no existía dentro. Milosz desapareció de Lituania, Nabokov de la ex URSS, Cabrera Infante, Arenas, Florit, Lorenzo García Vega y otros muchos, de Cuba, y aún Enrique Labrador Ruiz, que quedó dentro y murió con años de silencio, con ser un notable escritor. O Dulce María Loynaz, a la vez que el Cervantes sacó del entierro literario, sin poder evitar, claro, el abuso político de quienes la acompañaron a recibir el premio. A tí, que entras y sales, ¿dónde te sitúan? Hay nombres que existen fuera y hoy están silenciados en el Uruguay. Hay muertos insustituibles, como Juan Cunha, cuya obra inédita no parece interesar a nadie.  

 

Y puesta en refractaria, también me carga, como diría un español, lo de la descripción. Si miro para atrás, la crítica literaria nacional aparece como un pedregal sembrado de panoramas. Los críticos del 45 impusieron el sistema del vuelo rasante cargado de nombres. El resultado era como la vidriera de una mercería de barrio, donde cada cintita y cada botón tiene su cariñoso lugar. Cada apellido un adjetivo. Y en eso cayeron todos. Sólo Bordoli, en su antología de la poesía uruguaya, muy vapuleada por sus colegas, corrió el riesgo de equivocarse aplicando su criterio, bueno o malo, a un material leído de cabo a rabo. La poesía no se dignifica echando unos nombres al ruedo y borrando otros o tratando de encajar lo que no se entiende muy bien en categorías ya envejecidas (que si comprometidos, que si manieristas) sino analizando los poemas, con amor, con todos los recursos que la academia ignora y además su poco de sensibilidad, que nunca sale sobrando. Claro que eso es difícil.

 

Con esto no estoy eludiendo tu pregunta. O sí, porque no quiero incurrir en la superficialidad que impugno. Ni es la ocasión ni conozco lodo lo que hoy se edita aquí, aunque tengo la sensación de que hay más escritores que lectores. No aspiro a que me consideren crítica, aunque muchas veces hablé de poetas que en ese momento me interesaban. Sin duda muchas veces mi buena voluntad produjo juicios que hoy no reiteraría. Déjame agregar que, para no limitarme a los textos poéticos, podía parecerme útil hablar de la Compton Burnett o de Lampedusa cuando aquí nadie se interesaba en ellos, pero también me creí obligada en México a dar a conocer a Casaravilla Lemos, a hablar de Felisberto Hernández, de Onetti o, como no soy nacionalista, de Juan L. Ortiz o de Olga Orozco, cuando tuve oportunidad.

 

¿Qué sentido tiene la poesía en el mundo actual?

 

—Cuando me levanto con el pie optimista pienso que, aunque el hombre moderno se supone capaz de haber dado vuelta el orden del mundo y de haber empezado con orgullo una era neobárbara, en la que la poesía no sirve y no tiene lugar, creo que individual y colectivamente la poesía hace más falta que nunca. Si en el mundo de las Universidades se la desvirtúa, haciéndola pasto de papers, se refugia en sitios más seguros, otra vez en lectores desinteresados. Pese a la siniestra aceleración de la Historia confío, quizás injustificadamente, en que la poesía, como la música, serán siempre irremplazables para alguien.

 

¿Cómo conociste la obra de Octavio Paz?  

 

—Por los años cincuenta, Bergamín me prestó Libertad bajo palabra. Después, sus libros siempre han estado en librerías. Bergamín era generoso de su tiempo y ecléctico. Nos recomendaba Paz, los románticos alemanes, Juan de la Cabada. Nos acercó a circuitos culturales remotos, hablándonos de María Zambrano, de Malraux, de Juan Ramón, de Aveline. de... Era un maestro. Se aceptaban o no sus ideas y sus gustos, pero su personalidad era una primera lección. Con un delicioso sentido del humor. Y del mal humor.

¿Cómo describirías la situación de la poesía en Uruguay?  

 

—¿Qué debo entender por en Uruguay? No me gusta esa disunción con la que las dictaduras estigmatizanlo que escapa a su control: durante el franquismo, la llamada España peregrina no existía dentro. Milosz desapareció de Lituania, Nabokov de la ex URSS, Cabrera Infante, Arenas, Florit, Lorenzo García Vega y otros muchos, de Cuba, y aún Enrique Labrador Ruiz, que quedó dentro y murió con años de silencio, con ser un notable escritor. O Dulce María Loynaz, a la vez que el Cervantes sacó del entierro literario, sin poder evitar, claro, el abuso político de quienes la acompañaron a recibir el premio. A tí, que entras y sales, ¿dónde te sitúan? Hay nombres que existen fuera y hoy están silenciados en el Uruguay. Hay muertos insustituibles, como Juan Cunha, cuya obra inédita no parece interesar a nadie.

 

Y puesta en refractaria, también me carga, como diría un español, lo de la descripción. Si miro para atrás, la crítica literaria nacional aparece como un pedregal sembrado de panoramas. Los críticos del 45 impusieron el sistema del vuelo rasante cargado de nombres. El resultado era como la vidriera de una mercería de barrio, donde cada cintita y cada botón tiene su cariñoso lugar. Cada apellido un adjetivo. Y en eso cayeron todos. Sólo Bordoli, en su antología de la poesía uruguaya, muy vapuleada por sus colegas, corrió el riesgo de equivocarse aplicando su criterio, bueno o malo, a un material leído de cabo a rabo. La poesía no se dignifica echando unos nombres al ruedo y borrando otros o tratando de encajar lo que no se entiende muy bien en categorías ya envejecidas (que si comprometidos, que si manieristas) sino analizando los poemas, con amor, con todos los recursos que la academia ignora y además su poco de sensibilidad, que nunca sale sobrando. Claro que eso es difícil.

Con esto no estoy eludiendo tu pregunta. O sí, porque no quiero incurrir en la superficialidad que impugno. Ni es la ocasión ni conozco lodo lo que hoy se edita aquí, aunque tengo la sensación de que hay más escritores que lectores. No aspiro a que me consideren crítica, aunque muchas veces hablé de poetas que en ese momento me interesaban. Sin duda muchas veces mi buena voluntad produjo juicios que hoy no reiteraría.

 

Déjame agregar que, para no limitarme a los textos poéticos, podía parecerme útil hablar de la Compton Burnett o de Lampedusa cuando aquí nadie se interesaba en ellos, pero también me creí obligada en México a dar a conocer a Casaravilla Lemos, a hablar de Felisberto Hernández, de Onetti o, como no soy nacionalista, de Juan L. Ortiz o de Olga Orozco, cuando tuve oportunidad.

 

¿Qué sentido tiene la poesía en el mundo actual?

 

—Cuando me levanto con el pie optimista pienso que, aunque el hombre moderno se supone capaz de haber dado vuelta el orden del mundo y de haber empezado con orgullo una era neobárbara, en la que la poesía no sirve y no tiene lugar, creo que individual y colectivamente la poesía hace más falta que nunca. Si en el mundo de las Universidades se la desvirtúa, haciéndola pasto de papers, se refugia en sitios más seguros, otra vez en lectores desinteresados. Pese a la siniestra aceleración de la Historia confío, quizás injustificadamente, en que la poesía, como la música, serán siempre irremplazables para alguien.

Una trayectoria

La obra poética de Ida Vitale incluye La luz de esta memoria (Montevideo, 1949); Palabra dada (Montevideo, 1953); Cada uno en su noche (Montevideo, 1960); Paso a paso (Montevideo, 1963); Oidor andante (Montevideo, 1972); Jardín de Sílice (Caracas, 1980); Elegías en otoño (México, 1982); Entresaca (México, 1984) y Serie del sinsonte (Montevideo, 1992). Una antología de su obra, Fieles, fue publicada en México en 1976 y 1982. El Fondo de Cultura Económica publicó en 1988 Sueños de la constancia que reúne 5 libros anteriores más el que da título al volumen.  

 

Ida Vítale se ha destacado además por su labor critica, en El País, Marcha, Época, Jaque y, entre otras, en las revistas Clinamen, Asir, Maldoror, Crisis de Buenos Aires, Eco de Bogotá, Vuelta y Uno más Uno de México,  El pez y la serpiente de Nicaragua.

 

Entre sus ensayos se cuentan Arte simple (1937); El ejemplo de Antonio Machado (1940); Cervantes en nuestro tiempo (1947); M. Bandeira, C. Meirles y C. Drummond de Andrade. Tres edades en la poesía brasileña actual (1963); La poesía de Basso Maglio (1959); La poesía de Jorge de Lima (1963); La poesía de Cecilia Meireles(1965).

Roberto Mascaró
El País Cultural Nº 209
5 de noviembre de 1993

 

Ida Vitale en Letras Uruguay

 

 

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