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El vendedor y la serpiente
Isidro Más de Ayala

 

 

La Casa Ramos y López importadores, no le pone precio a este aparato tan útil y práctico. Desea que lo haga el público mismo que recibe el obsequio. Con él se pueden afilar navajas de afeitar, tijeras, hojas de gillete. ¿Cuánto le duran a Ud. las hojas de gillete? Una vez, dos veces; difícilmente tres. Pasándoles Ud. por entre las dos piedras de cristal de fino cuarzo de este ingenioso aparato que le ofrece la Casa Ramos y López, importadores, le durará un número infinito de veces. Este asentador maravilloso, de purísimo cristal esmerilado, casi un diamante, es regalado absolutamente gratis a quien adquiera un paquete de hojas de afeitar marca Lex. La hoja asentada en este aparato es una caricia de acero en la cara. Un momento, señor, ya lo despacho. Otro paquetito por aquí. Otro al señor. Muy bien, gracias, gracias.

-Esta serpiente, no obstante su tamaño -dos metros y medio- es todavía pichón. No es venenosa. Recién será peligrosa cuando sea adulta; medirá entonces ocho metros. Pueden comprobar Uds. mismos cuán inofensiva es. Puedo ponerla, como Uds, ven, en torno a mi cuello. ¿Cómo, señor? ¿Un aparato para Ud.? Muy bien. Otro por aquí. Gracias, gracias.

Y después de colocado el aparato de afilar, pasaba a la sustancia pegalotodo. Se hace la experiencia con un plato roto y, luego de pegado, se coloca la pesa de

Dibujo de Sifredi

veinte kilos. Sorpresa, estupefacción. ¿Cuánto vale el paquetito de esta maravillosa sustancia? Uno para Ud. Otro para el señor. Gracias, gracias. El vuelto, señor.

Les llegaba entonces el turno al liquido para platear y al liquido para dorar. ¡Maravilloso! Comprueben Uds. mismos. Ven este metal opaco, cobrizo, ferruginoso. Vean: con una sola tenue capa. ¿Quién dice que no es plata? Y este otro, ¿quién dice que no es oro? ¿Cuánto vale esto? ¿Cuánto y puede valer? La Casa Ramos y López, no le pone precio. Quiere que Uds. mismos lo hagan y digan cuánto puede valer. 

Cuando la serpiente estuvo muy vista, se la cambié a otro propagandista amigo por un mono; y éste después a otro por una tortuga de tamaño excepcional. Pasé por Durazno, Tacuarembó, Salto, Concordia, Gualeguaychú. Allí iba con la tortuga, y volví a encontrar a otro con la serpiente. Me pidió que se la cambiara y así lo hice, previa diferencia naturalmente. Hice después Paraná, Santa Fe, Rosario. Llegué a Buenos Aires. Hay muchos barrios, pero la competencia también es muy grande. Volví se al interior. Pero entonces pasó algo raro: yo, ya no era el mismo.

Usted sabrá que esas maravillas que vendemos no son tales. Que Ramos y López, los importadores, soy yo mismo. Que el pegalotodo lo hacía yo con tiza, yeso y goma. Que el dorado y el plateado son tan fáciles que dan una ganancia del 300 por ciento. Y usted sabrá ya que todos esos artículos son engañatontos: que el aparato de afilar navajas de Ramos y López, importadores (perdón, doctor; es la costumbre), a las quince asentadas ya está rayado y hay que tirarlo. Que los objetos unidos con el pegalotodo, se despegan por la humedad o el calor. Y que el plateado y el dorado pronto se desvanecen. Son muy débiles, doctor.

Y bien, yo no sé lo qué me pasaba. Pero, cuando en pueblo o ciudad, esquina o plaza, me ponía la serpiente, abría los cajones y comenzaba a hacer la propaganda, sentía perder mi seguridad, aquel gran aplomo profesional que hizo que cambiara mi empleo de ayuda de cámara por el de comerciante viajero.

Me parecía que había en el público alguien a quien yo ya le había vendido el pegalotodo y se le habían despegado los platos y tazas, y que primero me miraba con ojos burlones, y después acabaría por desenmascararme. Y esa falta de seguridad fue en aumento. Cambié de pueblo sin decir para dónde iba. Cambié la serpiente por un animal nuevo. Pero mi inseguridad era cada vez más grande. Un día cerré los cajones y huí de las gentes porque creía que todos los presentes habían sido engañados por mí. Y que de golpe iban a sacar de sus bolsillos las navajas desafiladas, los asentadores rayados, los dorados y plateados desvanecidos, los platos rotos, y se iban a poner a correrme, a correrme, cayendo al fin sobre mi y ahogándome bajo una montaña de objetos falsos que yo vendí.

Por eso he venido a consultar mi caso con un especialista. Me han dicho que es un pequeño estado de ansiedad, de breve duración, que no tiene importancia. Y que con un tratamiento de sedantes y tónicos pronto recobraré mi antiguo aplomo y podré de nuevo ganarme la vida con mi oficio como lo hacia antes. La serpiente está en casa de un amigo. Si, se alimenta de palomas vivas. Resulta caro, naturalmente. Todavía no hemos encontrado un truco para engañarla.

Isidro Más de Ayala.
Suplemento Dominical "El Día" S/f.

Texto recopilado y editados por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay, sin apoyo alguno y sin trabajo rentado[1]. Si me apoyan haré mucho más. Gracias.  echinope@gmail.com - @echinope

[1] Uruguay no cumple el Art. 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

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