Camino al cementerio
Iche Marx
sukrams21@gmail.com

Algunos se refugian en la fantasía de una vida después de la muerte. No es mi caso, pues lo único que me ayuda a soportar la conciencia de tan amargo destino, es simular su inexistencia.

Esto hacía que procurara mantenerme alejado de los cementerios, pero en esta oportunidad, mi cercanía con el muerto de turno no me dejó más alternativa que concurrir a su entierro.

Por tal motivo, me encontraba transitando por una ruta que ya había conocido cuando el paso de los años comenzó a cobrar sus víctimas entre amigos y parientes.

Conducía mi automóvil absorto en mis pensamientos. De pronto, un suceso imprevisto me obligó a detenerme. Los vehículos formaban delante del mío una larga cadena inmovilizada, sin que nadie pareciera saber lo que sucedía.

Dada mi necesidad de llegar a tiempo al cementerio, intenté salvar el obstáculo tomando por un camino lateral. Confiaba en que luego de un cierto trecho, se me habilitaría alguna vía para retornar a la ruta. Pero el camino me mostraba toda su terquedad, extendiéndose sin límite alguno.

Cuando ya conservaba escasas esperanzas de llegar al destino previsto, el camino se detuvo ante una gran explanada que rodeaba una antigua casa de corte señorial. La solemnidad del edificio tenía cierto parentesco con la que se suele asociar a la idea de la muerte, lo que me hizo concluir que me hallaba frente al atrio de acceso al cementerio.

Entré a la vieja casona, donde una multitud de seres se ocupaba de diversos menesteres. Al acercarse un sujeto elegantemente vestido y dotado de expresión afable, le pregunté por el sendero que me conduciría hasta las tumbas. El hombre permaneció en silencio durante un tiempo que me pareció excesivo, y luego, haciendo caso omiso de mi pregunta, se limitó a decir:

-¿Gusta tomar un cafecito?

Acepté su invitación, advirtiéndole que disponía de poco tiempo. Mientras bebía el café, el hombre me siguió observando en silencio. Había algo irritante en su actitud, pero mi urgencia por llegar al entierro, me hizo volver a preguntarle por el camino que me llevaría hasta las tumbas.

La reacción del hombre no se hizo esperar. Su expresión se transformó brutalmente, y su voz, engrosada por la ira, se disparó como un latigazo:

-¡Tengo varios amigos castrados! ¿Por qué no les pregunta a ellos?

Aturdido por esta respuesta, pensé que el lugar estaría regido por códigos que no conocía. Ignoraba el sentido de sus dichos, pero era evidente que la situación no me auguraba momentos felices. Mi corazón golpeaba con fuerza, casi a punto de estallar, y escapé de allí, atravesando cuanto espacio vacío se abría a mi paso.

Corrí sin certeza alguna del lugar hacia el que me estaba dirigiendo, hasta quedar exhausto, y caer sobre una tierra que había sido recientemente removida. Este húmedo contacto encendió una débil luz en mi mente. Un sutil relámpago de lucidez me permitió intuir lo que estaba sucediendo. Pero de nada sirvió. Las pesadas paladas de tierra que cayeron sobre mí, me terminaron hundiendo en la oscuridad más absoluta.

Iche Marx
sukrams21@gmail.com
Del libro "Camino al cementerio" publicado por Editorial Rumbo en Julio 2012

 

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