Los problemas del lenguaje

Todos los jugadores de básquetbol lo esperaban con marcado interés. No sólo decían que era un excelente entrenador sino que, además, era una muy buena persona y que desde Estados Unidos había prometido sacar al grupo adelante y llegar a pelear el título.
Cuando llegó al Club todos lo esperaron formados como si fuera un general que iba a pasar revista a su tropa. Y eso hizo, fue saludando uno a uno a cada jugador parándose enfrente y hablando un desencajado español.
-Yo saluda amigo de mí -decía y todos dibujaban sonrisas que él agradecía como signos de buen recibimiento y amistad, lo que originó carcajadas que él volvía a agradecer diciendo con fuerza que "los uruguay eran simpatía" y "gracias". El recibimiento culminó con un asado que Pocho, el cantinero del club, había preparado con la maestría de la gente del interior y unas cuantas vueltas de vino y cerveza que el gigante norteamericano, de ojos azules y pelo amarillo, se encargó de consumir por litros.
-Éste va a andar fenómeno -dijo Anselmo el Presidente del Club con una borrachera que se caía.
-Fenómeno va a ser el lío que vamos a tener para entendernos con el gringo -aclaró uno de los jugadores-. Especialmente "el Tarta" -añadió haciendo referencia a otro jugador que tenía grandes dificultades para hablar.
-¿Qué, no habla español? -preguntó uno que ni se había fijado.
-Sí, hablar habla, pero como la cara de él.
Y el muchacho tenía razón. Nomás en el primer entrenamiento al día siguiente, el gringo -como le decían todos desde que el gordo Waldemar lo bautizara- se puso colorado como un tomate cuando pensó que le estaban tomando el pelo cuando preguntó por el "Peludo" y nadie supo contestar.
-¿Dónde está "el Peludo"? -insistía y nadie podía satisfacer su interrogante porque, sencillamente nadie sabía quien era ese "peludo".
-¡EL PELUDO! -gritó desenfrenado pasándose la mano a ras por su cabello cortito.
-¿Entender, eh? ¿Dónde es "el Peludo? -y se volvió a pasar la mano bien al rape de su cabeza. Fue allí que todo se aclaró menos la cara de "el Gringo" que siguió más colorado que nunca, pero de vergüenza, cuando Pocho, el cantinero, gritó desde el mostrador:
-¡Quiere decir "el Pelado"!
-Sí, si, "el Pelado" -dijo y todo volvió a la normalidad menos el entrenamiento que no contaba con uno de los mejores jugadores del equipo.
Pero la cosa no terminó ahí. Esa noche "el Gringo" preparó unos exquisitos huevos revueltos con panceta, panchos y algo especial que les daba una consistencia muy original y gustosa. Todos los muchachos concentrados para la práctica intensiva, comieron con ánimo haciendo halagos a los dones culinarios de aquel extraño hombre del norte que buscaba de esa manera romper con su rigidez, su frialdad y acercarse a sus dirigidos. Sabía que los uruguayos eran de buen paladar y por eso había preparado un plato típico del estadounidense medio que todos comían con placer.
-¡Tá bueno esto, che! -dijo Waldemar que no jugaba en el cuadro, pero era como el alma de los muchachos, cargando los equipos, las pelotas y comiendo como un toro.
-¿Qué le pusiste, Gringo?
-¡Ah! ¡Top secret! -dijo y todos comprendieron.
-Dale, largá Gringo, ¿con qué hiciste los huevos?
-Con huevos -dijo y se rieron- mucho panceto y hot dog.
-Pero tiene algo más que le da ese gustito...
-¡Ah, sí! Pongo unas pocas cucarachitas de... 
-¿Cucaraquée?
-Cucarachitas de pan rallado.
-Cucharaditas, Gringo, cucharaditas -aclaró Pocho cortando justo la repugnancia de varios jugadores y los vómitos que quedaron a medio camino en los aparatos digestivos de otros.
Tuvo que pasar un buen rato para que siguieran comiendo, menos para el gordo Waldemar que siguió tragando huevos bien calentitos sin reparar demasiado en las cucarachitas o las cucharaditas.
Estas fueron las primeras comprobaciones de que "el Gringo" tenía un soberano merengue idiomático en su cabeza. El dato final, el remate que no dejó dudas de aquel entrevero con el idioma ocurrió en el primer partido oficial por el torneo Federal de básquetbol.
Todo pasó en la cancha de Goes. Las tribunas estaban repletas. Los chorizos se vendían por docenas y los refrescos corrían de mano en mano. La pasión de las parcialidades era evidente, en particular los hinchas del Club de "el Gringo" que esperaban de aquel hombre la salvación de todos los problemas. "El Gringo" gritaba a veces en español y a veces en inglés y a veces en cualquier cosa. Gesticulaba y se ponía colorado dando órdenes a diestra y siniestra. Por momentos parecía rezar mirando las luces de la cancha y otras veces se le veía en profunda oración fijando la vista en el piso.
¡Doble! ¡Doble! -gritaba el norteamericano y todos se esforzaban por embocar el canasto.
¡Tirá! ¡Tirá! -repetía una y otra vez, pero el adversario era hábil, tenía buena defensa y todo dependía de la destreza del ataque, la rapidez y la inteligencia para hacer las maniobras.
El partido iba empatado. El Club necesitaba ganar para clasificar y faltaban apenas veinte segundos. La pelota la tenían ellos y ahora se trataba de mantenerla, hacer tiempo, demorarla hasta los últimos segundos y ahí sí, con precisión, meter el doble o el triple que les diera ventaja suficiente como para esperar tranquilos el pitazo final del encuentro.
"El Gringo" no dejaba de gritar. Todos entendían. La gente también gritaba. El equipo, despacio, preparaba el ataque cuidando hasta el más mínimo detalle. En ese momento el gordo Waldemar comprendió su terrible broma y el peso desgraciado que puede tener el humor cuando no es el momento de usarlo.
-Con cuidado -gritaba "el Gringo" mientras Waldemar se tapaba la cara y pedía que la tierra se lo tragara presintiendo el bochorno.
-¡Con cuidado! ¡Oujuo la pelota! -insistía el entrenador y Waldemar se puso colorado en el banquillo de los asistentes.
Ahora todo el estadio estaba mudo. Cada momento, cada instante era vital para uno y otro cuadro. El gordo tuvo ganas de levantarse e irse, pero la potente voz de "el Gringo" sonó con toda su pronunciación inglesa mientras su dedo índice golpeaba enérgico la sien una y otra vez exigiendo que sus dirigidos pensaran.
-¡Usen el culo! ¡Usen el culo! -gritaba el hombre sin dejar de señalarse la cabeza con su enorme dedo índice y sin dejar tampoco de sorprenderse cuando oyó la carcajada de todo el estadio, los jueces y los jugadores que escuchaban perfectamente el disparate del norteamericano. Todos festejaron menos el gordo Waldemar que estaba pálido.
"El Gringo" se dio vuelta, miró al gordo y cuando estaba a punto de dirigirse hacia él para tomarlo del cuello y estrangularlo por la mera sospecha de que Waldemar le había enseñado una palabra que no correspondía, el estadio vibró en estruendos y griterío y aplausos festejando el doble que el Club acababa de hacer justo cuando sonaba el pitazo final que daba por terminado el partido con el triunfo que les permitía pasar a la final. Este era, sin duda, el triunfo del "el Gringo"; al menos así lo entendieron todos los que corrieron hacia él, lo alzaron y lo llevaron en andas por la cancha. cuando pasó al lado de Waldemar no pudo contenerse.
-¡Gordou! -gritó tocándose la cabeza- no sé bien perou el uno o el otro te lo voy a romper igual -y siguió con todos, muertos de risa, festejando el merecido triunfo.

Ignacio Martínez, Ignacio 
"Cuentos para leer en el ómnibus". Editado en 1999

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