Un merecido recuerdo
por Marta de Arévalo

Tonita Semelis (1913, Argentina - 1985, Uruguay) quien fuera excelente profesora de recitación, formó en su largo magisterio, una apreciable nómina de alumnos. Artista sensible ella misma, gozó de un merecido aplauso en más de un recital. Publicó además, dos libros de poemas: «La sed y el cántaro imposible» (1944); y «Brumas» (1958). Dejó también obra inédita.

Su poesía es profunda y refinada, cargada de angustia y soledad. Versos donde parece temblar un contenido llanto. Y donde los símbolos de la sed, el fuego y el árbol, se entrelazan constantemente con vocablos como resplandor, luz, follaje, llanto, ardor, savia, ceniza, rescoldo, bosque, perfume, sueño frutecido, madurar (la voz), rama de olivo, madero azul... que podríamos traducir como alma iluminada que en bosque de llanto, es fuego, ceniza y rescoldo, de sueños madurados que perfuman desde un madero azul (martirio y poesía) donde levanta como emblema esa rama de olivo, signo de paz y fraternidad.

Ella dice: «La llama es como el signo de la vida/ que alienta cuando arde y se consume/ (...)... todo el misterio del vivir presume/ ser resplandor de llama contenida». Y al compararse a sí misma elige la figura del árbol sacrificado en el fuego: «De ardiente leño en crepitar sonoro/ consumirme y dar luz es lo que imploro/ como el milagro eterno de la llama/ que al darse, para sí nada reclama»

En «Tríptico», desde el poema «Pasado» señala que sus raíces: «vienen de antiguo bosque desmedido». En «Presente»: «Yo no soy más que savia del pasado en el presente en que el ayer venera/ todo aquello que ignora y lo que espera». Entendiendo que la vida es un legado de anteriores generaciones tendido a través de sí misma para darse en la simiente, expresa desde «Futuro». «Cuando se da mi mano, no es mi mano/ la que se tiende en gesto de ternura/ mi sangre fue nutrida de dulzura/ por ese bosque con latido humano/ (...) Emerge del pasado rumoroso/ toda mi raza en su raíz primera/ alentando en mis hijos la quimera./ Y así se aumenta el bosque silencioso/ de antigua sangre hacia otra sangre nueva/ donde la vida canta y se renueva».

De su segundo libro podríamos citar excelentes sonetos: «La sombra», «La llama», «Sin palabras», «Soneto a la luz total». Y en cuartetos endecasílabos: «Las horas inmóviles». Las horas tan suyas, talvez, en que escribía con «un resplandor temblando ante los ojos,/ un lenguaje ignorado y sin medida...»

De los últimos tiempos de esta mujer delicada y sobria, que disimulaba en palabra cordial la tristeza que traducía su mirada, nos queda el poema desposeída: " Nada es mío afuera./ No tengo más que el mundo de mi alma./(...) Se puede entrar sin miedo/(...) El cementerio invisible/ florece para quien llega./ voy y vengo/ cegada de silencios/ (...) Y me invento mis flores/ mis pájaros / Para olvidar mi angustia/mi soledad/mi miedo"

Es que la soledad del poeta, aún florecida en belleza, es la terrible soledad del ser humano desposeído, que busca y no siempre encuentra, la mano amiga, el gesto solidario. Amistad y solidaridad que Tonita Semelis supo prodigar, junto a la fina belleza de sus versos que la hacen digna del recuerdo.

Marta de Arévalo

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