Poemas de San Gregorio, de Enrique Amado Melo

Selección y nota de Marta de Arévalo

Hablar de Enrique Amado Melo (1934 - 2005) es mencionar una entrañable y constante vocación poética iniciada en el fervor de su juventud y sostenida intrépida y amorosamente a través de una veintena de libros. Dueño de un lenguaje sencillo y diáfano, Melo restituye a la poesía su condición de verdad y belleza. Su decir es hondo y su sentimiento auténtico. En su poesía aparece su trayectoria vital: su "nacencia" en San Gregorio de Polanco, "su " pueblo, la ciudad que el poeta  ama, vive y canta hacia todos los cielos y por todos los rumbos por donde lo han llevado sus pasos de peregrino de la poesía. Ya en "Poemas (1976) se expresaba en el poema Aquí: "Aquí todos mis viajes parten de este pueblo / y vengo a él de todas mis ausencias./ El árbol de mi sangre creció sobre este suelo, / y nació de estos aires mi ensueño de poeta."

 

Es que desde San Gregorio, Enrique se proyecta en todos los tiempos de su existencia: infancia campesina, juventud de estudiante, docencia profesional, madurez meditativa, y hasta sus temporadas de "romero", como gusta decir, a través de viajes de conocimiento o participación en congresos literarios, por América, Europa y Medio Oriente.  Y ya cantando a la ciudad capital de su  Departamento: Tacuarembó, que "…levanta su torre y su campana/ y cinco o seis palmeras para que juegue el aire."; ya cuando en romance celebra  a San Gregorio: " Qué bien estás San Gregorio / de azules aguas rodeado, / bajo estos cielos profundos/ en medio del suelo patrio."; es el poeta encendido en sentimiento  filial hacia la tierra donde comenzó su vida.  

Allí donde su infancia transcurrió en el amor de sus padres a los que  recuerda en varios de sus poemas más sentidos. Nos dice de su infancia "… mi mundo no pasaba…/   de donde mi madre iba, / y hacía arriba tenía / la altura de mi cometa." Así como recuerda los paraísos que bordeaban el camino o el viejo molle "oscuro y espinoso" del que pendió su hamaca, o el temporal que azotó la casa y el comienzo de su vida escolar.  Todo eso que forma esa base de recuerdos entrañables de todo ser humano, entre una neblina azul de nostalgia y un aire mágico de otros tiempos que nos sabemos si ciertos o soñados. Es por ello que expresa: "Pero no sé…quedan imágenes/ sin nombres conocidos / derivando en el recuerdo/ como islas de niebla. (…) del mundo mío/ donde moré entre vigilia y sueño. (…) De lo que debe ser mi edén perdido/ recibo las señales…"

 

Tampoco pierde de vista su paisaje tutelar. Y el río es factor relevante en ese paisaje, así como ese lago artificial formado a raíz de la represa. Lago artificial pero no menos azul ni menos límpido ni menos lírico, al que canta  reiteradamente.  Las estaciones  en su tierra lo inspiran con hondo sentimiento. El otoño sobre todo, cantado en varios poemas,  se diría que se llega a su alma apacible y melancólicamente para poner en su voz tonos dorados y silenciosos.

Y no menos el invierno le alcanza su  brumosa  presencia: "Esta tarde de lluvia y de tormenta / mi alma  se ha disuelto en el paisaje…".  Todo lo que ocurre en su entorno pueblerino lo conmueve: un niño y su cometa,  un adolescente, (sin olvidar su condición de profesor); al niño de la calle, ese flagelo de nuestro mundo actual que no deja de sensibilizarlo. le canta a su corbata, a las cinacinas, árboles de su pago "aguerridas y longevas" como las llama; al panadero del pueblo, al caballo de su infancia, ese recordado "Pegasillo".  y a todo lo pequeño y humilde y diáfano que forma  la vida cotidiana.  Y bellísimamente a la "mañana campesina"

 Reiteradamente en sus poemas expresa que quiere vivir  y finalizar su ciclo humano en esta ciudad: " Aquí, en este pueblo que pisé tenazmente/ y guardará (¿por cuánto?) memoria de mis suelas./ ¡Aquí! - reitera- / Donde escribí mis libros. / Y donde soy feliz."

 

Pero ya sabemos que su obra no se circunscribe al tema que nos ocupa. Si bien San Gregorio está siempre presente en el verso de este  polanqueño, Enrique es también poeta universal. Vibra, se duele y canta con el amor: "He aquí la tempestad del pecho / Olas de angustia/ relámpagos de miedo/suben desde estas soledades…"; con la amistad, a la que entrega con sinceridad y calidez: "Estos son los versos que te debo, amigo /que nunca me pediste, que no esperas (…)Hace tiempo Amistad me lo pedía/ y dedicártelo en su nombre quiero…"; a su vocación poética, a la que dedica varios textos y  compara con un puro manantial: " Me acerco a ti como la fuente clara / llegan las aves a calmar sus sedes/ (…) para que mudes con tu magia en canto / esta divina sed que me distingue…".

A veces divaga perezosamente ensimismado en la luz de algún  domingo, día que señala como día de gracia, sin reclamos urgentes:: "La luz de este domingo / me despierta en el alma / señales de vivencias / que yo talvez hallara / visitando domingos / brumosos de distancia./  (…) Me quedo en el domingo / que me trae su gracia. /Pues quiero ser el hombre / que nació esta mañana / y bajo la luz pura / sale a estrenar su alma."  Y no falta en  su obra la mirada filosófica y así nos brinda el poema "Los adioses" con todo el dolor y el desencanto que nos traen los seres e ilusiones idas: "En la vida del hombre, los adioses/ acrecen un dolor que al cabo pesa…"

 

En conclusión la  obra de Enrique Amado Melo es sólida, formal, serena. Es como una síntesis de toda una existencia, que se evoca desde la madurez, haciendo recuento de las perdidas y las ganancias, de los sueños y los desengaños, todo eso que nos trae y nos quita el "molinillo incansable" del tiempo. No obstante, si puede adivinarse un atisbo de amargura, puede contactarse también la sabiduría de un alma que ha vivido con emoción y testimonia las vivencias con valiente lucidez y hasta con una plácida entereza, fiel a su estilo.

 

Aunque es bueno recordar que hay un poemario "Los ritos y los miedos" (1985) donde la poesía de este autor se manifestó inquietante y misteriosa, pincelando con magia el mundo de los Sueños y la Psiquis. Pero con esa única excepción, su creación aparece entre sus logros y sus tristezas, como un canto apacible a la vida, como un arduo vencer a la soledad, como una segura vocación de eternidad. 

                               Tacuarembó

 

Tacuarembó levanta su torre y su campana

y cinco o seis palmeras para que juegue el aire.

Más allá de estas cosas largo a largo se aplana

y cual brazos estira sus barrios con donaire.

 

El ruido no la aturde ni el humo la sofoca,

respira a tres pulmones el aire oxigenado

y apenas si su paz y su silencio toca

el silbo de los trenes pasando a su costado.

 

Yo la abordé una tarde de este pasado mayo

cuando el sol empezaba a menguarle su rayo

y la bañaba en lluvia de oros y ceniza.

 

Y la dejé en octubre blanca y ya calurosa,

alada de palomas, serena y bondadosa,

hendida por la luz y suave por la brisa. [1] 

 

    Romance para mi pueblo 

 

Qué bien estás San Gregorio

de azules aguas rodeado,

bajo estos cielos profundos

en medio del suelo patrio.

 

Tengo para ti estos versos

que han venido madurando

desde que empezó a crecer

esta vocación de pájaro,

desde que  empecé a soñar

y a decir cosas rimando.

Por eso mi voz elevo

y te los doy en un canto

sencillo como tu historia

y como tu gente, llano.

 

El Río Negro corría

canturreando a tu costado.

oliendo a verdes sauzales.

a pitangas y guayabos,

como una suave caricia

eternamente pasando

sobre un camino de piedras,

de fina arena y guijarros.

y un día se desbordó

y fue la tierra inundando;

el agua subió a besar

las ramas de los quebrachos,

de sarandíes y talas.

de arrayanes y guayabos.

Y ya no hubo fronda verde

ni colmenares ni cantos:

ni tortugas en las piedras

bajo el sol, en los remansos;

ni lagartos extendidos

en la hierba dormitando.

Ya todo fue una extensión

de altos árboles ahogados

que emergían de las aguas

esqueléticos y pardos,

negros biguás sosteniendo

sobre sus desnudos brazos;

un mar para nuestros ojos

que estaban acostumbrados

al muro verde del monte

y a retacitos de campo

que nuestro horizonte hacían

más íntimo y más cercano.

Pero tu muerto esplendor

fue por otro reemplazado:

las dunas que siempre fueron

grandes arenales altos,

todos cubiertos de espino0s,

de duro y filoso pasto,

son ahora grandes playas

que hacen gratos tus veranos.

 

El destino te guardaba

este luminoso estado:

casi isla, silenciosa,

con el agua dialogando,

todo erizado de botes

y chalanas tu costado…

 

Pueblo mío, San Gregorio.

San Gregorio de Polanco.[2]

 

                    Aquí  

 

Aquí todos mis viajes parten de este pueblo

y vengo a él de todas mis ausencias.

 

El árbol de mi sangre creció sobre este suelo,

y nació de estos aires mi ensueño de poeta.

Girando al grato viento de amores esenciales,

el corazón, aquí, halló su complacencia.

 

Por una de estas calles desemboqué en la vida,

y por todas anduve, con dicha o con tristeza;

macadanes y asfaltos,

arena y piedras

saben los dos sabores de mis lágrimas,

los rumbos de mis suelas.

 

Y mi dicha total sólo sería

si Dios me concediera

andar hasta el final en estas calles,

que el descanso de mi alma en ese cielo sea.[3]

 

           Mi mundo no pasaba…

        de donde mi madre iba,

y hacía arriba tenía

la altura de mi cometa.

El camino del río…

y el lento río transparente

en cuyos remansos

- detrás pececitos y guijarros-

se dormía mi tiempo,

mientras en sus verdes riberas

mi madre envejecía…

El cerco de cinacinas

sombreador de mis siestas,

con su lluvia amarilla de diciembre

que perfumó mis veranos

y trajo mangangaes amistosos

que unían sus monótonos arrullos

a los aleteos de mansas palomitas.

La pelota azul de goma

que nunca iba muy lejos,

porque siempre andaba

entre mi perro y yo.

(Mi perro…Regalo, regalito!

ójitos  expresivos y colita ebria-

por quien tuvo noticias de la muerte

y lloré, primera vez,

a un ser querido).

 

El dolor era viejo entre los míos,

pero yo lo ignoraba;

porque el dolor tenía

la eterna alegría de mi madre

y su palabra tierna.

Y hasta las manos callosas de mi padre

no sé como cortaban

el pan tan suavemente

y leve hacían

aquel diario ademán

de despedida…

 

En mi pequeño mundo

el amor era eso.

Y lo llenaba. [4]

 

         Mi madre

 

Viniendo de la huerta

en la mañana

- cesto su delantal de frescas hortalizas-

era la anunciación del buen almuerzo.

 

Y más temprano aun,

con dos baldes de espumosa leche,

entre cantos de gallos y luz rosada,

era ya la mujer buena

pensando en la existencia de los suyos.

 

Ella iniciaba la mañana

y la ponía en movimiento;

y era el despertador puntual y grato

que de algún modo

me anunciaba el día

con un trajín de vajilla

y el yis-yis de la escoba

aseando el patio.[5] 

 

Conversé con el árbol y la hormiga

 

pero más con mi caballo;

acaso porque no vi en los otros

tantos signos de correspondencia

como en las orejas y los ojos

de mi zaino.

No sé de qué le hablaba.

Los temas habrían sido

las cosas familiares del camino

donde habían algunas

que los dos preferíamos:

las sombra de las acacias,

el agua de la cachimba…

^Ponía las orejas tiesas

al escuchar mi voz.

Lo mismo hacía

con el canto de algún pájaro

el bólido entre las ramas.

Hasta me parecía

que sus ojos seguían el paisaje

con un placer igual al mío.[6]

 

De "Memorias" 1976

 

Los paraíso s que bordea ban el camino 

 

eran hervor de hojas verdes

si  los movía la brisa,

miríada de espejitos

en el aire quieto del verano.

Pero hacia abajo vertían

una sombra espesa y clara

que era cual la lluvia fresca.

Allí el viento del norte

abandonaba su fuego

y al regreso del sembrado

mis padres oreaban sus frentes

antes de entrar en la casa.

Y yo miré, muchos años,

en el fondo del ese túnel fresco y alto

grandes maizales humeando

bajo el cielo implacable.[7] 

 

          El vaso de agua 

 

Entro en la fresca sombra de la casa

perseguido del sol que arde el camino,

un sabiá me saluda con su trino

y un olor a malvón llega y me abraza.

 

A darme buenos días ha venido

mi madre buena desde la cocina;

me sonríe feliz y se encamina

hacia el patio buscando lo que pido.

 

Luego vuelve trayendo en una mano

un vaso de agua pura que destella

bajo la luz ardiente del verano.

 

Y en la misma actitud que me recibe

en ese vaso ahora me da ella

la frescura profunda del aljibe.[8]

 

                Milagro de la luz

 

A orillas de este río ciudadano

que entre muros de piedra se demora,

y hacia  el lejano mar soñando lleva

un cielo azul con nubes y gaviotas…

 

Aquí donde la luz de esta mañana

lava del puente  la musgosa piedra,

abrillanta follajes y clarea

las altas torres de la gris iglesia…

 

el río oscuro de mi sangre siente

que el oro de la luz también lo alcanza,

y un paisaje otoñal en él se mira

cuando en la zona de mi pecho pasa.[9]

 

              La ausente 

 

                    a la memoria de mi madre

 

Ahora que no estás

digo tu nombre

y es una lámpara que enciendo

en el silencio de la casa

cuando la noche entra.

 

Tú nombre al mediodía

sobre el mantel revive

el olor de los sencillos platos

que hacías con amor.

 

Tu nombre

renueva en todas partes

las huellas de tus manos

y hace surgir en las habitaciones

tu continuo trajinar

que proclamaba

aquel velar por los tuyos

y la casa.

 

Y a toda hora

tu nombre es necesario

para creer que estás entre nosotros

y es tiempo todavía

para la esperanza.[10] 

 

                  Otoñal

 

San Gregorio se ahoga en la neblina

de los últimos días otoñales

(Encanecido ciego

clamando por la luz y el aire)

 

La bruma llena el corazón del día

y si el pájaro vuela no se sabe.

La noche con eléctricos faroles

empuja la ceniza y no la abre.

 

El amigo que pasa es un extraño.

Espectros son las  casas y los árboles.

Y yo mismo pareceré un fantasma

que desanda la calle.[11] 

 

           El niño y la cometa

 

Un chiquillo de mi barrio

- asiduo gorrión de aceras-

con ingenio y como pudo

se fabricó una cometa.

 

En el baldío halló todo

lo que buscó para hacerla:

diarios viejos, nilón, trapos

y astillas de caña seca.

 

Le puso un hilo cortito

- adición de piolas viejas-

y tenía que correr

para en vuelo mantenerla.

 

Sudoroso y despeinado

pasaba frente a mi puerta,

con el bracito extendido

tironeando de la estrella.

 

Y aquella cometa era

- tan pequeña y contrahecha-

unas veces mariposa

y otras veces tijereta.

 

Un día la vi quebrada

caída en una cuneta.

Y una tarde que llovía

marchó el torrente con ella.

 

Y el chiquillo, ya olvidado

de su frágil compañera,

vio - extasiado - cómo el agua

jugaba con la cometa.

 

Las cometas de mi infancia

en setiembre vuelvo a verlas,

y vuela y sueña mi alma

como en las tardes aquellas.

 

Pero una cometa, nunca…

(viejo corazón, ¿recuerdas?)

que fue sólo mía y tuvo

una sola primavera.[12] 

 

          Mañana campesina

 

La mañana todavía

tiene húmeda la cara

y olor a heno de establo

y a leche de la ordeñada.

 

Varias golondrinas sesgan

el aire celeste y malva

lleno de píos y trinos

de ruidos, gritos y parla.

 

Canta la rueda del pozo

con el cántaro de agua

que al recibirlo la luz

relumbra como de plata.

 

El lazo vuela en el campo

entre hopas y algazara

y en el verde de la huerta

anda brillando la azada.

 

Un vilano dijo sí

a la brisa que pasaba

y se fue feliz con ella

hasta enredarse en los talas.

 

El alambrado parece

un inmenso pentagrama

donde los gorriones son

notas móviles y pardas.

 

Despertóse el romerillo

cubierto de telarañas

y en medio del campo es

un velero que no avanza.

 

El churrinche le da al árbol

una florcita encarnada

y la chimenea envía

al cielo una nube blanca.[13] 

 

         Pegasillo

 

Como andabas silencioso

nadie salía a mirarte

ni notaban la presencia

de tu paso por las calles.

 

Y cuánto. Pegaso humilde,

yo Quijote, tú caballo…

Sumiso tú, obedeciendo;

yo, sobre ti palabreando.

 

Mas de aquella andanza nuestra

por la redondez del pago

lo saben los macachines

las margaritas y el árbol.[14] 

 

        De otro tiempo

 

Mi padre hacía carbón,

mi madre lavaba ropa;

qué musical era el monte

y el agua qué rumorosa.

 

Con el carbón de mi padre

los pobres no tenían frío,

con el lavar de mi madre

los ricos andaban limpios.

 

Con oficios tan humildes

ellos tuvieron sus logros:

hacer feliz a otro pobre

y a los ricos, ostentosos.

 

La gente de aquellos tiempos

como mis padres pasaron…

pero entonces yo era un niño

y de allá vengo a contarlo.[15]

 

       Cinacinas

 

Cinacinas de mi pago

aguerridas y longevas,

lozanas en cualquier parte,

crecidas en donde quiera.

 

Ariscas y desgarbadas

(mas no faltas de belleza)

a orillas del caserío

donde viven con modestia.

 

Cómo podría olvidarlas,

si allá en mi niñez lejana

fueron verdes mis veranos

y de amarilla fragancia.

 

Las recuerdan mis pupilas

enfiladas  en los cercos,

aquí y allá en el camino,

solitarias en los cerros…

 

Imposible imaginar

nuestro paisaje sin ellas,

adonde los ojos iban

estaban fieles y quietas.[16]   

 

           Panadero

 

Panadero de mi pueblo

que de casa en casa vas,

con el pan recién salido

de tu horno familiar.

 

El sabroso pan que vendes

siempre me recordará

las roscas que hacía mi madre

bajo el frondoso parral.

 

Tarde a tarde nos visitas,

imposible más puntual;

si algún día no vinieras

el barrio te extrañará.

 

Tantas cosas se nos fueron

que son sólo historia ya,

¡qué no le falte a mi calle

el aroma de tu pan. [17] 

 

                    El lago

 

El lago reverbera

bajo este sol de enero que fustiga y calcina.

Cual  un gigante hongo que en la orilla creciera,

un sauce soñoliento sobre el agua se inclina.

 

Buscando en el bochorno un poco de frescura,

algunas bestias llegan a las aguas amigas

y bebiendo con ansias la linfa que fulgura

alivian sus fatigas.

 

Después llega el ocaso y el lago se transforma

en azulado espejo donde todo se mira.

Bajo la noche, luego, pierde color y forma

y sólo es algo oscuro que late y que respira.[18] 

 

                El adiós de la tarde 

 

La tarde está muriendo lentamente.

Las nubes tienen ígnea cabellera:

inmensa hoguera

ha levantado el sol en el poniente.

 

La pupila azul del lago

se cubre de morado terciopelo,

y desde la tierra al cielo

tiñe el aire un tinte vago.

 

Rumbo a la isla pasan dos

aves de largas zancas,

son tal vez las manos blancas

con que la tarde dice adiós.[19]  

 

             Domingo

 

Sentado aquí, mirando la ciudad

desde estos ventanales

(mientras el cigarrillo

su neblina expande

y la taza de té

levanta su olor suave)

bueno es saber

que hoy el reloj no late

porque este tiempo es mío,

que siempre  habrá una tarde

donde podré sentirme

algo más que esta piel, sufrida y anhelante,

y ser, semanalmente,

un hombre que renace. [20]

 

                A San Gregorio

 

Locura, vocación. empeño, ruta,

mi humilde iniciación de caballero,

pasión y amor y triunfos y derrotas,

todo tuvo lugar bajo tu cielo.

 

Por eso, desde aquel lejano día,

tu ilustre nombre yo grabé en mi escudo;

por puro amor, por agradecimiento,

por lírica ilusión, por hijo tuyo.

 

Más de una vez mi descontento viste,

cuando alguien me nombraba en algún lado

y por error o desconocimiento,

oriundo me creía de otro pago.

 

Por Chile, Cuba, España y Argentina,

siempre tu nombre al lado de mis versos;

nunca  anduviste con ninguno tanto

ni nadie te llevó, cual yo, tan lejos.

 

Mi canto tiene muchas direcciones,

pero jamás olvido este camino;

registrar en mis versos tu existencia,

porque siento en mi pulso tu latido. [21] 

 

                        Si un día

 

Si un día, San Gregorio, me fuera de tus calles

y el suelo de otro pueblo sustentara mi planta,

cómo olvidar que en ellas

anduvo mi esperanza

y alguna vez maldije

de aburrimiento y rabia.

 

En ti empezó mi vida

y transcurrió mi infancia.

Aquí mi juventud

pudo agitar sus alas

y dichas y pesares los  contempló tu cielo.

Cómo olvidar, entonces, si tu bondad fue tanta.

 

Aquí todas las cosas

dirán siempre mi nombre,

porque aquí vine al mundo

y llevo muchos años

entre luces y sombras.

 

Aquí todas las calles,

las casas y los árboles

me extrañarán un día…

Entre ellos anduvo

la inquietud de aquel niño….

y el ave de mis sueños

vuela y canta.[22] 

 

                    Aquí

 

No será "en París con aguacero".

Ni en Roma ni en Madrid con sol o nieve.

En mi tierra será, con lluvia o con pampero.

En el pequeño lar que propició mi sueño

y tiene, a pesar suyo, babosas y alimañas.

 

Ni en Roma ni en París, mirados como en fuga…

Ni tampoco en Madrid con amigos que quiero.

Aquí, en este pueblo que pisé tenazmente

y guardará (¿por cuánto?) memoria de mis suelas.

¡Aquí!

Donde escribí mis libros.[23]

Y donde soy feliz. 

 

                      Apego

 

Estas pequeñas cosas que a la vida nos atan

y que son nuestra historia de la felicidad….

El rinconcito tibio de nuestra humilde casa,

el libro que escribimos, las tardes junto al mar.

 

Cuando el vivir declina, es mayor el apego,

y parece que el irnos nos va costando más.

Quisiéramos más años para seguir gustando

de las cosas sencillas que a nuestro lado van.

 

Pero es inútil todo.

El afán que sentimos no nos puede salvar.

Y nos vamos un día dejando lo que amamos

y un lugar en la tarde, a la orilla del mar. [24] 

 

 

                      Legado

 

Les lego este lugar donde amarán con dolor,

y un antiguo grimorio que contiene muchas claves de la vida.

Por si alguno prefiere la caballería,

le dejo mi Pegaso enfrentado al mar.

Y si otro siente inclinación por las rosas

ahí están mis rosales y el manual…

También les queda el Fuego

para que cada uno llegue con su caña

y encienda su propio hogar.

Además les confieso que el lobo existe.

Pero también el unicornio de oro,

y a él sólo se llega por el Camino de Santiago.[25]


Referencias


[1] De Cosecha Anual", 1964

[2] De "Poemas". 1978

[3] De "poemas", 1978

[4] De "Memorias" 1976

[5] De "Memorias" 1976

[6] De "Memorias" 1976

[7] De "Memorias" 1976

[8] De "Cosecha Anual" 1964

[9] De "Poemas", 1978.

[10] De "Simplemente un Hombre", 1967

[11] De "Simplemente un Hombre", 1967

[12] De "Elegías y canciones" 1980

[13] De Manojo" 1980

[14] De "Trovas de este y otro tiempo", 2001

[15] De "Trovas de este y otro tiempo", 2001

[16] De "Trovas de este y otro tiempo", 2001

[17] De "Trovas de este y otro tiempo", 2001

[18] De "Cosecha anual", 1964

[19] De "Antología", 1975

[20] De "Poemas" 1878

[21] De "Antología" 1975

[22] De Aquí" 1978

[23] De "Manojo", 1980

[24] De "Los ritos y los miedos" 1985

[25] De "Los ritos y los miedos" 1985

por Marta de Arévalo

Ver, además:

                      Enrique Amado Melo en Letras Uruguay

 

                                                     Marta de Arévalo en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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