Mirada singular

Prólogo a “La Vida Ajena” de Enrique A. Melo

por Marta de Arévalo

He leído una y otra vez esta obra de Enrique Amado Melo. Hasta ahora conocía su poesía. Excelente poesía de un autor fecundo y  consagrado,  laureado merecidamente en varias ocasiones, que nos ha ido entregando  libro a libro poemas sencillos y hondos, armoniosos en su técnica y claros en su pensamiento, que bien saben conmover al lector.

Ahora nos deleita y nos descoloca con estas instantáneas  en prosa que vienen a  representar en narrativa, lo que el haiku, ese breve poema  japonés, que puede expresar el Todo en un mínimo de simbólica sugestión. Ya que aquí se ha plasmado  con brevedad ejemplar, en estilo sencillo, conciso y eficaz,  todo un muestrario  calidoscópico de las contradicciones del individuo. 

A simple lectura   cuesta convencernos, a fuerza de admiración, - y talvez, por contraponer la  sencillez de su lenguaje llano y exacto,  a la descarnada y  terrible verdad que nos expone-,  que estamos recorriendo un pequeño breviario de miserias cotidianas  que resulta ser la fotografía  más cruel, lúcida y verdadera de la humanidad transida de soledades.

 

Melo ha levantado velos, penetrado máscaras y roto caparazones.

 

Mirada singular  la de este autor que ha elegido asomarse a la vida de los otros  en una suerte de pase mágico, donde la conciencia del observador adquiere, en fugaz espacio de tiempo, la plenitud de la vida del observado.  El observado. Anónimo individuo  sin nombre ni filiación en casi todos los casos,  que por lo mismo, puede ser cualquiera de nosotros.

 

La mirada implacable y radiográfica del autor puede penetrar desde el instante, en el todo singular de una sicología.  Así desfilan en estas “ variaciones”, en estas “historias”, estos tipos humanos que pudiendo ser cualquiera,  invitan al lector a ver a  sus propios conocidos, y aún, a sí mismo, en sus múltiples y variadas facetas. Con sus fobias sin control, sus manías inconscientes, sus impulsos irrefrenables, sus tristezas, sus vergüenzas, sus dolores escondidos.

 

Enrique Amado Melo en estas vidas ajenas, desnuda a los humanos de su ropaje convencional, de sus máscaras sociales, de sus férreas caparazones, donde cada cual se atrinchera  como puede o como sabe, para disimular sus angustias, sus miedos, sus ansias reprimidas. Para disimular  su vacío  existencial.

 

Singular mirada  para escrutar la vida ajena. El autor no acusa ni reprocha ni juzga. Sólo testimonia. Que al fin, ese  es uno de los atributos y deberes del escritor como ser social.

 

Y no sólo  desnuda “la vida ajena”, también nos dice, dando fe de lo que hemos expresado, que “la vida ajena es también la nuestra”,  y  expone en la parte final, en  retazos de recuerdos, sus propias frustraciones  y nostalgias.  Una manera honesta de  declararse  igual al prójimo. Tan solo y desvalido  y expectante como todos los demás.

 

Así, el poeta que ha podido cantar recordando a su madre: “Ahora que no estás / digo tu nombre/ y es una lámpara que enciendo / en el silencio de la casa / cuando la noche entra.”,  declara con valentía, con orgullo de su límpido origen  campesino,  la honesta sencillez  de la madre, cuando expresa: ” Mas  hubo un tiempo (ella contaba) de un único batón, al que lavaba por la noche  y a la mañana siguiente se ponía”

   

Así también, este relator de mirada penetrante, enfrentado al reportaje televisivo, donde debe contestar preguntas idiotas sobre su arte sagrado de poeta,    es capaz de impulsos súbitos y reacciones  intempestivas, no entendibles  para quien lo  entrevista.  Quizás, ni siquiera sospechadas para él mismo. Porque los impulsos nos nacen desde adentro y de súbito, desvirtuando protocolos aprendidos, arrancando sin miramiento  nuestras máscaras más compuestas. 

 

Y puede también, este singular observador, demorarse en la nostalgia  de su antigua casa demolida. Aquella  caparazón cálida que dejó en el camino...”  porque es el mismo poeta reflexivo que nos ha dicho “ Rescatar a aquel hombre yo quisiera / que en el camino  se me fue quedando / y un día, no sabré cómo ni cuándo, / definitivamente lo perdiera.”

 

Y a pesar de esos sugestivos versos, nos atrevemos a contradecir al poeta, porque creemos que nunca se perdió. Siempre estuvo en sí mismo, yendo y viniendo de sí y de sus cosas, con el “corazón entonces, desprevenido y solo” pero creciendo en  lucidez e iniciado en sabio desde el poema,    para descubrirse  al cabo, único en su centro  y exacto  a los demás.

 

Marta de Arévalo
15 de Junio, año 2000
    

 

De “La vida ajena” 2000- Enrique Amado Melo (1934-2005)

 

El hombre tiene  la sensación  de que  desanda el mismo túnel de sus ensoñaciones; pero ahora hacia una tiniebla profunda, mientras el  ulular de la sirena le va inyectando sueño....” ( P.10)

“Un sueño

Desde que enviudó suele soñar con su marido. Y aunque no son sueños agradables, no le ha inquietado su recurrencia. Pero anoche soñó que le endulzaba, gota a gota, el té de la mañana, mientras su pensamiento repetía entre vengativo y victorioso:”Esta será tu última dosis” La euforia con  que su propia voz la despertó, se convirtió, repentinamente en espanto, pues ahora teme que alguien pueda conocer su sueño.”(p.13)

“Deseo de morir

La primera vez que sintió deseos de morir fue a los ocho años, cuando una penitencia por algo que había hecho lo sumió en un dolor de días. En la adolescencia, la pérdida del primer amor lo tuvo largo tiempo en un renunciamiento de todo, o casi todo, con el convencimiento de que poco  a poco aquella conducta lo conduciría a su aniquilamiento.

Cuando enviudó, deseó como nunca estar muerto, pero había que continuar porque los hijos lo necesitaban.

Hoy tiene ochenta y cinco años, en el asilo lo asean, lo visten y come por mano ajena; pero ahora no piensa en morirse.” (p. 23) 

“Propaganda en TV

He aquí un grupo de jóvenes bien vestidos, que ríen, conversan, se abrazan, se besan... Tienen status, son sanos, son amigos, son felices. Un gusto idéntico y ostentoso por el mismo producto los nuclea, los distingue, los identifica. Una escena envidiable destinada a seducir, contra la que nada puede la tímida advertencia que, al pie de la pantalla, se ahora entre tanto esplendor.

Y una ironía en esta habitación donde mi padre, desde hace cinco años, lucha con el asma y la tos.” (p.34)

 

“Que cosas che

Siempre le atrajo más tu cuerpo que tu hazaña. Cuando otros se preguntaban “cómo las estabas pasando” ella pensaba en “lo que te estaría faltando”. Y cómo se imaginaba en la selva, allá, contigo.

Luis, en la cama. una vez le dijo: “Viste, parece que ese tipo nos estuviera mirando, y aunque ríe, nos envidia” . Y otro día: “¿Por qué no cambiás al barbudo ese por uno de los Beatles que son más divertidos?”

 

Ya eres historia, Che, más todavía en alguno de sus ensueños la posees.” (p.21)

 

Noticia del autor  

Enrique Amado Melo (1934-2005) Profesor de Idioma Español y de Literatura. Docente de larga trayectoria, fue director del Liceo de San Gregorio de Polanco, Tacuarembó, su pueblo natal, donde residió toda su vida.. Al mismo tiempo, poeta fecundo y dedicado, ha sido distinguido con Premios del Ministerio de Educación y  Cultura, la Intendencia Municipal de Tacuarembó, e instituciones privadas, dentro y fuera del país.  Inquieto viajero  (romero, en su decir poético) recorrió países de América, Europa y Medio Oriente. Su poesía, honda y clara, conmueve al lector, y trasciende  desde diversas publicaciones  hispanoamericanas y desde sus libros:  Barro Y Estrella”,  “Simplemente un Hombre”, “Elegías Y Canciones”, “Los Ritos y los Miedos”,  “La Noche de San Juan y otras Ausencias”, “Los Versos del Romero”, por nombrar sólo algunos de los poemarios, con que este autor se ha hecho reconocer en Uruguay y fuera de fronteras.

por Marta de Arévalo
15 de Junio, año 2000

Ver, además:

 

            Enrique Amado Melo en Letras Uruguay

 

                                                     Marta de Arévalo en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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