Muchos montevideanos
le quieren ver a su ciudad,
empecinadamente,
rostro, vestir y maneras
de anciana señora modosa.
Se niegan
a mirar a los ojos su pasado
-que a cada rato es otra vez presente-
de puta llegada a este puerto
escapada de su hambre natal en Polonia u otro sitio
de una Europa bastante distinta
de la que se soñaba por aquí.
Menos
desean asumir su condición
de pobre piruja sudaca con pretensiones.
Pero menos aún
aceptan verla como a la pobre muchacha
a la que largo tiempo sedujo el señorito
para luego tirársela
a los matones de su séquito.

Juan de Marsilio
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