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En elogio del dulce de membrillo


"(Cuando era día de fiesta o estábamos tristes, comíamos dulce de membrillo.)"

                                                                                            "La pelota", Felisberto Hernández

poema de Juan de Marsilio
juandemars@gmail.com

                I

Hay algunas cosas mínimas
que a los pobres los hacen reír o llorar
desde lo más profundo sin que nadie
que no haya sido pobre alguna vez
pueda entender las causas de tales reacciones.

Todavía no logro discernir
(tras años de pensarlo)
si es la existencia de esas pequeñeces
o el modo en que los pobres reaccionan ante ellas
lo que hace que no tenga ni vestigios de duda
de que Dios existe siempre
y de que algunas veces
anda de un humor dulce y melancólico.

                II
 

Amarillos y grasos los ojos
del plato de sopa miraban
mis ojos asombrados.

No se apaga ese brillo amarillo
tantos años después.

Tengo la edad que tenía mi abuela
cuando hacía esa sopa de asombro.

                III

Aquellas atroces tortillas de arroz.
Sabía mamá trabajar como burra
pero no cocinar
(y además abundaba la escasez en mi casa).

El fin de mes que comenzaba el diez.
Como burra sabía mamá trabajar
pero pagarle bien
rara vez lo supieron sus patrones.

Viviría de nuevo esa niñez
- "una vez, otras cien, otras quinientas" -,
mi niñez que no sé si fue feliz,
mi niñez con el Zorro en la tele
marcando con la zeta del ridículo
a todos los malvados con los que se cruzaba.

                 IV


En elogio del dulce de membrillo
quisiera saber escribir
otros versos mejores que estos versos.

Quisiera también
que no fueran verdad mis cuatro décadas
huyendo de mi infancia de dulce de membrillo
pero soy el que fui,
no el que hubiese debido.

No supe entender el honor,
el alto privilegio que implicaba tener
que endulzar la merienda con lo mínimo
sin que nada sobrase pero sin
que faltara lo justo y necesario.

Los corazones de la gente buena
están hechos de dulce de membrillo.

                  V

Los nísperos
deben comerse
a la siesta, calientes y en la altura
y tomados en préstamo
del árbol
de alguna
vecina
a veces compinche y a veces
feroz enemiga
(en ámbitos académicos
se debate aún
en cuál de los dos casos
resultan más sabrosos).

                 VI

En mi infancia, los dientes torcidos
no eran cuestión de importancia, tal vez
porque los aparatos costaban un platal.
Sin embargo aprendimos
a sonreír y a morder
- aunque de modo heterodoxo -
a pesar de la ausencia de ortodoncia.

Bien está que, con otros dineros ahora, confiemos
el recto crecimiento de los dientes
de las hijas e hijos que la vida nos dio
a los más competentes y más caros
ortodoncistas.

Pero lo de enseñarles
los criterios y técnicas
para morder y para sonreír
nos sigue tocando a nosotros,
los padres.

                 VII

En elogio del dulce de membrillo quisiera
poder amasarte esa masa de hojaldre ligera y crujiente
que sabía amasar mi abuela Gloria
y freírtela en grasa sin que luego
fuese cada pastel una bomba en el hígado
sino, por gran milagro,
una feliz caricia de dulzura.

Te lo puedo contar. A más no llego.

                 VIII

(Texto para uruguayos cincuentones, 2017.)

¡Qué años de mierda los años del fin de mi infancia!

Casi cumplía diez cuando llegaron.

Tenía
cuando se fueron
veinte años y seis meses.
Luego no aprendí nunca
a salir a la calle sin los documentos.

¡Qué años de mierda los años del fin de mi infancia y también
los de mi adolescencia! Sin embargo
"una vez, otras cien, otras quinientas"
volvería a vivirlas aunque sé
que no fueron felices (o por lo menos
no lo fueron según suele entenderse).

                    IX

Las tapas de los libros eran puertas.

Luego perdí los ojos de la infancia.

Después leer no fue la misma cosa.

Los ojos de la infancia son unas mariposas
que se vuelven orugas con el tiempo.
 

                     X

Los ojos de buey de los barcos de las películas
me hacían acordar
de los vidrios redondos de las
latas de galletitas
del almacén de Doña Maruja,
compradas en paquetes,
entre marrones y grises,
de papel de estraza
- "astraza" le decíamos nosotros
antes que la Academia
nos diese la razón
y "astraza" dice aún nuestra memoria,
que continúa hablando en popular.

Los cargamentos nunca
pasaron de cien gramos por travesía.

                   XI

"...i poeti laureati
si muovono soltanto fra le piante
dai nomi poco usati: bossi ligustri o acanti."

                                              Eugenio Montale

En elogio del dulce de membrillo
sé bien que deberían escribirse poemas
mejores que este pobre que con torpeza tramo,
pero andan los poetas laureados ocupándose
de una plantas de nombres misteriosos
y otros temas afines
dignos de su talento y condiciones.

En elogio del dulce de membrillo
debería escribirse que hay cosas excelentes
cuya sola existencia es el mejor
elogio que pudiera hacerse de ellas.

                    XII

" C'est le Diable qui tient les fils qui nous remuent !"
                                                         C. Baudelaire

Tratar de evitar la miseria está bien.
Mejor aún hacer por mitigar
la miseria del otro.
Es excelente el que de veras trata
de abolir la miseria, salvo si
trata de hacerlo fusilando míseros.
Quede, pues, sin disputa establecido
que está bien intentar evitar la miseria.
En cambio huir de la pobreza simple,
dela falta de lujos más bien superfluos,
de la monotonía en el menú,
del atuendo no muy despampanante,
del trasladarse en ómnibus o a pie
como si de la lepra se tratase
y estar dispuesto a cometer delitos
menores y medianos inclusive
con tal de no ser pobres no puede ser correcto.

Lo hacemos, sin embargo,
vaya a saber por qué.

                     XIII

La pobreza pasada se queda pegada a la lengua.

Uno,
que ha echado buenas,
un mucho por trabajo y otro poco
porque ha tenido suerte,
almuerza en restaurantes un poco más
que de medio pelo,
pero pide al final del yantar
aquel postre sencillo, literario y gauchesco
de los austeros días infantiles.

No faltan alrededor
los que habiendo pedido algún postre
que ni siquiera saben pronunciar
lo miren a uno cual si se tratase
de un rústico,
de un grosero
que les viene a amargar la digestión.

La pobreza pasada se queda
pegada a la memoria de la lengua
pero no todos sabemos
saborearla bien.

                       XIV

"Je me souviens de l'annonce de la mort de Brassens."
                                                            Georges Pérec

Ya de chico sabía conversar con los muertos
sin sorprenderme de que estuviesen
más vivos que algunas
de mis tías viejas.
Ya de chico escuchaba canciones o veía películas
varias décadas más viejas que yo
como si charlara con mis condiscípulos.

Ya de chico vivía transido de saudade,
aunque no conociera la palabra
- me la explicó Vinicius unos años después.

Ya de chico sabía con la piel
varias verdades que no entiendo aún
pero defendería con la vida.

Ya de mayor,
ahora,
todavía me acuerdo
- lo vi por Canal 5 alguna tarde -
que Orfeo en la película se quedó sin Eurídice
por dejar de mirar hacia adelante.

                         XV

Pero ahora me acuerdo, de repente,
que era la Muerte quien se enamoraba
de Orfeo y que la muerte se llamaba
en la vida real María Casares
y que había nacido en La Coruña,
hija de un abogado, Don Santiago
Casares Quiroga, que fuera
defensor de anarquistas y Presidente
de Gobierno algún tiempo en la República,
estando ya tuberculoso pero
que muriera exiliado en el '50.
Misma actriz que en "Los libros arden mal"
- gran novelón del gran gallego Rivas -
recibe a vuelta de años en París
un libro de su padre salvado de la quema
que hicieran los franquistas allá en el '36.

Ya de chico sabía que la Muerte
tarde o temprano se enamora de uno
pero no me importaba.

Será porque soy hijo de Dios y de la vida.

                          XVI

Sin desmedro del dulce de membrillo
ni del eterno elogio que merece
les debo confesar que en algún tramo
de la infancia que no me causa orgullo
no me gustaba el dulce de membrillo.
Me avergonzaba mi familia pobre
aunque no miserable.

Alguna envidia alguna vez sentí
de los lujos que algunos compañeros
exhibían ufanos.

Supe después que algunas veces uno
aunque es feliz no logra darse cuenta.

                         XVII

Nada más volverás con la memoria
a esa calle que andabas cuando el cielo
quedaba casi un metro más arriba.
Algunas casas casi no han cambiado
y en algunas residen
esos adultos tan impresentables
que la vida ha forjado con los niños aquellos
que jugaban conmigo a la escondida.
Alguna tarde de esas,
sobre el fin de la infancia,
cierta dulzura se nos escondió
que después no ha emergido casi nunca
de las aguas barrosas de ese estuario
que forman la memoria y el olvido.

                         XVIII

Nos hacían leer esos libros tristísimos
- "Platero",
"Corazón"-
tal vez porque la vida luego es triste
y no querían que nos destrozara,
tal vez para inyectarnos su tristeza
no fuera a ser que fuéramos felices.
Nuestra estética es algo melancólica...
Cuando he llevado a mi sobrino al cine
a ver la última entrega
de "Rápido y furioso",
a los cinco minutos estaba ya dormido.
Me ha dicho mi sobrino que roncaba.

                         XIX

Logra la barca del recuerdo a veces
remontar la corriente hacia el origen
y es como estar ahí...
Pero fluir es el deber del río
y fluir es fluir hacia adelante,
hasta ser parte de la mar inmensa.

                         XX

En crudo nunca te lo comerías:
una rosácea la Cydonia oblonga
muy dura de tragar por lo reseca
- su fruto es duro y astringente y agrio,
según la wikipedia,
y debe ser así si allí lo dice -
una rosácea dura de tragar,
pero que con paciencia y con azúcar
se vuelve una conserva muy durable,
ideal para comer en el invierno.
Tal vez también del hombre
algo pueda sacarse
bueno, si se lo trata
con dulzura y paciencia.

Juan de Marsilio
juandemars@gmail.com

 

 

 

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