Doce poemas prétumos 
(amén de dedicatorias, introcucción y prólogo)
Juan de Marsilio

Dedicatoria

Como todo lo que escribo, este trabajo está dedicado a todos los que quiero, que con diversas índoles de amor, son buena parte de los seres alguna vez vivientes. De entre semejante masa, elijo destacar a dos colegas y amigos: Alma Chirico y Pedro Balbi.

Introducción al tema

“Prétumo” vendría a ser lo opuesto a póstumo, es decir, lo prétumo es lo que vivimos mientras logramos mantener medianamente compaginada nuestra corporalidas y antes de que la misma vaya a dar a la tumba. La vida que otros seres toman allí de nuestros cuerpos y la actividad fisicoquímica que la materia que nos hubo constituido desarrolla en ese ámbito también me parecen maravillosamente poéticos, pero, por cosas que me andan pasando quiero escribir de lo del más acá, pero vivido teniendo en cuenta que estamos de paso.

En cuanto a lo del más allá, como católico, tengo firme fe en que, de un modo que no entiendo, el buen Dios nos conserva vivas las almas en otro mundo en el que lo peor que nos puede pasar es que nos hagan justicia y lo mejor, que nos tengan misericordia, cosas ambas escasas de este lado. Tengo también confianza plena en que, de manera que tampoco me imagino cuál sea, resucitaremos un día en la carne. Pero con todo y tener la certeza de que la muerte es esa “mejor nacencia” que pedía Maragall en su “Cántico espiritual”, me siento “ser para la muerte” en lo de tener que vivir con la certeza de dejar algún día los ámbitos amados: mi carne, mis amados y mi mundo. Por mucho que me parezca glorioso el cumplimiento de las promesas en que tengo fe, no me resulta posible vivir semejante tránsito sin algún desasosiego.

Así pues, estos poemas no son prétumos en el sentido de “escritos en vida” – prétumos son también, si nos atenemos al momento de su creación, los trabajos que se publican luego de la muerte de su autor – sino en el de estar enfocados en nuestra pretumidad, o al menos en la conciencia que tengo de la mía. Esto determina que este trabajo se incluya – microscópico grano de arena – en la tradición del tema de la vida concebida – entre otras muchas importantes cosas - como un aprendizaje de la buena muerte.

No es por necrofilia. Se trata simplemente de que estoy convencido de que es imposible hallarle un sentido a la vida sin hallar un sentido de la muerte, o mejor, de la mortalidad, que al cabo nos obliga – aunque no ella sola – a buscarle un sentido a la vida. Y no solo concebida como existencia global sino también como sucesión de momentos que debieran valer la pena.

Andamos cerca, a veces, de dar el salto. En general, cuando escapamos apenas de la huesuda. También, aunque con menos poder de convicción y por menos tiempo, cuando sólo creemos - en alguna crisis hipocondríaca – que anduvimos por morirnos. En la mayoría de los casos, pasado algún tiempo, volvemos a la rutina y esa especie de iluminación se nos pasa. Pero lo que vivimos iluminados – y lo que viven esos pocos que se iluminan permanentemente – le hace bien a la especie y a los individuos.

También alcanzan no poca lucidez acerca de la vida los que agonizan lúcidamente. Varios escritores han dejado buena obra acerca de su propio irse muriendo. 

¿Pero qué pasa si no nos toca la experiencia de estar por una para salir? ¿Y si no queremos esperar a estar por irnos para intentar aprender alguna cosa acerca de qué sea estar vivos? Creo en que somos el único bicho capaz de aprender reflexionando, entre otras cosas, acerca de la experiencia ajena y la intuición propia. Somos también el único animal capaz de pensar acerca de eventos futuros. Por eso me parece cosa de las más sanas, para vivir mejor y mientras estamos vivos, reflexionar un poco sobre la muerte.

Nota: Si el lector encontrase, sin comillas, textos que reconoce como de otros autores, sepa desde ya que los he copiado sin sonrojo alguno pero también sin pretensión de hacer pasar por mío lo que es ajeno.

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