Certezas mínimas  
Juan de Marsilio

            I (dólares)

 

No te vendés

a nada ni a nadie bueno

si el importe

te lo abonan en dólares

americanos

que más allá de su baja coyuntural

siguen siendo moneda

de un imperio enemigo.

 

Si te vendieras en euros

serías algo así como una de esas

muchachas bonitas y cultas

que aceptan regalos costosos

de vejetes de buena posición económica.

 

No te vendés

a nada ni nadie bueno

porque te vendés

y no importa si el pago te lo abonan

en piastras o en florines

en zlotys o en rupias.

 

Y si te vendieras pero el comprador

se fuera sin pagarte

no vengas a buscar mi compasión

llorando que te habías querido vender  a crédito

pero fuiste estafado al contado

en moneda constante y sonante

pues lo imbécil no quita lo vendido.  

 

 

            II (porvenir)

 

El muchacho y la muchacha

fuman marihuana

– él le está enseñando

cómo se fuma

eso –

poco antes de mediodía

a la vuelta del liceo

y por más señas a metros

de la puerta trasera

por la que se entraba

cuando yo era alumno

al gimnasio

– hace como diez años

que no puede usarse

y no hay dinero para

repararlo – .

 

Yo doy aviso aquí a los compañeros

que se abocan ahora a tareas

gubernamentales

de que estoy disponible

para cuando decidan dirigirnos

en acciones útiles

sobre estas cuestiones

y les suplico

que si no lo deciden así

se abstengan

de usar en sus discursos

palabras como “jóvenes”,

“flagelo”, “educación”

y sobre todo

“porvenir”.

 

(Es más que inaceptable

un liceo

diez años sin gimnasio).

 

 

            III (algo más que política)

 

Yo me afilié al Partido Socialista

– esto no es un poema,

me disculpen –

allá por los veintiuno de mi edad

cuando mi patria emergía

de lo horrendo y atroz

para hundirse después en lo que luego vino

y yo no sé calificar con la ecuanimidad

y el rigor académico que sin duda merecen

quienes se tomen el trabajo

de leer esto

que no es un poema.

Muchos de mis amigos por esos días

se hacían comunistas, que es una

religión con la que no comulgo

mas sin andar diciendo por ahí

“de esta agua no he de beber”

ni “quita, quita ese horror,

que no soy ortodoxo”

ni otras mariconadas de esas

que esgrimen a falta de más argumentos

esos que no se atreven

a ser de centroderecha

y además parecerlo.

 

Yo me afilié al Partido Socialista,

decía,

cuando etc., etc. y desde entonces

voy por la misma senda y eso qué

no me han dado ni cargo ni beneficio

ni me los han de dar,

seguramente

– me disculpen,

de nuevo,

que no tenga el buen gusto de mentir

que no los apetezco,

pero suelo decir lo que pienso y además

esto no es un poema,

y que los apetezca

no significa que 

me hubiera por eso afiliado al Partido

ni que por eso en él permaneciese.

 

Mucho

de lo que de veras creía por entonces

no lo creo ya

pero es porque de veras no lo creo 

y no porque hubiera dejado de convenirme

creer en ello ni, peor aún,

porque me conviniera

pasar a creer en lo opuesto.

 

Pero hay un núcleo duro,

un mínimo puñado

de certezas mínimas

que no habré de perder ni que el mundo

se estuviese acabando.

 

Dejo por testamento que se me vele

a cajón cerrado

con ese ramillete de certezas

encima de la tapa

– y también con mis dudas,

porque también a ellas les soy fiel –

y que se tomen los compañeros dos o tres copas

a la salud de mi alma o de mi memoria,

según lo que sepa creer cada uno,

y si me lloran,

que me lloren poco,

que bastante tendré con estar muerto

para encima tener que consolarlos.  

 

            IV (regresando)

 

Levemente ondulados esos campos.

Levemente poblados.

Breves ganados, doblemente breves,

sobre tamaño verde dibujados

– casi perdidos

los ganados esos

de tan desperdigados

por esos campos casi desolados – .

Con la sierra reciente a mis espaldas

de tiempo en tiempo cruza la extensión

algún ave de presa por si hubiese

algún ternero muerto

u otro manjar así.

Regreso por la ruta a la ciudad

tras sepultar en el lugar de origen

un familiar difunto

que ni me ha dolido nada

– y no sufrir es mi mayor dolor. 

 

            V (disculpas)

 

He cometido todos los errores

y algunito más.

Las más de las veces

ha sido sin darme cuenta

o al menos no demasiado.

Pido perdón

por los muchos errores

que repetiré a futuro

con plena consciencia

de estar haciendo como que

lo hago sin intención. 

 

            VI (muchacha)

 

Éramos mucho más jóvenes

por aquellos años

– aunque a mí

lo joven

se me notaba

mucho menos –

e íbamos juntos por esas aceras

que daban casi siempre

en las camas alquiladas

de esos hoteles sórdidos de tan higiénicos

donde el amor imperfecto y glorioso

da sus batallas contra

otras cosas que son parecidas

al amor pero acaban por matarlo.

 

Ahora

cuando sé que amor perfecto

hay nomás el de Dios

y construyo la vida

con una

que elegí y me eligió

para honrarnos, amarnos y respetarnos

con el sueldo recién cobradito

pero también a fin de mes

y para soportarnos los defectos

con mutua paciencia,

ahora,

te decía,

no me arrepiento para nada

de casi nada de todo aquello

– pero te pido disculpas

por alguna que otra

marca de mis dientes

en tu fina piel

y más por las huellas

que en el alma te hubiera dejado

mi cinismo principiante

de por aquellos días.

 

 

            VII (defectos y virtudes)

 

Se que mañana

despertaremos juntos

por mucho que ahora

– recién concluida la cena –

te hayas ido a la cama sin besarme

(y total, ¿para qué?,

con el regusto a mierda y pesadumbre

que me duele en la boca y la garganta).

 

Se que mañana

seguirán mis defectos aquí

y los tuyos allí,

haciéndose notar a cada rato,

volviendo cantilena insoportable

la canción que quisimos

cantar una vez.

 

Pero somos tercos, somos

de lo más cabezas duras.

Ese defecto todavía logra

mantener reunido

nuestro pobre puñado de virtudes. 

 

            VIII (permanencias)

 

Ha de haber todavía Plaza Cagancha

cuando yo ya no pueda cruzarla apurado

y ha de haber todavía

muchachas hermosísimas en la plaza

cuando yo ya no esté para mirarlas

y algún otro imbécil

ha de haber por esos días

que cruce la plaza de apuro

y ni repare en tanta maravilla. 

 

            IX (vestigios)

 

Vendrán 

desde lejísimos

y toparán con nuestros restos

los arqueólogos de otros planetas.

 

Poco entenderán

– y no debe ser poco lo que han

de malentender –

esos que, con vestigios,

fabrican pasados que acaso ni fueron

(pero vaya a discutirles,

si ellos son académicos y esdrújulos).

 

Bastante

de lo poco que entiendan

los dejará extrañados.

Alguna que otra cosa

los horrorizará.

 

Entretanto,

la parte mejor de lo que habremos sido

se paseará tranquila por los prados

de la ancha y soleada

memoria de Dios. 

 

            X (cálices)

 

Sin que te lo pidiera,

has apartado de mí

unos cuantos cálices

de los más amargos,

amadísimo Padre.

 

No que no haya sufrido yo lo mío

ni tampoco que no haya

mariconeado en esos casos

lo que corresponde

a un hombre que es bien hombre

pero sin excederse.

¡Vaya si te habré pedido

no beber tal o cual cáliz,

no pagar tal o cual cuenta,

no tener que tratar

de atajar tantos penales!

 

Y por supuesto no apartaste un corno

(¡qué ibas a apartar!)

no hiciste el milagro

de que me saliera

gratis…

 

Mucho más caro lo pagara

si hubiera podido trampearte en el precio

pero supiste evitarlo.

Por eso es que te guardo gratitud. 

 

            XI (murciélagos y golondrinas)

 

Todavía con luz

pero ya con el sol del otro lado

veo en cielo de la casi noche

cruzarse las últimas golondrinas

y los primeros murciélagos

– como si Dios jugara

a escribir un poema de Benavides.

 

De pronto me doy cuenta

de que ha habido antes murciélagos 

y habrá golondrinas después.

 

Es por primera vez

este instante

y por última vez.

 

Soy yo,

que paso volando. 

 

            XII (cambios)

 

Las vacas no se suben a los árboles

salvo en excepcionales

casos de inundación

y en puridad son las aguas

lo que las sube a los árboles.

 

Los zorros

terminan resultando

– por mucho que traten

de hacer bien las cosas – 

pésimos guardianes

de gallinero.

 

La hormigas no gritan:

trabajan, trabajan, trabajan

y en los ratos libres

trabajan

un poquito más

 

 

Mientras tanto los hombres

somos los únicos bichos capaces

de cambiar nuestro libreto.

 

Y aunque muchas veces

esos cambios resultan lamentables

tengo yo para mí, no sé por qué,

que ese poder cambiar

– por lo menos en parte – a nuestro antojo

lo que somos y hacemos

es lo mejor que tiene este espectáculo. 

Certezas mínimas
Juan de Marsilio

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