Breves canciones para quien se atreva
Juan de Marsilio

                         I

 

Esta vida es un asco

pero es lo que tenemos,

así que debe ser maravillosa,

qué remedio.

 

                        II

 

Un mi amigo de grandes aspiraciones

– ya gerente de banco a los veintiocho –

se arma las rayas de cocaína

con su tarjeta de crédito de límite más alto

porque haciéndolo así

se pone más eufórico,

dice.

Allá él,

su nariz

y su tarjeta.

 

                        III

 

Pobre mi amigo el gerente,

incapaz de placeres al contado.

 

                         IV

 

 

Una injusticia histórica y urbana:

se cagan las palomas por igual

en todas las estatuas

y hay como cinco o seis

que no se lo merecen.

 

                          V

 

La gloria

es una porción (no siempre

proporcional al mérito del glorioso)

una porción, decíamos,

de bronce, mármol o granito

expuesta a que la caguen las palomas

sin maldad y con toda indiferencia.

 

                         VI

 

 

Era moneda menuda

para caramelos

la felicidad

– pero yo era un imbécil,

como todos los niños.

 

                       VII

 

La estupidez es un crimen

que jamás confesamos,

que nos obstinamos en negar

con la esperanza – muy

a menudo certera –

de que quien nos interroga

sea tanto o más

estúpido que nosotros

y se trague la mentira.

 

 

                    VIII

 

 

Era moneda menuda

la felicidad.

Ahora me la venden

en muchísimas cuitas mensuales,

con lo que dicen que son

facilidades de pago,

y yo me la compro a veces

porque me da no sé qué

salirme siempre de la manada

– y al cabo mi soledad

no me hace un ápice más feliz

que esa manga de imbéciles.

 

                    IX

 

No que no crea

que existe un Paraíso:

es que sé por experiencia

que los más de nosotros

– yo incluïdo, yo el primero, yo el peor –

hacemos lo necesario

para no ir por Allí nunca jamás,

ni de fugaz visita.

 

                     X

 

Es feliz en Dios

una amiga mía

de lo más religiosa.

Es feliz en Dios

y en amar a sus prójimos.

Yo le tengo pena

por su bondad rayana con la estupidez,

por la vida de golpes y frustraciones,

de la que busca alivio ante el altar.

Así me aseguro la excusa perfecta

para ni probar

ese camino a la felicidad,

tan poco de moda

por los tiempos que corren.

 

                 XI

 

 

Todos los días o casi

algo importante ocurre

en la vida de alguno que muy probablemente

ni cuenta

se dé.

 

Todos los días o casi

escribo poemas

sobre cuestiones de importancia

acerca de las que

es posible que no entienda yo un corno.

 

               XII

 

 

Ser cualquier cosa que uno deba ser

es asunto difícil.

El deber es incómodo:

mejor no tener la más pálida idea

de qué sea el deber.

 

              XIII

 

¿A que no te da

para decirle a tu jefe

todo lo malo

que estás pensando de él

desde hace

tantos

años?

 

Porque,

lo que es a mí,

no me da.

 

Lo que no me impide

manifestarte con toda sinceridad

que te admiraría

profundamente

si llegaras a estar lo bastante loco

como para decirle a tu jefe

todo lo malo

que estás pensando de él

desde hace

tantos

años.

 

                 XIV

 

Tenemos

una pasmosa

capacidad

de insignificancia:

si aplicáramos

a la grandeza

todo el esfuerzo que hacemos en aras de la mezquindad,

seríamos dioses,

en el mejor sentido de la palabra.

Pero no lo hacemos

– ergo,

somos demonios,

en el menos rescatable

sentido de la palabra.

 

                XV

 

 

…y los que tiran la primera piedra

es porque no están libres de pecado.

Además,

como suelen ser hábiles para esconder la mano,

si llega la policía a calmar el tumulto

y lleva presos a algunos,

para que luego no digan

que aquí nadie pone orden,

los que la quedan casi nunca son

los que tiraron la primera piedra.

 

                XVI

 

Lo anterior no excusa

a los que tiramos

las siguientes piedras.

 

               XVII

 

porque un a cosa es el amor al prójimo

y otra la estupidez

y cualquiera sabe

que amor al prójimo, sí,

pero estupidez,

tampoco.

 

               XVIII

 

Hay

que poner especial esmero

en el lavado de las manos.

Una actitud

de higiénica prescindencia

ayuda a que las culpas

sean siempre de los otros,

con lo que uno se evita

– o al menos atenúa –

complicados trastornos digestivos.

 

                   XIX

 

Tragar

cierta dosis de mierda

algunas veces cura

de la miseria material.

 

Si se negocia bien

el precio a cobrar por el trago fecal

puede uno quedar próspero

por el resto de la vida.

 

Lo que mata es el regusto,

tan persistente.

 

                XX

 

Para quien se atreva

nada menos que el cielo.

 

Para quien se atreva

– pero para mal –

el profundo infierno.

 

Para quien se atreva

a rectificarse

aunque sea in extremis

(siempre que vaya en serio)

el purgatorio y luego el paraíso.

 

Para quien no se atreva…

pues gente más sabia que yo

me ha recomendado,

si me topo con seres de esa laya,

mirarlos y seguir.

Breves canciones para quien se atreva
Juan de Marsilio

Ir a página inicio

Ir a índice de poesía

Ir a índice de de Marsilio, Juan

Ir a mapa del sitio