Santa María, ciudad-mito, en la literatura de Onetti

Ensayo de Nelson Marra

 

La presencia de “Santa María” dentro de la literatura de Onetti sirve como factor unificante de algunas de sus novelas. Hay en ella además de un carácter simbólico, una realidad permanente y concreta. Este pueblo (o ciudad - pueblo) aparece enfocado desde distintos puntos de vista y observado con apreciables diferencias en cuatro novelas: La vida breve, Una tumba sin nombre, El Astillero y Juntacadáveres.

Continuando una tradición literaria que tiene precedentes (Balzac, Stendhal, el siempre invocado Faulkner), Onetti tiene también un ambiente preferido en el cual trabajar y desarrollar su materia narrativa, ambiente que en definitiva tiene la fuerza literaria de un personaje más. Al darle un nombre lo está llevando a un plano concreto, como para que no nos apeguemos a una interpretación meramente simbólica.

El origen de su nombre podría encontrarse en el nombre histórico de la capital argentina (Santa María de Buenos Aires), donde el novelista pasó gran parte de su vida literaria; la conformación geográfica puede arrancar de algunos pueblos costeros que están a orillas del Río Uruguay, mientras que sus características peculiares provienen de elementos aportados por un Buenos Aires de post - guerra con rasgos definidos y que en la obra de Onetti adquieren autonomía y se nutren de la visión natural del novelista.

Santa María nace en una de sus primeras novelas (La vida breve) y el lector asiste a la pormenorizada gestación de ese ambiente. Onetti, con una hábil maniobra narrativa, hace que el creador de ese mundo imaginario y concreto sea Arce, uno de los personajes de la novela (“No estoy seguro todavía, pero creo que lo tengo, una idea apenas, pero a Julio le va a gustar.

Hay un viejo, un médico que vende morfina. Todo tiene que partir de ahí, de él. Tal vez no sea viejo, pero está cansado, seco. El médico vive en Santa María junto al río” (La vida Breve).

De esta manera, al desvincularse de su nacimiento directo puede tratarlo en forma objetiva, como si ese mundo no fuera creación de él, como si fuera un capricho creador de Arce y se le impusiera a Onetti, de repente y desde fuera.

El personaje crea ese pueblo como pretexto de un argumento cinematográfico que debe entregar, pero poco a poco se va consustanciando con su creación, y a ésta la toma como una evasión del mundo pequeño y mezquino que le rodea y la tiñe de la pequeñez y mezquindad de ese mundo. Al tomar esa creación como una forma de evasión trabaja en ella con un cariño y una avidez muy particulares. Ajusta los mínimos detalles y va poniendo en funcionamiento la vida de ese pueblo (“Yo veía, definitivamente, las dos grandes ventanas sobre la plaza, coches, iglesia, club, cooperativa, farmacia, confitería, estatua, árboles, niños oscuros y descalzos, hombres rubios y apresurados; sobre repentinas soledades, siestas y algunas noches de cielo lechoso en las que se extendía ia música del piano del conservatorio” (La vida Breve). Todo esto se desarrolla en una parte de la novela, casi diríamos oníricamente. La manera en que surge Santa María como realidad concreta es original, rápida, concisa, como si los hechos se trasladaran del sueño y la imaginación de Arce a su realidad y este se viera envuelto como personaje fundamental de su creación.

Al principio vemos la ciudad - pueblo como algo informe, neblinoso, integralmente embrionario, como una presencia fundamentalmente onírica. Poco a poco la fuerza de los nombres, de las actitudes, de las escenas y de la intervención directa del mismo personaje creador, hace que ese mundo muestre una realidad menos onírica que concreta. Una realidad que se escapa de nuestra imaginación y de nuestra imitativa tendencia evasiva para forjarse en nuestro razonamiento. Cuando el lector se está comprometiendo con esta nueva realidad y olvida el espacio real en que se desarrolla la novela, Onetti, con otra vuelta de tuerca, termina “su” novela y establece una deuda que cumpliría en su plenitud con El Astillero, 10 años después.

De este nacimiento podemos extraer dos conclusiones: el autor ha utilizado un recurso que se aplica frecuentemente en el arte (teatro, pintura, cine, etc.), y es el de mostrarnos una creación dentro de la misma creación; aquí vemos el nacimiento de una novela dentro de la novela. La segunda conclusión es que Onetti se sirve de la paradoja del creador - creado, ya que Arce, personaje del novelista, crea un nuevo mundo narrativo. Estos hechos, fruto de un pulido procedimiento técnico, no son gratuitos, sino que son excelentes medios expresivos que servirán para develar un fin ulterior de significación profunda. Porque como anotamos anteriormente, Onetti no se adjudica la paternidad directa de Santa María para poder observarla con mayor objetividad, para comprometerse a través del distanciamiento. Además, por medio de la paradoja del creador - creado, el novelista hace intervenir al lector en su materia narrativa, y le hace crear, en cierta manera, su novela. Porque asistimos fascinados ante la alucinante presencia de ese mundo cíclico en que se destacan Onetti - creador, Arce - creado, Arce - creador, Santa María - creada. Como consecuencia nos comprometemos en esa creación y, a manera de evasión le agregamos rasgos a ese pueblo y creamos nuestra propia Santa María con rasgos semejantes a la de Arce, a la de Onetti. Todos, en cierto modo, creamos la novela.

Es recién 8 años más tarde que aparece la ciudad - pueblo y esto sucede en Una tumba sin nombre. Este largo período ha servido de maduración para este mundo nacido en La vida breve. Se han perdido los rasgos de vaguedad, de calor humano creador para ganar en objetividad y para fortalecer una presencia que ya ha adquirido carta de ciudadanía en el mundo narrativo de Onetti. Los objetos han adquirido un nuevo carácter, se han erigido en elementos vulgares que tienen un lugar en la realidad, que exhiben constantemente su heroico sentido cotidiano. Nos trasladamos del plano onírico al plano real (“Quedamos al sol frente a los ladrillos del Mercado Viejo. Los vagos sesteaban o se mataban pulgas o discutían arbitrios para la próxima comida bajo las chatas arcadas coloniales” (de Una tumba sin nombre).

Pero la fuerza de la realidad no pesa tanto como para que el escritor no introduzca nuevos elementos en esta creación: el absurdo, un aire de magia, de magnetismo irracional, de fuerza extraña que recorre toda esta segunda etapa de historia sanmariana (“Recitó sonriendo, infalible, la historia del chivo recién nacido que le había mandado su madre desde una Santa María definitivamente mítica. Cuando volvió a la pieza, el muchacho estaba tirado en la cama y el chivo chupaba una colcha” (de Una tumba sin nombre).

Las extrañas relaciones de los personajes acentúan el aire de magia y de símbolo inagotable que representa esta nueva Santa María. Las relaciones entre la mujer, el joven y el chivo, las diferentes historias que acerca de la mujer se forjan, las historias; íntimas y retorcidas de los jóvenes estudiantes, y el ponernos en duda la veracidad de la historia que se nos narra por parte del mismo creador son datos muy significativos (“Toda la historia de Constitución, el chivo, Rita, el encuentro con el comisionista Godoy, mi oferta de casamiento, la prima Higinia, todo es mentira. Tito y yo inventamos el cuento por la simple curiosidad de saber qué era posible hacer con lo poco que teníamos” de Una tumba sin nombre). Aquí también se reitera el tópico ya mencionado en La vida breve, en que el lector puede participar en la creación, en la medida en que puede evadirse de la realidad partiendo de ella y transformándola. Hay también una ironía trágica en los recursos de Onetti: él nos lleva a un derrotero (Santa María), nos hace evadir de la realidad, pero sabe que ese lugar al que nos evadimos es una proyección de nuestra realidad, nuestro infierno propio del que no podemos escapar.

La última novela de Onetti (Juntacadáveres, 1965) precedería en la cronología particular y arbitraria del escritor a su penúltima novela (El Astillero, 1960) que aparentemente cerraría el ciclo sanmariano.

Esta novela presenta semejanzas con Una tumba sin nombre y en ella se desarrollan o completan situaciones esbozadas en la anterior.

La Santa María de Juntacadáveres es la que tiene más fuerza de realidad, es la que tiene un tono de crónica violenta y en la que los elementos sociales de una realidad determinada son extraídos en su fuerza primitiva y se oponen a cualquier tipo de fuerza constructora del hombre.

Hay un oscuro sentido pueblerino en la concepción de esta nueva Santa María, hay una aguda y elíptica crítica social, hay el parcial fracaso de uno de los personajes más brillantes de Onetti, su prólogo fatal antes de entrar con unción purificadora a la Santa María eminentemente destructora de El Astillero.

La excelente culminación de esta coordenada temática estaría representada por la “Santa María” del Astillero, que tiene una importante relación con la de La vida breve. Las características generales que rodean a ambos pueblos son semejantes: el mismo tono de tedio, de rutina, de cansancio interior inagotable, determinado por ese ambiente físico que crece con desmesura en lo simbólico.

Hay personajes que se repiten, que viven sus historias atados por un sentido trágico a la ciudad - pueblo: Arce deja de ser el creador mental del pueblo y se convierte en la estatua de la plaza que celebra al fundador de la ciudad; Larsen, brevemente descrito en La vida breve se convierte en el personaje fundamental de El Astillero.

Los personajes (en ambas novelas) se ven pequeños, grises, con un cansancio que les viene de adentro y que, en cierto modo, está determinado por la opresiva atmósfera del ambiente que les rodea.

Aquí la ciudad - pueblo es un personaje concreto, visible, diferenciable de todo otro y resulta ser el escenario geográfico donde se representa la destrucción y caída física y moral de un hombre. Representa también el implícito sentido de frustración que tiene toda empresa en la concepción del mundo de Onetti.

Es un universo poblado de símbolos que comienzan por desconcertar al hombre hasta atraparlo y destruirlo. Larsen ha sido echado de la ciudad cinco años antes (Juntacadáveres) y regresa al pueblo, derrotado parcialmente, pero en busca de una venganza o de una purificación, o de ambas cosas a la vez y que quedarían expresadas en un solo acto, en el solo acto de regresar. Larsen quiere destruir su pasado embarcándose en una empresa ilusoria, sin embargo encuentra un presente que termina por destruirlo. Quiere alcanzar lo máximo que le puede ofrecer Santa María y encuentra una muerte como única forma de liberación. Los símbolos le aprisionan, le traicionan, le vencen. Santa María arroja en su concepción general un saldo de destrucción y de evasión (o salvación) frustrada.

Es el mundo que ha creado Arce para evadirse de su agotadora existencia ciudadana, mundo que finalmente le absorbe. Es el ambiente inventado o recreado por un médico con un idéntico fin de evasión (Una tumba sin nombre) y se convierte en el escenario de una extraña y casi mágica relación de tres seres.

Por último es el universo purificador, vengador, eminentemente destructivo, que presencia la doble caída de Larsen, el aniquilamiento de su pasado y su persona y que le engaña en una verdadera trampa de símbolos.

Esta triple significación de Santa María ejerce una verdadera coherencia en esta narrativa y en definitiva es una proyección de mensajes profundos, es la proyección de una concepción del mundo pesimista y madura.

 

Ensayo de Nelson Marra

 

Publicado, originalmente, en revista "Temas" Montevideo, abril /mayo de 1966

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/38358

 

Ver, además:

Juan Carlos Onetti en Letras Uruguay

 

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