Comentario de la obra de Raquel Saenz por Selva Márquez
Benedicta qni venit Dómine. «Bendita la que viene en nombre del Señor!» |
Nunca mejor introito para la obra de Raquel Saenz que estas palabras que Cristóbal de Castro adoptó cuando, en el «Nuevo Mundo» de Madrid comentó la aparición del libro «La Almohada de los Sueños» de esta magnífica poetisa nuestra. Bendita la que viene en nombre del Señor: palabras grandes de salutación con las que todos hemos debido dar la bienvenida a esta figura personalísima, destacada desde el principio con caracteres propios en el mundo de artistas americanos. Así llegó: en nombre del Amor, Señor nuestro, Quijote de las más nobles empresas. Cristo de todos los perdones. — Así llegó Raquel, embajadora celeste. Hizo irrupción de pronto en el camino, verdadera samaritana con su cuenco de barro lleno del agua fresca y pura para la sed divina y para las heridas humanas. Mujer tres veces mujer, desde las páginas de su libro primero ya iba tendiendo las manos ágiles que se ofrecían para acunar, para sostener, para restañar heridas desgarradas, en hilas de piedad sobre el dolor de todos. La voz de su libro fue blanca como la del amor más grande. Sobre su melancolía de «mujer que sabe», su sonrisa dulce y alentadora. Y para todos los que pasaban a su vera y la supieron oír, ella daba el descanso tibio y casto de su regazo fraternal: «almohada de los sueños más puros, almohada para el reposo después de las jornadas rudas de los grises días ciudadanos. Porque su verso, hecho para uno solo, concebido con el dolor de una sola ausencia, con la esperanza de un solo retorno, con el júbilo de una sola presencia, es, sin embargo, para todos. Para todos, como el agua fresca! Todos y cada uno pueden encontrar en sus estrofas algo que se adapte a su espíritu en particular, como si hubiera sido escrito especialmente para él. Todos y cada uno pueden hallar en el verso de Raquel aquella palabra que una vez fue dicha, aquella angustia una vez sentida. Es la confidencia que se recibe al oído o que se da a otro oído hermano; el secreto doloroso confiado en la noche a la almohada, la humillación de la espera inútil o el desbordante alborozo del hallazgo que debe callarse por igual, amordazada la boca y cerrados los ojos ante la estúpida incomprensión de los demás. Lo que quisimos decir, Raquel lo dice por nosotros; su palabra es llana como un guijarro de río lamido por el constante devenir de la onda; empero, tiene el eco de un caracol que conoce lo que dicen las olas y los vientos. —Es la suya una palabra que ha viajado por dentro, buzo pescador de emociones nocturnas que al llegar a la superficie trae consigo retazos de hondura; crespas medusas de los sueños, corales de heridas en el corazón, pálidas perlas de lágrimas ocultas entre las valvas herméticas de los días para el mundo. —¡Cuánto se ha dicho de la obra de Raquel! Palabras consagratorias de bocas eruditas de acá y de allende el mar. Hombres y mujeres de talento han rivalizado en hacer los más grandes elogios de su poesía con las frases más entusiastas y más cálidas. «La Almohada de los Sueños» tiene una frescura silvestre de tarde campesina: sombra de hojas nuevas, agua que corre entre guijas; flores de aromas ásperos de tierra, sencillas flores de campo que amanecen en cada primavera. La frescura asciende de entre las palabras como el aroma de un ramo de claveles. La voz de Raquel fue nueva en el aire americano, lleno de voces rojas y de rebeliones que eran lenguas de llamas haciendo crepitar los troncos bajo su lametazo trágico. Raquel (Oh la del dulce nombre bíblico, pastora de sueños), llegó con las palabras de todos los días, sin vestidos «istas», sin adornos de metáforas, a decirnos la tristeza cristiana de su corazón desnudo. La palabra comenzaba ya siendo una confidencia al oído: «Entre todos los hombres tú—. Mi alma es una monja blanca y triste—Como las desposadas de Jesús»... Nada más puro. Lamento de quena india entre los cerros; canto del agua entre los riscos; sueño hecho palabras del pastor solitario que deja hablar a su sueño... «Recojerán tus labios los besos que mi boca—sin sosiego te envía?—Si los sientes llegar...— Extiende tus dos brazos!—Luego en cruz sobre el pecho ciérralos! . .—¡Y ya no pido más!» Valiente como Teresa, Raquel tiene el delicioso impudor de hablar consigo misma. — Es la voz de la quena india entre los cerros y el canto gallego modulado como una espiral en la soledad y la saeta que asciende como el humo.— Son, además, los soliloquios del insomnio con la voz alargada, sutil y musical del verso. Cruza un pensamiento vago la oscuridad de su noche. Raquel sonríe a su recuerdo, casi maternal en su sonrisa: «Yo confieso un secreto—que el pudor rallaría:—tu risa es tan ingenua—que yo la besaría—con toda ingenuidad». ¿Cabe mayor suma de emoción y mayor simplicidad, también, que en estos versos? Parece que ni siquiera los escribiera para no tener que verse cohibida con la sujeción de las frías reglas gramaticales. Dan la impresión de una cosa suelta, viva, apenas prendida con un broche en las páginas del libro. Cuando llega el beso de amor, su alborozo entalla entonces de pronto como el gorjeo de un pájaro ebrio de sol.—Me ha besado!—¡Me ha besado! correría—por caminos y caminos—pregonando mi alegría!»; y después en voz baja: «Me besó en el pecho—y aún estoy sintiendo—su beso de fuego..» Pero Raquel que es la «gran amadora», la que sabe ser mujer sobre todas las cosas, tiene las heridas incurables que hace la vida a todos los que no saben escudarse con la insensibilidad y el egoísmo. No muestra las heridas. Pero sufre.—No se lamenta más que vagamente.—Pero sufre: y cuando llega la hora de acusar y castigar al extender el puño justiciero... abre de pronto la mano dulce en un gesto tranquilo de caricia: «Si por el daño inmenso que me has hecho—Dios en gracia suprema me pidiera—que el castigo a tus faltas eligiera.---Te miraría a los ojos largamente,—y con mi voz más dulce te diría:—¿Por qué me has hecho mal si te quería?—¿Por qué me has hecho mal?» Y más adelante vencida y triste ha de decir su canto de desesperanza, uno de sus pocos gritos de rebeldía que a nadie acusa, un lento alzar del puño hacia los cielos, un grito cansado y dulce: «Es la vida la que pesa—o es que pesa el corazón?—¿Está en mí, o está en la vida—lo amargo de mi canción?... Pregunta sin respuesta de Hamlet; gris, melancólica pregunta lanzada a los cuatro vientos en voz baja. Cuando quiere ser objetiva, el paisaje interior siempre asoma en el paisaje exterior. —Si va a la calle, andando ve las tareas de los de abajo y piensa: «¿Soñarán?».. Si un árbol solitario atrae su mirada, parangona su destino con el propio destino de su vida de mujer. Si se detiene en el campo, su júbilo es como el de los niños de la ciudad, asombrados del horizonte lejano, que en seguida quieren hacerse temibles cazadores de fieras... El segundo libro de Raquel Saenz «Bajo el Hechizo» es una continuación del primero; hay, sin embargo, ana mayor liberación en este último. No libertad: liberación.—Antes, era el pájaro volando en círculos sobre los campos familiares. Después fue el de las grandes alas capaces de trasponer todas las cumbres. La gran amadora se hace múltiple; adquiere su voz un sabor nuevo; algo de grito rebelde apenas, entrevisto en «La Almohada de los sueños» hay ahora en su canción. Tiene menos temor de contarnos sus sueños — Hace un poco de carne para su espirito exquisitamente femenino: La casi ingrávida forma de sus primeros cantos, místicos en fuerza de ser amorosos y de darse como en holocausto, adquiere en so libro segundo una potencia híbrida (mato rial y espiritual) de sonrisa consciente. Una sonrisa de mujer: recuerda y sonríe, hablando como si quisiera contar un secreto solamente a las sombras: «Aquí, sobre mi mesa—están los guantes suyos...—Sobre ellos he volcado—mi afiebrada cabeza—y sueño en la tibieza—de las caricias de él». Después es la sonrisa pensativa, la sonrisa para las nubes viajeras y para los ojos asombrados que la miran sin comprender: «Habrá nombre más lindo que su nombre?—Para nombrarlo a solas busco estar.—Huraña huyo de todos y presumen—que busco la quietud para soñar—(Y ellos no saben que no hay mejor sueño—Que el nombre de mi dueño». Dónde hallar una tan ingenua confesión como ésta? Tanta frescura hay en estos versos que serán eternamente jóvenes como una mañana de primavera que no tuviera fin.—Si parecen las frases de una novia adolescente cuando a sÍ misma se cuenta sus ansias secretas. Es que pese a su melancolía de «mujer que sabe» Raquel prolonga su propia juventud en sus versos. Su ternura adquiere todas las formas como di agua es según el vaso que la contiene. La gran amadora murmura y no grita. — Llora; pero no con los grandes sollozos de la tragedia.—Habla, pero no impreca. Perdona, pero no con palabra grandilocuente y sonora, sino con la sencilla ternura de una amiga de todos los días. Su «Oración» de la carta, sintetiza todo un estado de ánimo frente a una manifestación amorosa; en verdad ella lo dice bien: sobran palabras cuando el amor comprende.—Ella lo sabrá todo sin terminar de leer la carta: ella lo adivinará todo, punto por punto.—Sabrá donde están los besos.. - donde los reproches... ¿Para qué más? Su oración de todas las noches será la carta que no ha tenido necesidad de terminar de leer.. Mujer del todo, su humildad se tiende en este verso frente al recuerdo del amor ausente.—Y en la «Ausencia» asegura: «Lejos de tí, en el mundo todo es nada,—o nada soy desde que tú te has ido.—En el enorme hueco de la ausencia—todo, todo se ha hundido». Y en «Retorno», su mayor anhelo es que el amor la encuentre bella; que el dolor de la anuncia no haya desmejorado tu rostro.— So temor le hará preguntar confidencialmente al espejo de mano, rogándole la respuesta buena para tranquilidad de su corazón: <Espejito amigo—dime que estoy bella—que el dolor continuo—en mi pobre rostro—cinceló su huella!> Y cuando la queja aparece en «Su honda», la gran amadora sólo sabe decirle al hondero: «Me has herido de muerte—con tu piedra traidora!—Le quebraste las alas—a la alondra canora—que ya no ha de volar„— Sobre tu piedra hiriente—doblará la cabeza—. —Más...así como al niño—de alma helada y aviesa—, en su último gorjeo, te sabrá perdonar. Verdaderamente pudo decirse de Raquel Saenz que es la sinceridad.—Ofrece la emoción más pura como un sorbo de agua fresca en el hueco de su mano desnuda.—Su musa no es de teatro; su voz no es la de la soprano dramática para el sonoro grito wagneriano; su pose no es para la tragedia shakespeareana. No calza coturnos de metáforas ni de imágenes para elevarse en su escenario, reducido por ella misma al espacio abierto de la sombra de un árbol.—No agita flotantes peplos griegos que ocultan la gracia de la forma.—Está desnuda.—Desnuda como el vaso de arcilla primitivo para el agua o para el óleo.—Entre los juicios vertidos con motivo de la aparición de su libro «La Almohada de los Sueños», hay uno en que se la parangona con Becker. Romántica es Raquel, en verdad; pero no con el romanticismo beckeriano que dice. Y lo aseguro: más que romántica es sensible al extremo.—Sensible pero no atada servilmente a rimas obligadas, no suicida, no rebuscada, no amiga de lamentaciones inútiles ni de glosas fúnebres a los crepúsculos. Su desesperanza es una simple ecuación de dos números.—No la lleva a arrebatos estériles ni a congojas fuera de época. Ama, eso es todo. Y cuando se ama de verdad, cuando es una mujer quien ama, todo eso que Raquel dice tan donosamente tiene por fuerza que pasar; y son heridas, y son ausencias, y son humillaciones. Y es el perdón siempre.— No magnánimo, no de arriba hacia abajo.—Es el perdón que se da con un beso en la frente, con una sonrisa, con un gesto simple de las manos tendidas hacia el culpable. Las mujeres sabemos bien de eso.—¿Que a veces la herida de la honda deja al pájaro sin alas? Ella dice lo que ha de acontecer: Se perdona. Se perdona aún muriendo.—Para las crueldades, para los olvidos: ¡Qué mejor que la ternura! Para los puñales. ¡Qué mejor que el corazón como blanco, que así dice Raquel en «Mansedumbre». Las mujeres lo sabemos bien.—Las mujeres de todos los tiempos; que no vale nada el aparato exterior de las modas cuando de amor de verdad se trata.—Las mujeres lo sabemos bien, repito.— Solamente que no hay ninguna de nosotros que sepa decirlo así, valientemente, donosamente, con tal frescura de palabras, con tal pureza de palabras, con una tan casta y arrogante postura a la vez, como Raquel lo dice, frente a la mandíbula trituradora de los que van a juzgar. Sus versos sencillos como una mirada franca están fuera de todas las épocas y de todos los movimientos revolucionarios del arte.— Son el bien decir sintético y justo,—Es simplemente una confesión hecha de cara al cielo, juntas las manos sobre los recuerdos.—Era creyente, tuvo una fe y la perdió.—Apóstata, volvió luego sobre sus pasos perdidos, reflexionó y perdonó. De rodillas ante la imagen volvió a decir las oraciones olvidadas. Sus dos libros son casi un diario de su vida despojado de nimiedades, limpio, tan amoroso que resulta casto; sin más que las únicas aventuras de un solo amor enorme.—Un amor tan enorme que no ha dejado sitio para ninguna otra manifestación de otra índole. Viajes del amor por todos los puertos de las emociones subjetivas.—Vaivén de la ola que sacude el viento que lame la playa... y que se va... Y hay un verso que sintetiza toda la obra de esta gran poetisa americana, llamada a perdurar por siempre a través de todas las emociones, siempre ilesa, siempre limpia como agua de manantial en cántaro de barro, simple y pura en medio de loa colorea y de la barahúnda de la Feria, inconmovible junto a otros valores nuestros, orgullo de este pedazo de tierra pequeño como un pañuelo y grande, no obstante como los cielos. Dice el verso de Raquel a que aludo: «Hombre: —Yo soy un corazón—y tú nunca advertiste—que fuese un corazón»... Un corazón, eso es en efecto Raquel Saenz. Un corazón dotado del prodigioso hechizo de la palabra que canta. Y para broche, volvamos a tomar las palabras que adoptó Cristóbal de Castro: Benedicta qui venit Dómine.—(Bendita sea la que viene en nombre del Señor). |
por Selva Márquez
C. X. 6, Radio Oficial.—Montevideo 1934.
del libro "Bajo el hechizo"
de la poeta Raquel Sáenz
Premio Ministerio de Instrucción Publica año 1931
Cuarta edición - Montevideo 1947
Ver, además:
Raquel Saenz en Letras-Uruguay
Selva Márquez en Letras-Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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