Una rosa para la estatua de Gardel

por Manuel Flores Mora

"Desde que tu fuiste, hermano,

hacia la triste región sombría. . . "

 

Lo más rotundo que he oído, en estos breves días que lleva expuesto al aire de la eternidad el busto de bronce erigido por "el pueblo a Gardel", se lo escuché, claro, al admirable José Bergamín. Le pregunté qué opinaba del monumento, y antes de que terminara la pregunta, ya me había golpeado en los ojos con la contestación:

 

—Pues... que le falta la voz.

 

—Si es por eso —refutaba 48 horas después Alfredo Mario Ferreiro, mesa de café por medio, cuando yo le contaba los escrúpulos de Bergamín para reconocer a Gardel en su estatua— con ponerle una ortofónica en el pedestal, se arregla todo. . .

 

Entusiasmados con la idea, al rato queríamos cambiar la ortofónica por uno de esos pasadiscos que últimamente florecen por los cafetines y boliches. La pareja se acercaría, enlazadas las manos, y depositaría las dos monedas de a medio, como símbolos de sus dos corazones al unísono, en la "o'' de "pueblo". Se prendería la lucecita en la "e", sobre el granito del pedestal. Y apretando la "l", tras elegir la pieza, los acordes de "Noviecita mía" o de alguna de esas otras pavadas que —junto con cosas geniales— cantó el mago de la canción criolla, llenarían el aire crepuscular del Parque Rodó, entre anuncios publicitarios de la yerba de los gauchos o el tabaco de los bacanes.. .

 

Lo más rotundo que he oído, en estos breves días que lleva expuesto al aire de la eternidad el busto de bronce erigido por "el pueblo a Gardel", se lo escuché, claro, al admirable José Bergamín. Le pregunté qué opinaba del monumento, y antes de que terminara la pregunta, ya me había golpeado en los ojos con la contestación:

 

—Pues... que le falta la voz.

 

—Si es por eso —refutaba 48 horas después Alfredo Mario Ferreiro, mesa de café por medio, cuando yo le contaba los escrúpulos de Bergamín para reconocer a Gardel en su estatua— con ponerle una ortofónica en el pedestal, se arregla todo. . .

 

Entusiasmados con la idea, al rato queríamos cambiar la ortofónica por uno de esos pasadiscos que últimamente florecen por los cafetines y boliches. La pareja se acercaría, enlazadas las manos, y depositaría las dos monedas de a medio, como símbolos de sus dos corazones al unísono, en la "o'' de "pueblo". Se prendería la lucecita en la "e", sobre el granito del pedestal. Y apretando la "l", tras elegir la pieza, los acordes de "Noviecita mía" o de alguna de esas otras pavadas que —junto con cosas geniales— cantó el mago de la canción criolla, llenarían el aire crepuscular del Parque Rodó, entre anuncios publicitarios de la yerba de los gauchos o el tabaco de los bacanes.. .

 

Bronce

 

El viajero que viniendo por la rambla a pie desde los Estados Unidos o el Brasil, se dirija hacia el Parque Hotel, deberá recorrer, antes de llegar a la histórica playa Ramírez, el caminito que bordea las únicas construcciones auténticamente charrúas de nuestro territorio, conocidas como "Teatro de Verano". A la izquierda, el proceloso Río de la Plata, y a la derecha, las últimas estribaciones de los Links del Club de Golf.

 

Entre ambos se aprietan una montaña de 23 metros 74 centímetros y un lago artificial rodeado de sauces centenarios que tienen ya como tres años de vida. La montaña, con apariencia de islote (especie de Martín García tímido, que no osa adentrarse en el agua, bien porque la encuentra fría bien por temor a que los argentinos la reclamen como indirecta compensación de las "Irrenunciables"), aparece unida al Continente o Golf Club, por un puente grácil de cemento, de los que en otras partes se usan para atravesar torrentes. Aunque algunos lo confundan con simple calle, la verdad es que por debajo de este puente corre el único río de asfalto sólido del planeta. Como aquel verso de Darío, que "no sabemos ni adonde vamos ni de dónde venimos'', el puente va a terminar histérico dentro de poco, si se le sigue confinando en su helada virginidad de puente no pasado jamás por hombre alguno. Ni siquiera ha sido posible designarlo según propósito original con el nombre de "Puente de los Suicidas", porque, aunque claro está que hay suicidas en el Uruguay, o bien son embarazadas solteras, con irresistible preferencia ancestral por el aljibe, o bien son presos, de esos que consiguen ocultar la corbata o el cinto a la revisación de las autoridades cada vez que las mismas no consiguen localizar ni por broma al asesino de algún taximetrista.

 

Hace algunos años, no sé quién creyó —como ahora con Gardel— que Florencio Sánchez no sería Florencio Sánchez si no se le hacía un monumento. De esta equivocación inicial nació el más curioso monumento del país. El único monumento de dos piezas, como traje de baño, que hemos conocido. Una pieza, justificada al fin y al cabo, representaba lo que el escultor creía que había sido la cabeza de Florencio Sánchez. Pero la otra, sin explicación ni en la cabeza del más enloquecido de los ediles, era un águila. Allá fue la cabeza en bronce hipertrofiado del pobre Florencio a coronar la cima de la "montaña". Abajo, como sosteniéndola, se incrustaron adoquines en la roca viva. Mas que base pétrea, los adoquines parecían un babero de piedra, sobre el que se inclinaba, quebrado el cuello y caída la melena, el rostro vencido de la vida de aquel vencedor de la misma que fue Sánchez. Y abajo de todo, a ras del suelo, como un eco de quién sabe qué indescifrable alegoría, fue a parar el águila. En la intención del escultor parece que la misma era un águila herida, que no levantaba vuelo por eso. Pero el público inculto, que no tenía por qué esperar que un águila de bronce levantara vuelo, no advertía el poético símil. Símil más erróneo que poético, al fin y al cabo, porque Florencio, como a todos consta, no esta herido, sino que está muerto desde hace una ponchada de años.

 

Un buen día el gobierno de la época recordó que ya los argentinos habían querido robarnos a Florencio, como lo hicieron con Gardel; pensaron que no había derecho a mantener una charada viva en un parque público; temieron, en fin, que si seguíamos haciendo bobadas con la montaña, a los de enfrente les iba a bastar con chiflarla para que, zambulléndose dulcemente en el río, la pobre fuese al trote con ellos. . . Y sacaron el monumento de dos piezas.

 

El mismo quedará en la historia, sin embargo, por un deleite. En correspondencia especial para "Crítica", y refiriéndose a los adoquines de punta que formaban la base de Sánchez, Ferreiro dijo que simbolizaban a distintos escritores nacionales, y que muchos adoquines presentaban un parecido notable con los originales. "Crítica", sin darse cuenta, publicó la correspondencia; al otro día, Botana en persona, furibundo, llamaba desde Buenos Aires a todos los teléfonos de Montevideo, pidiendo la cabeza de Ferreiro.

 

A la de Florencio la llevaban, en tanto, para el medio del Parque Rodó, tal vez pensando que como a ese Parque no van las personas de buen guste, allí no escandalizaría a nadie. Y al águila la pasaron al lago. Allí está todavía. El lago quedó desde entonces convertido en algo así como una base aeronaval para águilas exclusivamente, a la cual los chiquilines van a ver si descienden chocolatines de la marca homónima. Eso. . . hasta que "el pueblo" levantó el monumento a Gardel, hace unos días, en el medio del lago, exactamente atrás del águila a unos veinte metros de su rabadilla principal.

Carlos Gardel "Por una cabeza" Diego Gutiérrez

El Mago

 

En el número de la Revista "Cruz y Raya", fundada y dirigida por Bergamín en España, correspondiente a diciembre de 1935, hay un resumen de los acontecimientos de aquel año, que lleva la firma de Ramón Gómez de la Serna.

 

Al término del mismo, con esa solemnidad de oportunidad última que tienen los últimos párrafos de todos los resúmenes, entristeciéndolos más, dice Ramón, en trance de compendiar en una sola amargura todo el año que se le va, como su artículo, de las manos:

 

"Los dramas iluminan al mundo y hacen luz con la muerte. ¿Junio o julio? Junio. . . En Medellín se incendia el avión en que van a remontar el cielo hacia estudios cinematográficos Carlos Gardel, el mejor y más profundo cantador de tangos, y su orquesta. . . Para probar la convivencia de una época con sus grandes cantares, durante varios días hay una estela de suicidios de mujeres: una mecanógrafa, una señorita de 19 años y una cantante de 20, cantante sin trabajo...".

 

"No canta nadie en vano. Queda en el mundo un eco apasionado de la pena cantada. Una respuesta de amor secreto, el recuerdo vivo de lo que parece que se llevó el viento. . .".

 

Por no ser rioplatense y por haber escrito este párrafo en el mismo 1935, antes de que la historia escribiese la historia verdadera, le perdonamos a Gómez de la Serna haber escrito sobre Gardel pensando en Rodolfo Valentino. A diferencia de Inglaterra, somos una tierra por donde, por mucho que la planten, la solterona no crece. Aquí no hay solteronas, y por lo tanto no hay mujeres que se suiciden por voces en el disco o perfiles en el celuloide. La criolla, traducida a su expresión última, saca el cuchillo de la liga para hacerle espaldas a su hombre mientras se desparraman los tajos, en el centro de la pista de baile. Pero si se lo matan, se conforma con llorarlo como manda Dios. Jamás se acuesta a su lado, sobre la misma pira, ni menos se prende de la hornalla de gas o del frasco de bicloruro. Eso se reserva no para cuando el amado muere, sino para cuando el amado, vivo y coleando, se hace humo por la esquina, cortada de un nuevo amor. Así, por lo menos, ha ocurrido siempre en el paralelo 35 y en los paralelos vecinos.

 

No, Ramón Gómez. Aquí no se corre la estela de las histéricas que toman querosene, y cuando alguien no ha cantado en vano, el recuerdo brilla en fogatas de lumbre más dura.

 

Dicen por ahí los locutores radiales, que Carlitos Gardel fue "único". Mentira.

 

Lo evidente es que, si Gardel fuera único, no le gustaría a nadie. Si nos gusta, si nos resulta, más que inolvidable, imprescindible, se debe a que es todo lo contrario de algo único. En efecto: es todo... O para decirlo con mayor justeza, es un ángulo nuevo para todo, una forma original del mundo. Un mundo nuevo, en fin. ¿Qué mundo? Pues el nuestro: la calle Isla de Flores, tan angostita, y la fea camino del taller. El fondo con parral de aquella casa donde vivimos unos años que ahora no sabemos dónde están. La muchacha del circo y el taño de la otra cuadra. El muro donde terminaba la calle y la higuera que se asomaba sobre la tapia. El callejón y el organito moliendo un tango. Los amores de la vasca, el tapado de armiño, el fondín de Pedro Mendoza ("junto a esa puerta yo la maté. . ."'), la reja y Langosta, tan flaco el pobre, que pasaba siempre a la hora de la siesta rumbo al puertito, con su traje marrón entallado y una pena muy grande al mirar. Y el domingo, los burros, y entre tantos patios, con parrales o con leyendas de noches de amor, también los patios de los studs con peoncito que habla al crack. Y entre estas cosas numerosas, pero limitadas al fin, que pueden ser nombradas después de todo por el locutor de la radio, tantas otras que se le parecen como una gota de agua a otra, pero que Gardel no nombró nunca, para que siguieran siendo íntimas: la cancha vieja de Peñarol, en la calle Rivera, o el Café "El Garrón", adonde algunos tíos solían caer cada noche, antes de morirse para siempre. Cosas, en fin, que existieron y que quizás todavía existen por ahí, para alegría o dolor quién sabe de quién parecido a nosotros.

 

Pero que para nosotros —nosotros, el pueblo...— no existirían sin Gardel.

Cosas que cantó, con abrumadora cursilería, Evaristo Carriego, en poemas de vida corta, que murieron con él porque a nadie daban emoción. Y que también cantó Carlos de la Púa, para que se murieran al rato, como aquella "copropietaria del queco La Luna", o aquel "bondi de línea requemada, con guarda batidor, cara de rope". Tipos como el "maula que antes el insulto callaste", que se levantó en la voz de la Rosita Quiroga, muerta también, y antes todavía parece que en la voz de la Pepita Avellaneda, que tenía un diamante incrustado en un diente. Y Mattos Rodríguez, la mocosita, el propio Florencio Sánchez, Magaldi y yo qué sé cuántos más! Habitantes todos de los carnavales de antaño, y que viven, muertos, bajo la lona del viejo circo de una eternidad corta, cursi, sin vuelo y nuestra.

 

Todo lo que he nombrado —cifra apenas de todo lo que se me olvida— está ahí, en algo que vale sin duda mucho más que todo eso, y que son los versos que escribió Pascual Contursi, que escribió Celedonio Esteban Flores, que escribió no sé quién. . .

 

Alguien ha dicho, y muchos han creído, que las letras de los tangos no valen dos cominos. Y la verdad es la otra. Gardel cantando "Noviecita mía yo te espero" y canciones francesas, mas pasillos colombianos, no hubiera levantado nunca una estatura de dos dedos. Es la poesía de las letras —de dos tipos sin voz que están detrás de su voz— y que le dictaban el "Volvé, mira, volvé", desgarrado, hasta el desfachatado "Desde lejos se te manya", la que sostiene al tango y al mundo del tango. Ocurre sólo —aquí está el misterio— que, fuera de la voz de Gardel, toda esa poesía se cae al piso, y el mundo que la inspira, circular y perfecto, se desinfla. Por eso Gardel, tan acompañado de todos nosotros, está tan sólo. Viene Hugo del Carril, viene Charlo, viene Alberto Castillo y ponen las gargantas profanas y comerciales sobre las letras sagradas, y tenemos que dar vuelta el dial. Aquello no es aquello. Y el tango decae, de pronto, de canción aristocrática a producto de radiotelefonía. Por eso, cuando se sale de Gardel, o hay que renunciar al tango o hay que buscarlo en la realidad de la vida.. .

Carlos Gardel - Adiós Muchachos -Tango Guillermo Calvo

Tango que te fuiste

 

Así como en Hornero el mar es siempre violeta y las naves, cóncavas, así también, en el tango, algunos pilares inconmovibles sostienen el cielo. Los letristas sin voz que se ocultan detrás de Carlitos Gardel, convinieron desde la primera hora que la piqueta fatal del progreso era siempre fatal. Y que la cortada es siempre mistonga; Margot, siempre rubia; la papa, siempre papusa, y el hombre ("¡qué profunda tristeza tiene la calle sola!"), siempre cornudo!

 

Saliendo de estos postulados que nadie discute, todo lo demás, ¡oh farolito viejo del barrio malevo!, es novedad y creación. "Desde que te fuiste hermano, —canta Gardel— hacia la triste región sombría, la casquivana alegría a nuestra pieza no ha vuelto jamás.. .". Cualquier cursi incurre en la cursilería de decir "la alegría frívola". Pero la cursilería de decir la "casquivana alegría" es cursilería original. Por ese camino es que nos vamos derecho al corazón del tango, que es el reino de la cursilería creadora. Un lenguaje nuevo, como quien dice. "Hace un año justamente, era muy de madrugada, regresaba a mi morada (¡) con deseos de descansar (!)... Al llegar vi luz prendida, en el cuarto de mi amada... Es mejor no recordar". Y pensar, digo yo, que si Gardel no hubiera vivido, nos hubiéramos quedado sin saber todo lo que hay adentro de esas estrofas que escritas, simplemente, o cantadas por cualquier otro, no pasan de macana solemne!

 

Por eso no deja de sorprender como un garabato "fatal del destino", como una "mueca siniestra de la suerte", que a un varón tan claro, de voz tan dulce, el pueblo lo haya ido a colocar, Pintín Castellanos mediante, justo detrás de la rabadilla del águila. Si a éste lo ponen aquí, se pregunta uno, ¿en qué parte van a poner entonces a Alberto Castillo, cuando crepé?

 

Todo esto, claro está, lo comprende el águila. No sería por eso de extrañar que cualquiera de estas noches tirara la zapatilla, se diera vuelta y mirando al Mago con ojos de gorrión chico, pegara el grito estentóreo:

 

"A ver, pronto, che mozo! Tráiganos más champán!".

 

por Manuel Flores Mora
Parlamentario, Periodista, Escritor, Historiador, Critico Literario
Tomo III
Homenaje de la Cámara de Representantes, mandado publicar por Resolución del 20 de febrero de 1985
Montevideo, 1986
Originalmente en "Marcha" - 29 de diciembre de 1952

Ver, además:

                       Carlos Gardel en Letras Uruguay                 

                                                      Manuel Flores Mora en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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