Un cuadro de Goya "La última comunión de San José de Calazans" por Julio Maia
La última comunión de San José de Calasanz |
HGRTALEZA es una típica calle de Madrid, del Madrid del siglo XVIII. No es tan angosta como las del Madrid de los Austrias ni tan ancha como las del nuevo Madrid. Es una callecita de transición entre dos épocas y dos ciudades. Nace en la muy moderna y bulliciosa Avenida José Antonio —antes La Gran Vía.— y corre, agachándose, hasta llegar, un poco alicaída, a la soleada placita de Santa Bárbara. Calle de tránsito intenso como su vecina Fuencarral. Muchos y variados comercios, con sus luces y colores, la animan en toda su extensión. Las casas, de dos y tres pisos, tienen el color grisáceo, característico de las casas centenarias. En Hortaleza está la Iglesia de San Antón, y esta Iglesia, además de su destino como templo cristiano, es un estuche que guarda en su interior una verdadera joya artística: me refiero al cuadro “La último comunión de San José de Calazans” de don Francisco Goya y Lucientes. Allí fui a verlo una tarde de frío madrileño. ¡Yo había visto tantas reproducciones de la obra famosa! Pero ahora iba a ver el cuadro auténtico, en el mismo lugar donde lo puso Goya aquel día de agosto de 1820, hace ciento cincuenta años. ¡Y dialogaría con él! Me dominaba una emoción desconocida. No soy religioso; no soy artista. ¿Por qué ese previo estado emocional? Tal vez la obra de arte, cuando es genial como ésta, tenga una fuerza misteriosa y sutil que produzca en nuestro ánimo, anteriormente a la contemplación de la misma, una fuerte agitación reveladora de un supremo goce estético. Aquella preemoción era mayor a medida que me acercaba a “La última comunión de San José de Calazans”. Si la estética es una ciencia, punto opinable, ésta debe ser una de sus leyes, con respecto a la obra genial: a menor distancia mayor emoción. ***** Aquellos religiosos querían tener para el altar de su Iglesia, un cuadro representando al fundador de las Escuelas Pías, San José de Calazans, y encargaron la obra a don Francisco Goya, ex alumno de aquellas escuelas en Zaragoza y que era aragonés como el santo. Le fijaron un plazo de tres meses porque querían inaugurar el Colegio y la Iglesia el 20 de agosto, día de la fiesta del Santo. Goya aceptó el encargo e hizo el cuadro en el plazo fijado, “con gran cariño”, como dijo después. Al entregar la obra devolvió al Rector del Colegio gran parte de los honorarios convenidos, expresando que don Francisco de Goya tenía empeño en hacer algo por su compatriota San José de Calazans. Mucho se ha hablado y escrito sobre sí Goya fue o no un pintor religioso. No entraré ahora en esa cuestión. La verdad es que hasta esa fecha, 1820, no había hecho obra que revelara un auténtico sentimiento religioso, habiendo ya pintado “La Sagrada Familia” ¡1787), “Jesús crucificado” (1780, “San Bernardino predicando ante el Rey Alfonso de Aragón” ("1781 - 1784). “Santa Justa y Rufina” (1817) y decorado la ermita de San Antonio de la Florida (1798). ¿Es que recién ahora, a sus 74 años de edad, siente Goya. en toda su hondura, el misterio religioso? Es posible que sí. Pero, reitero, ese no es el tema de esta nota. La obra examinada representa al santo arrodillado ante el altar, juntas las manos, en actitud de humildad, con los ojos semicerrados, como mirando a su interior, o viendo algo invisible para los demás; y, transfigurado por el éxtasis, recibe del sacerdote oficiante la hostia consagrada; su última comunión. Tiene noventa años y siente ya próximo el tránsito definitivo. Un ancho y simbólico rayo de luz ilumina la faz lívida ya del santo agónico. Por la propia significación y trascendencia del acto eucarístico toda la escena se espiritualiza, y ese estado de arrobamiento inefable se asoma en el rostro de los niños que están a la derecha del cuadro y se expresa en la actitud de los feligreses que ocupan él lado izquierdo, como si el misticismo del santo, por gracia divina, se fuera comunicando a todos. Beruete y Moret ve en este cuadro influencias del Greco. Dice: “aquellos blancos finos, plata, tan típicos del Greco... los volvemos a encontrar en esta obra de Goya. La relación de los dos tonos, grises plomizos el uno, oro viejo el otro, de la casulla del sacerdote el rojo del cojín, parecen arrancados de lienzos del Greco”. Las opiniones de Beruete sobre la obra de Goya en general, por su gran conocimiento de tema, son poco menos que definitivas. Pero, a veces, la gran erudición de ciertos críticos suele llevarlos a olvidos inexplicables, a perder de vista la obra que concretamente están estudiando para ir en busca de influencias, o coincidencias con obras de otros artistas. En este caso Beruete parece olvidarse -—no es que no lo sepa— que Goya es un pintor original y creador: creador de formas y de colores, y de sabía técnica. Por eso es un gran pintor. Eduardo Chicharro, citado por Bernardino Pantorba en su obra “Goya”, dice con su autoridad de pintor: “El mayor de todos los valores de Goya es el de colorista. El colorido de Goya es único por ser ál mismo tiempe vigoroso, brillante, fresco y fino. Sobre todo muy original”. Y agrega: “Goya creó colores y matices insuperables, gamas deliciosas, acordes completamente desconocidos antes". Y hablando de la luz en Goya dice: “Goya crea una luz que no se sabe de donde viene, ilumina el personaje en pleno rostro y le da no sé qué de sobrenatural. Dijérase de ciertos cuadros de Goya que tienen luz propia”. Me extendí un poco en esta cita porque nada se puede quitar y la comparto totalmente. Volviendo a San José de Calazans, diremos que Goya necesitaba para esa obra ciertos colores: blancos negros, ocres, grises; pero como además de la representación de la figura humana buscaba la interpretación y realización plástica de un sentimiento, de una idea, aquellos colores, por sí solos, no satisfacían a la visión interior del pintor. Para ello, como antes lo hiciera por ejemplo en “El fusilamiento de la Moncloa", creó colores especiales, únicos, para dar. ahora, la sensación, o la verdad, de un auténtico misticismo y para envolver todo el cuadro en ese ambiente “sobrenatural" que dice Chicharro. Sabía que sólo la fuerza de aquellos elementos plásticos podría darle esa expresión de profunda unción del santo, o mejor, la expresión de una idea ^carnada en la imagen. Forma y contenido en una sola imagen; la perfecta unidad artística. Dice Worringer: “La psicología del estilo comienza cuando los valores formales se hacen inteligibles, como expresión de los valores internos". Eso lo consigue Goya en este cuadro y en muchos otros. No creo, por tanto, en la influencia directa del Greco sobre Goya en esta obra. Podría, sí, hablarse de la influencia, no sólo del Greco, sino también de Velázquez, o Rembrandt, pero únicamente como factores o antecedentes culturales en la formación estilística de Goya, Goya fue siempre un gran asimilador de técnicas pictóricas, no un imitador, y todo ello sin desmedro de su estilo propio, de su originalidad espontánea y desbordante. “Partiendo de la emoción demos forma a la idea que nos venga en mente’’, dice don Joaquín Torres García. Ciento quince años, más o menos, antes que don Joaquín expresara ese concepto, don Francisco Goya lo había llevado a sus obras, genialmente, como lo prueba este San José de Calazans. Se cuenta que un sencillo aguador de Madrid viendo un día este cuadro en el taller de Goya, se arrodilló ante él, como frente a un altar, dominado por la más pura emoción. Tal es la fuerza de comunicación humana de esta obra, de su belleza plástica unida a la emoción del artista. Dejé la pequeña Iglesia de San Antón con un profundo recogimiento. Ya en la calle, y entre las débiles luces de Hortaleza, yo creía ver la imagen transfigurada de San José de Calazans. |
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por julio Maia
(Especial para EL DÍA)
Montevideo, Uruguay, 2 agosto de 1970
Al día 2 de abril de 2022 este texto se encuentra inédito en Internet. Fue escaneado por el editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Francisco de Goya en Letras Uruguay
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