La JUANA de todos
Ana Magnabosco

Enciendo el fuego para hacer el dulce de naranja en un barrio muy pobre detrás del Cerro. Los vecinos son invitados del Programa “Esquinas de la Cultura” de la Intendencia Municipal de Montevideo. Nos presentamos, cada uno dice su nombre y lo que quiera. Me entero que la mayoría son hurgadores, gente sencilla. Son más de treinta y rodean la mesa dispuesta con rodajas de pan aromático, tazas de colores, dulces brillando.

Los siento expectantes, contentos. Se han puesto sus mejores galas para asistir al “Te Literario” de la escritora.

Explico los pasos de la receta y doy el toque de arranque: ¡a probar ya, y a adivinar los sabores de las dulceras!

Una hora antes, una mujer morena ha extendido sobre la mesa un largo  mantel de banquete. Es una pena, quizás se manche, le advertí ante aquel lujo de hilo finísimo. Señora, hace tres días que lo tengo al sol, blanqueando para hoy, permítame el gusto de usarlo.

El perfume cítrico invade el antiguo tambo, devenido en centro comunitario. Con una mano revuelvo la olla y con la otra sostengo el libro mientras leo “El vendedor de naranjas”. La gente escucha y come en silencio. ¿Alguien conoce a Juana de Ibarbourou? Silencio. Les hablo de Melo, de sus inicios, de la Juana de América, doy su bibliografía, cuento algunas anécdotas. Silencio.

El dulce va tomando color dorado, leo “Vida garfio”. Un viejito levanta la mano, dice: esos sí que son amores para siempre, y agrega: creo que ésta que usté nombra es una que está en un billete. ¡Si, la Juanita, qué poco lo vemos a ése! Reímos. Voy de “Los parrales” a “Quietud”. Los invito a comentar. Una mujer joven, expresa como en un sueño: mi hijo anda en la brava. Qué bien me vendría “todo un día de silencio en una calleja en flor”.

El dulce está espumando. Se levantan para mirar la olla y comprender los secretos del punto. Vuelven a sentarse y les aviso: sé que ustedes conocen a esta autora. Lentamente digo el primer verso de “La higuera”.

El salón se transforma, vibra. Varios se ponen de pie y me acompañan diciendo el poema a viva voz. Los más chicos abren los ojos sorprendidos. Alguna lágrima aparece entre las risas: ¡Sí, la conocemos! ¡Estaba en el libro de lectura de tercero y hasta ahí llegué yo! ¡Pero mirá quién era! Si la maestra la hacía aprender de memoria…

Abrazo a una señora que llora y tiembla, el rostro apoyado entre las manos sobre la mesa. Vaya a saber qué dique echó abajo las palabras diáfanas de nuestra poeta. El puro poder de la poesía, de la belleza. El dulce está pronto.

Ana Magnabosco

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