El patio de la Torcaza
Carlos Maggi

Acto Primero

 

(Patio de una casa de inquilinato casi en ruinas, hundida entre dos altos rascacielos. Se oye la voz de Raúl cantando el tango APARTE).

Aparte

 

Aparte

Solo, solitario y

Aparte

En un desierto desolado y solo

Aparte

Un baldío circular en torno a ¡ni

Y el ladrido de un perro vagabundo

Contra el mundo

Porque sí

 

Aparte

Solo, solitario y solo

Aquí donde no hay nadie:

En la ciudad

Solo y solamente desolado

Aparte

Con exclusión de toda paridad

Canté este tango para nombrarte

Soledad.

(Sale Carrizo de su pieza y se dirige a la jaula de un canarito que cuelga contra la pared, junto a su puerta).

 

CARRIZO —. (Cada tanto chispea con los labios tra­tado de hacer cantar al pajarito) ¿Cómo pasó la noche, el pajarito cantor? ¿Cómo ha pasado el Gardelito de este patio? Sigue en su jaula, pobrecito, pero parece que la mañana le trajo ganas de hacer como el sol; parece que hoy se ha despertado dispuesto a alegrar todo con sus gorjeos. Pobrecita el ave canora que está entre rejas y no tiene a nadie a quien hacerle piquitos! Está solo y solito, como dice el tango de Raúl. Pero no importa, tenorino, Ud. ante igual, regale la magia de sus melodías al mundo malo que lo aprisiona. ¡Angelito de Dios, el inocente! Por ser tan bueno yo mismo me voy a encargar de conseguirle una compañerita. Así su celda se hace nido de autor. Va a ver. Le voy a traer la novia más linda del mundo, una gota de amanecer, doradita y suave, con plumón de oro y corazón de oro y una nota de violín en la garganta para que hagan dúo. Un lujo de novia va a tener, ¿qué me dice, tenorino? Ud. no entiende, pero no importa. Mientras se porte bien y esté en su jaula y cante como es debido... Si hace lo que tiene que hacer, yo voy a ayudarlo en todo, voy a ser su amigo. Esté tranquilo. Esté tranquilo bichito santo y póngase a cantar en su jaulita; cante lindo, pichon­cito, cante alegre para su tío viejo. Cante, mi hijito, cante. No sea bobito, eh. Cante, tenorino, cante. Vamos. ¡Te digo que cantes, pajarón! (le golpea la jaula) ¡Vamos! ¿no te das cuenta de que amaneció? Salió el sol, lo estás viendo. Cantá, pájaro bobo. Cantá, (Arranca la jaula del clavo donde cuelga y la sacude) Cantá bicho imbécil o te remacho. ¡Ah!. . . revolotear sabés, ¿no? Revoloteá, entonces. Revoloteá. Revoloteá ya que sos mudo; serví para eso. Revoloteá (Lo deja inmóvil cerca de su cara) Te prevengo: mientras no cantes como Dios manda no pienso darte ni una gota de alpiste. Ni te pon­go agua tampoco ¿me entendiste? Contestá. (La sacude de nuevo) ¿Me entendiste o no? Te estoy avisando: más vale que cantes y ahora mismo. Cantá te estoy diciendo. ¡Cantá carajo! (Pone la jaula en el suelo y se dispone pisarla) ¡Porquería! ¡Cornudo! (En ese momento oye que Raúl, tarareando el tango, abre su ventana del altillo; recoge la jaula, la vuelve a su lugar y retorna su tono inicial) ¡Pobrecita el ave canora que está entre rejas! Puñadito de ternura, amigo chico, suavidad del mundo. (Chispea con cariño)

RAÚL — Tan temprano y haciendo música, Don Carrizo.

CARRIZO — Como Ud.. Raúl. Me desperté y era como en el cielo porque Ud. cantaba; pero era un cielo triste; como siempre, su tango habla de soledad.

RAÚL — Es que estoy así: solitario como un pájaro del atardecer. Por eso me acompaño con … para poder ir viviendo.

CARRIZO — Lo bien que hace. Todo lo que se pa­rezca a un bichito inocente es bueno. ¿Qué sentido ten­dría mi vida si no fuera por este canarito? Mi única compañía... Ud. sabe. .. desde que murió la madrecita buena.., quedé completamente huérfano. . . ¡y es tan feo sentirse así, sin la vieja de uno! ¡Es un vacío que duele más que nada! Puede creerme, Raúl, mi madre fue la novia que tuve y más le digo: hasta ahora la vieja sigue siendo mi noviecita buena ¡la única! aunque ya hace dos años que se me voló al cielo. (Se seca una lágrima).

RAÚL — (baja a consolarlo y le apoya una mano en el hombro) No se ponga así, Don Carrizo, hay que ser varón y de los guapos. Hay que saber aguantar una mala jugada del vivir.

CARRIZO — Ud. tiene su arte, en cambio yo estoy solo. Y además, Raúl... Ud. tiene.., como le diría... tiene su ilusión.

RAÚL — ¿Qué ilusión?

CARRIZO — Una ilusión nueva, desde que se instalé aquí. ¿Piensa que no sé?

RAÚL — ¿Qué cosa? No veo que pueda saber.

CARRIZO — Me gusta ser reservado y además no es mío el secreto, así que me callo, Pero todo eso lo ve muy claro un viejo como yo, desde antes de empezar. Así que...

RAÚL —  Cada vez entiendo menos…

CARRIZO — Basta fijarse, como mira Ud., digamos para aquel lado, cuando no hay nadie; o como mira ella, digamos, para allá arriba, cuando.., cree que está sola. Basta con fijarse en eso y uno puede predecir el futuro.

RAÚL — (Halagado) No me diga que supone que yo y la Torcaza. .. ¡pero Don Carrizo!

CARRIZO — No es que suponga, lo estoy sabiendo. Soy adivino, conozco el porvenir; se lo dije.

RAÚL — ¡Realmente, eh! Sabe más que yo y que ella.

CARRIZO — ¿Está seguro?

RAÚL — Nunca le dije nada. Palabra. Y ella ni me ha mirado siquiera. (Interesado) ¿Y Ud. cree?...

CARRIZO — (Pausa intencionada) ¿Si creo qué?

RAÚL — Que ella… Mejor dicho: que yo, para ella..
CARRIZO   —. Vamos por el principio. Venía negando que hubiera la menor cosa. ¿Qué dice de Ud.? ¿Le pasa algo con ella o no le importa nada, la Piba?

RAÚL —. Ya que es adivino, ¿por qué no adivina que canto ese tango de la soledad, para decírselo de algún modo? La Torcacita me parece un sueño, la criatura más maravillosa del mundo. Es lo lindo que puede haber; se está muriendo de delicadeza. Yo que sé... No puedo explicarle.

CARRIZO — Y entonces, ¿por qué duda?

RAÚL — ¿No vio como es conmigo? Ni me mira. Hace semanas que canto y canto ese tango, siempre el mismo, y no me ha dicho otra cosa que: buenos días, vecino; y se va.

CARRIZO — Culpa suya. Pensó que el tanguito ese puede hacer milagros. Si acerté con Ud. no hay ninguna razón para que me equivoque con ella. Pero Ud. tiene que ayudar a la simpatía. ¿O pretende que así como así ella suba, se le presente en el altillo y le diga: con tal de no oír más ese tango me mudo para esta cama? Perdone, Raúl: a lo mejor Ud. está realmente enamorado, y esto que dije le cayó mal. Pero fue una broma. Como Ud. dijo: ella es toda delicadeza. Pero soy así yo, soy bruto para hablar. Perdóneme, hay que comprenderme, Raúl. Aunque ella sea una torcacita... ya la veo como...

RAÚL — ¿Pero qué piensa que estoy buscando con el tanguito ese, don Carrizo? ¿O se tomó en serio cuando dije que soy como un pájaro del atardecer? ¡Vamos, viejo! ¡Pajaritos a esta altura, de mi vida! ¿No se dio cuenta que hablaba desde allá arriba y que ella podía estar oyendo? La primera noche que la Torcaza vuele hasta el altillo es cosa hecha. Si quiere se lo cuento y salimos a festejar; si es que consigo algo para las copas, porque lo que es ahora. , . estoy limpio, no tengo un peso.

CARRIZO — Trato hecho, Raúl. Ud. me cuenta todo, salimos a festejar y nos corremos una farra completa en honor de la paloma caída. Esté tranquilo: yo mismo voy a preocuparme de conseguir esa compañerita, así su celda se hace nido de amor. (se ríe). Pobrecito el zorzal criollo que canta en el altillo. Hago tres pases magnéticos, digo tres palabritas mágicas y te mando para arriba un lujo de novia. Podés ir preparando el colchón. (Se ríe brutalmente).

RAÚL — ¡Cuidado! Se levantó la madre de la Torcaza (da la espalda, a la puerta de la pieza de la Torcaza y canta tristemente).

Aparte

Solo, solitario y solo

Aquí donde no hay nadie

En la ciudad

Solo y solamente desolado

CARRIZO — Buen día, vecina. Tan tempranito, disponiéndose a trabajar?

ANDOLINA — (Que sale de su pieza con una palangana con ropa) Buenos días, Carrizo. Buenos días Raúl. Parece que por fin hoy vamos a tener tiempo bueno. (mirando hacia arriba, como si costara ver el pedacito de cielo entre los rascacielos). Dentro de un rato entra el sol. ¿No se levantó todavía doña Pezpita? Tengo esta ropa para secar desde hace dos días. Yo lavo y ella me presta la cuerda.

RAÚL — ¿Cómo está la familia?

ANDOLINA — Gavi como siempre; con su pierna a cuestas, durmiendo; y Filomena preparándose para ir a la tienda, supongo.

RAÚL — Difícil que vaya hoy. No hay locomoción ninguna. Están de paro. ¿No sabia que Raúl hizo una gestión en el Sindicato para que hubiera huelga y la Torcaza pudiera quedarse todo el día?

ANDOLINA — No lo entiendo. ¿ Por qué dice eso?

CARRIZO — Es una broma doña Andolina. Como hoy es el cumpleaños de su hija.

ANDOLINA — ¡Virgen Santa! ¿Querrá creer que se me había olvidado? ¡Qué cabeza la mía!

CARRIZO — En cambio yo, me acuerdo perfectamente: el 12 de octubre del año pasado fue sábado y tuvimos fiesta. Me acuerdo hasta el día en que nació. (gesto de Andolina) Claro que me acuerdo. Una lástima que todavía no estuviera el año pasado con nosotros Raúl, hasta baile hicimos esa noche. ¿se acuerda, doña Andolina? Y eso que en su pieza, Raú1, vivía una vieja gorda, con piedras al hígado y un bigote así. Sargentaza, la Vieja.

RAÚL — Una lástima, realmente, no haber partido poco. Pero hace un año en esta época, cumplí una gira artística; sí, estaba en Mar del Plata, República Argentina..

CARRIZO — Y hoy, ¿cómo se festeja, doña Andolina? ¿Tenemos algo preparado para recordar aquel día?. ¿hacemos bailecito?

ANDOLINA — (Sombría) Haga el favor de no seguir… Debe ser por eso que quise olvidarme. Además  hoy no se festeja de ningún modo. (Va hacia la puerta de Churrinche y golpes con los nudillos) Doña Pezpita...

RAÚL — ¿Qué le pasa?

CARRIZO — ¿Cómo quiere que sepa? ¿O se tomó en serio eso de que soy adivino?

ANDOLINA — Doña Pezpita... Doña Pezpita...

VOZ DE PEZPITA — Va..., Doña Andolina, va. Un momentito, por favor. Ya va. (Apareciendo) ¿Qué se le ofrece, vecina?

ANDOLINA — Buen día, doña Pezpita. Perdone que la haya despertado, pero amaneció con sol, así que si no aprovechamos...

PEZPITA — Por supuesto. Enseguida traigo la cuerda. ¿Lavó su ropa y la mía?

ANDOLINA — Está pronta. Sí. No era mucha, pero conviene darle un enjuague. Hace días que esta mojada y capaz que agarró olor a humedad.

PEZPITA — (entra) ¿¡Ay!, te despenaste, querido? (Doña Pezpita sale arreglándose y dispone la cuerda mientras doña Andolina llena de agua la pileta. Luego, enjuagan, escurren y tienden la poca ropa que habla en la palangana. Mientras tanto:)

CARRIZO — ¿No tendrá un tabaquito, Raúl?

RAÚL — No. No me conviene fumar; por la garganta.

CARRIZO — Pero cuando lo invitan, fuma.

RAÚL .— Trato de no comprar cigarrillos.

CARRIZO — Debe resultarle facilísimo.

RAÚL — Por lo que veo, Ud., aunque no cante, también se cuida mucho de tener.

CARRIZO — De eso se encarga la Caja de Jubilaciones. Hace tres meses que no cobro. Imagínese.

RAÚL — También para Ud. anda fea la cosa, eh.. ¡Qué racha!

CARRIZO — Últimamente, ni Churrinche ha podido ayudarme y eso que es un padre para mí.

RAÚL — Parece buen tipo, Churrinche.

CARRIZO — Todo corazón. Puede estar seguro: Churrinche, es amigo de los amigos. Algo especial, el muchacho. Ahí lo tiene, hablando de Roma...

CHURRINCHE — (Aparece muerto de sueño, con una caldera esmaltada, mate y bombilla en mano) Con el asunto de que el sol entra en el patio nada más que de 9 a 10 de la madrugada, ya ni se puede dormir en este conventillo. Las mujeres se alborotan temprano y le golpean la puerta a uno. Cualquier día pongo mis cosas en el Cadillac, me mudo para un Pent House en la rambla de Pocitos, y no me ven más. (Bosteza y se despereza).

CARRIZO — ¿Cómo anda el amigazo?

CHURRINCHE — Hoy me levanté uno a cero, perdiendo. Las condiciones climatéricas no son del todo propicias, un viento arrachado cruza la cancha, estado de la bahía marejadilla; termómetro 37 grados de sueño a la sombra. (Vuelve a bostezar), ¿Ninguno de ustedes tendrá una cebadura? Van seis días que chupo de este mismo mate. Es como tomar pichi de nene chico, pero con gusto a sótano. ¿No tiene un poco de yerba, Raúl? Otro día se la devuelvo,

RAÚL — ¡¿Yo?! Deben ser estos pantalones. En fija que me hacen pinta de turista. Don Carrizo me pide cigarrillos, Ud. me pide yerba, todos me piden algo y yo hace día y medio que no como. ¿Qué me dicen? Desde el sábado al mediodía que me invitó el petizo Moscarelli; comí un asadito, canté “Adiós Pampa mía” y no volví a mascar ni chicle. (Se miran los tres, acercan asientos y se ponen en rueda, en torno a la caldera que trajo Churrinche).

CARRIZO — Permítame. Yo cebo. (Se hace cargo de la caldera y del mate).

CHURRINOHE — Juro que por este cañito sube pichí puro de oliva; pero si se animan...

CARRIZO — No se haga problema. Aunque esté de lo más clarito, el mate hace bien, engaña el estómago. (Después de tomar) Realmente, che, en mi vida vi mate más limpio; no le queda ni el gusto al metal de la bombilla. ¿Cómo hiciste para dejarlo tan lavado?

CHURRINCHE — ¿No le dije? Se chupa para oír el ruidito final y hacerse la ilusión.

CARRIZO — ¿Se sirve?

RAÚL — Sí, me sirvo. Muchas gracias. ¡Linda vida! (Se van ensimismando los tres. Hay pausas).

CHURRINCHE — Como no. Nos está haciendo un día precioso para vivir. .. del aire.

CARRIZO — ¡Realmente! ¿qué cosa, no?

CHURRINCHE — Diga mejor: ¡qué cosita!

RAÚL — Eso; cosa seria.

CARRIZO — ¿Y qué se va a hacer?...

CHURRINCHE — Por supuesto: nada te puede hacer.

RAÚL — Es así y punto.

CHURRINCHE — Clavado y martillado.

CARRIZO — Así mismito (Pausa mayor. Un suspiro)

CHURRINCHE — Sí señor.., con la vida. ¿Sabés cómo?

RAUL — ¿Sabés qué? Se está poniendo cosa muy cosa.

CHURRINCHE — No somos nada.

RAÚL — Exacto. Nada de nada, últimamente.

CARRIZO — Y bueno: por lo menos hacemos un poco de filosofía.

PEZPITA — ¿Y qué me dice de los precios? (Las mujeres están tendiendo la ropa).

ANDOLINA — ¿Qué precios?

PEZPITA — ¡Cómo qué precios! Los precios.

ANDOLINA — ¿Precios de qué?

PEZPITA — ¡Pero doña Andolina! Cuando uno dice precios, dice los precios de todo.

ANDOLINA — ¿Y qué pueden importarme a mí los precios de todo si ya no puedo comprar nada?

PEZPITA — No diga eso. Dios la va a castigar.

ANDOLINA — No sé como va a hacer para castigarme más. Filomena se va al centro el mes pasado, saca un crédito y se compra de todo: vestido, medias, hasta zapatos, se compró. Ahora tiene una cuota que se lleva la mitad justita del sueldo ¿qué me dice? La mitad justa durante diez meses. ¿Quiere castigo más grande?

PEZPITA — ¿Y la otra mitad, doña Andolina?

ANDOLINA — ¡Ni me hable! ¿O no me vio llorar todos estos días? ¿No sabe que el jueves Gavi me revisó los tarros de la cocina?

PEZPITA — No le creo.

ANDOLINA — Puede creerme, sí. No dejó un centésimo. Tenía lo que me iba quedando y hasta una chalita de cincuenta pesos para festejar hoy el cumpleaños de mi Torcaza. Pero Gavi descubrió el tarro que decía fideos, se fue al Parque Hotel y no se dio la segunda docena ni una vez. La ruleta se le negó toda la noche. ¿No se acuerda? Fue la mañana que empezó a llover y él me trajo jazmines; que yo se los mostré.

PEZPITA — ¡No me diga que fue ese día!

ANDOLINA — Ud. sabe como es ese chiquilín con su madre. Tiene adoración. Hace una locura así y se me presenta con flores. Cuando entró no sabía cómo explicármelo, el viernes de mañana) pero eso sí, no me miente nunca. Me pasó el brazo por los hombros, me llevó y me sentó en la silla, la silla mía, ésa que a mí me gusta, la de Viena que nos está quedando; me sentó en la silla y me dijo el pobrecito: Mamá —me dijo— mamita, me jugué toda la plata, hasta el último peso que estaba en los fideos —me dijo— y perdí. Pensé en matarme, pero después vi al Tito García, le pedí cinco pesos prestados y en vez de jugárselos, pensé en vos, mamá y te compré estos jazmines, porque sé que es la flor que te gusta. (Están llorando las dos) Los primeros jazmines del año, Doña Pezpita. Como si su viejecita estuviera muerta y él.

PEZPITA — No siga, doña Andolina. Me viene como un peso aquí, en el pecho. Uno ve una cosa de esas en la fotonovela y se le parte el alma.

ANDOLINA — ¿Verdad que es lindo casi todo lo que hace llorar? Es un crimen que ese muchacho no tenga más suerte en la vida, con el corazón que Dios le ha dado.

PEZPITA — De veras, tener que revolverle las latas de la cocina, como un ladrón, mientras otros van al banco, firman un cheque y salen muy orondos con el fajo de billetes en el bolsillo.

ANDOLINA — Dígame, si no merecerla ser rico mi chiquilín, en vez de estar buscando empleo sin encontrar nunca. Todo por esa pierna que le quedó así. Lo habían citado para practicar en el primero; no sé si supo.

PEZPITA — Sabía, si. Pero fue hace 8 años.

ANDOLINA — ¡Cómo pasa el tiempo, Dios mío! Parece que fue ayer y ya van... sí, van para 8 años que se lesionó los meniscos mi pobrecito Gavi.

VOZ DE GAVI — Mamá... mamá... ¡vieja! ¡Ché! ‘Mamandohina! (Seguirá llamando durante el diálogo que sigue).

ANDOLINA — Oigaló. A esta hora ya me está pidiendo que le saque el perezoso al patio. Y si no soy yo quien se lo acomoda, no está conforme.

PEZPITA — Y él, ¿no probó, él mismo de acomodarse el sillón para tirarse a pasar el día en el patio?

ANDOLINA — No podría, doña Pezpita. En cuanto se inclina para recoger algo es lo peor. Ud. no sabe lo que es el menisco. Dice Gavi que es como tener un perro adentro de la rodilla; está en el hueso y Ud. se inclina y el menisco muerde.

PEZPITA — Lo raro es que pueda estirarse ¿no? (Hace el gesto).

ANDOLINA — ¿Cómo estirarse? No le entiendo.

PEZPITA — Claro, para poner las fichas en segunda docena, tendrá que inclinarse un poco. ¿Cómo no le muerde el perro, cuando está en la mesa de la ruleta?

ANDOLINA — Es de noche, doña Pezpita. Después de media tarde parecería que entra en calor y le calma. Pero, si me permite, voy a atenderlo; si no este muchacho del diablo arma un escándalo. ¡Voy! ¡Voy en seguida, Gavilán!

PEZPITA — Vaya no más. Ya casi terminamos.

ANDOLINA — ¡Está tan mimoso, el pobrecito! No le digo que si no soy yo... (Aparece Gavi, retrocediendo, mientras arrastra trabajosamente su sillón de lona. Rengueará siempre de su pierna enferma. Andolina corre a ayudarlo). Deje, mi hijito, deje que le va a hacer mal tanto esfuerzo. ¿Te levantaste bien o está con dolor esa pierna? (Lo besa, le arregla el pelo y el cuello de la camisa) Hubieras esperado un minuto más; aunque tuviste razón; a medida, que me hago vieja, me pongo más charlatana. (Acomoda el sillón y él se tiende ayudado por ella). Así está bien. Descanse hijito (Gavi se levanta el pantalón, acerca un banco y extiende su pierna, con la rodilla vendada, para que le de el sol).

CHURRINCHE — (A Gavi) ¿Cómo anda varón?

GAVI — ¿Cómo quiere que ande, con esto? Desparejo.

CARRIZO — Hay que tener ánimo Gavi. Mire el cielo, se vino la primavera.

GAVI — Lindísimo. Con este solcito hoy va a hacer más hambre que ayer. Tengo el estómago como un afiche; pegado a la columna.

ANDOLINA —¡Hijito!

GAVI —  Es como Ud. dijo, Churrinche: un tiempo precioso para estar pobre y enfermo.

VOZ DE LA TORCAZA — ¡Mamá! No encuentro el delineador, ni la lima de las tiñas, ni nada.

ANDOLINA — Debe estar todo en el cajoncito de arriba. Ayer guardé las cosas, así que... (pausita) ¿Están? ¿O querés que vaya?

VOZ DE LA TORCAZA — Están, sí. (Se acerca Carrizo, le toca el hombro a Andolina y señala un lugar apartado del patio).

CARRIZO — No se si se fijó, doña Andolina. Me parece que tenemos ratones otra vez o de repente son ratas, Venga un poco a ver si Ud. nota algo. (la lleva aparte y le habla en voz baja).

PEZPITA — (saludando a Gavi) Buen día, segunda docena.

CHURRINCHE — (llamando a Pezpita que pasa con la palangana hacia su pieza) Vieja, vení un poquito ¿querés?

PEZPITA — Sí, papito.

CHURRINCHE — Aquí me dice Raúl que es el cumpleaños de la Torcacita y que él y Carrizo están sin un centésimo, Me parece que doña Andolina tampoco anda muy bien de plata.

PEZPITA — En cero la dejó el entreala izquierdo. Se llevó lo que tenía y lo perdió a la ruleta.

CHURRINCHE — Por el modo de caminar en seguida me di cuenta que esa vieja estaba en llanta. ¿Qué hacemos, Pezpa? ¿Sabés lo que es un cumpleaños para una pibita así, toda ilusión?

PEZPITA — ¡Qué divino! Me acuerdo cuando cumplí los 22, en Lezica ¡fue un día inolvidable! Me habían hecho un vestido azul todo todo todo...

CHURRINCHE .— Bueno, bueno, che... No te em­bales. (A Raúl) La da esto y empieza con la historia patria del siglo diecinueve, desde el capítulo uno de H. D. hasta nuestros días. ¡Qué cosa bárbara!

PEZPITA — (a Raúl) Hacía más de seis meses que no me acordaba de mi cumpleaños en la quinta de Lezica. Fue la noche más perfecta de mi vida. El jardín estaba iluminado con reflectores y habían puesto un toldo ver­de y abajo mesitas. El buffet era de la confitería del Telégrafo y había tres mozos.

CHURRINCHE — Ahora viene el capítulo 2: las invasiones inglesas. Seguí.

PEZPITA — Se bailaba cerca de la fuente, Raúl, y había venido el Embajador de Inglaterra con la señora y un grupo de muchachos del Club de Polo y la señora se había puesto la tiara de diamantes, que valía, en ese entonces, más de veinte mil pesos.

CHURRINCHE — Bajá a la tierra, Pezpa. (A Raúl) Era sirvienta en la casa de los Menéndez Soria y le cayó el cumpleaños justo el día que se casaba la hija menor de los patrones.

PEZPITA — Pero me regalaron el vestido azul con mostacilla y el niño Gonzalo me dijo que estaba lindísma y no hice nada en toda la noche; servían los mozos pude mirar todo lo que quise, como una reina...) hasta tomé champagne. Bien que te conté que llegué a marearme y todo. Fue tan divino que debía haberme muerto esa misma noche (Solloza).

CHURRINCHE — ¡Fenómeno! Cuando le saltan las lágrimas faltan 20 segundos para que suene la pitada final y se dé por terminado el partido. Ésta la vi, Pezpa, ahora contáte una de pistoleros.

PEZPITA — No le haga caso, Raúl, dice así, pero vuelta a vuelta me pide que le cuente, ¿es verdad o no? Decí. La fiesta de mi cumpleaños me pide que le cuente, o el día que el niño Gonzalo me llevó a la bohardilla. ¡Relajado! (Con ternura) ¡Asquerosito! (Le acaricia la cabeza) Me hace contarle cien veces, detalle por detalle, como el otro me tiraba del pelo y como me rompió la blusa y después, cuando yo gritaba y él me agarró fuerte y...

CHURRINCHE — ¡¿Querés callarte?! Te pregunté qué hacemos con la piba, que es el cumpleaños y ninguno de nosotros tiene nada.

(Se oyen gritos: alguien se queja o protesta ahogadamente; todo un poco confuso, pero inquietante).

CHURRINCHE — (con calma, porque todos están acostumbrados a ese lamento atroz) Mirá como está. Andá, vieja. Fijate qué le pasa al abuelo y mientras, ves si queda alguna cosa por empeñar, así compramos algo para hoy.

PEZPITA — No queda nada. Lo último fue mi espejo, que tu no querías; como no sea la mesa o la misma cama donde dormimos...

CHURRINCHE — Fijate, por las dudas, en el cuartito de arriba donde está encerrado el viejo, entre las pilas de botellas rotas, entreverado con los trapos o los papeles, yo que sé, hay tanta porquería ahí, de repente... (Ella le obedece sin mucha convicción y entra a la pieza. Al abrir la puerta, salta un gemido desgarrador al cual nadie le da importancia).

RAÚL — Ud. es demasiado bueno, Churrinche.

CHURRINCHE .— No, Raúl. Se hace lo que se puede. (Se acerca Carrizo y llama a Raúl. Andolina entra en su pieza.

CARRIZO —  La cosa marcha. Le hablé a la madre y ella va a conversar a la Torcaza.

RAÚL — ¿Conversar para qué?

CARRIZO — ¡¿Cómo para qué?! Para prepararla. Dela por segura. Ahora mismo debe estar hablándole. Le dije qué la haga salir, así Ud. se le declara.

RAÚL —¿ Ahora? Tengo que pensar algo, entonces.

CARRIZO — Piénsese una buena, porque es su opor­tunidad y la Torcacita no es nada zonza.

RAÚL — No es zonza, pero es mujer.

CARRIZO — Claro. Dígale que está linda, que tiene los ojos así y asá y que Ud. está enfermo. Sobre todo eso, que se siente mal. Va a ver. En cuanto lo vea hecho un desgraciado, se le despierta el espirito maternal y ya quiere darle el pecho al nenito que tiene nana (se ríe).

RAÚL —  ¿Cómo lo consiguió?  

CARRIZO — ¿No le dije que soy mago?

RAÚL —  De algo puede estar seguro, Carrizo: de un favor de estos no me olvido. (Se dan la mano y sin desprenderse giran la cabeza porque acaba de aparecer Filomena que viene sencilla, pero muy bien vestida y peinada. Detrás de ella salió Andolina que se recuesta al marco de la puerta y la mira sonriendo y aprobando bonachonamente; hay una pausa, un tanto embarazosa, porque Raúl no se decide y todos están esperando que lo haga).

CHURRINCHE — Feliz cumpleaños, Torcacita.

CARRIZO — Feliz cumpleaños.

PEZPITA — (Que se asoma a su puerta) Feliz cumpleaños querida; el abuelo le manda un beso.

FILOMENA — Gracias, doña Pezpita. Son muy buenos. Gracias a todos. Es decir, a ustedes dos, porque. Tú, Gavi, ¿no me decís nada?

GAVI — Te digo si: año nuevo, vida nueva. Ojalá salgas de este pozo, hermanita, por lo menos tú. (se besan)

RAÚL — ¿Y a mí no me pregunta por qué no la felicito, en su día?

FILOMENA — Bueno, como nunca hablamos, pensé que...

RAÚL — Pero alguna vez tiene que ser la primera, ¿no le parece? (risa tonta)

FILOMENA — Claro. Tiene razón. Muchas gracias. (le tiende la mano)

RAÚL — Pero es que todavía no le dije nada. (la deja con la mano extendida)

FILOMENA — Perdóneme, creí. Ud. dijo así y entonces pensé que...

RAÚL — Como no nos conocemos pese a ser vecinos, pensé que primero correspondía presentarme. Me llamo Raúl Rolando Buenaventura; nombre artístico: Raúl Distel.

FILOMENA — Mucho gusto. (se dan la mano y él, ceremoniosamente, como en la corte o en las telenovelas la hace avanzar hacia un lado donde pueden hablar relativamente apartados aunque todos los demás ven y oyen todo y cambian miradas de complicidad y aprobación.

RAÚL — Cuando supe que era su onomástico me propuse hacerle un obsequio digno de Ud.

FILOMENA — ¡Por favor!.

RAÚL — Pero ¿qué puedo yo presentarle a Ud. que parece una princesa en todo? No sabe Torcacita, ¿puedo llamarla así? No sabe lo duro que puede ser para un hombre y más si es un artista, qué amargo puede resultar el hallarse en semejante dilema, sin nada en sus manos para hacerle la ofrenda que su delicadeza reclama, sin nada como no sea el perfume de una flor, la sombra de un recuerdo, el éxtasis de esta mañana insólita y fugaz.

CHURRINCHE — Muy bien. (lo aprueban).

FILOMENA— Me gusta como habla. Siga.

RAÚL — Capta el sentido oculto de mis palabras ¿verdad? ¿Percibe el trasfondo que palpita en ellas? ¿Lo capta?

FILOMENA — ¿Quiere decirme si lo entiendo? Poco, pero no importa... Siga... Nunca creí, al verlo, que Ud,... yo que sé... que Ud....

RAÚL — Siga.

FILOMENA — No. Siga Ud. (Pausita)

RAÚL — Mi vida es un páramo.

FILOMENA — Siga. Me encanta.

RAÚL .— Le hablo con el corazón en la mano. Desde que surgió Ud. en mi vida, Torcaza, veo una lucecita y trato de avanzar y esa lucecita me guía.

FILOMENA —  Sí…

RAÚL — Pero a veces me desoriento y me pierdo y no sé qué hacer, ni qué decir y….

FILOMENA — ¿Y que?

RAÚL — Nada. Vale más no seguir. ¿Para qué? A Ud. seguramente no ha de interesarle el raconto gris de un turbio atardecer.

FILOMENA — ¿Por qué? ¿Qué le pasa? ¿Está triste, verdad? Y está solo. Hace tiempo que me di cuenta y hoy, cuando mamá me dijo que viniera que Ud. me iba a hablar, tuve la comprobación. Yo sabía ya, me había fijado bien que Ud. estaba ... abandonado y solo.

RAÚL. —  Solitario y solo.

FILOMENA —  Claro, solitario y solo. Pero siga hablando de mí, como cuando empezó. Diga de nuevo lo del regalo.

RAUL— Quería que mi obsequio llegara a Ud. como un mensaje alado para engalanar su vida.

FILOMENA —  Ya sé. Y porque estaba desolado y solo, tirado por la vida, pensó en cantar un tango, para mí.

RAÚL — Claro, era eso exactamente.

FILOMENA — Me encantaría si Ud, cantara.

RAÚL — Deseaba que mi ofrenda, como un aroma exquisita, se posara levemente en su...

FILOMENA — Vaya. Cante.

RAÚL — ¿Ahora? Pero...

FILOMENA — Claro. ¿Por qué no? Cante ahora; pero desde el altillo como hace de mañanita, Me va a gustar más que nunca porque hoy es para mí.

RAÚL — Siempre canté para Ud.

FILOMENA — ¿En serio?

RAÚL — Lo juro, por esta luz que me alumbra.

FILOMENA — Vaya y cante como nunca.

RAÚL — Si, Torcaza. Una serenata al pie de tu balcón, (Tomando conciencia) Aunque yo esté allá y tú estés aquí...

FILOMENA — Una serenata... (Él le besa la mano y se dirige a la escalera por donde se sube a su pieza. Al pasar Carrizo le da la mano).

CARRIZO — Muy bien, Raúl. Muy bien,

CHURRINCHE — Estuvo notable. Lo felicito.

PEZPITA — ¡Qué facilidad de palabra! Me hizo llorar. Desde “El amor tiene cara de mujer” no sentía una cosa así.

RAÚL — Gracias. Muchas gracias. Pero si me perdonan tengo un compromiso que quiero cumplir cuanto antes. (La mira, todos la miran; ella baja los ojos y él sube los escalones. Casi en seguida canta el tango “Punto final”).

Desde el segundo rincón

Del corazón

El más nocturno

Nació este tango del taciturno,

Roto, residual y demolido

Amortecido

Punto final

Agobio, desazón sin peripecia

Y anestesia local

De la alegría.

Insulso sinsabor del alma mía

Ocaso de los días

Punto final.

Nostalgia que me dio desesperanza

Y una añoranza tenaz

empedernida

Derrumbe sin razón y sin medida

Saqueo de la vida

Punto final

(Cuando completa su vagido final, Raúl, en lo alto de la escalera, contempla el efecto de su tango y aquello es un velorio donde hacen fila los suspiros).

ANDOLINA — ¡Qué emoción tan fuerte, Dios mío, qué emoción!

CARRIZO — Qué se va a hacer, doña Andolina. Es la vida, ¿no?

PEZPITA — ¡No somos nada y estamos de paso, virgen santa! Se me rompe el corazón.

CHURRINCHE — Hay que tener resignación, mi vieja.

ANDOLINA — Claro, hay que ser fuertes, Cuando el sentimiento ahoga hay que pensar en los hijos.

FILOMENA — No puedo, mamita, no puedo. Tengo que llorar. (se refugia en ella y dice muy bajito, llorando apenas) Me parece que estoy enamorada mamá. Por primera vez estoy enamorada.

ANDOLINA — Llore, m’hijita, llore que la tristeza alimenta.

(Raúl ha bajado la escalera como si fuera Macbeth, llevando el estuche de la guitarra entre sus brazos. Trató de llamar la atención, pero es tal el embrujo de la Torcacita temblando de emoción, que nadie repara en él).

RAÚL — (anticlimático) Salgo un momento. (nadie lo oye) Dije que salgo un momento.

GAVI — ¿Y qué con que sale? Se va y después entra y chau. ¡Ufa con el señor que expresa el  sentimiento a través de la nariz! (Se da vuelta en su sillón, aco­modando la pierna vendada como si fuera un bebe y sigue su siesta matutina)

RAÚL — Decía que me voy llevando la guitarra.

CHURRINCHE — ¿Va a cantar a algún lado? Pensaba que justo hoy, que ella. .

RAÚL — Justamente. (dramático) Quiero hacerle un regalo a la Torcaza y como es lo único que tengo abraza el estuche)

CHURRINCHE — (se levanta y va hasta él) No, Raúl, eso no. La viola, no.

RAÚL — Pero es por ella.

CARRIZO — ¡Hombre de Dios! ¿qué va a hacer, Raúl? ¿Pero, se están dando cuenta de lo que intenta? Sale a empeñar la guitarra. (Forcejean. El estuche se abre. Está lleno de ropa sucia)

FILOMENA — (Sin ver) No, Raúl, por favor. Le pido por lo que más quiera. No haga eso, cualquier cosa menos la guitarra.

RAÚL .—. Es mi vida y mi alegría, es el alma de mi alma, pero la pongo a sus pies. Quiero decir: la llevo a la casa de empeño y la empeño ¡Por Ud!

FILOMENA — Ya me hizo el mejor de los regalos, Raúl: su tango maravilloso. Mientras lo oía, me sentí como transportada, en otro mundo; soñé que era de noche y que estaba en una fiesta bailando junto a una fuente, en Lezica, y que sonaba un vals entre los grandes árboles, bajo un cielo de estrellas y yo. .. yo era... era..

GAVI — Eras la sirvienta de la casa, como doña Pezpita. Ese sueño está usado, buscate otro.

RAÚL — Déjeme pasar, don Carrizo. No. No me detengan (Carrizo corre a interponerse porque estaba lejos)

CARRIZO — Anda... llevá ese instrumento al altillo, que sin él no sos nadie, muchacho. Andá, sé sensato.

FILOMENA — Sí, Raúl, hágalo por mí.

RAÚL — ¿Por qué, por Ud.?

FILOMENA — Porque yo, Raúl...

RAÚL — Diga... Porque Vd. ¿qué?

FILOMENA — Porque yo, hoy, creo que me he dado cuenta que por primera vez, estoy... (Cuando todos están bobamente pendientes de esa frase entra el Mensajero con la primer jaula y quiebra el clima)

MENSAJERO — Filomena Toche, ¿vive aquí?

ANDOLINA — Es ella, es mí hija, ¿qué pása?

MENSAJERO — Firme aquí.

FILOMENA — ¡¿Qué trae?!

PEZPITA — ¿Qué pasa doña Andolina? ¿Qué pasa Dios mío, qué pasa?!

MENSAJERO — ¿Ud. es Filomena Toche?

FILOMENA — Sí, soy yo. ¿Qué me trae?

MENSAJERO — Firme. Es un envío para Ud.

FILOMENA — ¿De quién?

MENSAJERO — Del señor... Pascual Corvino

TODOS — ¡¡Eh!! (SORPRESA GENERAL)

MENSAJERO — Son cuatro bultos. Vaya firmando... Aquí tiene las guías. En donde está marcada la cruz, señorita. (le entrega las cuatro boletas de recibo y el lápiz. Silencio mientras ella firma y el mensajero sale y trae los tres envoltorios restantes).

MENSAJERO — Gracias. (toma los recibos y se va)

GAVI — Así que ahora el dueño del conventillo, el odiado casero que nos persigue para cobrar el alquiler, te hace regalo. ¡Pero Torcaza! ¡Este año, si que salís del pozo! ¡Y nada menos que el viejito Corvino! ¡Pero si es una ruina viva! ¿Querés decirme que está pudiendo hacer ese venerable anciano a esta altura de su carrera pugilística?

ANDOLINA — ¿Querés callarte? Además Pascualito es el hijo. El viejo se llama Valentín Corvino y no Pascual (Todos, salvo Gavi que sigue en su sillón se han acercado y rodeado los grandes paquetes)

CHURRINCHE — Si hay Dios, deben ser cosas de comer. Lo presiento. Hay pavo, roast beef, lechón asa­do, empanadas de ave, vino blanco y tinto. . a estoy sintiendo el olorcito. (Los tantea)

FILOMENA — ¡Cuidado! los va a lastimar.

CARRIZO — (extendiendo las manos sobre uno de los paquetes) Podría adivinar como con una bola de cristal, Sí. Claro que veo. Veo con toda claridad. Veo canastas con los manjares más exquisitos, botellas de vino generoso y un postre, si, veo un postre enorme, donde se puede leer: felicidades,

PEZPITA — (que acaba de entreabrir uno de los paquetes) ¡Este es un pájaro! Un loro vivo con jaula y todo...

(hablan todos a un tiempo)

ANDOLINA — ¡Filomena!

FILOMENA — ¡Mamá!

CHURRINCHE — ¿¡Qué!? ¿¡Qué dijiste!? Si era...

ANDOLINA — ¿Está loca Ud.? Cómo.,.

CARRIZO — ¡Pero doña Pezpita! No puede ser..

RAÚL — No diga que. .. (Andolina, Churrinche y Carrizo se precipitan sobre los tres paquetes que se mantienen envueltos y rompen a pedazos el papel que los cubre, aparecen tres grandes loros negros idénticos al que Pezpita acaba de descubrir por entero)

GAVI — Churrinche: empanadas de ave, mandó Pascualito, pero sin hacer. Están vivas.

CARRIZO — (levantando una jaula) ¿Pero quién ha visto nunca loros negros?

FILOMENA — ¡Mamá, mamita! (De más en más salvaje y despiadada) Lo conseguí, mamá, lo conseguí. Yo sabía, mamita. Sabía que iba a poder y al final pude. Tenías razón, soy tan feliz. Tan feliz, tan feliz. Agarré a Pascualito, mamá. Agarré a Pascualito. (Se abraza a su madre mientras han quedado Churrinche, Carrizo, Pezpita y Raúl sosteniendo cada uno la jaula de un enorme papagayo negro)

 

                                                            TELÓN.

Acto segundo

La misma escena del acto anterior. Cerca del mediodía. Gavi descansa en su sillón. Raúl, Carrizo y Churrinche están en rueda tomando mate.

CHURRINCHE — O el paladar se acostumbra, o este mate tiene más gusto. ¿Está seguro de que es misma cebadura, don Carrizo?

CARRIZO — Otra no hay, ¿no?

RAÚL — Sin embargo, hasta espuma está haciendo.

CARRIZO — ¡Lo que es el hombre humano!... Con un poco de buena voluntad y con un poco de imaginación, el mismo mate, a medida que escurre el agua, se va poniendo más sabroso. ¡Como para creer en el determinismo económico!

CHURRINCHE — ¿En serio, es la misma cebadura?

CARRIZO — Juro que sí.

RAÚL — (que acaba de recibir el mate) Lo veo y no lo creo.

CHURRINCHE — Y al probarlo, menos va a creer. Confíese, Carrizo, le mezcló yerba nueva. Cuanto más no sea, una cucharadita. Se le nota.

CARRIZO — Bueno, le puse, si; pero no yerba ¿de donde quiere que la saque? Le puse un poco de... Ración, le puse.

RAÚL — ¡Pero le queda bien!!

CHURRINCHE — ¡Es increíble! Le hace un gustito como a... Me gusta.

CARRIZO — ¿Qué piensan que toman los ingleses a esta hora? Cereales tostados ¿y qué creen que es la ración balanceada? Cereales ¿no?

GAVI — Lo felicito: se están desayunando como la reina Isabel en el Palacio de Buckingham: Porridge.

CARRIZO — ¿Quiere probar?

GAVI — ¡Ni muerto antes de tomar semejante engrudo!... aunque pensándolo mejor, me parece que pruebo. Déme un mate de esos Carrizo. Siento las manos de la barriga todo por aquí, se me pasea el estómago de un lado a otro con los brazos levantados pidiéndole al cielo que caiga algo. Capaz que así lo tranquilizo.

CARRIZO — Pruebe y me dice (le entrega el mate y los tres lo miran) ¿Y?...

GAVI — Tiene gusto al olor de la jaula de los toros.., pero es mejor que nada.

CHURRINCHE -— Convendría acercar la rueda para ese lado (corre su banco hacia Gavi) Así hacemos el Palacio de Windsor para aquí del Palacio de Buckinghamn y seguimos desayunando a la inglesa: Porridge (hacer la rueda junto a Gavi. (Hay una pausita)

CARRIZO — Estuve haciendo cálculos, anoche. Si las cosas ruedan bien podríamos tener para el verano que viene unos diez mil pesos cada uno.

CHURRINCHE — No haga bromas. Tanta plata junta no existe.

CARRIZO — Sería cuestión de hacer las cosas bien y aguantar un año.

GAVI — Yo, hace treinta y cuatro que vengo aguantando, desde que nací.

RAÚL — Me parece que Ud. es un poco optimista don Carrizo. ¿Conoce el cuento de la lechera?

CARRIZO — Lo puedo demostrar, lápiz y papel. Un minuto y les muestro. (Se levanta y va hasta su pieza. Se oye nuevamente los gemidos que salen de la pieza de Churrinche)

RAÚL — Está inquieto, hoy.

CHURRINCHE — ¿Vio? Cuando no come es peor. Dígame si esto es un país. Un héroe de la independencia como él y hace tres meses que la Caja no le paga su pensión graciable. Si sigue así, cualquier día se nos manda a mudar, el pobre viejo.

GAVI — ¡No me diga que quiere viajar! A Europa …

RAÚL — ¿En serio quiere escaparse? Está medio tocado el pobre…

CHURRINCHE — ¡Como va a pensar en escaparse! Si no camina ni un paso. Decía que cualquier día se nos manda mudar, pero al otro mundo. A veces me da como indignación verlo: una gloria nacional hecha ese montón de huesos. Si fuera en Francia estoy seguro que lo ponían en el Museo Histórico. Dicen que en Moscú tienen a Lenín embalsamado y que día y noche hay una cola de gente para verlo. Aquí, en cambio, tenemos un viejo que es nieto de un soldado de Fructuoso Rivera y lo dejamos tirado en el piso de un conventillo. Aquí no hay dignidad ni hay nada.

RAÚL — Habría que hacer algo, pienso yo.

CHURRINCHE — Claro que habría que hacer algo.

GAVI — Como no.

RAÚL — Pasan cosas increíbles.

CHURRINCHE — ¡Sí pasarán!

RAÚL —— ¡Qué desastre! Y nadie hace nada.

GAVI — Fíjese en nosotros. Ni bizcochos tenemos para acompañar el matecito. (Carrizo se reincorpora a la rueda. Trae unas hojas de papel, lápiz y un libro)

CARRIZO — Si pueden escuchar el discurso del Ministro de Hacienda, … (Risas. Consulta sus papeles) No tanta risa, tenernos cuatro machos pipirijaina de pedigrí.

GAVI — Pero faltara los papeles y Ud, mismo dijo que sin certificados...

CARRIZO — Los va a traer la Torcaza.

RAÚL — Adelante, Carrizo.

CARRIZO — Son cuatro machos. Si el que te dije nos manda cuatro hembras puras, en la primavera podemos sacar, a un promedio de cuatro pichones por nido, diez y seis pichones. Diez y seis pichones pipirijaina, a cinco mil pesos cada uno son ochenta mil pesos. Suponiendo que se mueran dos o que haya algún gasto, quedan, por lo menos, 70.000 pesos, es decir diez mil pesos para cada uno de los habitantes de esta casa de inquilinato.

CHURRINCHE — Pero Ud. no cuenta al abuelo.

CARRIZO — No creo que llegue a la primavera. Mejor dejamos eso.

RAÚL — Claro, sería ridículo que el viejo durara tanto.

CHURRINCHE —¡Un héroe de la independencia!

CARRIZO — (con creciente indignación) Le dije que mejor dejamos eso. No va a contarme a mí el cuento triste del abuelo. Hágame el favor! ¡Lo único que faltaba! ¡Tirarme, a mí, con esa milanesa! Tan luego a mí! Pero ¿¡Como se atreve!? ¿¡Quiere explicarme!? ¿O qué se está creyendo Ud?!! (situación que amenaza violencia)

CHURRINCHE — Está bien. No dije nada. Damos el viejo por muerto. Aceptado: son diez mil pesos por barba.

RAÚL — Si se consiguen los papeles esos.

GAVI — Y si le regalan a la Torcaza las cuatro hembras de pedigrí que todavía no aparecieron.

RAÚL — Ella está trabajando en eso.

GAVI — Bueno, es un modo de decir, ¿no? ¡Trabajando!...

RAÚL — (Violento) No sea...! (se pone de pie volteando el banco)

GAVI — Hágame el favor. ¿No sea qué? Diga: ¿no sea, qué?...

RAÚL — No sea ... Nada… total…

CARRIZO — Yo les pediría a todos, y empiezo por pedírmelo a mi mismo, les pediría un poquito de tranquilidad. Conviene no hacer macanas, y mucho menos pelearnos entre nosotros. Hay demasiada plata en la cosa y no podemos estropear una oportunidad de éstas. Los loros pueden significar una fortuna; son nuestra única salida.

GAVI — ¿Está seguro?

CARRIZO — Se lo puedo demostrar. Pero hay que hacer las cosas bien. Churrinche: déme esa mano. No debe quedar rencor entre nosotros.

CHURRINCHE — ¡Hermano! (se abrazan)

RAÚL — Así somos los hombres de esta tierra. Gavilán, perdóneme. Le tiendo la diestra, limpiamente, de varón a varón.

GAVI — (Con la entonación de la coda de un tango) Tairá tairá tarará tairá. ¡Lindo final de tango! No, no se enoje Raúl. Si a rol nada me importa nada. Como a Ud. o como a estos dos, que se abrazan, pero resulta que Churrinche se sigue guardando la tía.

CHURRINCIIE — ¿Qué tía? Te daría un sopapo. Si no fueras un lisiado te llenaba la cara de dedos, por andar espiando. ¿Qué tía? Decí. Decí media palabra y te masacro.

CARRIZO — Vamos a no complicar las cosas. No es momento. En mala hora se me ocurrió ofrecerle un mate a semejante tipo.

GAVI — ¿Sabe una cosa? El jugo de loro que están chupando me revuelve las tripas. (Ofendidos, Carrizo, Churrinche y Raúl trasladan su rueda y sus cosas del mate al lugar anterior)

RAÚL — (después de sentarse lejos y en voz baja) Si no fuera porque es el hermano de mi Torcacita... yo le enseñaba a ése.

CARRIZO — (sin creerle) Le creo, Raúl, pero vamos a lo que importa. Hay que tener el corazón caliente, pero la cabeza fría.

CHURRINCHE — (como en secreto) (Está seguro que estos loros valen tanto?

CARRIZO — Por ese lado esté tranquilo. Conseguí un libro que trae todo, ahora va a ver. Escuche: (lee) "Papagayos pipirijaina. Variedad de papagayos originarios del trópico latinoamericano. Se caracterizan por el extremado tamaño de sus uñas, curvadas y de color sangre, su plumaje negro y una inigualada capacidad para imitar el sonido de la voz humana. Como consecuencia de la paciente y larga labor de sus criadores, los caracteres de tales aves han ido afirmándose, hasta constituír hoy día, lo que en sentido zoogenético se denomina una raza. Asociaciones en toda América Latina llevan ya, registros genealógicos, entre paréntesis, "Loros book" y los buenos ejemplares, considerados puros, alcanzan precios de 100 y más dólares". ¿Qué me dice?

CHURRINCHE — Lindo. Parecería que tiene razón, Carrizo. Si hacemos las cosas bien...

RAÚL — Usted ¿podrá seguir manejando a doña Andolina? Quiero decir, ¿podrá...?

CARRIZO — Por eso no se preocupe. La tengo bien agarrada. Y Ud. con la Torcaza ¿está firme?

RAÚL — En un puño la tengo. Templo la guitarra y la Torcacita vuela al altillo para escucharme cantar contra la almohada. (Transición) Aunque hoy está tardando más que nunca, ¿no?

CARRIZO — De veras. Es raro que se deje venir día en lo de Pascualito. ¡Justo hoy que quedó en traer los certificados!

CHURRINCHE — Capaz que no son de pedigrí los bichos.

CARRIZO — Imposible. Basta mirarlos. Son igualitos a la fotografía que trae el libro. Fíjese, (busca en el libro y lee). Aquí está "Gran campeón del año 65, Camelón pipirijaina del indoamerícano" es idéntico a los nuestros. Ahora que los destapen van a ver.

(Andolina y Pezpita han salido de la cocina con sendos recipientes y proceden a levantar las fundas con que están cubiertas las jaulas. Los bichos se despabilan y se produce entonces un concierto de música concreta donde se alternan solos, dúos, tríos y cuartetos de loros pipirijaina. Las voces están grabadas a veces como dicción cadenciosa y distorsionada, con eco, pero también a veces se intercalan trozos a menor o mayor velocidad de la debida y algún pedazo de cinta pasado al revés. El autor propone a vía de ejemplo, los textos siguientes, como material de trabajo para la grabación.

LORO A — (velocidad normal) Tagú, tagú, brrr, tagú...uú. Libertas, libertitas, libertorum, tam- tem- tem-tem-tagú.

LORO B — (loro rápido y agudo) Si me acosa digo que la cosa es cosa. ¡Que cosa con la cosa de la cosa cosa, tan quisicosa!

LORO C — (Velocidad normal). Que sí que sí que sí, sí, sí, sí, que sí sí mas sí. Que sí que sí.

LORO D — (lento y grave) El respeto de todos los derechos. La dignidad de todas las personas. La igualdad de toda y cualesquier nación. La dignidad. La dignidad. La dignidad.

(Mientras crece, se desarrolla y culmina el bochinche concreto, las mujeres ponen agua y ración en las jaulas. Los tres futuros criadores comparan el standard que ofrece el libro con sus ejemplares, y Gavi, desentendido, sigue su siesta. Llega el mensajero que no puede hacerse oír. Le toca el hombro a Carrizo y le entrega unos papeles. Carrizo los lee y estalla en grandes exclamaciones de alegría, corre y baja las fundas con lo cual se silencian una a una las fuentes del concierto)

CARRIZO — ¿Qué dije yo? ¿Qué dije? ¿Eh? ¿Qué dije? Soy mago, ¿ no? Fu Man Chú tendrían que decirme. Aquí están los papeles hijitos queridos. Esto no miente. Está escrito ¡Huijajá! Aquí están los certificados que cantan, viejito. Son la fortuna escrita. Loros book del Uruguay, certificados de pedigrí y la mar en coche. ¡Jara ja juija con los señores descreídos! Cada loro se vende a 100 dólares o más. (Explosión de alegría)

RAUL — Don Carrizo: déme un abrazo. Ud. es un padre para mí.

CARRIZO — Hijo. ¡Hijo mío!

CHURRINCHE — ¡Doña Andolina! Pezpa santa, de mi alma. Somos ricos, Tenemos diez mil pesos cada uno. Vos, yo, ella, todos, si no nos morimos de hambre, dentro de un año salimos del pozo. (Se abraza con Pezpita) (Carrizo con Andolina, la besa en la boca largamente hasta que todos deben esperar que se suelten. Mientras estaban en eso, entró el mensajero y fue dejando cuatro nuevas jaulas, envueltas como las del principio)

RAÚL — ¿Y eso qué es?

MENSAJERO — Son las hembras, señor, Las manda el niño Pascualito con este mensaje. (Churrinche abre el papel y lo lee)

RAÚL — ¡Las hembras!...

CHURRINCHE — Dígale al niño Pascualito que le voy a hacer tragar este papel de porquería y que es un perfecto hijo de…

CARRIZO — ¿Está loco Churrinche? ¿Qué dice el papelito?

CHURRINCHE — El papelito dice: donde las dan las toman.

CARRIZO — ¿Y qué? Mire si por eso... ¿no ve que es una broma? El hecho es que las bichas son de pura raza y tenemos el criadero armado, lo demás Churrinche..;

RAÚL — Pero no por eso nos va a insultar el tipo ese. ¿¡Qué se creyó!? Así, que aquí damos y tomamos hembras. Dígale a su patrón que nosotros..

CARRIZO — (cortándolo) Dígale a su patrón que muchas gracias. (a Raúl) Necesitamos muchas bolsas de ración balanceada para criar ocho bichos de éstos durante un año. ¿No cree Raúl? Y Ud. Churrinche, ¿no cree que necesitamos que ese muchacho nos siga dando una mano de amigo?

RAÚL — Si, en ese sentido …, tiene razón.., pero...

CARRIZO — (al mensajero) Bromas son bromas, Ud, es un hombre humilde como nosotros. Tiene que comprender. Fue un mal momento. En realidad, en el fondo, ninguno de ellos piensa mal del Sr. Pascualito. Fue que no entendieron el chiste que nos hizo y por eso... ¿verdad muchachos? Se ve que es un tipo gracioso el Pascualito ese. ¿Verdad que es gracioso?

CHURRINCHE — Comiquísimo. (al mensajero) No liga nada de eso que dije. Fue sin intención. Venga, tómese un mate con nosotros. Es lo que podemos ofrecerle. (Se da vuelta en busca de la caldera pero el mensajero se va sin darle tiempo. Churrinche se queda sin destinatario; el mate despreciado le infama, lo ofrece a Raúl) Sírvase.

RAÚL — No, gracias. Debe de estar frío. Además no tomo un mate despreciado.

CHURRINCHE — No pensará que me lo tome yo ¿no? ¡Le dije que se sirva! (momento de tensión)

ANDOLINA — (calmosa, amargamente) La que le dijo a Filomena que fuera a la casa de Corvino fui yo. Traiga. Ese mate es para mí. (reaccionando; a Carrizo) Pero si a vos no te importó nada que ella se perdiera, sos el más culpable; tomá: tomalo tú Carrizo. (le da el mate) Por algo sos el padre de Filomena.

(Sorpresa general)

RAÚL — ¡¿Usted es el padre de la Torcaza?! No, no puedo creer tanta infamia, Ud. me la mandó al altillo y Ud. la arregló con Pascualito. Padre y madre celestinos por partida doble y con hombres diferentes! ¡Qué horror, Dios mío, qué horror!

GAVI .— ¡Papá! Por fin te encuentro, papá. (se levanta rengueando y se acerca a Carrizo con los brazos abiertos. Carrizo se aparta molesto, pero él lo sigue trabajosamente) Papá, dejáme abrazarte. ¡Padre, padre mío! ¡Autor de mis días! Necesité casi treinta y cinco años viviendo en la misma casa para conocerte y dejar de ser huérfano. Tengo más suerte que nadie, papá: otros a mi edad pierden el padre y yo lo encuentro. Papá, quiero darte un abrazo grande, papá. Déjame, papá.

CARRIZO — (Alcanzando) Tomá y callate. (Le da el mate) Y no sigas jorobando con pavadas.

GAVI — (Rencoroso) (Levemente excesivo) Me das el mate de la humillación. Eso es lo que me estás dando. Veneno para mi herida de hijo -abandonado. ¿Será posible que siempre me toque a mí el trago amargo? Nadie recibió nunca un mate amargo más amargo que éste, ¿Pero sabes que hago yo, con este puñado de vergüenza? ¿Querés saber lo que hago? (Lo levanta como para estrellarlo contra Carrizo pero Pezpita corre y se lo saca de la mano)

PEZPITA — Perdone Gavi, hubiera quedado precioso que lo tirara, pero es el único que tengo y creo que ya dio la vuelta completa. Si, se insultaron todos por no tomar este mate y ¿qué me dice? Seco completamente, no lo habían cebado; no tiene ni gota de agua. Se estaban peleando por no tomar lo que no había.

RAÚL — A veces, lo que menos importa es el líquido, doña Pezpita. Lo que cuenta es la intención.

GAVI — Basta zorzal, apagá la radio que ese episodio lo tengo oído.

RAÚL — Puede hablar de radio, Ud., después de la escena repelente que hizo con su padre.

GAVI — ¡Ese, padre mío! ¿De dónde? Cuando mucho será el padre de mi hermana, yo soy hijo del soldado desconocido. Verdad mamá?

ANDOLINA -— Yo nunca te oculté nada, Gavi.

GAVI — Es cierto, mamá. Y eso que pocas mujeres han tenido tantas oportunidades de decir la verdad, como tú, (suena una bocina de auto).

ANDOLINA — (imponiendo silencio) Shh. -, (Todos prestan atención). (Derritiéndose) Es la bocina del auto de Pascualito, La reconozco en seguida. ¡Qué atento! Tan delicado. Casi siempre la trae después de…

(Todos le imponen silencio. Expectativa)

FILOMENA — (viene vestida con lujo exagerado. Trae un paquete redondo que dejará a mano. Está en la euforia de las copas que acaba de ingerir) ¡Qué silencio! No, no digan nada.., ya sé.., estaban gozando de una deliciosa sobremesa, una charla espiritual, en familia. ¡Qué conventillo tan encantador! ¡Me siento tan feliz! Gavi ... (pretende avanzar hacia él y se siente mareada. Tambalea, todos acuden a sostenerla y a asistirla).

ANDOLINA — (alarmada) ¿Qué te pasa? ¿Qué te han hecho, hijita? ¿Te sentís mal? (Acude a sostenerla, Filomena le dice algo risueñamente al oído. Se han acercado Pezpita y, un poco menos, Raúl).

PEZPITA — ¡¿Qué te han hecho Torcacita?! (Andolina le habla por lo bajo a Pezpita y ésta, enseguida, a Raúl).

RAÚL — (en voz baja, pero inteligible) ¡Embarazada, tan pronto! ¡No es posible! ¡Qué horror! ¡Dios mío, qué horror!

ANDOLINA — (llorando) ¡Pobre hijita mía!

PEZPITA — (llorando) Una virgencita como es.

ANDOLINA — Te pasó lo peor que podía pasarte. Vamos a perder a Pascualito.

CARRIZO — (Dramático, sollozante) Decí: ¿qué te hicieron Torcaza?

FILOMENA — (reanimándose) ¿Qué será lo que me hicieron para que esté así? No me digan que los sorprende. ¿A usted, mamá que me mandó a la casa de Corvino para que le dijera a todo que sí... Y a usted, señor Carrizo, que me aconsejó que subiera a la piecita de él... y a usted Raúl, que también puso lo suyo? Pensé que por lo menos se tuviera más fe en eso. ¿O son tan hipócritas todos ustedes que ahora van a empezar a llorar la pena? Después que el pajarito se voló, es inútil cerrar la jaula.

RAÚL — Pero Torcaza, no puedo comprender... Hace tan poco de aquella noche de un lunes en que tú y yo, en nuestro nido, ciegos de amor y de lujuria.

FILOMENA — (Divertida) Aquí en la cartera tengo un lindo premio, un billete de cien pesos para el que cuente mejor la historia de la costurerita que dio el mal paso. ¿Nadie quiere contarla? Bueno, un día la pobrecita volvió a su casa y se sintió terriblemente mareada y entonces las ranas viejas la rodearon para sostenerla y todos los sapos del charco se alborotaron croando y decían: En su estado la pobrecita, cua, cua ...... Ángel de inocencia, la pobrecita, cua, cua ...... Madre soltera la pobrecita, cua, cua...

CARRIZO — (conmiserado) ¡Torcaza!...

FILOMENA — (Levantándose) Pero ¡qué lástima que me tengan tanta lástima y que sin embargo nada sea cierto! ¡Es el Gin Fizz que tomé! Después de la tercera copa me da por hacerme la loca y a Pascualito le encanta y me hace tomar más, aunque después me enferme. (Brutal) ¡No! No se asusten, sapos; no tengo nada. Ni voy a tener nada. Es el Gin Fizz. No termino de acostumbrarme. Parece refresco de limón, pero uno toma y al ir a dar un paso.., estoy como en un barco, Y me gusta. Navego…

CARRIZO — Si lo que dijo a su madre fue broma, me parece bastante desagradable, Filomena.

FILOMENA — Por supuesto que era una broma, pero no me diga que ofendí su fina manera de ser, señor Carrizo. Navego... ¿Le molesta?

RAÚL — Tiene razón Carrizo, Torcacita. No veo cómo pudiste jugar con algo tan sagrado. El fruto de un amor. Por un momento creí lo que estaba oyendo, y me hiciste sentir el hombre más feliz de la tierra. Hubiera hecho cualquier cosa por asegurarle un porvenir a mi pebete. Hubiera trabajado como nunca para...

FILOMENA — No exageres. Ni serías capaz de trabajar, ni podrías estar seguro de que era tuyo "el pebete".

RAÚL — Sabés bien que trabajé una vez, cantando, en Mar del Plata.

FILOMENA — Sabés bien que es mentira. Conseguiste que te llevara una vieja y te sentiste en la gloria. Estuviste dos días en Mar del Plata en la Pensión del Parque, y te sacaste una foto donde estás tú (mima la pose de Raúl) y el vejestorio de pantalones y rompevientos (mima la pose). La guardás en la mesita, junto con un par de lentes, reclame del Jabón Duquesa. (se ríe) ¡Me da una risa verlos a todos, así, con esas fachas! (se ríe) En serio, creo que si no fuera por el Gin Fizz podrían darme lástima. Pero me siento tan feliz que tengo ganas de decirle a Pascualito que se baje y los vea y se ría conmigo. ¡Qué comparsa! Hacen reír ustedes. Nunca creí, mamá, que el fruto de un amor que es una cosita así de chica, pudiera darte miedo,

GAVI — (Que ha seguido imperturbable, en su sillón) Yo, en tu lugar, no cantaba victoria. El día menos pensado mirás el reloj en lo de Corvino y en vez de hacer cucú y salir el pajarito, se te aparece la cigüeña. ¿Verdad que eso pasa, mamá? Contále mamá.

ANDOLINA — Estás pesado. Gavi.

FILOMENA — (Acometiéndolo, con saña y con ternura; sangrando) ¿También tú, Gavilán?... Pensé que me hicieras el favor de seguir durmiendo. Creí que me ibas a dejar entrar sin mirarme, por lo menos eso. Tengo derecho a pedir que no me mires. Yo cerraba los ojos de noche, en la piecita, cuando estábamos los dos solos y tu contabas partidos internacionales Aprendí a tragarme las lágrimas despacito, haciendo creer que te creía, mientras tu hacías el relato de tus jugadas e inventabas los comentarios de los diarios, los grandes titulares con tu nombre, las fotografías. . Sabía que era lo único que te iba quedando: una chiquilina boba como yo que te escuchara y se durmiera noche a noche con esos cuentos de gloria donde todo se hacía cierto menos la verdad: que tú estabas definitivamente estropeado, inservible y tullido para siempre, sin ninguna esperanza de nada, hecho un pobre tipo, esto que sos ahora: un inútil despreciado por todos. (Gavi estalla en un sollozo).

(Hay una pausa durante la cual Filomena mantiene un gesto despiadado).

ANDOLINA — ¿Por lo menos arreglaste lo del alquiler?

FILOMENA — Sí, mamá. No te preocupes. Y Uds. tampoco. Pascualito le pagó al padre y dijo que nos espera.

ANDOLINA — ¿Cómo que nos espera? Nosotros no vamos a poder devolver esa plata ni el mes que viene, ni después, ni nunca.

CARRIZO — ¿Cómo qué no? Es cuestión de refinanciar la deuda, por ahora, hasta la primavera. Después están los pichones; con eso se paga todo y no hay problema.

FILOMENA — Pero hay una cosa que no pensamos perdonarles ni yo ni Pascualito.

ANDOLINA — ¿Qué, Torcacita? ¿Qué cosa?

FILOMENA — Parece que no les importó nada que mandáramos las loritas. Les prevengo: son de pura raza. Por lo menos podrían fijarse si tienen agua y ración, ¿no? (Raúl empieza a desenvolver una de las jaulas. Carrizo hace lo mismo con otra y también Churrinche y Pezpita. Después las cuelgan y levantan las fundas para verlas y se oye...)

LORA A — (Susurrado, gritado, mordido del modo más intencionado, sexual y soez) Dáme, dáme, dáme, dáme, dáme.

LORA B — (igual) Quiero más, más, más, más, sí más, quiero más, más, más, sí más.

LORA C — (igual) Ah, ah, ah, ah.

LORA D — (igual) No viejito, no viejito, no viejito, viejito, viejito, viejito!

GAVI — (Poniéndose de pie y gritando tremendamente) ¡Bajen esas fundas, carajo! (los otros obedecen mientras Gavi vuelve a sentarse y se agarra la cabeza con ambas manos).

ANDOLINA — (se acerca a Gavi y le acaricia el pelo) ¿Qué les parece si almorzamos? No sé si vieron que anduvimos en la cocina con doña Pezpita.

CHURRINCHE — Nunca creí que en este conventillo se volviera a comer. ¿Cómo hiciste, Pezpa?

PEZPITA — Ración balanceada, que pusimos a hervir. Pero va a ser polenta con pajaritos.

CARRIZO — (Descuelga la jaula vacía del canario) Pobrecito mi cantor, la primera víctima de esta cruzada por la recuperación nacional. (Arroja la jaula a un tacho).

CHURRINCHE — Va a resultar poco, pero por algo se empieza.

RAÚL — Muchas gracias, don Carrizo, fue generoso de su parte. Ud. es un hombre todo corazón.

CARRIZO — No sabe el cariño que le tenía al pobrecito, cuando lo llevé para la cocina me dejó un vacío, aquí. (señalando el pecho) Pero hay momentos en que hay que hacer de tripas corazón o al revés: del corazón, hacer… tripas.

PEZPITA — Doña Andolina, ¿miramos como está? (entran las dos en la cocina)

CHURRINCHE — Si tuviera honda, veía de cazar algún gorrión, para aumentar.

RAÚL — No estaría mal ¿eh?

CARRIZO — Los gorriones son demasiado ariscos, tendríamos que tener tramperos o mejor: redes.

CHURRINCHE — A Ud. con las ideas que tiene, y siendo lo asesino que es, lo que le está faltando es capital.

RAÚL — Lástima que la cosa ésa no se pueda fumar. Con este día tan agitado, hasta ganas de armar un cigarrillo me han venido.

CARRIZO — Pero no hay tabaco y la ración no prende. Ya probé.

RAÚL — Es una lástima ser tan pobres,

CARRIZO — Verdaderamente

CHURRINCHE — Y ese Pascualito, ¿no le habrá dado algún paquete a la Torcaza? Mire que eso se usa, che. Van en la convertible, se bajan a tomar el copetín, ponen Chesterfield sobre la mesa. ¿Por qué no va y le pide un pitillo, en préstamo y arriendo? Dígale que es por la Ley 480, De repente tiene.

RAÚL — ¿Le parece?

CARRIZO — Vaya Raúl; es una idea.

RAÚL — Si Uds. dicen. ¡Por mí!...

(Raúl entra en la pieza de la Torcaza y sale casi en seguida) No precisé pedirle. Había dejado la cartera arriba de la cama y se estaba cambiando atrás del biombo, donde duerme ese.

CARRIZO — Déme el paquete.

RAÚL — ¿Piensa que soy tan gil? Traje la caja de fósforos y dos cigarrillos. Si no, se da cuenta y nunca más podemos sacarle otro. Fumo uno yo y otro para Uds. dos, a medias ¿de acuerdo?

GAVI — (Que está como durmiendo y habla sin moverse) O traés uno para aquí o le estoy contando y le digo que esconda la cartera y se te acaba la mina. Traélo prendido, zorzal, y lo ponés aquí (se queda con los dedos junto a la boca como si ya tuviera el cigarrillo y Raúl tras una consulta muda con Carrizo y Churrinche, enciende y con resignación se lo entrega, poniéndolo como Gavi dijo. Después se une a las otros dos y los tres empiezan a fumar por turno pasándose el mismo pucho).

CHURRINCHE — En la cárcel fumábamos boca a boca. No se desperdicia una gota de humo.

RAÚL — No estuve nunca en la cárcel.

CHURRINCHE — No se apure. Ya va a estar. En un tiempo yo fui un respetable comerciante importador de máquinas agrícolas y ya ve. Estuve.

CARRIZO (Después de una pausa) A veces pienso que no es justo que a unos les vaya tan bien y a otros tan mal,

RAÚL — Verdad profunda, señor Carrizo.

CARRIZO — Fíjese en nosotros. Hasta que empezamos a criar los loros, vivíamos sin esperanza, tirados...

RAÚL — ¿Pero ahora, don Carrizo?

CARRIZO — Por supuesto. Ahora, si sigue la ayuda exterior, no hay más problema. Todo es cuestión de que los loros se porten como es debido. (La esperanza los pone ensoñativos).

RAÚL — Cuando me compre automóvil voy un domingo y saco a mi mujer a dar una vuelta. Está en el manicomio, mi pobre esposa, pero es mansa. A mí me reconoce perfectamente.

CHURRINCHE — Yo, lo primero que hago es empezar las clases de francés. Estoy harto de ver las películas y tener que leer tanto cartelito y además, se me escapa la mitad.

RAÚL — ¡Pero las películas son en inglés!

CHURRINCHE — Son en inglés, eh.., Entonces, le compro de nuevo la casita en Solymar a la Pezpa para que me lave la ropa y la pueda tender a cualquier hora del día. Y para mí, la bicicleta que tenía.

CARRIZO — A mí me gustaría construir una represa el Río Uruguay, sobre el Salto Grande; pero en un país como este, para eso, seguramente hay que reformar la Constitución.

(Salen, Andolina y Pezpita de la cocina, llevando: una, una gran olla y la otra un platito).

PEZPITA — Caballeros: la polenta y el pajarito. (Se acercan todos. Entusiasmo)

CHURRINCHE — Me parece que entrarnos al mastique.

FILOMENA — (que acaba de salir de su pieza más deslumbrante que antes). Me hacen el favor de escucharme un momento. ¿Dejan todo y se acercan y me escuchan?

RAÚL — Ahora, Torcacita? (señala la olla).

FILOMENA — Ahora, sí. Pascual me está esperando para almorzar en Carrasco y quiero que las cosas cambien desde ahora. Les prevengo que esto de tomarse en el mate la ración de los loros o comérsela hervida termina hoy, Él sabe perfectamente cual es el consumo normal y no estoy dispuesta a dejarlo pensar que estamos robando semejante porquería.

RAÚL — Pero torcaza, porque no nos dejás comer y…

ANDOLINA — Se enfría, hijita. En todo caso mientras comemos.

FILOMENA — Perdería el apetito si los viera probar eso; además les dije que estoy apurada.

CARRIZO — ¿Qué quiere que hagamos, Filomena? Diga lo que sea, pero no interrumpa justo cuando uno…

FILOMENA — Quiero varias cosas. Primero: que no sigan metiendo las manos en las bolsas de ración, no es para Uds.

CARRIZO — Fue por hoy nomás. ¿Qué más Torcaza? Tenemos hambre.

FILOMENA — (Aportándolo). Ésto es para vos, mamá. Vas a salir con Raúl. (le entrega el paquete redondo).

ANDOLINA — ¿A dónde?

FILOMENA — A la calle vas a salir. Y tú Raúl, en vez de robarme cigarrillos vas a ponerte los lentes negros del jabón Duquesa y vas a cantar mientras ella baila con la pandereta. No puede ser que no saquen unos pesos. Gavi puede acompañarlos y mostrar la pierna hinchada. Y Ud. Sr. Carrizo, me parece que Ud. está demasiado bien vestido para salir a revolver en los tarros de basura. Así que... (Intenta romperle la ropa) Tiene que conseguirse una bolsa, como Juancito Camadura y salir temprano y juntar.

CARRIZO — (Intenta retroceder y defender su ropa y así la interrumpe una y otra vez hasta que se entrega). No te permito. Salí, Te dije que no te permito. Salí. Salí. No te permito. Te digo que no. No te permito.

FILOMENA — (Implacable y sin prestarle atención; hasta dejarlo en harapos). Por supuesto que me permitís, papá. Ésto y mucho más me permitís. Yo consigo cada cosa que traigo pagándola con asco y ustedes van a hacer lo mismo. Soy yo la que no permite que estés decentemente vestido. Sería una estafa ¿o piensan que Pascualito es bobo? No hay nadie que dé cosas sin querer algo a cambio. Para pedir bien hay que estar deshecho, muriéndose de hambre y completamente bestializado. Nosotros criamos loros y él nos paga el alquiler y pone la ración ¿no es así? Entonces cada uno de Uds. cumple honradamente y hace, hasta el fondo, su trabajo de ser pobre y dar lástima y no tener dignidad. Ud. va a juntar papeles, papito, y va a ensuciarse las manos en cada lata de basura y va a andar así vestido; es el uniforme de su profesión. (Carrizo está a jirones).

CHURRINCHE — (divertido) Lo dejó, Carrizo, que parece un espantapájaros.

CARRIZO — (grave) Pero tiene razón la Torcacita. Ella manda y yo obedezco. (se inclina en una reverencia y al levantarse imita, como alucinado, la posición de un espantapájaros). Voy a quedarme así, para siempre... (risa amarga; habla con sinceridad, doliéndose) hecho pedazos.

(Hay una pausa. Andolina y Raúl acuden a él. Ella con un gesto sobrio y maternal, casi. Raúl que se ha quitado el saco, se lo ofrece, hablan casi simultáneamente).

ANDOLINA — (muy bajito) Pepe...

RAÚL — (también en voz baja) Tenga, Carrizo.

CARRIZO — (grandilocuente; pretende ser divertido sin lograrlo) (gira hacia el público, amargo) Atrás viles criaturas. . . vade retro, satanás. Soy el alma de algo roto que se levanta en jirones..

FILOMENA — (Implacable) ¡Qué mamarracho! Sé cansó, sigue tu famoso poema papá: ¡Horribles estampas de la realidad! ¡Payaso! Vuelvo mañana y les traigo más ración, adiós familia, (se va) (Pausa).0

PEZPITA — (para quebrar la tensión) Siga con los versos Carrizo. Eran lindos.

CARRIZO — (retomando dificultosamente) Soy el alma de algo roto que se levanta en jirones... (más armado y menos verdadero que la vez anterior) Siniestras figuraciones, de la amarga realidad, (se ríe y de nuevo entra en su alegría insincera) (se trepa a un banco, luego a la mesa y desde allí recita de manera grandilocuente),

Mas renace en mi ideal,

Aquél de excelsa memoria,

Voz de la patria oriental

Que estás pidiendo más gloria

¿Quién que conozca tu historia,

Esa gloria, no dará? (Pausa) (Transición)

¿Pero se puede saber qué estamos esperando? ¿Comemos a no comemos?

CHURRINCHE — Comemos, sí, comemos; es decir: por mí, comemos. ¿Comemos?

CARRIZO — Claro que comemos; (todos rodean la comida de espaldas al público, como los gansos en torno al comedero se los oye engullir y paladear ruidosamente, mientras cae el

 

TELÓN

ACTO TERCERO

(La misma escena del acto anterior. Es de noche. Lira jaulas se multiplicaron y llegan a una veintena. Han tendido una línea de farolitos de pape1, una guirnalda de flores, adornos de colorines. Hay pozos de oscuridad y lamparones rojos. Los desconocidos 1, 2 y 3, idénticamente trajeados de oscuro y con el mismo sombrero negro, se hallan en sendas mesitas mirando el espectáculo. Raúl, vestido con jacquet y pantalón marrón, canta acompañándose con la guitarra y Andolina y Pezpita pintarrajeadas goyescamente bailan a su compás haciendo sonar las panderetas. Tanto éste como los siguientes números deben de estas llenos de inadecuaciones que los hacen divertidos y patéticos a la vez: grotescos. Desde el principio están yendo de boca en boca las latas de aceite pintadas de amarillo, que contienen rafer).

El store de macramé

(tango al estilo del veinte)

RAÚL — (Canta)

No sé por qué

Tengo el loco berretín

de tener un buen bulín

con store de macramé

No sé por qué

ELLAS — olé y olé ...

RAÚL — (canta)

Soy un garabo muy canfinflero,

uso sombrero

de gran caché

y me le apilo por esta esquina a cualquier mina

que haga el chiqué

ELLAS—olé y olé

RAÚL — (recitando) Y sinembargo,

qué cosa extraña (canta)

No sé por qué

Tengo el loco berretín

de tener un buen bulín

con store de macramé

ELLAS — olé y olé

(Un desconocido aplaude flojamente y ellos saludan. Pezpita pasa la pandereta a modo de platillo frente a los tres desconocidos sin que ninguno de ellos le dé nada).

ANDOLINA — (con la respiración agitada por su reciente baile y más vieja y horrible que nunca). Ahora, después de este hermoso tango, con baile a la española, vamos a tener el gusto de ofrecerles, .. (sale el desconocido 4 vestido igual a los otros, de la pieza de la Torcaza, atraviesa la escena y se va) (dirigiéndose al Desconocido 1). Está libre. ¿Quién se va a ocupar? Señor, puede pasar. (el Desconocido 1 entra a la pieza de la Torcaza). Estimado público: después de este bonito tango que tuvimos el gusto de hacer para Uds., será ahora el foxtrot canción MIMI PINSON que interpretará en canto y guitarra Raúl Distel y que haremos en baile estilizado las bailarinas internacionales hermanitas Susy Keyton, con la participación del propio director de la coreografía (Raúl toca y canta el charleston Mimí Pinzón, mientras Pezpita y Andolina hacen de protagonistas, contoneándose, y Carrizo cumple el baile y la mima de su admirador; todo sin perjuicio de que por momentos ellas hagan figuras de conjunto y se levanten la pollera como si fueran las lindas chicas del Music Hall. Churrinche, vistiendo un jacquet al cual le falta una manga, refuerza el efecto tocando la armónica.

Mimi Pinson

Mimí Pinsón

tú no tienes corazón

A tus amantes y admiradores

Niegas las flores

que da el amor.

Y por la calle

Llevas el talle

que va oscilando

como palmera

y desespera

a quien te ve

Tu linda boca

que los provoca

deja a los hombres

como alelados

cuando han probado

su rica miel

Mimí

Mimí

Mimí Pinzón

(al terminarse se oyen los gemidos que vienen de la pieza de Churrinche. Pezpita va a ver qué pasa. Raúl y Andolina entran a la cocina).

CARRIZO — (a los Desconocidos poniéndoles delante la pandereta de Pezpita, a modo de plato. Está vestido de frac y galera, pero no tiene camisa). Si no contribuyen con algo, el espectáculo se interrumpe.

DESCONOCIDO 2 — Tendría que darme cambio; puedo poner cincuenta centésimos.

CARRIZO — Deje el peso y después se lo descuenta a ella (Por Torcaza) (el Desconocido deposita el billete en la pandereta). Muchas gracias, señor.

CHURRINCHE — (se acerca a los Desconocidos trayendo una lata de galletitas). Puedo ofrecerles cigarrillos de cualquier marca y se venden de a uno. Tengo egipcios, tengo largos con filtro y cortos con papel de seda con papel de astraza para los bronquios; fina mezcla tabacos turcos, hebra larga de la Habana. Rubios, ingleses, tostados, medio y medio de Lucky Stryke con Montevideo Extra ¿o prefiere picado fino de toscano? Tengo medio cigarro de hoja también, recogido en la puerta del Jockey Club, sábado de noche, palabra, origen garantizado; medio cigarro de hoja por dos pesos. Si no quieren gastar tanto tengo menjunje de amarelinho con tabaco blanco de Subsistencias. ¿Qué compran?

DESCONOCIDO 2 — De diez centésimos ¿tiene algo?

CHURRINCHE — Los más baratos valen veinte.

DESCONOCIDO 2 — ¿Y en cuánto me compra el pucho, si se lo dejo largo?

CHURRINCHE — Un pucho no se compra. Se tira.

DESCONOCIDO 2 — ¿Y no tiraría un pucho por acá? Estoy loco por fumar y tengo lo justo; no me sobra ni para el ómnibus.

CHURRINCHE — Lindo cliente, resultaste! Está bien. Va como reclame y propaganda de la casa (se saca el pucho que tenía detrás de la oreja) ¿Sabés lo que significa un pucho de Camel hoy en día? En fija que es de algún turista.

DESCONOCIDO 2 — Bueno, yo soy turista también.

CHURRINCHE — Se te nota, por lo gastador. Tomá (le da el pucho).

DESCONOCIDO 2 — Fuego tengo. Gracias (enciende).

CHURRINCHE — Dame los fósforos que sobran. Para qué te sirven si no tenés cigarrillos?

DESCONOCIDO 2 — Quedaba éste no más (tira la caja).

CHURRINCHE — Ya no se puede creer ni en los porteños. (Carrizo se acerca a los Desconocidos llevando en una mano tres vasos para agua y en la otra una de las latas de aceite pintada de amarillo. Carrizo, Raúl, Churrinche, Andolina y Pezpita han estado bebiendo rafer directamente de ese recipiente)

CARRIZO — ¿Quién se sirve? Chicha oriental, aquí la llamamos rafer. Chicha dorada estilo charrúa, garra celeste para tomar en vaso. A cero cincuenta señores, sentir el olor es gratis. (Pasea la lata debajo de las narices de los Desconocidos). Cincuenta centésimos el vaso.

DESCONOCIDO 3 — Me hace el favor. (Carrizo, le sirve y él toma). Es refresco. Sirve otro. (mientras Carrizo obedece). ¿Cómo dijo que se llamaba?

CARRIZO — Rafet, raferme, café. Es chicha de fabricación casera y la puede tomar con confianza; la preparo yo mismo a base de cereales.

DESCONOCIDO 3 — Macanudo; pero ¿Tiene alcohol o es agua y gusto nomás?

CARRIZO — Dentro de un rato me dice. Se vende garantida; si en cinco minutos Ud. no está oyendo sonar la filarmónica de Viena y sintiéndose navegar en seco; si al tercer vaso no entró en órbita y ve la cara de San Pedro, se le devuelve la plata. Dos vasos, un peso. (el desconocido 3 le paga) Si quiere un consejo, no la deje mucho tiempo en el vaso. Se evapora el espíritu. Tome ésa que le sirvo otra.

DESCONOCIDO 3 — (sin beber ni mirarlo). Tranquilo.

GAVI — (que acaba de entrar desde la calle) Vi un grupo de tres o cuatro. Parece gente de plata. A lo mejor entran.

CARRIZO — Vamos a hacer el número de los loros, que es el más espectacular. Gavi, traéme a Fantasmón, a Su Excelencia, a Salvador Pérez y a Floripondio tercero. Rápido. (Gavi trae las cuatro jaulas y coloca los soportes de pie donde colgarlos). Apúrate, Gavilán.

PEZPITA — (que acaba de salir de su pieza, dirigiéndose a Churrinche). Viejo: se murió. Esta vez va en serio: se murió del todo.

CHURRINCHE — Esperá un momento, parece que están por entrar unos clientes importantes.

PEZPITA — Decía, nomás, para que supieras. Apuro no tiene.

CARRIZO — ¿Están prontos para levantar las fundas? No me habrán traído a Poco Pico ¿no?

GAVI — ¿Sigue sus hablar el Poco Pico?

CARRIZO — Es el único mudo. Cualquier día hacemos polenta de Poco Pico. (haciendo bocina con la mano y gritando). Áaaaaaatcion... a continuación, el número sensacional del año. Pasen señores, pasen a ver los papagayos cantores con el loro sabio y las cuatro cotorritas que predicen el futuro. Pasen señores y vean la lorea pipirijaina, asombro, atracción, dinamismo, alegría.

PEZPITA — Carrizo en el altillo la tía, muerta.

CARRIZO — No me interrumpa. Pasen señores, aquí está la diversión. Los loros sabios, los papagayos cantores y la cariñosa Torcacita. Pasen señores y diviértanse. Aquí está la vida y la alegría.

PEZPITA — Carrizo: la tía, es suya y yo le aviso que está muerta, cadáver y difunta.

CARRIZO — ¡No me diga! Cuando la vieja daba plata mes a mes ustedes me la robaron y ahora pretende que yo me ocupe de ella cuando ya no rinde y no se cobra pensión y viene todo el lío del velorio.

PEZPITA — ¡Pero Carrizo!

CARRIZO — No me interrumpa, le dije (la aparta). Pasen señores y diviértanse. Alegría, risas y caricias. Hay una sorpresa en cada ambiente. Los loros sabios, los papagayos cantores y la cariñosa Torcacita Filomena. Entren señores gocen de una noche inolvidable.

GAVI — (volviendo de la entrada). Pasaron de largo.

CARRIZO —¿¡Cómo los dejaste ir!?

GAVI — Los hablé y todo. . . pero no hubo caso. Se iban a ver una película de miedo y terror, en el Trocadero (vuelve a salir).

CHURRINCHE — (tomando a Carrizo de un brazo). Ahora le digo yo lo de su tía: O se encarga de ella por las buenas o me la pongo al hombro y se la tiro en el medio de su pieza.

(Han venido de la cocina. Andolina, Raúl y Pezpita. Andolina trae vasos).

RAÚL — (con medio abrazo a Carrizo). Me enteré recién por doña Pezpita; sentido pésame, don Carrizo. Lamento mucho lo de su abuelito.

CARRIZO — ¡Qué abuelito ni qué niño muerto! ¿No sabe que Churrinche me había sacado a mi tía y decía que era el abuelo pero eran puras mentiras? ¡Me había secuestrado a la tía porque cobraba jubilación de modista!

CHURRINCHE — ¿Y Ud. por qué no se quejaba de semejante secuestro? 1Qué raro! ¿no? ¿Por qué no cuenta que falsificó la mitad del expediente de la pobre tía Emilia que nunca cosió nada y que hizo las cosas tan mal que puedo hacerlo meter preso en cuanto me presente y haga la denuncia? ¿Por qué no dice que...? (Carrizo lo golpea).

CARRIZO — Me extraña, Churrinche. En un momento así. .. Acosarme de ese modo, con mi tía que recién.

PEZPITA — Tiene razón, el pobre. Aparte de todo, es la hermana de la madre.

CARRIZO — Eso: la hermana de mamá, de mi pobre viejecita.

ANDOLINA — Lo siento mucho, Carrizo. (le da la mano)

PEZPITA — Le acompaño el sentimiento de todo corazón.

RAÚL — Hay que mirar para delante y al pasado, pisado.

ANDOLINA — Se hizo lo que se pudo. Sirva rafer, Pezpita. (Va dando los vasos y con una de las latas de la cual todos tomaron directamente, se llenan los recipientes de vidrio y todo se hace ahora con los suspiros y la solemnidad do un velorio. Están en semicírculo y en el centro se presiente el féretro que todos imaginan).

PEZPITA — Pobrecita, la viejita se quedó sin decir ay, como un pajarito.

RAÚL — La vida es eso: tan poquita cosa. Vivimos de prestado.

ANDOLINA — Hoy estamos y mañana no.

PEZPITA — Es el destino, qué se le va a hacer…

RAÚL — Cuando se está en la mala, hay que estar en la mala, mansamente.

ANDOLINA — Hoy a mí, mañana a .....

PEZPITA — Es así, la fatalidad.

CARRIZO — ¡Pobre Emilia! Le gustaban los dátiles y nunca pudo sacarse el gusto de comer unos cuantos... Ni con la plata de ella misma pudo comprárselos… Aunque más no fuera un paquetito... Y ahora... (llora).

CHURRINCHE — (Emocionado). Carrizo, sentido pésame. (Se abraza con Carrizo y éste se seca una lágrima. Los dos Desconocidos, que han presenciado todo, aplauden con entusiasmo).

DESCONOCIDO 2 — (siempre aplaudiendo. Muy bien. Lo mejor de la noche. ¡Salió notable! (sale el Desconocido 1, mira sin comprender, cruza la escena y se va). Una lástima no saber como sigue... pero... no quiero perder el turno. Perdonen. (entra en la pieza de la Torcaza).

CARRIZO — (con la voz de un doliente). Estaba pensando Churrinche, ya que se terminó, como diría... el único motivo de discordia que hubo entre nosotros...

CHURRINCUE — Sí, el motivo se murió. Adelante.

RAÚL — Sirva más chicha, doña Pezpita. Es un momento tan especial.

CARRIZO — Bueno, ya que sucedió la cosa y perdimos la viejita, es decir, la pensión, ya que la perdimos para siempre porque aunque no se cobrara era una esperanza que se tenía, verdad? de repente la Caja el mes que viene o el otro.., entonces Ud. cobraba y me daba, un poco a mí, en cambio ahora, tanto Ud. como yo, supongo que Ud. pensará lo mismo, los dos tenemos motivos para creer que todo va a empeorar ¿no es cierto? Nos quedamos sin nadie y sin nada.

CHURRINCHE — Sí, Carrizo, ¿pero qué? Ud. iba a decir algo.

CARRIZO — Ya que se nos fue, tendríamos que defendernos ¿no le parece? Tratar de sacar algo.... lo que se pueda.

CHURRINCHE — ¿Qué está pensando? Diga.

CARRIZO — Yo trataría de llenar ese vacío imposible de llenar.

RAÚL — Lo entiendo perfectamente. Siento que la pérdida es irremediable.

CHURRINCHE— Pero ¿habla de la pensión o da la tía?

RAÚL — Yo que sé, el rafee me da vueltas.

CARRIZO — Hablo de las dos cosas que ahora son lo mismo. Se nos fue la vieja y se nos fue la pensión. Se me ocurrió por lo que dijo Gavi de que esos tipos ricos iban al Trocadero a ver una película de miedo y terror.

PEZPITA — ¿Se siente bien, m’hijo? Me parece que la emoción de la noticia lo tiene un poquito trastornado.

ANDOLINA — Sí, parece que desvaría. El golpe tremendo de esa muerte… ¿O será el menjunje éste?

CARRIZO — La idea es ésta: sacamos todos los muebles, menos la mesa, ¿se imagina? Sacamos todo, sentamos a la tía Emilia arriba de esa mesa de frente a la puerta, y escondemos atrás de ella a uno de los loros, el que da esos gritos horribles.

CHURRINCHE — No lo entiendo.

CARRIZO — A La gente le gustan las películas di miedo y terror. Quieren emocionarse y ¿qué más pánico del que puede dar entrar a una pieza a oscuras y que de repente le prendan la luz y el loro arme un escándalo y Ud. se encuentre cara a cara con la vieja, con los ojos abiertos, sentada como un faquir arriba de la mesa, mirándolo fijo?

CHURRINCHE — ¿Le parece que eso puede resultar?

CARRIZO — Estoy seguro. Además, probamos. Con que entren uno o dos y paguen un peso por cabeza... La tía Emilia no va a pedir nada por hacer de muerta, y de mientras la vamos velando.

ANDOLINA — ¡Pero Carrizo! Yo quisiera ponerle unas flores, a la pobrecita. Dejarla así …

RAÚL — Muy bien, doña Andolina, sería un sacrilegio velarla sin una flor. No la conozco, pero un velatorio sin una flor es como una flor sin perfume.

CARRIZO — Le ponen las flores que quieran, eso es lo de menos. A lo mejor el manchón colorado de los malvones mejora el efecto. Estoy seguro que donde se corra la voz tenemos así de gente queriendo entrar a la pieza. Van a hacer cola. Se lo podría demostrar con el lápiz y el papel. La gente quiere morbo.

CHURRINCHE — Entonces se hace. Al que quiere morbo, se le da. Pezpa; andá desarmando la cama que yo la saco para afuera y poné la mesa en el medio de la pieza, como él dijo. Pero antes, pasá la lata.

PEPITA — ¿Y ella? ¿La vieja Emilia, quiero decir?

CHURRINCHE — Andá, poné la mesa y no se preocupes por ella, que ella se fue sin despedirse.

PEZPITA — Va a tener que acompañarme, doña Andolina. Sola capaz que yo misma me impresiono.

ANDOLINA — La entiendo, doña Pezpita, ¡si la entenderé! (van las dos mujeres a la pieza. Raúl hace un ramo de flores de papel, arrancándolas del decorado, y entra a depositar su ofrenda floral. También Churrinche entra a la pieza y hace varios viajes llevando hacia la cocina la cama desarmada, el colchón y la ropa, tarea en la cual le ayudan Raúl y Carrizo. Carrizo elige un loro y lo lleva al lugar del happening. Todo sucede en pocos instantes y frente a la contemplación impávida del Desconocido 3. Cuando se supone que van terminando su trabajo, salen de nuevo al patio y se quedan esperando con expectación. Carrizo es el último en aparecer, y desde afuera, metiendo el brazo apaga la luz de la pieza).

CARRIZO — Quedó que es una pintura. Capaz de hacer temblar al Cid Campeador en persona. (toma una lata, bebe y la va pasando. Los demás lo imitan).

CHURRINCHE — (al Desconocido 3) ¿Se anima a entrar? Por ser el primero no se le cobra entrada. ¿Se anima o no se anima? (el Desconocido 3 se levanta lentamente y entra a la pieza de Churrinche. Desde afuera Carrizo enciende la luz. Se oye el batifondo del loro gritando. Después de un momento el Desconocido sale desencajado. Pero calmosamente apaga la luz, se afloja la corbata, se pasa un pañuelo por la cara, escupe en el suelo, saca un billete del bolsillo, lo tira frente a ellos y se va).

DESCONOCIDO 2 — (sale de la pieza de la Torcaza y cruza ante ellos, haciéndose el nudo de la corbata). Buenas noches, señores y muchas gracias. Creo que voy a volver porque vale la pena. Los felicito. (Se va) (Filomena sale de su pieza; es una prostituta callejera y se le ve como si hubiera envejecido 20 años con respecto al acto anterior).

FILOMENA — (Pausa). ¿Se puede saber qué les pasa, ahora? Deben de estar todos locos. ¡Ah, no! Me había olvidado de las latas. Están borrachos (se agacha, recoge los cincos pesos que tiró el Desconocido 3). ¡Cinco pesos tirados en el suelo! ¡Pero qué pasa! ¡Mamá!

ANDOLINA — No pasa nada, Filomena. No pasa absolutamente nada. Nada de nada y nada.

RAÚL — Sucedió una desgracia de familia: falleció la señora tía del señor Carrizo.

FILOMENA — Me parece que están exagerando el duelo. ¿A quién le importan las tías del Señor Carrizo? ¿Consiguieron sacar algo? Yo hice 32 pesos, sin contar estos cinco. Son 37. ¿Ustedes cuánto tienen?

CARRIZO — Tenemos dos. Entre baile y la chicha hicimos eso, nomás.

FILOMENA — La bolsa de ración vale 51... nos faltan más de 10 pesos todavía. ¡Qué rabia! No tenía ganas de salir esta noche.

PEZPITA — Alimentar estos animales nos está costando demasiado sacrificio.

CHURRINCHE — Nos está costando el alma.

CARRIZO — Vamos a no empezar con quejas. Lo único que importa es que hay que conseguir esos pesos antes de mañana. No pueden pasar sin ración los bichos; se desmejoran. Si ya hicimos 39, no va a ser tan difícil hacer 12 más. 39 y 12 son 51. Me dan papel y lápiz y lo puedo demostrar: 51 son.

GAVI — (apareciendo). Vienen tres hombres solos, parecen extranjeros. Prepárense (vuelve a salir).

CARRIZO — No les dije: Ahí vienen 12 pesos caminando (se coloca frente a las cuatro jaulas que cuelgan de soportes, toma una batuta y se dispone a dirigir su cuarteto de loros). Saquen las fundas. (Churrinche, Pezpita, Raúl y Andolina se acercan a las jaulas y las descubren. Hacia un costado queda Filomena). (Carrizo se dirige a los loros). Atención señores, atención (golpea con la batuta) Vamos, atención, ¡Fantasmón! shhh. Vamos. Muy bien. Floripondio, muy bien. ¡Allez Hop! (al compás de la batuta de Carrizo se oye ahora un concierto de puros gritos y sonidos guturales, una extraña marcha, como de circo, alegre, optimista. De pronto a un gesto de Carrizo, se atenúa tal sonido y él pasa a convocar al público a todo pulmón). AAAtención, pasen y vean el patio de la Torcaza, conozcan el amor con la cariñosa Filomena la uruguayita de fuego y de seda que hace las delicias de cualquier hombre. Vean también el antro del horror, el mejor happening de Sudamérica, el escalofrío mortal que paraliza. La gran diversión del año. Matusalén sentado o el fakir sobre la mesa. Entren y pónganse cara a cara con la muerte. Entren señores entren y escuchen la orquesta pipirijaina; vean los loros que llenan cuartillas de papel con buena letra y oigan el gran discurso que dice la verdad que no es verdad. Entren señores y vean la alegría, el amor y la muerte en el patio de la Torcaza (gesto a los papagayos; éstos suben el volumen de su música y Pezpita, Andolina, Churrinche y Raúl, borrachos como Carrizo, salen eufóricamente a hacer un baile grotesco pero alegre, donde campean las grandes reverencias que se notan falsas y hechas para los posibles clientes que habrían de entrar por la puerta que da a la calle. Se oyen las primeras imitaciones al ruido de los loros; están hechas como gracias, y provocan carcajadas; también causan risa las primeras gesticulaciones animales que ya se insinúan en este baile).

GAVI — (aparece y, por unos instantes deja creer que vienen clientes a quienes él indica el camino. Todos se animan, la euforia crece y así se acercan aún más a la apariencia bestial. Pero de pronto Gavi los saca del engaño). No sigan. Basta. No viene nadie. No sigan (Gavi cubre los loros y el baile y el ruido se interrumpen). Pasaron de largo. Ninguno quiso entrar. (desaliento general).

ANDOLINA — No, Gavi, No digas eso.

RAÚL — Nunca va a venir nadie.

PEZPITA — Va a ser imposible seguir comprando ración un día sí y otro también.

CHURRINCHE — Es demasiado. Estoy deshecho de tanto zangolotearme ¿y para qué? ¿Para qué tanta cosa?

PEZPITA — ¡Si por lo menos se pudiera vender al­guno de los loros!

CHURRINCHE — Pero no. Nadie los quiere.

PEZPITA — ¡Qué desgracia tan grande! Realmente, no puedo más; es inútil.

ANDOLINA — Ud. sabe que probamos de mil maneras, doña Pezpita, pero no los compran. La gente da aquí es así.

CARRIZO — Es increíble que no haya modo. Valen una fortuna pero nadie los quiere. Es un hecho.

PEZPITA — Es una maldición. Créame: es una maldición.

CHURRINCHE — Y más adelante, Carrizo ¿tampoco? Quiero decir ¿tampoco el año que viene podremos colocarlos? ¿No hay esperanza ninguna? Diga ¿no has esperanza para nosotros? Pero entonces ¿qué estamos haciendo con esto en que estarnos?

PEZPITA — ¡Qué desgracia tan grande la nuestra! Cuando me siento así, la más desgraciada del mundo. Llego a pensar que soy La Plebeya, al final de todo, cuando ella se entera que Felipe Claudio es casado con la mujer del embajador y lo ve que él mismo cierra las rejas del castillo y ella se queda parada afuera, en la calle, con un vestidito chemisier que le queda corto por arriba de la rodilla, y empieza a llover y uno no sabe si lo que le corre por la cara son las lágrimas o es la lluvia. Así me siento. Es una desgracia tan grande sentirte tan desgraciada!

ANDOLINA — Y sin embargo es lo, que nos va quedando, doña Pezpita: sufrir. La vida es eso.

CHURRINCHE — ¿Estamos hundidos, Carrizo? Diga. No queda esperanza ninguna, verdad. Diga algo, por lo menos, Carrizo!

CARRIZO — Creo que ya lo dije 100 veces. No entiendo que es todo este ambiente a lo Florencio Sánchez que están armando. Lo que nosotros tenemos que hacer es bien simple: juntar la plata, comprar la bolsa de alimento balanceado y tenerlos bien, que se críen bien, y que se reproduzcan bien. Creo que no es tan difícil que se reproduzcan.

RAÚL — En eso tiene razón. Si empezamos a las vueltas... después todo le da vueltas a uno. Ha de ser el rafer, la ración fermentada que le fermenta a uno.

CHURRINCHE — Entiéndame, yo no quiero harem problemas. Preguntaba así por preguntar ¿No tenemos salida por ningún lado, no hay esperanzas para nosotros, no?

PEZPITA — Está mal, Churrinche. Tanto eso de preguntar como lo otro de quejarse. Está mal. Estuvimos mal los dos. Reconocélo. Yo soy la primera en decirlo.

ANDOLINA — En el fondo todo va como tiene que ir, si las cosas están para mejorar. ¿Qué se arregla desesperándose?

CARRIZO — Nos faltan doce pesos. Eso es todo lo que nos pata. Otros, están peor ¿no?

RAÚL — Y además esa plata se va a conseguir. Así que hay que tener fe, ¿verdad?

CARRIZO — Cada peso que se haga y cada peso que nos den nos acerca a la bolsa de ración ¿estamos? Ése es el único problema que tenemos. Lo demás son planteamientos foráneos.

ANDOLINA — ¿Vieron? No hay riada que Pepe no pueda explicar. (Gavi se ha juntado con Filomena y ambos que están un poco apartados inician un movimiento hacia la puerta de calle, (Al verlos, Andolina los detiene) Chiquilines, no se vayan ahora, tenemos todo pronto para cenar es mejor aprovechar ahora que no hay gente.

FILOMENA — ¡No me digas que otra vez volviste a sacar ración para nosotros! Así no hay bolsa que alcance.

ANDOLINA — Shh… es una receta mueva; limpio las jaulas, separo para un lado una cosa, para otro lado otra Y queda una cantidad de cereales riquísimos; los lavo bien. .. Hice como crema para hoy. No digan nada, pero le eché un huevo que había puesto la lorita más vieja.

GAVI — ¡Pero mamá!,

ANDOLINA — Shh... no me descubras. Fui a mover la jaula y se me astilló. Era un huevito perdido. No lo iba a tirar.

GAVI — Ahí tenés, Torcacita. Postre de yema para festejar tu cumpleaños. Vos que te quejabas, porque era tu fecha.

ANDOLINA — Quédense por aquí y cenamos (volviéndose). Doña Pezpita: ¿qué le parece si se come?

PEZPITA — Pase lo que pase, cada cual tiene obligación de hacer por la vida. Está todo pronto. Así que... (sale Andolina). Si me permite (de paso a la cocina le saca la lata amarilla a Raúl que está bebiendo y comprueba que no hay más).

CARRIZO — Tenga, doña Pezpita, le da otra lata de la cual ella bebe abundantemente.

PEZPITA — La próxima Chicha que prepare, don Carrizo, le ayudo a mascar la ración ¿quiere?

CARRIZO — Encantado. Cuanto mejor se mastique el cereal, mejor se hace la fermentación. ¿Se sirve, Churrinche?

CHURRINCHE — Salud. (bebe largamente),

PEZPITA — (va a la cocina y vuelve casi en seguida con Andolina). (Mientras una reparte tazones y cucharas, la otra va sirviéndoles “la crema”. Se distribuyen los siete, sentándose en cualquier parte menos en las mesas y comienzan a comer mientras siguen bebiendo. Hay una larga pausa, que llenan las cucharas con su golpeteo).

CHURRINCHE — (mientras come). Esta cucharada de pasteta amarga, es pavo asado; y esta cucharada de engrudo agrio, es Roast Beef; y esta cucharada de puré de basura, son mejillones a la marinera; y esta cucha­rada de bosta de loro, son empanadas de ave. Y ahora tomo un trago de caldo de bruja y estoy en el banquete. Festejamos hoy el primer aniversario de Gómez y Raggione, negocios de importación. Muchas gracias, señores, muy amables. Estimados colaboradores: yo que no sé hacer discursos, en esta ocasión extraordinaria, brindo por el Sr. Héctor Raggione, mi socio aquí presente y alma mater de la empresa. Levanto una copa por el Sr. Raggione, salud (bebe de la lata amarilla). Muchas gracias, señores, muchas gracias, gracias, cias, cias. (el sopor del alcohol y la angustia lo derrumban).

GAVI — A lo mejor nadie leyó en los diarios y no saben, pero la delantera es Ghigia, Hobber, Míguez, yo y Vidal. Lástima que Hobber es argentino y no puede ir el año que viene a Río. Es un jugador extraordinario, pero no importa, Filomena, sin él, en Maracaná ganamos igual. Dos a uno. Yo empato y Ghigia hace un gol formidable y además Hobber va a jugar en Suiza y hace los dos goles contra Hungría, dentro de unos años. Soy yo el que lleva la pelota, hago un amague, lo veo en­trando y le corto el pase... ¡goool! un entreala sensacional....... Schiaffino.

RAUL — (Canta) Soy un garabo

Muy cantínflero

Uso sombrero de gran caché

Y me le apilo por esta esquina

A cualquier mina

                  Que haga chiqué.

(Bailó el tango hasta quedar junto a Filomena. La toma de la cara y la besa en la boca. Luego la suelta como si no existiera y sé dirige al otro extremo) ¿Y? ¿Carrizo? ¿Cómo es que hace el Poco Pico?

CARRIZO — ¿Cuando uno quiere que hable?

CHURRINCHE — Lo que nos contaba hoy. Mirálo Pezpa ¿c6mo es que hace?

CARRIZO — Bárbaro, el bicho. Le bajo la funda, y le hago así para que hable y él me mira y se prepara y yo pienso que se largue un discurso y le digo: Allez hop, y él (imita los gestos) y le repito Allez hop y él se prepara otra vez (gestos) y uno ve que va a hablar como un caballero y de repente... Brrr brrr tagú tagú tagú up up up ssss tagú (imita ruido y actitudes animales. Todos ríen)  (Churrinche trata de imitar a su vez y van los dos de un lado a otro bamboleándose)

CHURRINCHE — (A Raúl) Aher hop! Allez hop! (Raúl más torpemente cloquea y se mueve) Éste parece la gallina de los huevos de oro. Cuidado Con sus huevos de oro, gallinita. (risas)

CARRIZO — (Toma a Raúl de las solapas) Allez hop! Allez. Le sacude. Cante Gardelito, cante. Póngase a cantar le dije. Cante.

RAÚL — (conciliador). Déjeme don Carrizo. (Trata de apartarse).

CARRIZO — (Salvaje). Revoloteá, ya………mudo. Serví para eso; revoloteá. (lo tira al suelo….. Y otra vez)

RAÚL — (Igual). Por favor, don Carrizo, me está rompiendo la ropa. (Consigue zafarse y va a su piecita)

CARRIZO — (A Raúl) ¿Por qué se asusta, poquita cosa? Mientras se porte bien y esté en su jaula y cante como es debido... (A los otros): Si hacen lo que tienen que hacer... yo voy a ayudarlos en todo, voy a ser su amigo. (Se sienta en el suelo junto a la Torcaza) Esté tranquila. (Ella ni reparó en él) Esté tranquila, bichita santa y póngase a cantar en su jaulita. Cante lindo, pichoncita, cante alegre para su papo viejo. Cante m’hijita, cante. (Murmurando) No sea bobita, eh? Cante Filomena, cante.

ANDOLINA — (para sí) Dentro de poco, se casan Uds,, y salimos de esto y viven bien. Pobrecito mi Gavi y Filomena también: pobrecita. Viven bien; carandulines de mamacota, pelingonitos. (se ríe) Me quedo aquí como hasta ahora y no importa sentirse un poco sola; pelingonota, peligonda, pelingobruto (se ríe) pégame si te gusta más, pégame brutobruto, bruto bestia, pelingonbruto (se ríe) Gavi viene los miércoles y me trae castañas asadas que sabe que me gustan. Pelingostañas, me trae (se ríe. Es un loro más).

GAVI — ¿Vamos a salir, Filomena, a ver cual de los dos consigue unos pesos más pronto? Total aquí... Te prevengo que no me llevás ninguna ventaja, queridita. Si dudás, te apuesto algo; algo que duela. Me tengo confianza. En serio, ¿eh? Vos te vendés solita, Torcaza, en cambio yo tengo para ofrecer a toda esta lorea ¿Qué te parece el bazar? (Durante toda la escena estará saltando, procurando cabecear una pelota de papel que colgó de un hilo)

FILOMENA — Ay Gavi, hoy es una noche que, sinceramente, maldita las ganas que me quedan de hacer bromas o de salir.

GAVI — Pero hermanita...

FILOMENA — Casi siempre me resulta fastidioso, pero hoy, que mañana es mi cumpleaños...

GAVI — En la vida hay que hacer algo, Filomena. Y hay que tratar de ganar. ¿Por qué no apostás conmigo a quién consigue más?

FILOMENA — ¡Estoy harta, Gavi!

GAVI — Sé sincera, hermanita. Tenés uno de los trabajos más descansados del mundo. Después que tenés el cliente trabajás sin dar un paso. ¿De qué podés quejarte? Y lo principal: sos la única de todos nosotros que hace realmente bien lo que tiene que hacer.

FILOMENA — Tú porque sos mi hermano.

GAVI — No. Lo digo objetivamente. Se nota. Los clientes lo dicen. Lo felicitan a uno. Hacés bien lo que tenés que hacer. Y eso es lo más lindo que hay. Si yo sirviera para algo como tú, si pudiera hacer algo realmente bien. .. (Arranca la pelota de papel, reventando el hilo y la patea lejos)

FILOMENA — Gavi, cuando te pones así, te daría mis dos piernas para que volvieras al Estadio y pudieras jugar de nuevo.

GAVI — Si llego al vestuario con esas piernas tuyas, no hay partido. Se arma tumulto (se ríe malamente)

FILOMENA — No te quedes triste, campeón.

GAVI — Contra vos no puedo sentir nada, porque sos mi hermana, Torcaza; pero tu fueras otra te tendría envidia por eso de poder hacer tu trabajo como Dios manda. ¿Cómo no estás orgullosa?

FILOMENA-— Sos bueno, Gavilán, Me gusta charlar contigo. Estoy segura de que ahora salgo y al primero que se cruce, lo estoy trayendo. Me das confianza.

GAVI — Para todo hay que tener moral. Hay que salir a ganar ¿qué pensás que buscaba con tanta charla? Quería animarte un poco. Tenés que ir con fe, para conseguir algo. Te acompaño hasta la puerta, ¿eh? (se dirigen hasta la calle pero él la detiene) Esperá. Quiero confesarte una cosa. En el fondo te estaba haciendo trampa.

FILOMENA — ¿Qué trampa?

GAVI —- Cuando quería apostar contigo jugaba sobre seguro. Ya tengo conseguidos 20 pesos.

FILOMENA — ¿¡Tú!? ¿Y cómo?

GAVI — De la peor manera. Quedé en ir a esta hora, más o menos, al almacén de Conde. Un rebusque. No. No es lo que pensás. Por hacer la limpieza me ofreció 20 pesos, tres veces por semana. Hoy debuto.

FILOMENA — ¿Vas a trabajar, Gavilán?

GAVI — No sé. Si eso es trabajo …

FILOMENA — Claro que es, pero, ¿y tu rodilla?

GAVI — ¿Conocés alguno que haya dejado el fútbol y que siga sufriendo de los meniscos? Me curé en un día pensando eso. Como otros cuelgan los botines, fui y colgué la venda de la pierna; era lo único de gran crack que me iba quedando: la mortaja. En vez de ser entreala lastimado voy a ser limpiador titular ¿qué me decís? Lunes, miércoles y viernes.

FILOMENA — Ojalá puedas.

GAVI — ¿Dudás? Cuestión de tener la moral levantada, Filomena. Hay que agarrar un balde y un jabón y salir a ganar (Transición) ¿oís? (están junto a la puerta, Gavi vuelve a detenerse porque cree descubrir que viene un grupo de clientes y gira hacia los otros a quienes trata de animar) Viene gente, Carrizo, Churrinche, Mamá. Hay un grupito en la puerta. Están por entrar, los oí hablar. ¡Vamos, Carrizo! (quita la funda de las jaulas, los loros y los borrachos se despabilan con muy diferentes resultados) ¡Ché! ¡viene gente, Carrizo! ¡Pezpita! Vamos, arriba (Carrizo intenta ponerse de pie pero está demasiado inseguro, tambalea y se deja caer. A los otros cuatro las pasa lo mismo. Con todo, como los loros han iniciado su música, ellos intentan bailar y se contonean, tropiezan, se arrastran, se revuelcan, mientras cada uno gesticula y emite sonidos animales; pero ya no se ríen, jadean, gimen, aúllan. Están en un infierno doloroso. La música pipirijaina baja ahora su volumen y se oye la voz clara y metálica de un loro que dominando ese mar de sonidos torpes y dolientes, se expresa con dicción afectadamente perfecta, pero falsa, hueca, convencional, como salida del loro que es)

LORO — La dignidad. La dignidad. La dignidad. La dignidad de la persona humana. De la persona. La dignidad.

GAVI — Vamos, mamá ¡Carrizo! Vamos. Arriba. Arriba, Pezpita. No, así no. Así no. ¡Por favor!

FILOMENA — ¡Gavilán! ¡¡Gavilán!! (Se toman de la mano y salen hacia le calle)

 

                                                              TELÓN

Carlos Maggi
LA PEDRERA, enero 1966.

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