El apuntador
obra de Carlos Maggi

Personajes

FIDO

YAGO

BRUNO

DARTEL

ESTEBAN

ELENA

DAMA

CORTESANO

TRASPUNTE

SOTA

CABALLO

REY

CORO

 

ACTO ÚNICO

 

(Un escenario visto desde atrás. Al fondo, el telón de boca. Las bambalinas, trastos y otros elementos dando el reverso al público. Esteban y Elena con simples trajes de calle, realistas, naturales, aunque después de cada mutis reaparecen de más en más envejecidos. Debe procurarse que esta progresión se produzca sin saltos, casi imperceptiblemente. A lo largo del acto solo ellos dos pasarán de la juventud a la vejez total. Los otros personajes, en cambio, aunque retienen su edad, están vestidos y maquillados de manera notoriamente artificiosa o teatral. Vale decir: se notan los apliques, los rellenos y los trajes van hasta el límite de la imaginación y del buen gusto. Todos tienen la cara pintada de color. Al iniciarse la acción, los dos músicos pintados de negro y los dos payasos pintados de blanco dialogan mientras ensayan y ensayan, cinco, ocho, diez veces un mismo ejercicio elemental: Fido le pega una boletada a Yago y éste rueda largamente por el suelo. A cada repetición los músicos subrayan los gestos con idénticos efectos musicales. La letra y el movimiento corren pues, totalmente divorciados, salvo acotación especial).

 

FIDO. (Después de un tiempo durante el cual hicieron más de una vez el ejercicio.) — Éste sí que es un cuento sin sentido contado por un idiota. (Pausita) El idiota es el autor de esta obra.

YAGO. — ¿Cuánto hace que trabajamos en varieté, Fido?

FIDO. — Desde el 32. Y como esto no vi nunca nada.

YAGO. — Eso. No vimos nunca. ¿Y el empresario?

Un animal. ¿Verdad Bruno?

BRUNO. — Esto lo arreglaron hoy. (Dirigiéndose a Dartel.) Con eso le digo todo.

YAGO. — ¡En la tarde del estreno! No les bastó con meter género cómico, momentos románticos, drama, gran guiñol y varieté: todo junto.

FIDO. (A Dartel.) — A usted, ¿cuándo lo contrataron?

DAIRTEL. — Hace cuatro o cinco días.

YAGO. — ¡Qué animales! ¡ Y recién viene hoy, faltando un rato!

DAIRTEL. — Fui yo que no podía. Estaba...

YAGO. — No importa. Los animales son ellos. ¿No es cierto, Bruno?

BRUNO. —La tarde del estreno.

YACIO. — Y habiéndole pasado lo que le pasó a Bengoa.

DARTEL. Ese hombre que…

YAGO. — Sí. El apuntador.

BRUNO. — Por cosas así se puede pensar que todo está mal hecho. Créame, hay momentos ... hasta yo pienso que es algo sin sentido.

FIDO. — No lo podían sacar de abajo de la escotilla. Ni entre cuatro, lo podían sacar.

YAGO. — Pero no se puede negar que murió como más le gustaba. Como un bicho en su cueva, bien hundido en el agujero y borracho de lado a lado. Lástima que ni ensayo había en ese momento. ¿Qué habría ido a hacer tan temprano, abajo del escenario para morirse así: hincado y en la oscuridad?

FIDO. — A buscar envases. Se le juntaban.

YAGO. — Como apuntador, era una seda pero tomaba sin parar. (A Dartel.) Puede preguntarles.

FIDO. — Una esponja el pobre.

ISIRUNO. — Se sentía el olor a coñac desde el foso.

YAGO. — Lo vi trabajar durante años. Antes de abrir el libreto, abría la botella. ¿De veras no lo podían sacar del agujero?

FIDO. (A Dartel.) Ese golpe un poco antes y más suave. (Dartel hace el efecto con menos intensidad.) Así.

YAGO. —Tiene razón, Bruno. Aquí está todo mal hecho. Éste es un mundo que da vergüenza. ¿Por qué tenía que acabar así, Bengoa, como una rata? En este teatro siempre terminan mal las cosas. ¿No te parece, Bruno?

FIDO. — Si a uno no le gustara tanto, sería como para use.

BRUNO. — Justo. Se abusan porque en el fondo a uno le gusta que sea como es.

 

(Entra Elena corriendo, huyendo divertida de la aparatosa persecución de Esteban. Giran en torno a los payasos que deben suspender su trabajo.)

 

ESTEBAN. — Tengo planes, Elena; tengo planes. Elegí una casa sobre un acantilado cortado a pico, cien metros sobre el nivel del mar y ya encargué un transatlántico para rondar al pie de tus ventanas. Pienso escribir tu nombre con la estela de mi barco, como hacen con humo los aviones sobre el cielo. Por todas partes mi transatlántico grabará en el lomo del mar, con espuma indeleble: Elena, amor mío.

ELENA. — Quién sabe a cuantas le escribiste frases parecidas.

ESTEBAN. — No. Lo juro. Bueno.., fue solo una vez. Lo juro en serio. Fue en el Pacífico y porque el opio me hacía delirar. Tenía el timón en mis manos y... Pero volví al día siguiente y borré esas palabras de amor con agua y sal, una a una y pensando en ti.

ELENA. — Eso fue en el Pacífico, pero hay muchos mares. ¿Qué seguridad puedo tener?

ESTEBAN. — ¿Y si nos fuéramos al Polo con varias frazadas eléctricas y un solo piyama; pero de dos plazas... el piyama?

ELENA. — Te lo prevengo. No estoy dispuesta a tolerar inconveniencias.

ESTEBAN. —Pensé que un piyama así, en el Polo, sería una conveniencia. ¿Y si simplemente nos casáramos y viviéramos en mi apartamento? O si viviéramos en mi apartamento ..... sin... simplemente.

ELENA. — Lo siento, Esteban. Pero hay un millonario en mi futuro estado civil.

ESTEBAN. —Renuncio a tu estado civil, lo que yo busco contigo es un estado de sitio.

ELENA. —Te aviso que según mi horóscopo tengo comprometido un gran pecado... pero con un hombre exótico: sacerdote, cosaco, vegetariano. Los astros no explican, pero puede ser un príncipe con hemofilia, a lo mejor un lisiado de guerra que sea totalmente imposible.

ESTEBAN. — A lo mejor con el que hace el horóscopo, que es el más posible.

ELENA. — Bruto. Antipático. Hombre común. (Sale corriendo.)

ESTEBAN. (Corre parodiando el patetismo.) — Divina. Divina. Divina. (Sale.)

DARTEL. — ¿Estaban ensayando?

YAGO. — Cualquier día. Viven en eso.

FIDO. — Pobrecitos. Se miran, se dan la manito, seguramente dejan de comer. (Se oye un minuet y entran una dama y un cortesano con la cara pintada de verde, bailándolo.) No duermen nunca.

YAGO. — No saben nunca la letra.

FIDO. — Cierto. Son dos inconscientes. Ni se preocupan.

YAGO. — Cuando sepan que no está Bengoa, les da un síncope. Éstos sin apuntador…

FIDO. — No creo que se preocupen tanto...

DAMA. (Dirigiéndose a los payasos.) — Dicen que esta noche viene el cuerpo diplomático y las altas autoridades...

CORTESANO. — Habría que preguntar: ¿autoridades en qué?

DAMA. — Está vendida toda la sala.

CORTESANO. (Irónico.) — ¡Qué miedo!

DAMA. — Dijo el gerente que pidieron el palco dorado. (Pausita.) Perdón. No quise decirlo. (Los payasos interrumpen su ejercicio y el cortesano se detiene.)

FIDO. (Lentamente.) — El palco dorado… , pero entonces...

DAMA. — Fue.., el gerente, que lo dijo.

CORTESANO. — No le haga caso, Fido.

FIDO. —Mejor dejamos, ahora. Vayan a descansar. (A Dartel.) Y usted recuerde. El golpe más suave, como si el ruido saliera del cuerpo.

CORTESANO. — Del cuerpo... diplomático. (El chiste cae en el vacío.  Salen los payasos y los músicos.)  No tenias necesidad de decir lo del palco, que además es mentira.

DAMA. — Fue el gerente. Se lo dijo a Mara. Yo... yo tengo miedo.

CORTESANO. — Tiene que ser mentira; estoy seguro. Y si es verdad más vale que te lo guardes. Sabés bien cómo se trabaja si uno se pone a pensar que está él, ahí.

(Entra Esteban que ya no es un muchacho.)

ESTEBAN. — Dina. (Le señala su corbata y la dama deja el baile para hacerle la moña.) Franco: que venga Elena. (Sale el cortesano.)

DAMA. — Dicen que esta noche viene. Pidieron el palco.

ESTEBAN. — No dejes flojo el nudo. Tenés extracto de violeta de Marmandouille, no lo niegues. Todo el mundo me elogia el olfato. Puedo oler una rosa que esté en el jardín de al lado, puedo oler la mala intención o el odio, pero lo que huelo mejor bajo mis pies es el dinero. Cuando anda suelto y se pone a tiro me llama golpeándome en las narices. Elena: (Se adelanta hacia el costado por donde ella entra.) me llego la cuenta de...

ELENA. (Es ya una señora. Interrumpiéndolo.) — Ya sé. La cuenta de Smart.

ESTEBAN. — Y la de Trucillo y Cía.

ELENA. — ¿Y tú? ¿Pensás cambiar el automóvil, hacés el viaje o seguís yendo a la ruleta?

ESTEBAN. — ¿Si creés que por este camino vas a conseguir algo?

ELENA. — No me digas que otra vez subieron las acciones.

ESTEBAN. — No. Volvieron a bajar. Seis puntos.

ELENA. — ¿Y perdiste igual?

ESTEBAN. — No. Vendí antes y después compré y volví a vender. Jugué a la baja. Lo sabés bien.

ELENA. — ¿Entonces?

ESTEBAN. — ¿Para qué me sirve haber ganado en eso? Si no hay un buen lanzamiento antes de un mes estoy perdido.

ELENA. — ¿Y de quién depende?

ESTEBAN. — ¿Qué importa de quién depende? Como si lo supiera. ¿Quién puede saber de quién depende? El hecho es que tengo los dos vencimientos en setiembre y no podemos realizar para esa fecha. Visité a veinte amigos en la última semana. Pero si consigo que el banco entre... Los aplastamos. A Grunwald también lo aplastamos. Grunwald es el es el que cae primero.

ELDNA.—Pero un Banco…

ESTEBAN. — Tú no entendés. Esto es otra cosa. Ahora no tienen más remedio. Estoy seguro, Elena, los aplastamos. Antes de fin de año festejamos bailando sobre el cadáver de Grunwald. Y no creas que es broma. Ése es de los que se pegan un tiro. El Banco no puede negarse y entonces yo... (Suena un timbre estridente.)

VOZ DEL TRASPUNTE. — ¡ Primera!... Faltan cinco minutos para empezar... (Se oyen varias palmadas.) Faltan cinco minutos...

 

(Salen Esteban y Elena. Los bailarines continúan bailando su minuet. Casi en seguida entran la Sota, el Caballo y el Rey de Oros. Llevan la cara pintada de calor rosa.)

 

SOTA. (Amedrentada, casi llorosa.) — No saben la letra, eso lo vimos en cada ensayo y en el ensayo general. Ni Esteban, ni Elena. No tienen memoria o no trabajan para aprender el texto. Nunca se acuerdan y en esto de hoy menos. Cuando se levante el telón no dicen una palabra. Va a ser horrible.

CABALLO. — Les avisaron que Bengoa reventó, que no tenían apuntador y no se dieron por enterados. ¿Te vas a preocupar?

DAMA. (Deja de bailar.) — La sala se vendió entera. ¿Sabías? ¡ Y quiénes vienen!

CORTESANO. — ¡Dina! ... ¿Seguimos?

DAMA. — Pidieron el palco.

SOTA. — ¿Quién va a venir? ¿Qué palco?

CABALLO. — Eso no se pregunta. Y además no es cierto.

SOTA. — Pero es que no se.

CABALLO. —Nadie sabe, pero no importa. Y el administrador estaba desalentado, así que todo es mentira, inventos de ella. No le hagas caso.

SOTA. — ¿Y no pueden decir quién es?

REY. — ¿Quién es él?...

DAMA. — ¡Como si alguien lo supiese!...

CABALLO. — Yo les apuesto lo que quieran a que todo esto es un fracaso. Faltan unos minutos, ¿no? ¿Por qué no se oyen murmullos? Vamos a trabajar con el teatro vacío. (Se acerca al telón del fondo y escucha.) Oigan: silencio sepulcral.

DAMA. — Lo que es cierto es que el gerente...

CABALLO. — Lo hace siempre. ¿Pero el administrador vino de boletería y estaba deshecho. Cuando se levante el telón, no hay un alma. Estén tranquilos. Se levanta el telón y no hay nada. Nada. Del otro lado: silencio sepulcral y nada.

REY. — Nosotros vamos a probar con los marcos y a dejarnos de tantas pavadas. ¡Silencio sepulcral! ¡ Nada! ¿ Vamos a ocuparnos de lo nuestro?

DAMA. — Pero yo tengo miedo.

CORTESANO. — ¿Quién deja de tener miedo cuando faltan cinco minutos para que empiece todo? Pero cuanto más se piensa es peor. Tomá. Fumá y olvidate.

 

(Se sientan en el suelo y fuman. La Sota, el Caballo y el Rey salen hacia un costado y en seguida vuelven llevando cada uno un fino marco que figura el borde de su baraja y que está cubierto por detrás con un tul semejando el lomo. Se ponen en fila de espaldas al telón del fondo y comienzan a bailar al compás de una melodía muy elemental que cantan muy bajito. Se entrecruzan como barajándose y se dan vuelta sucesivamente, mostrándole la suerte que son al público virtual que estaría detrás del telón del fondo.)

 

REY. (Canta) — ¡El mundo es una carpeta

                      donde la suerte completa

                      se maneja por azar. (Se da vuelta.)

CABALLO. (Canta.) — A cada mano el destino

                             va cambiando los caminos

                             baraja el naipe y lo da. (Se da vuelta.)

SOTA. (Canta.) —     Por eso corre la vida

                             la suerte gira y se olvida

                             que se puede terminar. (Se da vuelta.)

CORO. (Cantan de espaldas al público real.)

                            Por eso corre la vida

                            la suerte gira y se olvida

                           que se puede terminar.

ESTEBAN. (Mientras cruza la escena, buscando, como si no viera bien.) — Elena, ¿ dónde estás? Elena. Elena. Elena. (Para si, gravemente.) Ya lo sé, Elena. No es necesario que te escondas. Lo sé y casi no me importa. Elena. Elena. (Los últimos llamados se oyen simplemente porque ha salido de escena, pero cruzándose con él aparece Elena por la misma entrada. Elena es ahora una señora.)

ELENA. — Pensé que Esteban estuviera aquí. ¿No lo vieron? No importa.

VOZ DE ESTEBAN. — Elena. Elena.

ELENA. — Qué noche tan maravillosa. Es para soñarla. Es una noche para sentirse feliz de ser desgraciada. ¿Tampoco vieron a Claudio? (Llamando.) Claudio. (Inicia el miaja.) Claudio. (La aparición de Esteban lo detiene.)

ESTEBAN. — Elena.

ELENA. — Te buscaba.

ESTEBAN. — Sí. Te oí perfectamente.

ELENA. — Hace dos días que te estoy buscando o tal vez más.

ESTEBAN. — Creo que hoy podríamos salir a divertirnos un rato.

ELENA. — ¿A divertirnos? ¿Te parece?

ESTEBAN. — Yo qué sé. Es lo que se me ocurre. Total: divertirse no hace mal a nadie y se mata el tiempo.

ELENA. — Ya no sabía qué inventar para entretenerme. Estoy tan aburrida. ¡Tan sola!

ESUEBAN. — ¿Querés que te sirva una copa? Algo especial, eh. Mientras nos decidimos a hacer algo, ¿querés? Para matar el tiempo.

ELENA. — Estás borracho. (Pausita.)

ESTEBAN. — ¿Y él? ¿No toma, Claudio?

ELENA. (Agresiva.) — ¿Te interesa?

ESTEBAN. — Lo único que me molesta es eso: ni siquiera siento celos. En serio. No es porque esté un poco... Me vienen ganas de matarlo, pero no porque le tenga rabia. Ganas de matarlo para ser mejor que él en algo. Para ganarle. Me divierte pensar que yo me quedo vivo y que a él lo saco de aquí y lo meto con los muertos. Aunque me conformo con menos. Si estuviera seguro de que puedo pegarle en la cara y hacerle saltar los dientes, ya me sentiría feliz.

ELENA. — ¿Y yo, Esteban; yo tampoco te intereso?

ESTEBAN. — ¡Ah! Si tomaras una copa conmigo. Pero ni así. Contigo todo está demasiado sabido, por eso estoy harto. Ni siquiera servís para averiguarte un poco y matar el tiempo.

ELENA. — Lo peor es que yo también me aburro.

ESTEBAN. — ¿Vamos por ahí, a tomar una copa?

ELENA. (Distraída.) — Lo siento, querido, pero tengo que hacer. (Para sí) Tengo hora en la peluquería a las tres y media. (Sin mirarlo.) Hasta luego.

ESTEBAN. — Adiós. (Se besan distraídamente y Elena sale.) Adiós, Elena. No está bien lo que hace. Debió haberme acompañado a tomar una copa, ¿ verdad?

 

(Se acercan a Esteban la Dama, y la Sota de Oros.)

 

SOTA. — Tocó segunda, Esteban.

DAMA. — Debiera prepararse. ¡Falta tan poco!

SOTA. — ¿Se siente seguro? ¿Recuerda el texto?

DAMA. — Hoy no hay apuntador.

SOTA. — ¿Por lo menos sabe qué va a decir al levantarse el telón? ¿ No lo pone nervioso saber que usted y Elena tiene que actuar desde el primer momento, Esteban?

DAMA. — ¿Sabe lo que va a decir? Piense.

REY. — ¿Tuvo todo el tiempo para aprenderlo, no?

SOTA. — ¿Pero sabrá?...

REY. — Hasta que suene la hora ni se da cuenta.

ESTEBAN. — ¿Qué hora?

REY. — La hora. La hora de la verdad.

DAMA. — Y va a estar él, Esteban. Va a estar, estoy segura.

SOTA. — Sí, va a estar. En el palco dorado.

ESTEBAN. — Tengo sed y creo que me duele la cabeza. Tendría que descansar yo.

 

(Entran Bruno, Fido, Yago y Dartel ¡que vienen ahora vestidos de parodistas excéntricos y traen como quien va llevando un ataúd, un banco largo. Sabre él ,transportan sus instrumentos: tambor, bombo, platillos. Llegan cantando a media voz, componiendo un cortejo serio, pero al empezar la tercera estrofa pierden su compostura y se desenfrenan en pantomimas que parodian las actitudes de los dolientes, de las estatuas de cementerio, de los seres doblados de humillación ante la muerte.)

 

CORO.— Se murió don Bengoa

            

Rataplán con pan

Se murió calladito

dónde estará.

 

Se murió don Bengoa

Rataplán con pan

al sentirse finado

qué pensará.

 

Se murió, se murió

se murió don Bengoa

Rataplán con pan.

Si le dicen que dice

Contestará

 contestará, contestará

 

Rataplán con pan

rataplán con pan

rata, rata, rata

rataplán con pan.

 

(Los bailarines del minuet y las tres barajas se dis­tribuyen ahora en torno al banco y junto con las excéntricos forman un velorio.)

 

SOTA. — Pobre Bengoa. Era bueno.

YAGO. — ¡Quién iba a decir!

DAMA. —Ayer me dijo: buenos días y hoy... (Todos suspiran sucesivamente.)

SOTA. — Lo pienso y parece mentira.

REY. — ¿Y a él? ¿Le parecerá cierto?

CABALLO. — De veras. ¿Qué pensará Bengoa de esto que le pasó?

REY. — Eso. ¿Qué pensará Bengoa? ¿Qué diría si no estuviera...? (Pausita.)

ESTEBAN. (Que había quedado apartado. En el mismo tono en el cual lo dijera hace un momento.)

— Tengo sed y creo que me duele la cabeza. Tendría que descansar yo. (Sale.)

DAMA. — Pobre Bengoa.

SOTA. — Cuando me enteré no supe ni qué decir. Me quedé como muda.

CABALLO. — ¿Y cuando se enteró Bengoa? ¿Cómo se habrá quedado?

CORTESANO. — No sea bárbaro.

CABALLO. — Piense un poco. ¿Por qué no? Mientras la cosa va llegando usted está asustado y lucha y se siente mal. Aceptado. Pero de repente la cosa llegó. Se acabó todo y usted está muerto. ¿Qué se le ocurre? Diga. ¿Qué cree que se le ocurre?

CORTESANO. — No sea bárbaro, le dije.

CABALLO. — No tenga miedo, piense. Piense en que usted está... ¿Por qué no quiere pensar en usted?

CORTESANO. — Déjeme en paz, a mi.

FIDO. — Si fuera yo, diría que hice lo que pude.

CABALLO.—¿Y qué hizo?

FIDO. — Trabajé. Fui cumplidor. Fui bueno. Aguanté sacrificios.

SOTA. — Tiene razón. Fido fue bueno.

CABALLO. — ¿Y a quién le importa lo que él se entretuvo haciendo? ¿ Cree que alguien le está llevando la cuenta, vanidoso?

DAMA. — Pero si fue bueno, siempre ...

REY. — A lo mejor importa más háber sufrido. Yo...

YAGO. — ¡Por supuesto! Año y medio de felicidad por cada dolor de muelas, ¿ verdad, Bruno? ¿ Verdad Bruno que no hay balanza, al morirse?

BRUNO. — Vamos a dejar la cosa. Lo del canto era una broma.

YAGO. — Ya se.

CABALLO. — ¿Le parece demasiado conversar sanamente? Sería lo menos que puede hacerse por este pobre tipo que ayer estaba como nosotros y que ahora está liquidado.

BRUNO. — No va a ganar nada por más que hablemos toda la noche.

REY. — ¿ Tanto miedo le tiene a la muerte que solo se atreve a faltarle el respeto?

BRUNO. — Pienso que podemos pasar cien veces al lado de una víbora pero que si un día la pisamos se revuelve y saca los dientes. ¿Tienen interés en pisar este tema y sentir que muerde y envenena? A mí me basta con vivir sin acordarme. ¿ Es lo mejor, no?

REY. — Pero le va a tocar. Se acuerde o no. A lo mejor le toca primero que a cualquiera de nosotros.

CABALLO. — ¿Por qué no se anima a pensar que puede ser mañana?

BRUNO. — Paparruchas. (Ya tocado.) Razón de más para no ponerle el pie encima y hacer que me clave los dientes. Hasta que me muera yo, la muerte no existe. Es una desgracia que solo le pasa a los demás. No me importa.

CABALLO. —Pero le apunto con un revólver y se pone a temblar.

BRUNO. — Tiemblo sin que me apuntes. Pero tiemblo por la vida, no por la muerte. Lo que venga después me tiene sin cuidado; ni siquiera entiendo cómo pueden dudar. Saber qué es lo otro es demasiado fácil: es nada. Y punto. Pero, ¿quién le explica a una piedra lo que es estar vivo? Por eso tiemblo por la vida, porque es un milagro y se va a terminar. Es locura gastar minutos hablando de la muerte. O no existe ahora porque yo estoy vivo o yo no existo para ella, porque estoy muerto. Lo seguro y lo maravilloso es que ahora estamos en el más allá. Porque ahora no soy piedra, ni aire ni ceniza. Soy yo; algo que se estremece y tiembla y mientras sienta y piense y codicie o sufra; mientras esté vivo, seré algo del otro mundo y no tierra. Mientras me quede tiempo para gastar, tendré muy poco que ver con este planeta helado que estoy pisando. En realidad, yo estoy en el cielo o en el infierno, en cualquier parte menos aquí.

YAGO. (Irónico, jocoso.) — Muy bien, Bruno. Hablás de una manera ... Hablás que da miedo. Mirá: te felicito. (Le da la mano.)

BRUNO. — Tenés razón, Yago. Reíte; todo esto es un disparate. Pero sepan, señores: porque pienso así es que hago versos de murga. Quiero ser un poco inmortal. Muchachos: (Tararea bajito para dar el tono. Los otros tres parodistas toman sus instrumentos.) Se murió, se murió, se murió don Bengoa... un, dos... ¡Va! (Suenan bombo y pla­tillos.)

CORO. (Acompañado ahora por sus instrumentos.)

 

Se murió se murió

se murió don Bengoa

Rataplán con pan

¿si le dicen que dice?

contestará

Contestará contestará

Tarará tará

Tarará tará

Rata rata rata

Rataplán con pan.

 

(Los parodistas han ido evolucionando. Ellos y las otras figuras de teatro se apartan del banco. Entran Esteban y Elena, que son dos ancianos y se sientan en el, dándose la espalda.)

 

ESTEBAN. — Todo para qué, me pregunto.

ELENA. — ¿Qué es todo?

ESTEBAN. — Pruebo de enderezarme o de mover los dedos (Muestra la mano en garfio.), pero es inútil. No sé para qué me dan tantos pinchazos.

ELENA. —Mis manos son lo que recuerdo mejor. Hasta no hace mucho eran más jóvenes que yo misma; como de muchacha, pero ahora...

ESTEBAN. — ¿Te acordás de Onofre que trabajó en la compañía de Pilar Vega? Va a hacer el Tristán en la Casa cerrada de Gómez Piñón. (Pausita.) Un mediocre. ¿Es increíble, verdad?

ELENA. — Me miro y no puedo explicarme por qué las venas se me abultan así. Es desagradable. Uno está viéndose las manos todo el día. Parecen lombrices de tierra. (Pausita.)

ESTERAN. — ¿Te dije que la casa en Lezica no está pronta hasta junio? Quise hablar con Roberto y con Esther, pero ¿quién los encuentra? Nunca pueden hablar con uno; andan a las corridas sin tiempo para nada; ni para conversar. (Pausita.) ¿Será fría la casa? Me parece tan lejos, Lezica, tan apartado...

ELENA. — No voy a pretender que tú pienses en eso, pero a nadie le gusta mirarse las manos y ver que abajo de la piel traslucen como gusanos. Parece que estuvieran dormidos. Los apretás y son blanduzcos; se borran, pero después, despacito se van rellenando de nuevo con sangre oscura y ahí se quedan engordando, como esperando el momento de empezar a moverse, de deslizarse y morder. Nunca pensé que una mano mía pudiera darme asco y miedo. Mirálos. Mirá como esperan. (Le muestra las manos.)

ESTEBAN. (Girando hacia ella.) — No te agites. Vamos a estar bien. Un poco apartados, un poco solos, pero si no hace demasiado frío, este invierno, lo vamos a pasar bien. Estoy seguro. Si vieras... hay un silencio.., una tranquilidad bajo los grandes árboles. (Inicia un gesto para tomarla de las manos.)

ELENA. (Violenta.) — ¡ No! (Esconde las manos bajo sus brazos.) No se pueden ni ver. ¿Cómo podrías tocar estas manos horribles? Son manos de vieja. Huesos, larvas, porquería, basura que empieza a separarse. No me mires. ¡ No pienses nada! No pienses. ¡ No pienses, Esteban! No pienses en lo que va a pasar.

(Comienza a sonar el minuet y la pareja lo baila. Después de unos instantes, sin que se  interrumpa este baile, las tres barajas inician su número musical y poco después, sobre estos dos efectos, los parodistas cantan el principio de su canción que ahora miman. Cuando el batifondo es completo cae, cortándolo bruscamente, un timbrazo imperioso y sobreviene un silencio breve.)

VOZ DEL TRASPUNTE. —Tercera... Esteban... Elena... al escenario. Empieza. (Suena una palmada.) Empieza.

(Salen silenciosamente las figuras del teatro. Las luces de la escena bajan hasta una media penumbra. Esteban y Elena van al centro del escenario y se enfrentan al telón del fondo. Se ven desamparados. Hay una música que viene a abrir expectativa. Se corta la melodía al levantarse el telón del fondo. Los reflectores y las candilejas del teatro imaginario arrojan su luz poderosa sobre el público haciéndole invisible la sala ante la cual acaba de empezar la función. Esteban y Elena a contraluz, intentan vanamente, iniciar la obra. No tienen letra. Dan un poco de lástima.)

ESTEBAN. (Disimulando, gira un poco hacia el público real e implora.) — El apuntador... El apuntador... El apuntador... El apuntador...

 

TELÓN

por Carlos Maggi
Nazaret, marzo 1959

 

Ver, además:

 

                      Carlos Maggi en Letras Uruguay

 

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