Con la poeta Marosa di Giorgio |
"A escribir he venido al mundo" |
CUANDO MAROSA DI GIORGIO se levanta reza, toma té, come un durazno, lee, relee, escucha informativos, un poco de música — “tangos y programas del Sodre “— y sobre todo “sueña “. Mientras hace todo eso prosigue con su “vagoroso trabajo del que saltan después los libros”. El teléfono suena bastante en su apartamento de la calle Uruguay y ella atiende las llamadas “con gusto” porque los que la requieren son amigos, colegas que le permiten “seguir en mi ámbito”. En el living conserva su último regalo de reyes: un jueguito de muebles de muñecas, pintado de plateado. Sobre la mesa hay una rosa azul, de tela. Diseminados sobre los muebles se ven huevos “perfectos, celestes” como los que aparecen en sus textos.
Actualmente se la puede ver de tardecita, en el Sorocabana, con las uñas y los labios pintados de un color morado, casi negro. Ella sabe que su aspecto puede resaltar extravagante pero también que no se trata de “una cosa que elija, sino de un aura que, de a ratos, me causa desazón “. |
Marosa tomando café en el Sorocabana es parte del paisaje de Montevideo. “Nunca tomo café en casa. Para mí café es "en el café". Es también una adicción. Tiene un sentido. Es un respaldo, una protección. Cuando tomo café quedo invulnerable. Como si me tocara un dios. Esta infusión tiene un hechizo. Ayuda al ensueño y a la distensión “.
Cuando
no toma café bebe licores. Le gustan con sabor a frambuesa, menta, yema o
violetas, O toma vino “oscuro morado, negro, grave, fuerte, color
esmeralda, turmalina y ciruela”. Con sus amigos y colegas “repasamos
el mundo. En el Sorocabana lo hacemos mientras tomamos café. Los viernes
tomamos algunos whiskies, enfrente, en el Mincho. Los lunes, tomamos vino,
en el Lobizón. Somos moderados, la discusión es cordial, con afecto y
simpatía hacia todos. No podemos entender eso de las rivalidades,
persecuciones, camarillas... Sabemos que ‘los días se van como
hierba’ y que hay que encontrar la luz, permanecer en ella". Los
que la acompañan son Wilfredo Penco, Elías Uriarte, Teresa Porzecanski,
Silvia Guerra, Leonardo Garet —un poeta salteño—, Miguel Angel Campodónico,
Juan Introini, Amanda Berenguer, Luis Bravo, Juan Carlos Legido, Ramón Mérica,
Ruben Loza Aguerrebere, Roberto Genta, Alfredo Fressia y Roberto
Echavarren, entre otros. SE ENCIENDE LA LUZ. Y entre infusión, bebidas espirituosas y charlas, escribe. Escribir es para ella “todo“. Asegura
que “todo lo que percibo de algún modo lo escribo. No es cosa de querer
dedicarse a escribir sino escribir porque se siente que a eso, a sólo
eso, se ha venido al mundo". Sus
primeros “contactos literarios” fueron “por correo” aunque, a su
lado, había poetas como Enrique Amorim, Julio Garet, Milans Martínez,
Altamides Jardim, Walter Peralta, Gregorio Rivero Iturralde, Margarita Muñoa
y Rondán Martínez, entre otros. A
pesar de que no le faltaba quien la aconsejara asegura que la primera
persona que le dijo que escribía bien —y a la que siempre escucha— es
a ella misma. “Siempre escuché a Marosa “, dijo, sonriendo. La
confianza en sí misma la condujo a ser conocida no sólo en su país sino
también en el exterior. A menudo recita en Buenos Aires, Rosario, Santa
Fe, Bahía Blanca, donde tiene “un público adicto". Los primeros textos suyos que consideró literatura fueron los que inician la antología Papeles salvajes (Arca, 1973) y que tituló “Poemas”. Para llegar a la perfección revisa, lee en voz alta, cuida que no se pierda el ritmo”. Pero
escribir no le da trabajo pues “es mi vida, mi destino “. Cree que la
experiencia de cómo se crea un poema — “algo que sucede de súbito
como si se encendiera una luz “— no se puede transmitir porque se
trata de “un acto solitario, íntimo, del cual sólo se puede compartir
el resultado “. Donde se puede dar cierta “comunión" es en los
talleres de poesía que cumplen la misión de orientar, informar,
desbrozar. Pero sólo saldrá poeta el que nació como tal “. Lo
que sí tiene sentido para ella son los encuentros internacionales de poesía
que “promueven la calidez, la difusión, la intercomunicación y la
proximidad con el público “. Contó que en un encuentro que se realizó
en Medellín, Colombia, “la gente nos seguía por la calle". La
recepción de los lectores le parece importante pero no dejaría de
escribir si no tuviera éxito: “escribiría contra viento y marea “.
Tener éxito como poeta puede no ser redituable económicamente. Marosa,
que vive sola desde que murió su madre, cuenta para vivir con sus
derechos de autor, con una columna semanal que publica en la revista
Posdata y con una pensión graciable otorgada por el gobierno. “Es una
pensión respaldada por nuestras leyes en la que se reconoce una
trayectoria destacada, sea en las artes o en las ciencias. Me fue
concedida hace unos años por el presidente Sanguinetti y todo el
parlamento “. Otro
modo de sobrevivir que tienen los poetas son los premios internacionales
de poesía. Importantes ya que “los artistas necesitamos respaldo.
Alguna seguridad, alguna vez “. Sin presentarse voluntariamente, Marosa
ganó en Francia, en 1983, el premio de la Sociedad Petrarca por su libro
“La flor de Laura”. Y
cuando no escribe, recita. “Son cosas diversas y emparentadas. Recitar
es también una creación y una recreación. La poesía es escrita para
ser recibida y esto puede suceder a través de un recitado. Me interpreto
a mí misma con mucho gusto “. Muchos
de sus colegas uruguayos suelen ir a sus recitales. Con ellos, y con la
obra de cada uno, la poeta tiene “un lazo de simpatía “. Entre los
desaparecidos, prefiere a Delmira Agustini, Julio Herrera y Reissig,
Concepción Silva, Sara de Ibáñez y Felisberto Hernández, al que
considera “un poeta en prosa “. Y si hay que elegir entre “los
extranjeros “, se queda con “los poetas bíblicos, con los clásicos
griegos y latinos, con los poetas celtas y los místicos como San Juan de
la Cruz “. También
le gustan mucho Rainer Maria Rilke, Johann Christian Friedrich Hólderlin,
Novalis, Arthur Rimbaud y Emmanuel Swedenborg. En
sus dos últimos libros publicados, Misales (Cal y Canto, 1993) y Camino
de las Pedrerías (Planeta, 1997) “inscriptos y editados como relatos eróticos”,
Marosa incursionó en la prosa poética. En sus trabajos hay, según ella,
“una sexualidad salvaje y delicada, realizada y vivida en la escritura
apasionadamente. Mi literatura es intensamente femenina: el signo sexual
se perfila en toda obra sea del rubro que sea”. Entre
las creaciones de esta mujer —que no escribe a máquina ni con
computadora, sino con sus manos que son “como mi alma ya que con ellas
tracé mi historia”— no figuran los hijos. “Si los hubiera tenido
los hubiera criado mamá. Porque yo estoy así; en vuelo Tampoco
se casó pero puede hacerlo en cualquier momento. “Puedo casarme hoy, mañana
o pasado. Son cosas del destino. Tengo vocación de soledad. Pero estoy,
como siempre, en la plenitud”. Aún se sigue enamorando “como siempre.
Son amores platónicos: no me animo a cruzar el río “. Y por si alguien
lo duda, confiesa que actualmente está enamorada. Menos
que el amor, le interesa la política, sobre la cual opina que
“constituye un arte y una ciencia que no es para mí. Creo elemental
conocerse y saber por dónde transitar”. La dictadura no afectó su
creatividad porque escribe “en medio de la luna “. A
pesar de ser católica, Di Giorgio se considera pagana “en el sentido de
lugar, de comarca. Toda la naturaleza es una gran comarca. Es como si
hubiese un ángel, un santo, en cada sector: el ángel de las neblinas, la
santa de las violetas, la virgen del rocío, el santón de las ciruelas...
“. Además de escribir le gusta cocinar “productos de la tierra. Voy
al mercado y elijo berenjenas, zapallos, tomates, ajíes y los hiervo “.
Los vigila mientras hierve hasta “que se esponjan, se empluman, hacen
como un gritito. Esto da un poco de pena, luego me los como “. Cocinar
budines como los que aparecen en sus relatos, le hace recordar a “los de
la antigua mesa, temblantes y dorados “. A
la vuelta de las caminatas, en su casa, la esperaban revistas extranjeras.
“Eran publicaciones finas algunas en italiano a las que mi abuelo
Eugenio Médici estaba suscripto “. También había revistas españolas,
muchos diccionarios, libros de poesía, “novelas y novelas modernas “.
El camino de los gatos, de Hernán Suderman, era su novela preferida. Actualmente
lee “de todo. Eligiendo, claro “. Lee tanto que, a veces, se dice a sí
misma que tiene que descansar. Aprendió a leer en su casa y en la escuela
Nº 13, agraria, y la Nº 8, de Salto. En la escuela le enseñaron
“labores” pero no le atraían mucho. “No tenía habilidad. Mamá me
impulsó a bordar unos pañuelos pequeños de gasa casi transparentes. Había
que usar hilos de colores: oro, verde-luz. Era un trabajo lento,
exquisito, que se me fue de las manos. Cursó el bachillerato en el
Instituto Politécnico Osimani y Llerena, de Salto. En el mismo instituto
estudió arte escénico con la profesora Nydia Arenas que originó el
movimiento teatral de esa ciudad. Luego del bachillerato se inscribió en
la Facultad de Derecho donde cursó primer año. “No llegué a los exámenes.
Vi que no era mi camino “. Actualmente, si tiene que elegir entre la
educación académica y autodidacta, prefiere “una formación organizada
y también aventurera”. Extraña
Salto y, a veces, vuelve “como quien vuelve al altar”. La vida en el
interior le parece igual que la de Montevideo pero ésta tiene “horarios
más estrictos “. Allá fue oficinista “durante mucho tiempo” y
cronista de sociales y culturales en el diario Tribuna Salteña. “Anduve
en eso durante cinco años. Siempre traté de hacer las cosas bien, que
ese algo lunar que llevo conmigo no se interpusiere demasiado “. Lo que
más recuerda de esa época es “el sol y las estrellas y los nidos de búhos
y palomas”. Sobre todo elemento en que “cruzaba el puma, con su oscura
tez, su boca de esmeralda: el minuto más intenso “. Al lado de Salto,
Montevideo le parece “extraña y agazapada. Con alas grandes, veteadas,
manchadas. A medio abrir”. De
la infancia, “ese lugar en el que estábamos casi todos vivos “, extraña
sobre todo a su madre. Cuando “mamá desapareció, quedé sola con su
lecho vacío al lado “. Para tenerla siempre presente escribió Diamelas
a mi madre, su último libro que será editado en agosto, en Buenos Aires,
bajo el sello Adriana Hidalgo Editora.
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Algunas
definiciones |
La
pasió por actuar Anteriormente había protagonizado un film en Francia, cuando estuvo becada en la Casa de los Escritores.
“Cuando
ocurrió esto no lo recuerdo. Es casi imposible separar, analizar
fechar” dijo Di Giorgio. El último de ellos fue Montevideo-Proust, el video dirigido por Hermes Millán, editado en 1997. “Allí volví a interpretarme. Hago de Marosa”, dijo la poeta, que en el film aparece también recitando. “Filmamos la escena en una mañana de fuego, como escenario teníamos el patio de una casona céntrica. Yo, a cada rato, le preguntaba a la señora de Millán si estaba bien mi maquillaje. Había flores rojas y un ave de muchos colores que no salió en la película. Creo que volveré a filmar con Millán. Es un hombre muy sensible, poeta “.
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MeIisa
Machado El País Cultural Nº 512 18 de junio de 1999 |
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