Antología de Jorge Arbeleche
Las palabras y el bosque
Melisa Machado

No es al otro al que necesito sino a su ausencia. “Que las cartas no estén echadas sino que haya juego todavía”, escribe Barthes en El placer del texto. Desde esta dialéctica del deseo construye Jorge Arbeleche (Montevideo, 1943) sus textos. El espacio vacío, la figura abierta, la hoja en blanco hacen posible el poema.

“La poesía es una de las mayores formas de lucha: una huella del deseo sobre la lengua”, escribe a su vez Hebert Benítez -parafraseando a este teórico de la literatura- en el prólogo de El bosque de las cosas, libro que antologa la poesía de Arbeleche, desde 1968 a 2006, recientemente editado por Linardi y Risso.

Sus líneas arrojan luz sobre este oficio de juntar palabras hasta, en ocasiones, convertirlas en poesía. Tarea ardua que exige dominar “el magisterio de la lengua”, lograr cierta conexión casi divina -en el sentido de “religar” con la fuente-  así como esa capacidad de padecer y modelar el lenguaje. En este caso el autor tiene años de oficio. Y de exposición a la tradición de la poesía española, sobre todo a la veta lírica, mística y barroca.  

Es así como desde una épica del amor-desamor, a caballo del deseo, en pos de éste, agotado por su urgencia o por su (casi) reciente o inminente resolución

-ya sea por añoranza de un cuerpo, de un sentimiento, de un tiempo o una palabra- el poeta pergenia sus versos.

“El texto que usted escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura. La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje…”, Barthes dixit y Arbeleche concreta: “Palabras habrán de despeñarse/al pudridero/al hueco/donde sólo el eco retumbe/de otro eco/al enmusgado pozo/donde todo sonido se amortigüe,/huya”.

El padecimiento erótico convive con la espectacularidad del dolor, la fugacidad con la fatalidad, lo dicho con lo no dicho, lo sutil con lo coloquial. Se construye así un universo amplio, por momentos complejo, por momentos abrumadoramente sencillo. Benítez dice al respecto: “la sencillez es producto de una retórica, una forma de diálogo con el caos, el resultado de un trabajo de la escritura y no una transparencia directa”. La aclaración es certera y bajo esta insignia hay que leer, por ejemplo, estos versos de Cambio de sitio: “Como si de repente te arrancan/de tu sitio/como cuando/en el estante atiborrado de tu bibioteca/se cambia de lugar/un libro/y todo el resto empieza a conjugar/tumulto catástrofe y caída”.  

Atento al pasaje del tiempo, tanto en la producción de su obra como en su publicación, el poeta escribe y edita un libro, por lo general cada dos o tres años. En esta ocasión, solo los reunidos bajo el subtítulo El bosque de las cosas (2005-2006) se mantenían inéditos.

Así, si el lector gusta pasar de unos versos que parecen comunicar aquello que efectivamente están diciendo (“cuerpos aislados y con prisa/atraviesan el frío ocultos/tras bufandas y miedos y tristezas”) a otros que encriptan aquello que pugna por ser dicho (“al norte al sur al oriente y al poniente/limitaré con las palabras un perímetro/donde el hedor de la huesa no penetre”), disfrutará de El bosque de las cosas. Otros quizás se queden con hambre. Me refiero a aquellos que exigen un sostenido o apretado juego de asomo y veladura.   

Para unos y otros, la antología documenta la tarea de este hombre,  perteneciente a la generación del 60, con un lugar ganado en el campo cultural de este país, que es además crítico y ensayista, integrante de la Academia Nacional de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Lengua Gallega, asesor del Ministerio de Educación y Cultura, premiado en España, México y Uruguay. Una variopinta y lujosa trayectoria, poco habitual en un poeta de estos lares.    

El bosque de las cosas, Jorge Arbeleche, Antología 1968-2006, ed. Librería  Linardi y Risso, colección La hoja que piensa. 265 pp

Melisa Machado
El País Cultural
23 noviembre 2007

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