La cara del asesino
Duilio Luraschi

Hoy vi la cara del asesino.

En un primer momento me detuve en su boca, chiquitita, apretada, que se movía, levemente.

Decía palabras. Un montón de palabras vacías. Días de tristeza. Queja de un papel rasgado. Noticias de otro lugar donde algo grave sucedía.

Las pocas cuadras que me separaban de la villa eran incalculables. A veces me siento junto al templo y veo el mausoleo olvidado detrás de flores baratas y viejas de las pocas manos que recorren el círculo de luz del oro de las catedrales.

Él seguía murmurando sus palabras sin sentido: el asesino.

El triángulo que formaba el mentón con los ángulos de la cara era, básicamente, leve y curvo, y mantenía una espejada armonía del afuera que no era él sino éramos todos nosotros.

Pero él sabe que no lleva consigo cosecha en abril cuando fue seca en marzo.

Por eso detrás de las flores baratas estaba el polvo del mausoleo. Aros en cruz como una cinta que une los extremos, un ocho de ciertos treinta y tantos.

Cada oportunidad que tuvo el trueno.

Si sigo la línea punteada de la lista hay un par de nombres oscuros que fueron rasgados del papel y echados al fuego del hogar en un nicho de terracota. Las láminas de colores se venden por diez en el mercado agrícola de los artesanos. Allí se sacrifican los toros y las tórtolas. Tiendas en círculos. Res tendida.

Un haz de campanas o simples cristales golpeándose ligeramente con el viento. El oído del grito de otro sitio.

No huyan de la novicia que anda con sus hábitos como una novia, ella es una mujer joven con un manto de luz sobre la blancura de sus manos. Sólo sabe cuánto va a pasar sobre el agua y los puentes. Haz de luz azogado en los espejos: marchan dentro de las vastas alabanzas un hilo de luz azul, el oro de las catedrales y nazareos. Pocas tablas de regla de carpintero: himno de alabanzas.

Él seguía como comiéndose las palabras y estaba frente a mí: el asesino.

Cada cala hace ya realce ornamental: los muertos están en sus tumbas.

Detrás de las mustias rojas los granitos y el marfil: el mármol de los mausoleos. Grandes columnas de gentes que no van. Las olas de un mar infinito, golpea las cornisas y las lozas ese mar: el desfiladero. La torre que no puede divisar momentos y sombras. Unos sí, cuando puedan llegar: llevan atavíos y cargas de cosas: son los supervivientes.

Él sigue casi mudo frente a mí: es el asesino.

Llueve y está bien. No es tiempo de cosecha.

Cantos, himnos, loas de la ciudad: en las afueras un páramo.

Aplasta el pasto seco en su pasar el casco del caballo. Las adivas hacen que no ven y los muertos pasan. Marchan sobre pastos y villas: debajo de cada templo hay otro templo.

Son las mismas olas que caen firmes en la piedra o el marfil, horadando las ciudades. Envión de mar sobre el marfil: atravesar el desfiladero.

Como si estuviesen llenas de océano cada vez: las olas golpean la roca de las orillas. El vigía de la torre aún no ve: los muertos van en armaduras.

El asesino sabe que es así: está frente a mí. No lo dice.

Una carta favorable a su bien. La trae el rey de palos. Cae el dado y cae otra vez. Echarse a suerte la atalaya.

El que aún no haya arrojado su embarcación al mar lo tomará por sorpresa la demora. El desfiladero como aguja de coser está aquí y no en las cornisas. El que no tuvo nave para ir por la ciudad atisbe un leve aro luminoso. Faro del peñón y si fuese de luz azul: purísimo como un halo. Cae de lleno sobre el círculo gris y lo hace el oro de las catedrales.

Profanación del ovillo oscuro frente a mí: detrás del vidrio está el asesino.

Apuntar la idea del aquí. Es preciso situar la nave.

No es un hecho que no esté aquí, es solo un pensamiento. A partir de un grano de sal se inunda el océano.

El asesino está frente a mí: vi su cara esta mañana.

En la calma de la noche vi un perro azul, azulejo de negritud en las sombras de un baldío. No puede ladrar como un león. Deja que crean que ladra como un guerrero. Nadie nunca lo oyó gritar: permanece como una sombra sin heridas. Las pocas veces que oí de él eran sólo representaciones de lo que ya se creía. Pueden dibujarlo y pensar en él. Sólo es, para ellos, una idea.

Si bien hay un perro azul, nadie vio su negritud sino a su sombra.

Buscan así un perro negro por ahí, y no está en la noche ni en los cementerios. Sólo buscan lo que quieren encontrar. Las palabras sobran caprichosas como la imagen que representan. Obstáculos en las sombras. La noche no es noche aquí: no encienden los fuegos que puedan divisar la costa los caballeros sobre los caballos, el vigía y la atalaya.

El asesino está ahí: enfrente de mi cara.

Lo vi actuar detrás de láminas de cal: en la construcción de un mausoleo. Rocas columnas para alzar. Sólo caliza sobre hielo. Hierro de construcción: los pagos y los techos.

Un mar de océano está por llegar. Las naves cruzan el desfiladero.

La torre es alta como un colmenar. La atalaya está cegada por la luz de faro. Como un vigía el tuerto va a morir. Se presenta la batalla.

Un mar de océano golpea tras de mí: enfrente tengo al asesino.

Hoy lo vi en su bienestar llego a su casa que es casa de hastío. Su boca torcida dice al pasar: pocas palabras que no tienen sentido.

Él está detrás de un cristal: un niño recién nacido.

Duilio Luraschi - 2007

De "El libro de las palabras" (inédito)

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