EL HUÉSPED, de Duilio Luraschi. Ed. Aymara, Montevideo, 1999, 160 págs. - por Juan E. Fernández - El País Cultural - 24 de marzo de 2000.  

CON VÉRTIGO (Vintén Editor, 1995) su primer libro de cuentos, Luraschi despertó el interés de la crítica y generó expectativas sobre su producción futura al ofrecer un estilo narrativo seguro y personal con el que procesa obsesiones intransferibles. Este segundo libro de cuentos breves lo confirma como una voz original al tiempo que reafirma la riqueza y variedad de la tradición nacional de cuentistas. Probablemente, es el género más prolífico de la literatura uruguaya.

El volumen se compone de catorce cuentos en los que predominan climas extraños, generalmente coronados con un final imprevisto de gran impacto. No hay relatos largos que vayan más allá de veinte carillas y varios de ellos podrían integrar honrosamente cualquier antología de cuentos cortos y ultracortos por su economía de elementos y la contundencia de sus resoluciones. En algunos, como “Por error” o en “La patrulla de San Fernando” flirtea con la ciencia ficción aproximándose a fórmulas narrativas similares a las manejadas por Fredric Brown.

En otros como “Estación Pereira”, “Sueño”, o “El predicador y las imágenes” se nota la influencia bien digerida de Kafka. Pero Luraschi se luce especialmente en los relatos más largos como “El huésped” o “El cine”, en los que puede desplegar atmósferas de gran densidad insertas paradójicamente en espacios públicos como avenidas, bares, plazas, u hoteles;  ambientes signados por un ocio enrarecido y sospechoso, donde todo transcurre en un tiempo impreciso con reminiscencias de los años cuarenta y cincuenta.  Valijas repletas de nansú y gasas, viejas bañeras esmaltadas, personajes que se llaman Amílcar, Armando, Sarita, o Aurora.

Los entornos en los que transcurren las historias son comunes y cotidianos pero algo ominoso acecha detrás de la familiaridad de los pequeños pueblos del interior, de las calles, u oficinas.

Esa concepción de lo extraño enquistado en la cotidianeidad y ese clima de lenta pesadilla que se adueña de la vigilia emparenta a Luraschi con algunas zonas de la obra de Felisberto Hernández y de Mario Levero, aunque su estilo es más directo, más parecido al de Poe o al de Henry James contando historias de fantasmas.

Las anécdotas y temáticas varían sensiblemente de un cuento a otro multiplicando la sorpresa y le interés. Hay amores obsesivos y celos delirantes; amigos que agonizan y preparativos de sepelios; mentiras compartidas y cambios de identidad; represión militar; guerras retro-futuristas como en los cómics de fantasía heroica; oficinas rutinarias y trampas tecnológicas; trenes que nunca llegan; hombres que todos los días leen novelas de anticipación en la misma silla del mismo bar y que sueñan con películas pero nunca han pisado un cine.

Son cuentos cómodos, de lectura rápida y disfrutable, aunque una sola lectura no los agote y exija revisitar esos lugares excéntricos en donde alguien o algo ha trastocado sutilmente la realidad.  

Juan E. Fernández

EL PAÍS CULTURAL.  24 de marzo de 2000.  

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