Sin rumbo Ángel María Luna Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay) |
La sombra de aquella noche era un tembladeral de estrellas. ¡Qué grillos porfiados en chillar ausencias!! Aniceto andaba.... andaba. Sabía, —o creía saber—, que en su andar encontraría su rumbo. Ya rendido, se acostó entre el chilcal. El cuarto menguante le puso el babero y él se durmió como un nene recién nacido. Los ojos de una lechuza le hicieron de veladora. Creció en la noche. Ese poncho le tapó la luz y lo hizo ver claro. Despaciosamente se despertó. Como peleando con el sueño. Se fue incorporando lentamente, como con miedo de despertarse del todo. “¿Sov Aniceto? o ¿quién soy?”... El sol, mostrando su media palma de fuego recién encendido, lo avispó. Se pasó con fuerza los dedos por sobre los ojos. “Y... entonces sí, soy Aniceto. Gracias por todo”.
Y allí, nomás, estaba el camino real. Lo tomó de golpe. Sin titubeos.
Marchó. Se compuso el pecho. Creyó haber atrapado su destino. Tenía
necesidad de esa amnesia y la caña, — con tufo y todo —, le sirvió para
sus disquisiciones: “entonces, debo seguir, soy Aniceto y éste es el
camino que me lleva a lo de Sotelo”. Es un camino largo, bien trabajado
por lluvias, sol y tiempo, pero es el camino real. “¿Habré estado trastornao? No puede ser. Serán las necesidades del tiempo, en el hombre,
—digo yo—; uno se adormece, desaparece de uno mismo, y después 6e
recuerda. Es un sueño andando. Cuando el Cristian o se despierta,
aparece ante la luz, limpito, aseado por dentro, suave como badana,
tierno y fresquito como rocío. . .” |
—Dígame, don Liborio, ¿yo estuve aquí? —Estuviste... —¿Cuando? —Trasantiyer... —¿Qué tomé? —Lo de siempre... dos copas, ¿por? —Porque ando nublao... y hasta en ocasiones no sé ni quién diablos soy... —¡Estarás dañao, muchacho!! ¿Pa dónde te laa tirás ahora?
—Pa lo de Sotelo... Y el catrecito se ofertó gustoso. Aniceto vigiló el sueño de ojos abiertos. Tendidos hacia las preocupaciones. Pesadas. Plomo en el pensamiento y ni por eso se le cerraban los párpados. Contó y recontó las tijeras del techo. Galopó leguas y tiempo en el tordillo de los sueños despiertos. Pialó varios. Se le escaparon otros... Pialaba casi por vicio. En ese entretenerse marcó uno. Lo hizo suyo. No quería verse sin caballo. Los ojos se le fueron humedeciendo. Lloró en silencio. Lluvia mansa. Entradora. La angustia lo movía en agitación de idas. Se sentó en el catre. Afirmó entre sus manos, el mentón. Suspiró hondo y por esa huella se fue lejos. Se puso de pie. Abrió la puerta, que chilló por él. Y acomodándose, llegó al negocio... —No descansaste nada, Aniceto... —No pude, don Liborio. —Comés algo ¿entonces? ¿Sigues para lo de Sotelo? —No, señor. Voy hasta el Pueblito pa que me vea el dotor... Y con cansancio de hacerse fuerza él mismo, Aniceto llegó al pueblo. Se cuadró frente al médico que lo escuchó asombrado... “Estoy como vacío de mí. A veces ni creo que sea yo. Ando ido. Con los rumbos torcidos. Con ganas de llorar, sin tener causa. Parece que me ahogara en un pozo hecho por mí mismo. Camino y parece que no avanza Bahll, estoy amolao y quiero que haga algo por mí, si es que puede y de no, me lo dice clarito, porque eso sí, todavía me queda concencia de que soy hombre”... |
Ángel María LUNA
(Especial para EL DIA) (Ilustró: Vernazza)
Suplemento Dominical "El Día" 19 agosto 1973
Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)
Eduardo Vernazza en Letras Uruguay
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