Macó: el Enorme

cuento de Ángel María Luna

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Ya el río estaba como nunca de perverso. Rezongador. Furioso. Enredador. Las fauces hambrientas de las barrancas, amenzantes. Devoradoras.

Sobre el horizonte cargado de agua, un galpe de nubes hostigadas por látigos de luz. Redondos llegaban y pasaban los truenos por el espacio gris. Se iban borrando los caminos que se llenaban de agua. Y los senderos del monte se apretaban de miedo contra los troncos ásperos. Quejas de dolor, de impotencia, de terror.

Y el río crecía.

Se pasaban voces enronquecidas en ‘'santo y seña" de desconsuelo, de desventura, de horror.

Golpeteo estrepitoso entre el monte; atropello, impulso, de fuga colérica.

De repente, como si una mano gigantesca aplastara los ímpetus, se abría por instantes un hueco de silencio tenebroso —pero arrancaba de golpe del temporal su marcha desgarradora y el desorden era el concierto de la selva. El rumor del río avanzaba; cabeceaban las olas, potentes, en rollos ocres y grises y la agitación era total en el agua y en la tierra.

Por allí, como siempre, mirando, empapándose, embarrándose, andaba Macó Juvencio, el negro dominador del monte y del río; de la araña y de la víbora. Intuitivo. Vigilante. Inconmovible. Conversador con el río: se tuteba con él; eran hermanos en la soledad y en el misterio. Se conocían los secretos. Se respetaban.

Y allí andaba Juvencio. No lo ablandaba la lluvia ni la tormenta: lo endurecían las tempestades.

*****

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Por entre la picada, abriéndose paso entre la lluvia y el barro, apareció un sulky "pampero”, de hule lustroso y perfumado. Llegaba curtido de agua. Atracó en la juntura de dos sendas que ya no se veían, entre unas coronillas y un molle

—Está brava la cosa, Macó!!!

—Si podrá estar!!! y ¿pa dóxnde se la tiran?

—Para el otro lado. La patrona está muy próxima y no hay otro remedio

¿Hoy?

—Tiene que ser ahora yo, para mi gusto, la balsa todavía puede aguantar, más adelante, quién sabe!!!

—Es fíerazo el asunto —Usted es conocedor y baquiano, Macó!!!

—Con éste, cuando se pone así, no se juega y no hay baquiano que valga

—Probamos , no hay otra salida, que sea lo que Dios quiera, la patrona ya está muy molesta.

Si usted se anima y se juega, arrime el sulky

Chupó el tordillo, arisco para los truenos, y el "pampero" se fue acercando a la balsa —que bailoteaba golpeándose contra la orilla blanda y mellada. Con mucho cuidado entró el sulky que también comenzó a mecerse. El rezo de adentro se hizo presencia en voz frente al río. Allí estaba Juvencio, atento, con los ojos saltones y brillosos, siguiendo los movimientos, callado; era otra fuerza contra el poderío desatado furiosamente. El monte sacudía su cabellera embravecida. Los ecos llegaban y partían entrecortados. Se abrían blandamente las barrancas mostrando sus heridas chorreantes. El viento se metía en el monte y salía chiflando por entre los sarandíes que ya eran enanos. Enhebraba zumbidos una garúa porfiada y los largaba contra la corriente del río asmático que de pronto levantaba su pecho, bramando desesperado. Correntada que se anudaba en remolinos de tirabuzón.

Casi no avanzaba la balsa.

Cimbraban los alambres; retorciéndose como culebras enfurecidas, reventaban las maromas.

Habían comenzado las voces de gran alarma, de desesperación, de angustia y de dolor. Y se fue hundiendo en un oleaje espeso, cargado de hojas, troncos y bichos.

Los montes de las dos orillas no fijaban límites. Se sacudían horrorizadas como castigando a la corriente alocada. La lucha era tremenda. Lucha de vida y muerte. De grito, llanto y fuerza. El sulky, en medio del río iba desapareciendo.

Contra la otra ribera, entre un barro amarillento, pugnaba Macó Juvencio por salvar a la señora. Allí, resbalándose, la dejó. Se largó nuevamente al agua. Braceó firmemente. Sus brazos eran remos potentes.

Y al mismo lugar llegó con el hombre “a cacunda".

Estaban en el otro lado del río. "La cosa, —agregó Macó después de calmar la fatiga— en estos casos, es no maldecir; la maldición le quita fuerza al cristiano y lo nubla del todo". Después, ya abriendo tamaña risa, prosiguió: "doña Baldovina está a salvo y calculo que el cachorro también". Sonrieron los tres.

Hasta el viento, emocionado, había callado su furia y allá, atrapado en el fondo por alguna raíz y sacudido por la correntada, se divisaba parte de la capota del "pampero", convexa y brillante como la piel de una foca.

 

cuento de Ángel María LUNA (Especial para EL DIA)
Suplemento Dominical "El Día" Año XLVII - N° 2367 Montevideo 25 de febrero de 1979

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/54436 pdf

 

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