La negra Fausta

cuento de Ángel María Luna

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Era la “madama” del pago largo. Y del tiempo, que era más largo que el pago. Cabeza redondísima la suya, de motas menudas, sostenida por un cuello lino y lustroso. Entre aquel higo de tuna aparecía, de vez en cuando, una cinta colorada. Esa brasa avivaba el carbón y entonces Fausta ardia de contenta. Festiva. Alegre. Comadrona. Siempre se ponia ese churrinche sobre el moterío, como anuncio de algún parto cercano. —Fumaba negro. Se pasaba horas ''domando” chalas con el lomo del cuchillo. —Va en los primeros síntomas de la parturienta, áe ubicaba en el rancho; disponía de las casas y de las horas y comenzaba con sus tragos de caña. “Me da otro ánimo y más fuerza y disposición y en buena hora los diga, no se me ha muerto ningún gurí y mire que he dao gurises a este mundo!!”, —agregaba después de cada sorbo. Conocía su oficio. Prolija. Cuidadosa. Alentadora. —Acondicionaba todo lo que el acto requería. Sobre un fuego hervían dos gallinas; "es necesario un buen caldo pa la doña”, —agregaba; en otro brasero se hacía lentamente un chocolate, "pa la gente que pueda venir y pal padre de la criatura, que bien se lo merece, el pobre”, —decía su zalamería. —Y en un latón con agua hervida y tibia, para el que andaba por llegar. —Entre trago y trago, un halago; con ese caramelo endulzaba el ambiente y le daba fuerzas a la madre.

Llegaba el momento. “No me desperdicies juerza, m’hija". Era su mandato firme y cariñoso. Zozobra. Espera. Inquietud Palabras sofocadas y los primeros vagidos del cachorro después de las palmadas entre risas nerviosas de Fausta. El churrinche abría sus alas para aplaudir el advenimiento. El latón recibía al recién nacido y hasta el chocolate hervía de contento. Y después, ya casi en una cascada de risa blanca, "¿no les decía?; chancletita tenía que ser, por hacerse esperar”. —Y mientras vestía de rosado a la criatura, con picardía y halago, en voz apagada, la frase de rigor en todos los casos: "igualita al padre!!!".

Ya sobre una tarde que iba haciendo correr la sombra de la enramada, descansando del trajín, con las manos apoyadas sobre las rodillas, conversaba con la lejanía de los años: “fue con mucha felicidá todo; menos mal!!!; venía bien, pero un parto siempre es un parto; lo bravo es cuando se presenta de nalgas o de hombros... y así mismo, no les tengo miedo; ya una está tan baquiana que parece que hasta antes de nacer los pichones me conocieran; hay madres muy majaderas; tienen "un no sé qué”, que no la dejan trabajar a una tranquila, pero esta muchacha es especial y eso que es primeriza".

Los asistentes la oían con religiosa atención. Admiraban sus palabras y su baquía. La tarde iba cayendo con serenidad y quietud. Sobre un cielo limpio cruzaban los últimos vuelos de retorno. Eran alas, nomás; los cuervos trazan cruces oscuras en el aire. La negra Fausta, ya con el churrinche casi dormido sobre su cabeza, hablaba entre una nebulosa de cansancio y caña. Conversaba para ella. Pitaba. En cada humada se iba un suspiro. Desde adentro del rancho llegaba el llanto del recién nacido. Uno de la rueda, apoyándose sobre el barril del agua, como para tomar coraje, la interrumpió admirativamente: "mire que usté sabe cosas infinitas, doña!!!; nos ha dejado pasmaos...”

—Es la vida, m'hijoü!

—Pero qué vida!; debe ser lindo ser tan útil y casi madre de tantos...

—Sí, es la verdá..., en muchas ocasiones he sido madre...

—Y cómo le dio por este oficio?

—Ah!!!, es largo de contar el cuento!!!

Se hizo una pausa. Cambió de postura y prosiguió-su relato, entrecortada la voz por golpes de tos que salían después de cada pitada. La atención y la curiosidad apretaban a los presentes...

Fausta siguió con su charla como si estuviese sola: “es una gran verdad lo que este muchacho me apuntó; en muchos casos me he sentido madre, pero... pero...”

El humo la hizo toser nuevamente y conversándole siempre a la distancia, como confesándose al atardecer que ya se oscurecía, siguió con pena honda: "pero... ya ni me acuerdo por dónde iba; esta memoria mia, a veces se nubla pa no hacerme llorar . Un trago la repuso y volvió al camino del "pero" : "sí, sí, es así; una vez fui madre de veras; hace mucho tiempo... allá, ya ni me quiero acordar en qué pago fue... una gurisa de poquitos años andaba por desocuparse; sólita, la pobre infeliz, en una desesperación de dolor y llanto; y la ayudé a tener el hijo; nunca había hecho un parto, pero de comedida y porque había necesidá, la asistí y de ahí para adelante, me fui animando para serle útil a la gente; era mi deber”

La mudez se profundizaba. La negra Fausta se cruzó de piernas, entonó su voz fortalecida por la atención de la rueda para después seguir recordando; algunos se miraban extrañados y otros se comprendían por guiñadas... "pues si, señor..., con que asistí, como les decía, a la muchacha; todo salió bien; nació el guri y yo me hice cargo de él y de la madre y fui su madre... Ya lo ven ustedes: a veces la soledad abandona a la gente como que fueran tarecos viejos...; es una picardía, pero es así. Cuidadito con la desgracia cuando hace llaga adentro!!!; fui madre y después que los crié, porque la madre también era una gurisa chica, nunca más supe de ellos..., vaya uno a saber!!!; fueron los únicos “hijos” de esta negra vieja...".

Ya la noche estaba pespunteada de grillos y la enramada volvió a ser cuadrado de sombra en la noche clara. El día se había cerrado alegre, con risas, con llanto de niño nuevo. Sobre ese capullo libaban las miradas complacidas. Se saboreaba un caldo de gallina casera y el padre, henchido de gozo, se paseaba con orgullo, atento y agradecido. El relato lento y hondo de la negra Fausta había hecho pensar. Esa calma volvía más calmosa la paz de la noche. Las palabras eran pronunciadas en tono menor. Serenidad. Placidez. Respeto. La noche fue cerrando sus pétalos y acallando las voces. La madre y su niño dormían. Quietud. Descanso. Reposo. Silencio...

Una mañana, cuando se requerían, de urgencia, los servicios de Fausta, la encontraron muerta. Serenamente muerta sobre su camita humilde. Ya no abría sus alas el churrinche ni levantaba su cresta la brasa sobre su cabeza; solamente algunas hebras, como resortes grises, se torneaban entre las motas quietas. Los pagos se juntaron para llorar su dolor, gran elocuente que habla a las soledades y al misterio.

Allí estaban frente a ella, hombres y mujeres, grandes y chicos, llanto y asombro. Desamparo. Pena. Voces ahogadas. Flores humildes con color y perfume de jardines pobres...

Se realizó el entierro. Un camino de angustia seguía el cortejo. Acudió un silencio doloroso empujado por llantos que se contenían en los pañuelos. Abatimiento. Dolor. Aflicción. Duelo...

Sobre su tumba de tierra fresca y gredosa, quedó una cruz en cuyos escuálidos brazos abiertos, apenas se leía:

‘‘Mama Fausta".

 

Ángel María LUNA (Especial para EL DIA)
Suplemento Dominical "El Día" Año XLVII N° 2384 Montevideo, 24 de junio de 1979

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/54421 pdf

 

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