En yunta

cuento de Ángel María Luna

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Este Severiano Afodosio Lima "no tiene emparde". De repente rumbea para el Sur. como aparece por el Norte; siempre como buscando algo, un algo que debe tener "positivez” y también mucho de fantasía. Si se le pregunta a Severiano la causa de su extravío o cambio de rumbo y de camino, contesta secamente: ‘‘Nada.... ando yo nomás y no molesto a nadie y si hay alguien que mosqué por eso, lo peleo y ya está dejen al hombre tranquilo, en su libertad, en la soledad, en lo que sea, pero por favor dejen al hombre tranquilo".

‘‘Hombre raro, mismo este Severiano”. se comentaba en voz baja, con mucho de miedo.

El silencio le hacía cancha abierta para su andar; guapeaba temporales, trabajaba en diversas changas, enamoraba con pocas palabras y muchas miradas a las paisanitas que se le cuadraran; abría melgas y se hundía en meditación confusa en las noches placenteras llenas de luna o turbias de neblinas; no reparaba en el tiempo; calor o frío le llegaban hasta su piel, sin molestarlo; solitario y acompañado.

‘‘Algunas veces. —decía—, me tienta la guitarra, pero ella no carece; ¿qué más acompañamiento que uno mismo, la soledad y hasta la sombra?; yo me entretengo con ella y canto para mis adentros; otros —los más— lo hacen para afuera, pero ¿qué buscan?; el aplauso, el barullo, las copas, el engambele; en cambio yo. trabajo y canto: trabajo para comer, canto para vivir; rumbeo hacia donde me lleve un camino; conchabarme del todo, nunca me gustó, no me apetece el yugo pero me gusta trabajar en libertad, sin aflojar. Yo no soy un "vago”; vago si porque necesito de trabajo y de caminos; es mi ansia: chiquita, pero es mía; si por un evento se me cortara el camino, seguiría por el sendero de mi sombra o de mi soledad, que nunca me abandonan”...

Y anduvo, nomás. Era cantor entrelabios, contra la guitarra del viento; pialaba recuerdos y con el sobeo bien trenzado de su chiflido largo, seguía; despertaba pájaros en las madrugadas y pescaba estrellas en las noches calmas.

No lo decía, pero buscaba un sendero. En la cruz de dos caminos detenía su marcha de "afuera”; la de “adentro” seguía y el sendero se le volvía interrogante. Era hombre maduro en pocos años, gaucho, fuerte, guapo, trabajador, pero le faltaba algo y ese "algo" le corcobeaba en el pecho mocentón. Después continuaba su andar. Agenciaba trabajo, lo cumplía, cobraba y se despedía. Para su peregrinar y sus vicios, tabaco hojillas y de vez en cuando alguna cañita. le alcanzaba.

Pasaba el tiempo y se alargaba y se torcían y subían y bajaban los caminos, hasta que un día, como no hay muchos, halló un senderito poco gastado lleno de margaritas, tréboles y carquejas. Severiano Afodosio se detuvo. Se sonrió como hacía mucho tiempo no lo hacía. Se volvió niño en ese instante. Hasta se mimoseó. Pero armó un cigarro y así quiso verse hombre; el niño quedó atrás, de brazos tendidos hacia la espera. Siguió observando el senderito apagado de yuyos. Confió en él Severiano Afodosio y persiguió la huella; despacito, sin ruido. Su bayito lo comprendía; era cómplice en su aventura; algo lo alentaba y la tarde maduraba en resplandores nuevos.

Se borraba del todo el camino, pero el bayo lo hallaba. Más allá, un monte tiraba la sombra de su horizonte ondulante.

Se afirmó en los estribos para ver más lejos; el monte se le acercaba; el matungo afinaba el tranco después el paso y el pecho de Severiano se apresuraba en un golpeteo de miedo, de duda, de esperanza; ansia, pena, gloria, felicidad, todo junto era mucho para un solo hombre ya galopeado por el tiempo...

Y Severiano Afodosio llegó al monte que se le arrimó curioso de trinos. Hubo entendimiento de calma. Por allí, abriéndose paso entre sarandies golpeadores, cruzaba mansamente el arroyo balanceando en la corriente sombra de sauces y camalo-tes cargados de “huevos de sapo’’. Con esos prendedores rosados contra la orilla, el agua jugaba en palmoteo de ondas.

Y en un codo del arroyo, en una curvatura de sosiego amplia y tranquila “amasaba'’ la ropa contra la piedra de lavar una vieja lavandera. Al aparecer Severiano ante aquella soledad, la mujer enderezó su cuerpo tomándose de las caderas para desentumecerse de a poco...

—Disculpe, doña...

—No es nada...

—¿Usted no me podría indicar si por estos lugares vive una tal doña Leofilda Lima?

—¿Lavandera, ella?

—Creo...

—¿Pelo blanco?

—Será!!!

—¿Más bien petisona?

—No sabría decirle...

—¿No de muchos años, ella?

—Calculo que no... ,

—Entonces... debe ser la misma... Mire: tome por allí, por el costado de aquellos arrayanes y va a ver un puente de palos, ¿no es verdad?... bah!!. son unos palos tirados sobre la parte angosta..

—No carece...

—Ahora, escúcheme bien, si quiere ir de caballo. rodea la picada, es un poquito más lejos, pero no mucho, y en cuantito despunte, ya sale justito al sitio donde vive la persona que procura y que sin duda ha de ser doña Leofilda Lima...

—Gracias y perdone...; voy a ver si doy con ella...

—Valiente!!!

—Servida usté!!

Montó Severiano y rumbeó hacía la picada. Más florecido estaba el monte y más gorjeos se abrían a su paso. Las gallinetas amagaban levantar su vuelo bajito contra el agua y se quedaban mirando con nerviosidad de pescuezo. Un carpincho describió una parábola que se cerró en zambullida estrepitosa. Los sauces, calmos y los ceibos, ensangrentados.

Ya estaba en lo alto. Desde allí se divisaba un rancho.

El bayo aprontó un trote nuevo y sonoro. Severiano ensayó una postura distinta. No pudo. El rancho se le acercaba y se le venia encima.

“Asoleando” ropa andaba una mujer de delantal recogido, ágil, prolija. Levantó la cabeza y se enfrentaron de golpe, sin dar tiempo a estudiarse...

—¿Doña Leofilda?

— La misma!!!

— MAMA!!!

—Mí hijo!!!... SEVERIANO!!!

—El mismo!!!... Fuimos, mamá, dos caminos abandonados... casi nos tapan los yuyos!!!

Hubo una pausa. El bayito cambió de posición. se asombró de oír la voz de su dueño. Mascó el freno. El perro, como desentendido, olfateó el encuentro...

El abrazo no terminaba...: después sólo las manos de uno y otra, se fueron posando como aves cansadas sobre los hombros de cada uno. Todo en silencio.

—Es el mismo camino, mí hijo!!!

—MAMA: Aquí tranqué mi rumbo!!!

—Milagro de Dios!!!

—En yunta, mama!!!

—En yunta, mí hijo, en yunta pa siempre es otra cosa!!!

 

Ángel María LUNA (Especial para EL DIA)
Suplemento Dominical "El Día" Año XLIX N° 2486 Montevideo, 7 de junio de 1981

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/54465 pdf

 

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Catálogo pinturas y dibujos del artista de Uruguay Eduardo Vernazza por el cineasta Dennis Doty (Irlanda/Estados Unidos)

 

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