El teatro de García Lorca
A Margarita Xírgú. |
-I-
La muerte de Federico García Lorca, proyecta sobre nosotros la sombra de
su obra agrandada y deformada por las luces entrecruzadas del espíritu
de facción de que habla Romero como signo de nuestra época. -II- Si, como quiere Tilgher, el valor de una obra de arte se mide por el grado de originalidad que ella aporta al acervo común, es necesario revisar toda la obra anterior y contemporánea, para poder descubrir lo que de nuevo —no puesto aún de manifiesto— se encuentra en ella. La apreciación crítica se transforma así en faena superior a las fuerzas humanas, ya que difícilmente podrá el crítico conocer toda la producción, en el mundo, del talento reconocido e ignorado del hombre.
Una continua revisión de valores, va corrigiendo, es cierto, las
clasificaciones y juicios, a medida que nuevos documentos aportan
elementos desconocidos al juicio estético. La crítica no puede, por lo
tanto, reivindicar más que un valor puramente relativo y provisorio,
dependiente además, en grado directo, no solamente de la agudeza de la
visión crítica, sino también de la suma de conocimientos y experiencias
del que la ejerce.
-III-
¿Cómo situar a García Lorca en medio de este panorama rico, variado y
original, del que hemos omitido expresamente el teatro español
contemporáneo, en el que Benavente ocupara un lugar tan destacado? ¿
Qué parentesco, qué afinidad, o simplemente qué aproximación valorativa
podemos efectuar entre el poeta granadino y los dramaturgos señalados?
Difícil es contestar actualmente a estas preguntas. Las circunstancias
trágicas de su muerte, la temperatura violenta de las pasiones
políticas que la originaron, el íntimo entrelazamiento entre la
emotividad colectiva y la apreciación crítica, la apasionada militancia
del hombre, oponen su opacidad a la serena ecuanimidad de la visión
apreciativa. No intentaremos siquiera, enderezar violentamente nuestro
juicio en dirección opuesta a nuestra pasión humana, en un intento desde
ya inútil de buscar un equilibrio imposible por la tensión extrema de
la sensibilidad exacerbada. Sólo el tiempo, serenando los ánimos
exasperados, podrá permitir la tranquila apreciación de la obra de arte,
casi imposible hoy, en medio de esta hoguera furiosa que va quemando con
la misma violencia implacable, espíritus y existencias.
Hasta entonces los autores teatrales respetaron estas fronteras,
manteniendo sus producciones dentro del área asignada por las normas
escénicas. La comedia y el drama — no importa si burgués a lo Benavente
y los franceses Porto-Riche, Becque, de Curel, Bernstein, etc. ;
satírico a lo Couteline, frívolo a lo Tristan Bernard, costumbrista a lo
Pagnol— continuaban siendo comedia y drama. El elemento poético de Maeterlinck y D'Annunzio,
el trágico de Lenormand, el patético de
O'Neill, el lírico de Crommelynck, de Kessel, de Sarment, de Gantillon,
el psicológico de Pirandello, el satírico de Bernard Shaw, el grotesco
de Chiarelli o el fantasista de Giraudoux en nada alteraban su
condición fundamental de tales.
IV
Acaso en ninguna otra de las piezas de García Lorca la poesía ocupe
tanto lugar como en "Bodas de Sangre", la más dramática también, de un
dramatismo más directo, más común y espectacular; más cercano
indudablemente a la sensibilidad del público, y por lo mismo más
necesitado que ningún otro de ennoblecerse y depurarse en el manantial
de la poesía. Y porque esa sensibilidad primaria está más cerca que
ninguna de la fuente popular de donde abrevó su mejor caudal este poeta
del pueblo, su poesía adquiere también en "Bodas de Sangre" el carácter
más genuinamente lorquiano, estrechamente emparentado con el Romancero
Gitano. Repárese en la diferencia del tono poético, que va preparando la tragedia final. La "sangre prisionera" le "está clavando agujas en la nuca"; las mismas agujas que cubrirán de sangre sus ojos en el momento supremo de la tragedia. La poesía cumple así su misión de preparar el clima patético, de expresar las gradaciones en el cambio de alma de los personajes, o de servir al autor como instrumento más dúctil y fino —como también lo ha sostenido y realizado Espínola entre nosotros, en su "Fuga en el Espejo"— que la prosa, para expresar estados del espíritu. Notemos al pasar que en esta última bellísima poesía de "Yerma" los pulsos de caballo con que García Lorca ha querido traducir la modalidad campesina de la madre frustrada, chocan violentamente, con el lirismo puro del verso siguiente: "que hacen latir la rama de mi angustia". Este papel primordial de la poesía en el teatro de García Lorca tiene su lógico antecedente en el "Romancero Gitano" en el cual se encierra en realidad lo más esencial de su lirismo. El dramatismo, la anécdota, el papel primordial que juega en él la acción concreta de los personajes cantados, guardan como una semilla pronta al desarrollo futuro, todo el teatro lorquiano, con su sentimiento de la tierra, su pasión instintiva, su arraigo hondamente popular. "Bodas de Sangre" es, a, este respecto, la pieza teatral más directamente enlazada al Romancero. Se diría que es solamente uno de los romances que se ha desenvuelto armoniosamente y ha culminado en el esplendor de una corola dramática. Por eso mismo, la poesía está en ella presente, abarcando un área mayor de la escena; todavía fundidos en el ánimo del poeta, el dramatismo del romance y el lirismo del drama. Los sentimientos primarios, instintivos, directos, están también más próximos a aquella obra poética, empapada en sangre, canto de la sangre, fluir de sangre por las venas trágicas de sus personajes. Dejando momentáneamente de lado "Mariana Pineda", y "La Zapatera Prodigiosa" y sin hablar de otra obra juvenil, desconocida para nosotros "Los amores de don Perlimpín y Belisaria en el jardín", para concretarnos a los tres grandes dramas de su madurez, vemos cómo el lirismo del poeta, consubstanciado con el Romancero en "Bodas de Sangre", se eleva y se depura por grados, primero en "Yerma" y luego en "Doña Rosita la Soltera". "Yerma" no es ya el drama de la sangre, de la pasión, del instinto; pero es todavía el drama de la tierra infecunda e infecundada; símbolo al mismo tiempo de la maternidad frustrada, y de la tierra estéril en esa España a la que faltan brazos y sobran dueños para rendir su próvida cosecha. Se encuentra todavía ligado al suelo por raíces profundas, por las que el poeta extrae savias ancestrales. "Doña Rosita la Soltera", abandona ya el contacto directo con la tierra primitiva para abordar el drama de carácter puramente social, y por lo tanto artificioso. Sigue así una trayectoria que lo va acercando al dolor y a la injusticia creados por el mismo hombre, para ensanchar el ya enorme campo del dolor natural que había pintado con caracteres fuertes y eficaces en los dos primeros dramas, y que había de culminar, al decir del escritor que se oculta con las iniciales A. O. S. en reportaje publicado en "Mundo Gráfico" de Madrid, en "un drama social aún sin título, con intervención del público de la sala y de la calle, donde estalla una revolución y asaltan el teatro." Extraña clarividencia de su genio que preveía ya los acontecimientos, y se adelantaba a describirlos antes de que ellos se produjeran! El mismo escritor reclama del gobierno de Valencia, que realice las investigaciones necesarias para conocer el paradero de ésta y otras obras del poeta asesinado, entre las cuales una más teatral, que llevaría el título de "La sangre no tiene voz". "Esta última obra —continúa el mismo García Lorca al decir de A. O. S.— tiene por tema un caso de incesto. Y si por saberlo se asustan los tartufos, bueno será advertirles que el tema tiene un ilustre abolengo en nuestra literatura, desde que Tirso de Molina lo eligió para una de sus magníficas producciones." Volvería pues García Lorca, en esta última producción de que nos habla, al tema directo de la sangre, de la fatalidad del instinto, más trágicamente encarado todavía que en "Bodas de Sangre". Sea como sea, y desconociendo en absoluto estas obras de las que no sabemos siquiera si se conservan o no, la trayectoria teatral del poeta, se advierte en las obras conocidas, como una superación de ese fatalismo clásico, emparentado a la tragedia griega y derivado directamente del espíritu poético de su Romancero Gitano. En alguna parte ha dicho el mismo García Lorca que la música ha solido inspirar algunas de sus obras; y ha nombrado a Bach, refiriéndose concretamente a "Yerma". La excesiva individualidad de las sensaciones o intuiciones que la música despierta en cada uno de nosotros, hace difícil o mejor, imposible para el crítico, apreciar las relaciones profundas establecidas en el espíritu creador del poeta por los sonidos majestuosos y humanos de la música de Bach. Pero esa influencia puede tal vez descubrirse en la armonía profunda, en la línea trágica que desenvuelve en "Yerma" el motivo central, repetido incesantemente, como en Bach, cada vez mayor fuerza emotiva; en su esencia profundamente humana, en la concertación complicadamente sencilla de sus estudios, en la majestad de su culminación trágica. No somos suficientemente versados en música para atrevernos a establecer un paralelo, ni a desentrañar una influencia; nos limitarnos simplemente a señalar un camino para aquellos que se sienten capacitados y atraídos por este aspecto del teatro lorquiano. V
De una calidad artística muy superior encontramos el papel de las Cuñadas en "Yerma", figuras oscuras, patéticas en su oscuridad, guardianes tremendos de la pobre mujer, que sólo hablan para llamar con sus acentos guturales a la acosada, que sólo quiere ser madre. El acierto indudable de estas figuras negras moviéndose silenciosamente en la escena, mudas cariátides de sombra, perros celosos de una virtud intachable, sugieren mucho mejor que cualquier explicación o queja, la atmósfera de opresivo enclaustramiento en que se ahoga la infeliz Yerma. Ellas ponen también su nota sombría en la luminosidad del cuadro de las lavanderas, y contribuyen con su silenciosa presencia a reforzar la reprobación que el pueblo insinúa contra la infecunda. La misma calidad artística tiene en Rosita la correspondencia deliberada del cultivo floral del Tío y la Rosa que se abre en la plenitud de su belleza en el primer acto; la preocupación celosa del jardinero que no entrega el producto de su amorosa tarea, la que no llega felizmente a un paralelismo vulgar; pero mantiene la intimidad espiritual con las flores que son como personajes vivientes en esa existencia consagrada a ellas. Los nombres de las flores vuelven insistentemente en los labios de los actores, ya para explicar la belleza de un ejemplar recientemente obtenido, ya para desentrañar su significado poético profundo o superficial. El drama se mueve, desde principio a fin, en esa atmósfera florida que conduce a la ruina material y moral de los protagonistas, como si un simbolismo oculto hubiera llevado al poeta a deshojar las existencias como se deshojan las corolas. Acaso el autor no haya buscado siquiera deliberadamente esta correspondencia; pero por ello mismo, al mantenerse en planos vagos de sugerencia, sin la brutal confrontación de otras escenas, se siente una secreta y eficaz correlación entre la pasión botánica del tío y el destino de flor de la sobrina. La creación de esta atmósfera está encomendada en cambio, en "La Zapatera Prodigiosa", exclusivamente a la protagonista. Apenas si el traje de la Zapatera, con una manga distinta de la otra, quiere simbolizar el carácter caprichoso y fantástico de la mujer, con un pie en la realidad y otro en la imaginación. Este detalle lo hemos observado tanto en Margarita Xirgú como en Lola Membrives, lo que nos hace suponer una exigencia del autor. Pero en esta obra admirable, de una finísima ironía, de una aguda observación, de una sonriente y amable crítica a las mujeres, la atmósfera se encuentra precisamente, en el contraste entre la imaginación exuberante de la Zapatera, y el medio real en que vive. Margarita Xirgú destacó eficazmente este contraste, por la sordidez, la suciedad, el abandono de la casa y las palabras magníficas con que su dueña exalta ante su marido su preocupación por los cuidados del hogar; contraste necesario para acentuar el carácter humorístico y grotesco de la pieza. Y es tan eficaz esa atmósfera creada por la Zapatera verdaderamente prodigiosa, que a pesar de la sordidez de las decoraciones, vivimos el mundo maravilloso que ella ha sabido crearse para su propio disfrute, y que los galanes interesados intentan en vano explotar para su provecho. VI Con estos elementos, sutiles, delicados o groseros, García Lorca ha creado un teatro para la mujer, consagrado casi exclusivamente a la mujer. En efecto, salvo "Bodas de Sangre" que afronta un problema extensamente humano, las otras piezas teatrales estudian solamente caracteres y problemas femeninos. El poder de la ilusión en toda su intensidad, capaz de sustituirse a la realidad viviente y conferirle categoría existencial, sustituyendo una a otra hasta producir el drama, es característica más común en la mujer que en el hombre, pese a la condición de positiva que a ésta se atribuye. Esta Zapatera Prodigiosa, una de las heroínas más finamente dibujadas por el poeta granadino, se emparenta muy directamente en su psicología con aquella calumniada Emma Bovary cuyo poder imaginativo la llevó a un drama mucho más cruel que a esta deliciosa fantaseadora que se mantiene siempre en el plano sonriente de la farsa. En su deliberada exageración intrascendente, García Lorca toca problemas sin embargo de tanta hondura como los llevados al teatro por Pirandello en su análisis implacable de los límites entre la realidad y el sueño. La Zapatera sueña con galanes apuestos y comarcas risueñas mientras aborrece la mediocre y oscura realidad cercana; pero embellece de extraña varonilidad, de señorío y lujo al zapatero cincuentón que le tocó por marido, tan pronto éste se aleja en la distancia; y vive tan ensimismada en su fantasía que rehúsa la puerta abierta por la fuga de aquél, hacia la materialización de sus ensueños, que no trata, como la imprudente Emma, de convertir en realidades. Ella sabe por sabiduría instintiva e infalible intuición, que nunca la realidad habrá de darle las riquezas del sueño; y en él se refugia inconscientemente, para vestir de galas inexistentes al ausente esposo. Hasta que la realidad, despertándola brutalmente con la vuelta del zapatero, ilusionado por la prodigiosa transformación de la esposa, determinada la vuelta indefinida del ciclo cumplido: sólo es bello lo que está lejos de nosotros. Este poder de la ilusión en la psicología humana aparece de nuevo en "Doña Rosita la Soltera" desprovisto ya de su carácter de farsa para adquirir toda la humana fuerza del drama. Rosita vive en la ilusión de su noviazgo con el primo ausente, desdeñando a los pretendientes que la rondan: el profesor de Economía Política del segundo acto; y el lisiado Profesor de Gramática del último. Vive deliberadamente su fantasía y opone terca resistencia subconsciente a pisar la realidad de la traición, que ella conoce indirectamente, pero a la cual no quiere entregar el cadáver de su ilusión, galvanizado, en una apariencia de vida, por una correspondencia que el primo infiel mantiene aún a pesar de su casamiento en tierras de América. Y la mantendría indefinidamente, hasta su muerte, consolada en su abandono por esa ficción voluntaria, si los seres que la rodean, en su afecto nefasto, no le recordaran con sus miradas de piedad, y sus atenciones solícitamente compasivas, el drama de la traición que ella se niega a encarar. Esta perpetua evasión del dolor por medio de la fantasía es el drama de toda la humanidad, encarnado en la figura modesta, pequeña e intrascendente de una mujer de fin del siglo pasado en una ciudad de Andalucía. Pero a pesar de las proporciones intencionadamente reducidas del drama, por el sólo poder del genio poético, se agranda y trasciende los límites de la existencia vulgar, para adquirir los contornos metafísicos del teatro mismo de Pirandello que ha hecho de ella su esqueleto y su fundamento. Se ha dicho que la intención de García Lorca al escribir "Doña Rosita la Soltera" fue solamente realizar una sátira contra el fin del siglo XIX y demostrar, en un alarde de técnica y de maestría, como es posible obtener poesía y arte, de la cursilería y el ñoño sentimentalismo de esa época. Si ésta fue realmente la intención del poeta, hemos de declarar honradamente, que el asunto se escapó de sus manos, —como decía el dramaturgo italiano que le sucedía a él con sus personajes— para adquirir una significación y una trascendencia que el autor no sospechaba. La humanidad misma del asunto —el drama del celibato femenino— se impone en primer plano, desalojando la intrascendencia y la frivolidad del propósito; y el cimiento metafísico de la ilusión jerarquiza y universaliza el problema despojándolo de la superficialidad del intento. Por otra parte, el genio del poeta, su capacidad de descubrir bajo las flores de trapo de una realidad calumniada, un fermento humano y su índice de dolor, reivindicaron, pese a la caricatura cruel del segundo acto, la dignidad de una época cuyos defectos únicamente, se han querido poner de manifiesto. La figura de Rosita no despierta burlas, no sugiere desdén, sino por el contrario, el mismo respeto y la misma consideración que toda vida frustrada sin culpa, como el marchitarse de la rosa que es su homónima. Y las mismas solteronas del segundo acto, en su afán de casarse a toda costa, sólo arrancan risas a la juventud incomprensiva de todo tiempo. La angustia de ese drama de familia que se priva de la comida para mantener una silla en el paseo —última esperanza de encontrar marido que sostenga material y moralmente las ruinas de esas existencias— no inspira desdén sino una profunda conmiseración por nuestras hermanas esclavas todavía de un prejuicio ya felizmente superado en nuestra época por la mayoría de las mujeres. Si García Lorca, quiso realmente satirizar a la solterona de anteguerra, la dolorida humanidad de sus personajes se impuso a él contra su propia voluntad, para darnos esa escena que, como algunas de Cervantes, o ciertos lienzos de Goya, si arrancan risas a los jóvenes, ponen humedad en los ojos de los adultos. Digamos de paso, que la ñoñería, el sentimentalismo, la cursilería, de fines del siglo pasado, defectos indudables de una época que tuvo también sus grandes virtudes algún día justicieramente valorizadas, no van en zaga, como ridiculeces del espíritu humano a los snobismos de la postguerra. Las exageraciones románticas, la sensiblería ridícula son parientes cercanos de la estridencia, de la manía de velocidad inútil, de la antisentimentalidad afectada, del alcoholismo femenino, de la superficialidad del siglo XX que en nada disminuyen la nobleza de su ansia de justicia, de su mística del humanismo, de la abnegación y el sacrificio, que son también sus características. Exageraciones o desviaciones, unas y otras, de virtudes entrañables de la humanidad, si pueden dar fisonomía a una época, constituyen al mismo tiempo el reverso de una realidad que dentro de cincuenta años parecerá tan afectada y snob como aquélla, aunque en sentido inverso. El genio del poeta ha trascendido sin querer, el propósito primero —si es que en realidad ha existido— para darnos una pieza humana, de emoción contenida, en la que los procedimientos caros al poeta se afinan y se depuran para dejar paso a un profundo sentimiento dramático de soledad sintetizado en la soltería de la mujer; tanto más doloroso cuanto que no se asienta en la imposibilidad de encontrar marido, como en el caso contrastal de las solteronas, sino en el sentimiento de la fidelidad amorosa. Rosita es una figura de mujer profundamente femenina, hondamente simpática, de una humanidad, de una dignidad y de una belleza tales que la yerguen en la producción total de García Lorca con relieves no alcanzados sino por la Madre de "Bodas de Sangre" de más agudas y dramáticas aristas. Decía un crítico nuestro, a raíz del estreno de "Doña Rosita la Solterona" que lo que más le había maravillado de la obra, era la voluntad del autor de mantener alejada su emoción del alma de sus personajes. "Y en tren de moverse entre minucias supervalorizadas —decía Espinóla en "El País" — y absurdidades del gusto, Lorca nos entrega esas joyas de humorismo que son las leves descripciones de tres regalos a Rosita el día de su cumpleaños: el pendiente, el barómetro y el porta termómetro; humorismo extraño, como que son las descripciones, obra de una ternura muy lejana, eso sí, y que la emparenta con el legítimo castizo de Hurtado de Mendoza y de Quevedo, ambos de corazón lejano también pero presente". La lejanía del corazón no pudo mantenerla mucho tiempo García Lorca con su Rosita. A medida que transcurren las escenas, la ternura contenida se derrama sobre su criatura, hasta desbordar en un final emocionado en el que el dramatismo consubstancial con el alma del poeta, se abre paso y triunfa definitivamente de su intento. También quiso el poeta, deliberadamente, rehuir el problema social del celibato femenino, de tan patéticas raíces en la época cruelmente satirizada del drama; problema cuyas proyecciones advirtió bien el crítico de "El Plata" que firma Top, quien encontró para encararlo, acentos emocionados y compresivos. En esa época dolorosa para la mujer, que no había encontrado aún salida para su situación social, latía una profunda angustia, disimulada bajo aspectos tal vez festivos en su caricatura pero de un dramatismo cruel y verdadero. Bajo la ridiculez de las solteronas que presenta García Lorca, se abre paso esa angustia, pintada en doloridas confidencias por la madre, incapaz de superar ese destino de humillación, de inferioridad y de dependencia de sus hijas. El autor ha colocado esas figuras sin dignidad ni nobleza, como reverso de la bella figura de Rosita, llevando a cuestas su drama íntimo, sin una queja, sin una claudicación, con la entereza de quien permanece hasta el último día fiel a un ideal que se resiste a traicionar. La escena del último acto entre el lisiado profesor y la tía de Rosita, no es inútil, como lo han creído algunos críticos; ella está expresamente puesta allí para recalcar una vez más —la primera estuvo a cargo también de un Profesor, pero éste de Economía Política— que Rosita permanece soltera, no por falta de pretendientes sino por fidelidad a su amor traicionado. Cierto es que los pretendientes que Lorca concede a su protagonista —profesores ambos de la peor especie, uno por excesiva suficiencia e intolerable pedantería, el otro por falta de hombría, de carácter, vencido por la vida y por sus alumnos— mal podían hacer olvidar a la deliciosa criatura el prestigio que la ausencia, la juventud y la imaginación confieren al novio ausente. Y una vez más —como en la Zapatera Prodigiosa— la ilusión triunfa de la realidad hasta que ésta se venga cruelmente. El problema ha sido eludido con voluntad expresa de no hacer obra de tesis, ni siquiera obra psicológica, sino simplemente obra de arte; pero a pesar del autor, él se impone a los espectadores en fuerte sugerencia, gracias precisamente a la humanidad que el poeta ha infundido a sus criaturas. La protagonista, por su misma intensa feminidad viviente trasciende espontánea y naturalmente la crisis superficial, el intento de caricatura, el juego artístico, el alarde de técnica, el alejamiento voluntario de toda ternura y de toda emoción, para imponerse por virtud misma de estos elementos con la dignidad y la ternura que le son propias y que determinan la jerarquía humana de la obra. Una vez más constatamos que el poder del arte es superior aun a los propósitos determinados del artista como en más de una ocasión la historia literaria lo demuestra. VII
En "Yerma", por el contrario, la obra responde fielmente a los
propósitos de su autor. Estrechamente vinculada a "Bodas de Sangre" por
el lazo profundo de la tierra en donde García Lorca hunde sus propias
raíces vitales, se eleva sobre ella por la voluntad de símbolo que ha
dado a esta figura de mujer, menos humana, menos real, pero más
dramática que Rosita. Por la fuerza de su temperamento, por el patetismo
de su caso, por la polarización absoluta de todas sus vivencias en un
único vértice existencial, Yerma como la Madre de "Bodas" encierra en
una síntesis apretada y violenta el ansia, el dolor, la amargura de
muchas vidas frustradas de mujer. Hay una artificiosidad en esta última obra que no existe en las anteriores. El ansia obsesionante de Yerma que la impulsa en definitiva al crimen, no es suficiente sin embargo a empujarla con valentía perfectamente justificable, a buscar por otro camino la realización de su destino. Un prejuicio válido solamente para la mujer pero sin ningún efecto inhibitorio sobre el hombre, alcanza a Yerma para traicionarse a sí misma, para destruir su vida, para eliminar a un hombre; cuando la voz sensata y venida directamente de la tierra de la Vieja Pagana, le indica en el último acto, la solución clara a su problema. La honra, la vieja honra castellana, la honra a lo Calderón, empenachada y grandilocuente, no convence en esta pieza en que se juegan destinos más tremendos y naturales que la artificiosidad de ese recurso. Para justificar esa falla fundamental de "Yerma", su ilustre intérprete, Margarita Xirgú — cuya gentileza puso a mi disposición los originales de la obra, y expuso en repetidas conversaciones particulares conmigo, su personal interpretación —atribuye a la misma Yerma la esterilidad congenita que hubiera vuelto inútil el sacrificio de su honra en una tentativa extraconyugal de maternidad, como lo teme constantemente su marido en sus celos perfectamente lógicos, o el abandono completo de su hogar en un gesto heroico de lealtad con su destino. Explica la culta y magnífica actriz esta intención recóndita del poeta, que ella abona con el testimonio expreso de García Lorca, por detalles del diálogo que escapan al espectador desprevenido en una primera audición de la obra. Son varios, que analizaremos someramente. En el primer acto, ya de entrada, recuerda Yerma a Juan, su marido, el estado de su espíritu el día mismo de su casamiento. Dice Yerma: —"Yo conozco muchachas que han temblado y que lloraron antes de entrar en la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de holanda? ¿Y no te dije: cómo huelen a manzanas? — Juan: —Eso dijiste! Yerma: —Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. Y era verdad! Nadie se casó con más alegría!" Ve la señora Xirgú en estas manifestaciones de la joven recién casada, un síntoma claro de su falta de feminidad. Ninguna mujer, verdaderamente mujer, según ella, llega al matrimonio con tal despreocupación y serenidad. Cuántas enamoradas, sin embargo, son llevadas por una fuerza superior a su pudor y a su aprensión, y se entregan confiadas, con la confianza que ha sabido inspirarles el amor y la delicadeza del esposo! Y cuántas, a quienes su inocencia misma y su ignorancia, penen un velo espeso sobre la brutal realidad que las espera! Yerma no es, sin embargo, ni una enamorada ni una ignorante. Ha aceptado a Juan por esposo, porque sus padres así lo dispusieron; y lo ha aceptado con alegría por cuanto él representaba la realización de su anhelo de maternidad. Y no es tampoco una ignorante. Vive en plena naturaleza, y no le son desconocidos los actos de la reproducción animal, en los que ve la limpieza y la inocencia de una función natural por medio de la cual las ovejas dan nacimiento a los pequeños seres que le encantan, y los perros, y los gatos, y los grandes animales del establo. Pero esa misma inocencia natural es la mejor explicación a su alegría y a su confianza. Ella se entrega al marido contenta, porque al fin podrá ser madre; y nada teme, porque no ha visto temor ni fuga en los animales con que convive desde su infancia. Y aunque en su espíritu se insinuara el miedo, la aprensión a lo desconocido ¿no está acaso dispuesta alegremente a todos los sacrificios? ¿No irá después, ante la inutilidad de su espera, a cumplir el rito ante los muertos que le ordena la hechicera del lugar, y no pasará la noche entera en el cementerio con tal de obtener lo que desea? Eso y mucho más está dispuesta a realizar con tal de ver colmado su anhelo de una criatura. Pero Margarita Xirgú no se limita a estas solas frases. Encuentra más adelante, en el segundo acto, una frase que se le antoja reveladora: "Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo, dice Yerma. Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes; que antes no lo hacía porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo, mis pasos me suenan a pasos de hombre." Otra vez dice: "Ojalá fuera yo una mujer..." Y Juan exclama en el acto II: "Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.'" También las lavanderas que discuten el caso de Yerma, dividen su opinión entre ella y el marido. Y dice la 5ª: "Estas machorras son así. Cuando podían estar haciendo encajes o confitura de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos." Y la 3ª: "Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las endulzadas, no son apropósito para llevar el vientre arrugado." En tales testimonios funda la distinguida intérprete española, su creencia de que García Lorca intentó y realizó el drama de la mujer estéril, de la misma a quien la Biblia arrojó su maldición y que Gabriela Mistral ha cantado con tan emocionados acentos. Pero si tal ha sido realmente el propósito deliberado del poeta, qué drama estupendo, qué magnífica tragedia pudo haber realizado con la comprobación para la misma Yerma, de su bíblica maldición! El sacrificio de su honra en aras de la maternidad ansiada habría revelado a sus ojos engañados su propia condición, su inaptitud congénita; y ante la inutilidad trágica del sacrificio, la desolación de la mujer habría de llevarla al suicidio o acaso a una lenta y dolorosa degradación moral. Pero no ha sido ésta, a mi modo de ver, la finalidad buscada por el poeta granadino. A los testimonios invocados es fácil oponer más claros y contradictorios testimonios dentro de la misma obra. Entre las mismas lavanderas, las hay que defienden a Yerma. Dice la 1ª: "¿Quién eres tú para decir esas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es por culpa suya."' Advirtamos de paso que esta escena, con la discusión de las chismosas y maldicientes, es una escena íntimamente emparentada con una de las obras más famosas de Pirandello, "Cosí é. . . se vi pare", en donde las amigas, los transeúntes, los espectadores del teatro, discuten la responsabilidad del suicidio de una actriz, y lo explican también cada uno a su modo. Queda a cargo de la Vieja Pagana, la defensa más enérgica y eficaz de Yerma, cuando exclama en el 3er acto: "Lo que ya no se puede callar, lo que está puesto encima del tejado, la culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se juntara el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio tu gente, no. Tienes hermanas y primos a cien leguas a la redonda. Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura." Y antes le había dicho: "Aunque debía haber Dios aunque fuera pequeñito, para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos." Y el mismo Juan, en el último acto, al confesar que no le importa la ausencia de hijos en el hogar: "Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mí no me importan. Ya es necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre manos. Lo que veo por mis ojos. . ." Esta confesión del marido, sorprende verdaderamente en un hombre de campo, que en general —como lo manifestara el Padre de "Bodas de Sangre"— ansia brazos masculinos y fuertes de los hijos ya crecidos, para cultivar el predio hereditario. Así lo comprende también la pobre atormentada, cuando replica ciega de desesperación y al borde del crimen impremeditado: "Así, así. Eso es lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma; pero qué grande, y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos..." Agreguemos para terminar, que no es frecuente en la mujer asexuada esta aspiración obsesionante de maternidad. Su carácter de asexualidad la llevaría, por el contrario, a las faenas hombrunas, a las labores del campo, y sería ella precisamente, la que se declarara satisfecha por esta ausencia de hijos... Pero, en definitiva, lo que interesa, no es esta investigación casi jurídica de una responsabilidad que nada importa a! fin artístico de la obra. Si nos hemos detenido tanto en ella, ello se debe a la opinión manifestada por la mujer misma que ha dado vida al personaje lorquiano, que lo ha animado con la riqueza extraordinaria de su sensibilidad, y por el testimonio que ella manifiesta tener del autor del drama. Confesemos que si éste es verdadero y no errónea interpretación de palabras en el aire, García Lorca no habría alcanzado ante el público, su verdadero objetivo. Pero nosotros creemos que el autor ha creado deliberadamente, la confusión, a fin de no derivar hacia un problema fisiológico o patológico, su intención puramente artística y simbólica. Ha debido sin embargo, acudir al artificio de la vieja honra, artificio inaceptable en ese medio absolutamente natural, frente a la fecundidad del campo que cumple su destino de acuerdo a leyes superiores a las impuestas por el hombre. García Lorca ha eludido de propósito el drama de la esterilidad femenina, para poner su inspiración al servicio del mismo sentimiento que anima sus otras piezas teatrales, el sentimiento de la incompletación, de la frustración que hemos puesto de relieve en párrafos anteriores. "Yerma" es el drama de la mujer profundamente maternal que no alcanza a realizar su vida. Las causas no le interesan; la responsabilidad del drama es superflua. Yerma se cree traicionada en su casamiento, que no le ha dado los hijos que esperaba. "La mujer del campo que no da hijos —dice— es inútil como un manojo de espinos y hasta mala, a pesar de que yo sea este deshecho dejado de la mano de Dios". Su sentimiento de inferioridad, de fracaso, de humillación, va descomponiendo en realidad, su carácter y su sangre, y cumpliendo así su propia profecía: "CADA MUJER tiene sangre para cuatro o cinco hijos, v cuando no los tiene, se les vuelve veneno como me pasa a mí." Y tiene razón para la mujer de campo, cuyos horizontes limitados le vedan esa sublimación de las potencias sexuales en las que basa Freud toda su teoría de la actividad intelectual humana. El escritor chileno R. Aldunate afirma en un estudio sobre el teatro de García Lorca a través de Margarita Xirgú: "No busquéis en la vida cotidiana a Yerma. No la encontraréis, seguramente. Está en el fondo de toda mujer, oculta, avergonzada, dolorida. García Lorca la ha desentrañado para hacerla vivir su tragedia, para gritar sus ansias de ser madre, para matar al hombre placentero, vividor, frívolo, de hoy, que no ve en la mujer a la madre, sino al instrumento de deleite amoroso. Yerma es una síntesis, es esencia, es símbolo." Estamos perfectamente de acuerdo con el escritor chileno. Más aún. Yerma es el sentimiento mismo de maternidad corporizado en una mujer, y destacado fuertemente con vigorosos relieves por contraste con la esterilidad. Este procedimiento obtiene aquí toda su eficacia. El anhelo de maternidad se convierte en obsesión; su incumplimiento conduce a Yerma a sentiré "profundamente ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua y que paren las ovejas cientos de corderos, y los perros, y que parece que todo el campo puesto de pie, me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño." Este sentimiento de frustración, de traición a su destino es el que la conduce a advertir en sus propios pasos, en la sombra del cobertizo, el eco de los pasos masculinos. Pero hay más aún; la obra de arte, cuando es verdaderamente tal, encierra el germen de muchos simbolismos, y la interpretación individual ve más de uno, erguirse tentador y convincente. Hemos adelantado ya que Yerma puede ser también la encarnación misma de la tierra española, estéril ella en algunas regiones crueles, reacia al hondo laboreo; abandonada en otras, fértil pero despoblada, propiedad de egoístas disfrutadores que sólo obtienen de ella el goce individual, permaneciendo verdaderamente yerma, ya que es este adjetivo más exactamente aplicable a la tierra que a la mujer. Tragedia tremenda de la tierra sin brazos, abandonada a sí misma, mientras los hombres desfallecen de miseria ante el suelo que no les pertenece. ¿No es así, acaso, Juan, el propietario celoso que no fecunda su tierra ni permite al pueblo joven, de quien está secretamente enamorada Yerma —el pastor Víctor— que arranque de ella el canto triunfal de las espigas? ¿Y no podría también la Vieja Pagana ser la voz revolucionaria que anuncia e incita al nuevo porvenir? Y es la voz del futuro la que llora, ahogada, en esa criatura que Yerma presiente cada vez que se halla al lado de Víctor: "¿Lo sientes llorar ? — Víctor : — No. — Yerma: —Te había parecido que lloraba un niño. Muy cerca. Y lloraba como ahogado." Pero no queremos insistir en ello. Sea cual sea el simbolismo que se quiera ver en "Yerma", siempre quedarán en pie, para los espectadores y la crítica, sus aciertos poéticos, su eficaz realización escénica, su alto tono lírico, para dar a esta obra lorquiana la alta categoría artística, los relieves intensos que hacen de ella la obra más alta de la dramática española contemporánea. Y que despierta en nuestra alma con más profundo dolor, con más intensa indignación, nuestra protesta viva y quemante ante el crimen injustificado de su muerte. |
Doña Rosita la Soltera
Publicado el 13 oct. 2014
Obra Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, representada en Bermillo de Sayago (Zamora) a finales del mes de agosto por la agrupación La Mayuela. |
Bodas de sangre
Publicado el 15 jul. 2013
Castilla y León es teatro. Bodas de Sangre. |
La Zapatera Prodigiosa, 1995
Publicado el 21 ago. 2013
Obra
teatral reproducida por rtve |
YERMA de Federico García Lorca / Teatro El Almazen
Publicado el 25 ago. 2015
Teatro
El Almazen |
Luisa Luisi
Revista "Ensayos" Nº 16
Montevideo, octubre de 1937
Federico García Lorca en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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