Arquitectura del siglo XX
La renovación y los sucesores
Arq. César J. Loustau

La arquitectura del siglo XX es una de las más originales y ricas que registra la civilización humana. Contó, además, con descollantes figuras de una talla semejante a la de los grandes maestros del Renacimiento. Hoy ya corresponde examinar el valor de la herencia que deja. En el siglo XIX predominó un estilo que se conoce con el nombre de eclecticismo historicista. Obedeció a una corriente filosófica denominada espiritualismo ecléctico y consistió en hurgar en el pasado a fin de extraer de él lo más adecuado en la ocasión. Ese fue el origen de todos los "neo" (neorrománico, neogótico, neoclásico, neobarroco, etcétera). Las academias y sus órganos de enseñanza propiciaron el neoclasicismo, el cual pasó a convertirse en el estilo "oficial". Su predominio fue absoluto y se prolongó algo más allá del primer cuarto del siglo XX.

Sin embargo, muchos artistas repudiaban estar regidos por cánones inflexibles que ahogaban toda inspiración. Sucedió, de pronto, algo imprevisto. En Bruselas, en 1893, estalla un espectacular fuego de artificio que, como toda pirotecnia, se apagó pronto: el Art Nouveau. Nació maduro y se prolongó hasta que se empezaron a oír los primeros cañonazos de la "Gran Guerra" (1914-1918). Tuvo la virtud de introducir un lenguaje original, nuevo y desbrozar el camino a los movimientos que vinieron después. El arte oficial ya no reinó solo, pese a todos los esfuerzos que hicieron los conservadores para desprestigiar al que recién afloraba. Lo motejaron "coup de fouet" (golpe de látigo), pero fue en vano, pues se extendió rápidamente.

Le Corbusier y Octavio de los Campos, Montevideo, 1929

La guerra había devastado extensas zonas y era menester reconstruirlas. Un arte decorativo no era la respuesta apropiada. Dentro de ese contexto, cobra sentido el título de un libro del arquitecto vienes Adolf Loos Ornamento y delito y, también, la controvertida definición de vivienda que lanzó a los cuatro vientos Le Corbusier, asimilándola a une machine á habiter (una máquina para vivir). Muchas mentes pioneras lamentaban que no se aprovecharan diversos inventos del siglo anterior y se siguiera construyendo con técnicas y materiales arcaicos.

En 1856, un inglés, Henry Bessemer, había inventado el convertidor que lleva su nombre, mediante el cual se pudo transformar el hierro en acero. A partir de entonces, la industria produjo piezas de formas y dimensiones normalizadas. Fueron los famosos "perfiles L", "T", "doble T", etcétera, cuya resistencia fue minuciosamente tabulada para facilitar el cálculo. Pero aún se carecía de la técnica que permitiera sacarle todo el rendimiento posible.

Un ingeniero militar estadounidense, William Le Baron Jenny (1832-1907), tuvo una genial inspiración al crear el concepto de estructura independiente. En 1879 levantó, en Chicago, el edificio "Leiter I", de planta baja y seis pisos altos, en cuya construcción aplicó, por primera vez, su revolucionario sistema. Los muros de los edificios dejaron de tener una función de sostén, para convertirse en simples tabiques separadores de ambientes. Se podía armar el "meccano" gigante de un rascacielos; solamente faltaba crear un elemento auxiliar -pero indispensable- para que resultaran utilizables: el ascensor (que primero fue a vapor, luego hidráulico y finalmente, a partir de 1887, eléctrico). Estas ideas dieron una estupenda serie de edificios altos en el "loop" de Chicago, entre los que se destacan los proyectados en el estudio de Adler & Sullivan. Genéricamente se los conoce como pertenecientes a la “Escuela de Chicago” pese a que, en puridad, no existió tal centro específico docente.

Joseph Monnier, un jardinero francés, "bricoleur", en sus ratos libres necesitaba macetas más grandes para sus plantas. En 1885 se le ocurrió un original procedimiento: fabricar moldes del tamaño requerido e introducir dentro de ellos, mallas de hierro antes de verter hormigón. Había inventado nada menos que el hormigón armado.

Estos novedosos materiales y técnicas (el acero, el hormigón armado y el sistema de estructura independiente) fueron fabulosas herramientas que el siglo XIX puso en manos de los arquitectos quienes, en un comienzo -con la honrosa salvedad de los de la Escuela de Chicago-, no supieron utilizar.

Recién en 1903, el arquitecto francés Augusto Perret (1874-1954), proyecta y construye el primer edificio de apartamentos en el mundo con estructura de hormigón armado, en la rue Franklin, en París, aunque su exterior no revela que fue realizado con una técnica y un material novedoso.  

Frank Lloyd Wríght, La casa de la cascada, Bear Run, Pennsylvania, 1935

Se avecinaban grandes cambios. Faltaba el portaestandarte detrás del cual se agruparan los pioneros que presagiaban una revolución en el arte de construir.

Ese comunicador fue Charles Edouard Jeanneret, más conocido por el seudónimo de Le Corbusier (1887-1965). En 1923 publica "Vers une architecture" (Hacia una arquitectura), libro cuya lectura resultó ineludible para arquitectos y estudiantes. El libro cautivó a unos e indignó a otros; justamente eso era lo que buscaba Le Corbusier: "despertar las conciencias adormecidas". Su constante prédica —que fue fundamental para imponer la arquitectura moderna—, le valió adeptos incondicionales pero, también, enemigos acérrimos. Estos se regodearon con la zancadilla que le tendieron en el concurso promovido en 1927, para levantar la sede de la Liga de las Naciones en Ginebra. El mejor proyecto presentado fue el de Le Corbusier y de su primo Pierre Jeanneret; además, era el único que podía construirse con el monto previsto. Pero las láminas presentadas por ellos estaban dibujadas con tinta de imprenta y no con tinta china como lo indicaban las bases. Y, valiéndose de este nimio pretexto, los miembros conservadores del jurado lo descalificaron. Para denunciar "el escandaloso affaire del Palacio de las Naciones", Le Corbusier escribió un nuevo libro: Une maison un palais, donde puso al descubierto la trama urdida en contra suyo. Desató una ola de indignación en todo el mundo y el resultado fue contraproducente para quienes pretendieron ahogar al recién nacido movimiento. El malhadado fallo del concurso sirvió para aglutinar voluntades en torno a Le Corbusier. Prestamente fundaron un organismo: los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) y acordaron reunirse periódicamente. Al finalizar el IV encuentro en 1933, a bordo de un barco que partió de Barcelona rumbo a Grecia, suscribieron un documento: "La Carta de Atenas", compendio de los principios rectores del urbanismo moderno. Esta nueva óptica permitió ver los problemas arquitectónicos, urbanísticos y sus implicancias sociales de diferente manera. Dentro de la política de difusión de sus ideas se inscribió el viaje de Le Corbusier a estas latitudes en 1929. En ese mismo año construye la famosa "villa" Savoye en Pissy; con anterioridad había levantado otra estupenda vivienda para la familia Stein en Carches (1927) y en 1931 erige el pabellón suizo en la Ciudad Universitaria de París. Tres obras de arte en las cuales puso de manifiesto los famosos "5 puntos" que preconizaba: los "pilotis", la terraza-jardín, la ventana longitudinal, la planta libre y la fachada libre. Contemporáneo del movimiento moderno fue el "Art Déco". De carácter ornamental, se inició en la "Exposition des Arts Décoratifs et Industriéis Modernes", en París, 1925. Uno de sus más eminentes cultores fue el arquitecto galo Robert Mallet-Stevens. La decoración de interiores, el diseño de los artefactos luminosos y, en general, el empleo de los tubos de gas neón recién creados, dieron individualidad a esta corriente que, sin embargo, duró poco. Se la asumió luego en el más profundo olvido hasta que más tarde se la redescubrió y revalorizó.

Los conservadores buscaron protegerse en las academias y en los centros de enseñanza. Hubo una extraordinaria excepción en Alemania y fue la BAUHAUS (1919-1933). En esta atípica escuela se dieron cita profesores del más alto nivel: Walter Gropius, Ludwig Mies van der Rohe, Marcel Breuer, Hannes Meyer, Ludwig Hilberseimer, Johannes Itten, László Moholy-Nagy, Paul Klee, Wassily Kandinsky, Josef Albers y Lyonel Feininger, entre muchos otros. Desde ella se criticó el método pedagógico, de carácter discursivo que utilizaban las academias y se procedió de muy distinta manera, pues se sustituyó la enseñanza por el aprendizaje. En los "talleres" se aprendía haciendo y los alumnos tomaban contacto directo con los distintos materiales. 

Mies van der Rohe, Lake Shore Drive Apartments

Chicago, 1948

Lamentablemente, esta fermental experiencia educacional no perduró. Cuando Hitler ascendió al poder en Alemania (1933), comenzó a atacar a la Bauhaus, acusándola de albergar profesores "degenerados y bolcheviques". Finalmente, hubo que cerrar sus puertas; a partir de entonces comenzó la diáspora de docentes. La gran mayoría emigró a Estados Unidos, donde fueron muy bien acogidos. Walter Gropius, el creador y primer director de aquel centro docente, luego de una breve estadía en Gran Bretaña (1934-1937), fue a Norteamérica, donde le confiaron la dirección de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Harvard. A Mies van der Rohe le ofrecieron similar cargo en el Armour Institute de Chicago, luego denominado Illinois Institute of Technology (I.I.T.).

Este aporte rindió extraordinarios frutos en Estados Unidos. Pronto descollaron los egresados de aquellos renovados centros docentes. La influencia de Gropius y Mies no se limitó únicamente a la docencia: ambos actuaron profesionalmente y muchas de sus obras resultaron paradigmáticas. Gropius comenzó trabajando junto al ex alumno y luego profesor Marcel Breuer, de indiscutida calidad como proyectista. Posteriormente conformó un "team-work" con varios ex discípulos de Harvard que denominó "The Árchitects Collaborative". El edificio de la desaparecida empresa de aviación PAN AM, en Nueva York, es uno de los numerosos proyectos del TAC.

Mies diseñó distintos pabellones en el campus del I.I.T.; los Lake Shore Drive Apartments junto al lago Michigan y, sobre todo, el exquisito Seagram Building (1954-1958) en Park Avenue, en Nueva York. Todos ellos son de una simplicidad apabullante —para no desmentir su proverbial sentencia "less is more" (menos es más)— y de un acabado sensacional. "Dios está en los detalles", no cesaba de insistir, exigiendo la perfección.

Esta irrupción del "racionalismo internacional", aportado por los emigrados europeos, si bien adquirió una importancia enorme en el contexto americano, no fue la única tendencia. En especial se detecta otra —esta auténticamente norteamericana—, que arranca con Henry Hobson Richardson, prosigue con Louis Sullivan y culmina con Frank Lloyd Wright (1867-1959). La corriente estilística que practicaron los dos últimos fue bautizada "orgánica":en sus construcciones, como en los organismos vivientes, "cada parte es al todo, como el todo es a la parte". Sullivan fue maestro de Wright y sus obras preanunciaron las que concretaría su dotado discípulo. Gran parte de éstas constituyen un auténtico orgullo para su país y, más allá, para la humanidad entera. La Robie House (1909) en Chicago; "Taliesin", su propia morada y estudio (1911-1914-1925), en Spring Creen, Wisconsin; "Fallingwater" (La casa de la cascada), en Bear Run, Pennsylvania (1935); el edificio para la administra­ción (1936) y la torre de los laboratorios (1944) de la S.C. Johnson, en Racine, Wisconsin y el museo Guggenheim, en Nueva York (1956) son ejemplos de la mejor arquitectura del siglo XX.

Aparte del racionalismo internacional y del orgánico, aparecieron otras subtendencias del movimiento moderno: el expresionismo alemán y el holandés; el neo-plasticismo; el futurismo (fundamentalmente italiano); el constructivismo ruso; el brutalismo; el estucturalismo; la corriente mediterránea. Además de los "Cuatro Grandes" (Wright, Le Corbusier, Mies y Gropius), descolló una pléyade de grandes valores como pocas veces se ha visto: Alvar Aalto, Eero Saarinen, Eric Mendelsohn, Richard Neutra, Marcel Breuer, Louis Kahn, Kenzo Tange, loh Ming Pei, y muchos más.

Una vez desaparecidos los Cuatro Grandes, reinó el desconcierto. La segura brújula que ellos representaban se perdió. Lo realmente deplorable fue que muchos profesionales inescrupulosos, con el objeto de adquirir notoriedad, no encontraron mejor medio que atacar a quienes ya no podían defenderse. Un crítico inglés, Charles Jencks, comenzó a utilizar el término "pos­moderno", para referirse a una de las nuevas tendencias, con el evidente propósito de dar a entender que el movimiento moderno estaba finiquitado.

El panorama se volvió confuso y varios fueron los que forcejearon para apropiarse de la herencia que dejaba la arquitectura moderna. El tardo-moderno, el neo-moderno, el pos-moderno y el ambientalismo, fueron los presuntos deudos que se arrogaban derechos sucesorios.

Los propulsores del tardomoderno sostienen que la arquitectura moderna no utilizó suficientemente los adelantos tecnológicos. En las obras que ellos realizan, el protagonismo corre de cuenta de las instalaciones mecánicas. Un claro ejemplo de esta postura es el Centro Georges Pompidou, en París (1976), de los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers. Otro de los principales cultores de esta modalidad es el inglés Norman Foster.  

Tony Garnier, La Ciudad industrial, 1901-1904

El neomoderno toma los mejores ejemplos de los años veinte y treinta y los reelabora con gran sofisticación. Los llamados "Five Architects" de Nueva York (aunque nunca trabajaron juntos), según Bruno Zevi, "son sofisticados, aristocráticos, declaradamente formalistas, realizan una feroz verificación gramatical y sintáctica y llegan en ocasiones a momentos líricos y siempre a un espasmo intelectual". Si los pos­modernistas acusan a la arquitectura moderna de concebir y realizar edificios ininteligibles para la gran masa de público, los neo-modernos se aíslan aún más en torres de marfil. Sin embargo, muchos de los ejemplos pertenecientes a esta tendencia, figuran entre los más valiosos que se registran últimamente.

La vertiente posmoderna, por su parte, ofrece dos modalidades: la exclusivista y la inclusivita. Ambas, apoyándose en la semiótica, cuestionan a la arquitectura moderna de falta de "legibilidad" y, por tanto, de incomunicación en la relación "emisor-usuario". Para salvar la supuesta falencia padecida por el movimiento moderno, siguen distintos métodos. Los exclusivistas apelan en su ayuda únicamente a recursos arquitectónicos.  

Para hacer más accesible su "lectura", "mechan" en sus obras motivos arquitectónicos del pasado, familiares a la gran masa de público. Esta tendencia es, fundamentalmente, europea y es lógico que así sea, pues es en el Viejo Mundo donde pesa más la tradición.

Los inclusivistas, en cambio, no vacilan en utilizar referencias extra arquitectónicas. A fin de popularizar la arquitectura, acuden a elementos proporcionados por los "comics", los letreros luminosos de Las Vegas, o los afiches publicitarios. Para ellos, todo vale. Esta tendencia es, es su origen, netamente norteamericana. Solamente en un país rico, las personas o las instituciones pueden permitirse el lujo de financiar construcciones que, se sabe de antemano, van a a pasar de moda en pocos años, meses o días.  

Le Carbousier, La capilla de Ronchamp, 1951

Para hacer más accesible su "lectura", "mechan" en sus obras motivos arquitectónicos del pasado, familiares a la gran masa de público. Esta tendencia es, fundamentalmente, europea y es lógico que así sea, pues es en el Viejo Mundo donde pesa más la tradición.

Los inclusivistas, en cambio, no vacilan en utilizar referencias extra arquitectónicas. A fin de popularizar la arquitectura, acuden a elementos proporcionados por los "comics", los letreros luminosos de Las Vegas, o los afiches publicitarios. Para ellos, todo vale. Esta tendencia es, es su origen, netamente norteamericana. Solamente en un país rico, las personas o las instituciones pueden permitirse el lujo de financiar construcciones que, se sabe de antemano, van a a pasar de moda en pocos años, meses o días.

Dos de los que buscaron más protagonismo dentro de esta vertiente fueron Charles Moore y Robert Venturi. No se detuvieron en utilizar cualquier recurso con tal de lograr publicidad. La Piazza Italia en New Orleans del primero, o la Guild House en Filadelfia del segundo, muestran cuan vacua es esta postura, esencialmente decorativista y que usa recursos propios de la escenografía.  

La corriente ambientalista se preocupa de la preservación del medio ambiente. En realidad, no existe una arquitectura ambientalista.

Sí se han emitido principios que debieran ser respetados por todos. En cierta medida, la arquitectura moderna se preocupó por el tema: Tony Garnier, en su propuesta ideal de "ciudad industrial" (1901-1904), aleja las viviendas de la zona fabril e interpone entre ambas una masa arbolada; Le Corbusier, en cualquiera de sus propuestas urbanísticas, esparce sus rascacielos "cartesianos" dentro de parques; Dudok, en Hilversum, Holanda (1921), planea una ciudad-jardín. En Uruguay, el Arq. Scasso escribe su libro Espacios verdes cuyo título indica la importancia que asigna a la higiene ambiental.

Frank Lloyd Wright, Rabie House, Chicago, 1908-1909

Varios fueron los estilos arquitectónicos que se sucedieron en el siglo XX: el eclecticismo, el art nouveau, el art déco, el movimiento moderno, el moderno tardío, el neo-moderno, el posmo­derno y el ambientalismo. Si hubiera que establecer cuál de ellos representa más cabalmente al siglo, la elección recaería en el movimiento renovador o moderno. Y, si se pidiera mencionar sólo tres ejemplos que ilustraran esta postura, quedarían el pabellón alemán para la exposición internacional de Barcelona (1929), de Mies van der Robe; "Fallingwater" (1935), en Bear Run, Pennsylvania, de Frank Lloyd Wright y la capilla en Ronchamp, Francia (1951), de Le Corbusier.

Nadie puede arrebatar a estos tres gigantes el liderazgo que ejercieron en el principal movimiento del siglo. Son los nombres mayores de la misma. Lucharon contra el conservadurismo, contra el adocenamiento, contra el academicismo, contra el clasicismo. Hoy se convirtieron en los clásicos de la lucha anticlásica.

Arq. César J. Loustau 
El País Cultural Nº 543
31 de marzo de 2000

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