Misiones
Soledad López

El temporal abatióse sobre la selva de Misiones, una provincia argentina, donde el calor resulta insoportable. El sol, amarillo, había quemado árboles y matorrales los que ahora bebían con avidez la lluvia, ardiendo de fiebre.

El río Paraná, hinchaba sus aguas que descendían vertiginosas con remolinos desatados, haciendo girar en su camino, todo lo que encontraba. El tono rojizo de las aguas, contrastaba con el verde de los camalotes, arrastrados con furia río abajo, llevando consigo arañas y ofidios venenosos.

Súbitamente cesó la lluvia y el río, poco a poco, volvió a su cauce. El sol, detrás de los árboles abrió sus flecos dorados y un tímido arcoiris ancló sobre el paisaje.

Hamacándose entre nubes, Betín sonrió al viento mientras saltando de una cinta a otra, comenzó a bajar. Ya en el extremo, fue escurriéndose hasta caer sobre la barranca cubierta de pajonales altos y resecos. Miró hacia el río descubriendo un bulto largo y sinuoso agitándose bajo la superficie. Las aguas, aún agitadas, no ocultaban sin embargo, a la criatura navegando en su lecho. Cuando irguió la cabeza, Betín se sorprendió. La serpiente mientras tanto, lo miró con fríos ojos, pero llenos de curiosidad.

-Jamás había visto un niño con el rostro verde- habló

-Y yo no vi nunca una serpiente tan imponente – respondió Betín

-¿Eres de por aquí? -

-Vivo allá arriba –

La boa onduló su cuerpo y aprovechando un tronco que flotaba, se subió a él. Hecho ésto, se enroscó bien, levantando muy alta la cabeza. El niño, cuyo semblante ahora estaba violeta, preguntó lleno de curiosidad: 

-¿Habitas siempre este lugar? –

-No, vine desde el Amazonas arrastrada por una correntada hace ya tiempo, pero me quedaré a vivir aquí durante unos meses –

-Eres larga, gruesa y tienes colores hermosos. ¿Sabes acaso cuánto mides y cuánto pesas? - 

-Unos siete metros y creo que peso ochenta kilogramos. Como aún soy muy joven; tengo apenas veinte años, iré aumentando de tamaño –

-Bien, debo continuar mi marcha. Me fascinó conocerte y hablar contigo. Veo que no eres tan cruel como dicen –

-Buen viaje, muchacho verde –

Dicho esto, la serpiente se arrojó al río desapareciendo veloz bajo sus aguas rojizas.

Betín caminó por la margen del Paraná, muy por encima de su lecho, sobre la alta barranca. Encima de las piedras aún calientes, un yacaré movió sus redondos ojos para fijarlos en el niño, mientras dijo con voz ronca:

-Ten mucho cuidado, ahí hay muchas serpientes; no vayas a pisar una yarará, cascabel o yararacusú; sus picaduras son mortales –

-Gracias, yacaré, tendré cuidado para no hacerlo –

Betín siguió caminando por un sendero abierto en el monte. Un pájaro silbó en la punta de un ñandubay. Sus ojos amarillos se destacaban en mitad de un círculo azul.

-Hola – dijo el niño

-Ui, ui – silbó el pájaro

-¿Cómo te llamas? -

-Tucán, ¿y tú?-

-Betín –

El ave no quiso seguir dialogando y levantó vuelo en dirección al sol.

Betín continuó su marcha. Cerca, un buey descansaba a la sombra de una bocayá, palmera que crece en esa región.

-Hola – saludó

-Uuuuu –respondió el buey

-Me gusta tus ojos mansos y ese aire pensativo que tienes –

-Estoy muy triste – mugió el cuadrúpedo

-¿Puedo saber por qué? -

-Se llevaron a mi compañero de yunta hacia otra hacienda, muy lejos –

-Qué pena – dijo Betín

-¿Sabes tirar del arado? -

-¿Qué es eso? -

-Una herramienta necesaria para abrir la tierra y prepararla para la agricultura –

-Y tú, ¿haces eso?-

-¡Claro! Lo hago todos los días, hasta que el sol se cae detrás del horizonte –

Una liebre venía saltando desde el monte y cuando cruzó cerca de los dos, gritó casi sin aliento:

-¡Cuidado!, ahí vienen los perros del cazador-

Betín y el buey la miraron sorprendidos y luego soltaron una carcajada. Después de charlar con el buey unos minutos, el muchacho siguió andando. Volvió a tomar el sendero hacia el monte, hasta orillar la alta barranca, junto al Paraná. Las aguas lodosas, ondulaban debido al viento que comenzó a soplar con fuerza. Algo se movía allá abajo y Betín decidió sentarse para observar. Entonces, vio un cardumen de peces que nadaban velozmente, contra la corriente. Una abeja con rayas oscuras que zumbaba cerca, lo miró intrigada, al ver su rostro color naranja.

-Dime tú, realmente eres extraño con ese color –

-Hola, abeja, dime por favor el nombre de esos peces, allá en el río 

–¡Ah! Son los carambataes

-Son extraños, dijo Betín, ellos nadan al revés –

-Es verdad, pero esa especie es así –

Luego de responderle, la abeja batió sus alitas, giró en redondo y salió disparada.

El cielo se oscureció de repente y un trueno rodó allá arriba, estremeciendo la tierra. Los pájaros despavoridos, comenzaron a piar alarmados. El niño buscó un refugio donde guarecerse, mientras la lluvia, con la furia de un temporal, asolaba la región. El río comenzó a hinchar sus aguas y el torbellino arrastró las islas de camalotes, los que giraban enloquecidos con las raíces sueltas. 

De repente, se hizo la calma. Cesó la lluvia y el sol, amarillo, fue surgiendo lentamente y con él, el arcoiris. Empapado, Betín asió el manojo de cintas coloridas y fue subiendo. Su rostro cambió de color muchas veces, mientras saltaba de una cinta a otra. Cuando alcanzó el tope de su universo de colorines, cerró los ojos dejándose acunar por el viento.

Betín - El niño del arcoiris
Soledad López

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