La Patagonia
Soledad López

El viento golpeaba las cumbres heladas con la fuerza de un huracán. Era una constante en aquella región de la Patagonia. Mientras tanto, muy cerca, crecían árboles enanos y retorcidos cuyas ramas se extendían en dirección al viento, ondulando como en un extraño ritual. 

Fantástico y casi irreal, el paisaje fue sacudido por un estruendo y una lluvia blanca comenzó a escurrirse por las laderas. Oscureció en pleno día, aunque las flores rojas y amarillas en su lenguaje silvestre, hablaran de la primavera. Una hora más tarde, un tímido arcoiris coloreó la nieve blanca de El Calafate.

Cabalgando sobre el monte El Chaltén de 3.405 metros de altura, una de las puntas reflejóse en las verdes aguas del Lago Sucio mientras la otra colgaba sobre un bosque en la falda de la montaña. Betín, montado sobre la irisada comba entre nubes cenicientas, miró hacia abajo. Picado por la curiosidad, con su cara de colorines donde el azul y el violeta destacaban el brillo de sus ojos, se escurrió en zig-zag hacia abajo. Titubeó un instante. ¿Bajaba en la laguna de verdes aguas o en el bosque tapizado de flores rojas? Al fin, aprovechando la posición del extremo del arcoiris, estiró los pies y planeó en la rama más alta de un extraño árbol, hasta alcanzarlo. Fascinado por el espectáculo que la naturaleza le ofrecía, quedó inmóvil por un instante. Cerca, arbustos rastreros lucían ramas amarillentas contrastando con el tierno y mullido tapiz vegetal donde dos guanacos pacían, entre tonos de claroscuro.

Parecía que tiempo y espacio jugaban con la imaginación del niño sonriente. Con un salto menudo, se aferró a la punta del arcoiris y fue trepando hasta alcanzar su comba. Hecho esto, se escurrió por la otra punta hasta rozar las rocas enterradas en la arena donde una colonia de pingüinos, simpáticos y formales, entraban y salían del agua helada.

Entre todos, destacábase un pichón de blanco cuello y alas rígidas quien, lleno de curiosidad caminó hacia él, balanceando su cuerpo graciosamente.

-Hola, dijo. Me llamo Astra ¿y tú? -

-Betín -

-¿Vives lejos? - , agregó el pingüino, mientras hacía una reverencia formal 

-Allá arriba- dijo Betín, e hizo con la mano un gesto ambiguo

-Allá arriba, ¿dónde? -volvió a preguntar Astra

-Más allá de las nubes, siempre subiendo -

El pingüino miró el cielo y volviendo a mirarlo, dijo:

-¿Te gusta el hielo?-

-No mucho -

-Vamos a nadar un poco. Es muy divertido, aunque tú me resultas un tanto extraño -

-Gracias, Astra, pero debo irme antes que el clima cambie. Eres muy amable y te prometo que volveré pronto.-

Diciendo esto, Betín corrió por la arena húmeda hasta descubrir una roca muy alta, cuya cima se reflejaba en el mar. Tuvo apenas tiempo de asirse a la punta del arcoiris, subiendo a toda prisa por el verde. Minutos más tarde, éste se fue desvaneciendo y cuando un rayo de sol rasgó las nubes, Betín se perdió en el laberinto de colores.

Betín - El niño del arcoiris
Soledad López

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