El primer amor

Sirio López Velasco

Volvía a casa rumiando las advertencias sobre la importancia de los primeros exámenes que se acercaban. En lo alto de una casa señorial una muchacha tendía sábanas de rico, con bordes dorados. Suspendiendo la preocupación se paró a mirarla y ella presintió la observación. Apoyó el cesto, se sacó el pañuelo que escondía una abundante cabellera pelirroja y... ¡le indicó con un gesto que no se fuera!

(Debe haber alguien atrás de mi; no, no hay nadie). Aún con el dedo apuntando a su pecho vio como ella desaparecía de la terraza. Para hacer pasar el tiempo, mientras miraba de soslayo la puerta y la terraza de la casa, se puso a ojear sin ver el cuaderno que traía en manos. En pocos instantes un criado casi niño salió a su encuentro y llamándolo discretamente con la cabeza le hizo doblar la esquina; sin palabras dejó en su mano un papel plegado en cuatro. Ya solo, decidió que no era aquel el lugar apropiado para leerlo y lo guardó en el bolsillo, sin retirar de él la mano para evitar cualquier pérdida. Cuando llegó a su casa se tiró de espaldas en la cama y abrió el papel que dejaba escapar un perfume suave. En la letra menuda y pareja fue descubriendo con el corazón acelerando a cada frase, un mundo desconocido. Ella lo llamaba por su nombre y decía saber que era alumno de la Universidad; que a través del hermano de una amiga sabía que no se le conocía novia y que mucho le agradaría verlo el día sagrado, a la salida del templo, después del culto. Por fin, la "a" final de "María"se transformaba en un corazón. La sangre le hervía y contó con los dedos los días que faltaban para el encuentro. Después puso el papel muy cerca de sus labios y se durmió aspirando el perfume que emanaba del mensaje.

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(Hoy es la prueba de fuego...veremos cómo me va). El profesor entró con el portafolios marrón de costumbre y una vez sentado sacó de él un manojo de tarjetas amarillentas. Pidió que cada uno se aproximase para retirar la suya. Anotó en cada caso el nombre y el número de la tarjeta elegida al azar. (A primera vista no creo que haya problemas con esta, esta, esta y esta. No está mal, cuatro en cinco, y esa última creo que también sé por donde asirla). En medio del silencio sepulcral sólo se oía el rasqueteo de la escritura. El rostro de María apareció en la tarjeta y con toda delicadeza él tuvo que ahuyentarlo soplando el cartón. ( Zapatero, a tus zapatos. Este es momento de filosofar...o por lo menos de acordarse de lo que otros han filosofado). Sin prisa pero sin pausa fue ordenando los puntos que cabía abordar en cada una de las respuestas. Cuando estaba en la penúltima Andrés ya se sentaba frente al profesor para desgranar su saber. Ambos hablaban en voz baja y Marcos no pudo dejar de ver, aunque trataba de concentrase en su resumen, que el profesor asentía reiteradamente. Después pasaron cuatro o cinco, para recibir más o menos asentimientos y algunas preguntas finalizadas por una sonrisa irónica. Cuando hubo repasado por tercera vez su esquema se dispuso a pasar el mal rato. Ya sentado ante el profesor estuvo a punto de arrepentirse de su apuro. Pero ya era inquirido sobre la primera pregunta de la tarjeta que el profesor tenía ahora en manos. Oyendo su voz como si de la de otro se tratase veía a través de una niebla los ojitos mordaces que lo contemplaban. Sólo una vez esos ojos brillaron con picardía al acompañar a una pregunta insidiosa; pero volvieron a calmarse, decepcionados, cuando la pregunta recibió una respuesta que no podía desecharse. Después, algunos asentimientos y el "está bien" final. Aún esperó unos segundos, sentado, la noticia del resultado, pero se acordó de inmediato que aquélla sólo vendría por escrito tres días después en el tablero de la secretaría. Así es que agradeció y ya muy aliviado se dirigió hacia la salida. La fuente de la plazoleta lo recibió con su habitual agua fresca, ideal para la temperatura de su cara. Eligió la vereda apropiada pero aunque pasó lo más lentamente posible nada vio ni en la terraza ni en las ventanas de la casa más importante de la ciudad. (Mañana es el día).

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Luis extrañó el esmero con el que se vistió aquella mañana. Trató de esconder la causa pero algo captó su amigo en su turbación. Cambió de tema hablando de los exámenes, para oír la larga explicación de Luis sobre sus experiencias en los dos primeros, uno al pie del cadáver de un ilustre desconocido. Se escapó como pudo abreviando los comentarios propios y ajenos. Y la calle lo recibió con un va y viene de transeúntes, caballeros y carros que le pareció más alegre que de costumbre. Llegó temprano y se acomodó en un lugar estratégico del Templo. Poco antes del principio de la ceremonia vio llegar a María del brazo de una mujer que adivinó ser su madre por el parecido del rostro y el color del cabello. Todo el culto se le fue en un murmullo informe pues los ojos no se separaban de los de ella. El ritual llegó a su fin y la gente se arremolinó ante la puerta de salida. Cuando apenas había pasado su umbral, la voz de María, que escuchaba por la primera vez, anunció a su madre su nombre, presentándolo como un amigo de una amiga. La madre lo miró detenidamente y parece haber aprobado su apariencia porque se desprendió del brazo de la hija, autorizándola así, de hecho, a platicar con el desconocido. Sólo ahora Marcos pudo desinteresarse de la madre para contemplar a María en todo su esplendor. Y no le salía palabra. Ella tomó la iniciativa preguntando por la Facultad y para él esa fue la escapatoria que permitía llenar el tiempo con la experiencia de los primeros exámenes. Ella sonreía y contaba su lucha para que su padre la dejara estudiar ahora que había aprendido a leer y escribir con una preceptora contratada para ese fin. Su madre los seguía a pocos pasos de distancia estirando el cuello para no perderse palabra. Ya cerca de la casa, María la consultó para saber si podría invitarlo al baile de casamiento de su prima; recibió un escueto "sí"; María agradeció y musitó bajito antes de despedirse: - temprano en la próxima feria....

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Como la feria del pescado ocurría antes que la de hortalizas Marcos no quiso correr ningún riesgo. Cuando llegó, los vendedores recién estaban terminando de instalar sus puestos. El mercado tenía instalaciones fijas que miradas de lejos hacían pensar en un templo en ruinas. Una sólida columnata sustentaba un techo de madera por sobre un laberinto de mesas de piedra. Debajo y al lado de cada mesa un espacio suficiente para tener el pescado no expuesto y para recibir a los clientes que comenzaban a circular tocando aquí y oliendo más allá. La ausencia de paredes facilitaba la circulación del aire y los olores, pero aumentaba el frío y no protegía de la lluvia en días de viento. Fuera del recinto, otros puestos desarmables de madera, carecían de toda protección. Cruzando la ancha calle estaba el río, que describía una suave curva en uno de sus trechos más anchos dentro de la ciudad. Dos escaleras de piedra permitían traer directamente de los pequeños barcos que allí acostaban el pescado, tan fresco que a veces llegaba aún vivo a las mesas del mercado. Algunas casas cercanas ni siquiera dependían de esa compra indirecta pues los botes las servían a través de la puertezuela que daba a sus pequeños muelles particulares, cuando una empleada no recibía la cesta en una de las ventanas situadas a poca distancia del agua. Marcos contempló detenidamente la fachada de la casa de la corporación de los comerciantes de pescado, claramente identificada por el escudo con dos peces cruzados debajo de una red coronada por la luna. Más de una vez Marcos había tenido la convicción de ver llegar a María; pero cuando la figura reconocida se aproximó, descubrió en cada caso rostros muy diferentes, entre los cuales no faltaron ni una religiosa ni una viejita desdentada. Sin nada más por mirar después de la enésima vuelta al laberinto, Marcos había decidido que la feria mencionada por María había sido la de hortalizas. Aquello había sucedido hacía tres días y ahora Marcos montaba guardia apostado al lado de la puerta de la taberna. Escaldado por los engaños de la vez anterior se dijo que contendría su corazón hasta tener la certeza absoluta. Por fin María apareció, radiante en un vestido azul. Se saludaron y María ordenó a la empleada adolescente que la acompañaba que hiciese las compras lo más lentamente que pudiese, sin miedo de platicar con algún conocido que por ventura encontrase, y que la esperase en aquel mismo lugar antes de volver a casa. La muchacha hizo ademán de oponer alguna resistencia y fue prontamente silenciada con una gruesa moneda que María dejó caer en su mano. Ya afuera del mercado y a solas con Marcos ella sacó de una cesta un sombrero del que hacía parte un ancho pañuelo, con los que su cabellera de fuego y buena parte de su rostro quedaron enteramente cubiertos; de inmediato vistió la capa que traía cuidadosamente doblada en la cesta.

-Estas son ropas de una amiga; así ni siquiera quien me vio salir de casa hace unos momentos, podrá reconocerme...Y ahora llevame a conocer tu casa.

Marcos acusó el golpe porque no esperaba aquel pedido.

-Mucho me gustaría, pero está prohibido que llevemos muchachas a nuestras habitaciones; y, a esta hora sería imposible entrar sin que te vieran.

Viendo la decepción pintada en su cara, se apresuró a agregar: - Pero puedo mostrártela por fuera.

El rostro de ella volvió a brillar.

-Está bien. Quiero saber todo de tu infancia, tu familia, tus estudios, tus planes...

Marcos advirtió que no tenía mucho para contar y omitiendo los peores detalles resumió, amontonándolos, los trabajos del campo, las cacerías y su posterior arrepentimiento por la muerte de los animales capturados, los baños en grupo de amigos en el arroyo cristalino, las lecturas a la luz del farol y su sueño de ser profesor. Sin decir una palabra María lo había tomado de la mano y caminaban sin ver a nadie ni a nada.

-Ahora te toca a ti...pero, ¡ ya llegamos!

En la esquina del muro rojo doblaron a la derecha y la pendiente empedrada los llevó hasta el puente.

-Esa es la ventana de mi dormitorio y esta es la pared del corredor y del fondo de la sala; allí se ve nuestro jardín y al fondo el portoncito que nos lleva al recinto interior del residencial.

Ella se dejó atraer por el enigma de la ventana y después cerró los ojos para oír mejor el río y aspirar los aromas difusos de perales y flores que la brisa traía.

-Esto es una maravilla...!y tan tranquilo! Puedo sentirme dentro de tu casa...y ahora me estoy asomando a la ventana del río.

Marcos la miró y a penas pudo contener la voluntad de besarla largamente allí mismo.

-Mejor seguimos, porque alguien puede verte.

Ella miró parsimoniosamente otra vez cada uno de los rincones y esta vez se demoró en la ventana y en el árbol inclinado cuyas ramas iban a mojar sus puntas en el agua rápida. Marcos la tironeó suavemente por la mano y ella se dejó hacer. Siguieron el muro externo hasta que en el otro brazo del río María se detuvo ante la rueda del molino.

-Nunca entré a un molino. ¿Preguntamos si nos dejan hacerlo?

Marcos golpeó a la puerta cerrada cuyo escalón de entrada estaba espolvoreado de harina. Un hombre grueso y de mala cara atendió casi de inmediato.

-Buenos días...(su cara se endulzó al ver a la muchacha)...¿en qué puedo ayudarlos?

Marcos le explicó que era estudiante alojado en el residencial vecino y que su prima había tenido la curiosidad de conocer el molino.

-Pues, como no, - dijo enfáticamente el hombre y se apartó para dejarlos pasar. Cerró la puerta contemplando de espaldas el caminar de María.

-Por aquí se sale al pasillo donde verán la rueda trabajando en el río...¿La ven? Ese es el eje que va hasta donde se muele el trigo...Vengan por aquí.

Volviendo a entrar por una pequeña puerta vieron la inmensa piedra chata girando con un leve cabeceo sobre otra un poco mayor aún.

-Ahí se va depositando el trigo y cuando es molido se retira y se pone nuevamente para otra moledura; al fin, cuando la harina es suficientemente fina se retira en las bolsas que son almacenadas al fondo del galpón; por la puerta que allí hay se cargan en los carros que vienen a buscarlas.

Sólo cuando sus ojos se habituaron a la escasa luz, los visitantes vieron que los dos hombres y el niño que trabajaban en el local estaban encadenados por la cintura. Desde allí un trecho corto iba a unirse a través de una argolla móvil a la larga cadena extendida como guía entre las ruedas de molienda y el depósito; había una guía para cada uno. Su andar cansino mostraba que mucho tiempo llevaban en aquel oficio y que hacían lo posible para economizar sus energías para un tiempo futuro igualmente prolongado. Por un instante los ojos del niño se cruzaron con los de Marcos y él adivinó en aquella mirada que se escurría a través de una máscara blanca, una pregunta de incomprensión mezclada con un pedido de ayuda.

Cuando los visitantes llegaron donde las bolsas se apilaban, el Administrador aclaró en el mismo tono con que venía presentando las instalaciones: - Los dos son campesinos que se endeudaron con mi patrón y están pagando con trabajo su deuda; el niño es hijo de uno de ellos y está encadenado más para evitar que se distraiga que para impedir su huída; ya ocurrió que lo hemos sorprendido jugando o simplemente mirando el agua, en vez de trabajar.

Uno de los hombres se acercó para descargar una bolsa y el Administrador se calló.

Blanco de los pies a la cabeza, el hombre, que se cubría el rostro con un pañuelo, observó sin desparpajo a María y en sus ojos pareció brillar una luz diferente, como si la reconociera de algún sitio. Después giró sobre sus talones y tintineando volvió por donde había venido.

-Bien, señorita y señorito...espero haber satisfecho vuestra curiosidad y que lo que vieron les haya gustado.

Los visitantes cruzaron una mirada interrogativa y Marcos pronunciando un seco "sí, gracias", puso fin a la visita.

Afuera la brisa era agradable y la luz transparente. Tomados de la mano bordearon silenciosos el tramo final del muro del residencial. Poco después llegaron a una de las puertas de la ciudad, aún callados. Marcos la miró y ella asintió, cubriéndose aún más la cara con el pañuelo. Salieron bajo la atenta mirada de los guardias. Tras la primera curva del camino María atrajo a su acompañante hacia el bosque vecino. En el primer claro que encontraron ella sacó el pañuelo del sombrero y después de extenderlo se sentó sobre él, invitando a Marcos a hacer otro tanto. Acto seguido dijo angustiada: - Vi en tus ojos que ambos no aceptamos aquella humillación. ¿ Cómo puede el dueño del molino participar sin remordimientos todas las semanas en un culto que declara a todos los hombres hermanos? ¿Qué hombre será aquel niño, cuando ni siquiera niño lo dejan ser?

Él mordió el pastito que había cortado y miró hacia la copa de los árboles.

-Por esas y otras cosas que he visto donde nací es que quiero ser profesor; para poder educar a los hombres en la solidaridad.

Y para no confesar ni confesarse que también él era cómplice por omisión de la injusticia que habían presenciado, mirándola risueño a los ojos, terminó: - Pero basta de cosas tristes por ahora...no te olvides que aún no has hablado de ti.

María también sonrió y dijo que muy poco tenía para contar. Mientras hablaba de las sesiones de bordado con su madre o alguna criada, Marcos comenzó a acariciarle el pelo y el rostro lo más delicadamente de que era capaz. Ella contó su lucha para aprender a leer y Marcos interrumpió por un minuto sus gestos para contemplarla con admiración, para reiniciarlos con más dedicación de inmediato. Ella dijo cómo lo había observado una y otra vez desde su casa y cómo acababa de confirmar que uno era la mitad que faltaba al otro. Dicho esto se estrechó fuertemente contra él y se dejó caer lentamente hasta quedar acostada de espaldas. Empezaron a besarse sin prisa y recíprocamente en los ojos, la frente, la boca, las mejillas y el cuello. Cada uno improvisaba a su turno una secuencia diferente. Arriba las nubes blancas desfilaban por entre el follaje. A lo lejos se oyó el apagado repicar de un reloj.

María se sentó como impelida por un resorte: - ¿Ya?...Tenemos que volver...o en mi casa me matan...

Marcos hizo lo imposible por esconder su excitación y cuando ya se levantaban vio que las mejillas de ella eran dos manzanas. ( No sólo yo pienso en eso...).

Volvieron a paso rápido pero muy abrazados, habiéndose separado solamente al cruzar la puerta de la muralla y poco antes de llegar a la feria. Marcos la dejó después de que hubieran nuevamente marcado el próximo encuentro en el casamiento de la prima de ella. Dobló la esquina con una sonrisa de oreja a oreja que hizo que dos señoras que volvían de la feria cargando sendos cestos se dieran vuelta para mirarlo como si hubieran visto un loco. Él gritó un largo "!Sí!", que confirmó la sospecha de las mujeres y las hizo apurar el paso. Él miraba el cielo y reía. (Sí, es ella la que he estado esperando).

******

El resto de los exámenes se desparramó entre la exigencia razonable y la comprensión paternal. En ninguno estuvo debajo de lo decente, aunque en más de uno se arrepintió de no haber ampliado su respuesta con este o aquel argumento. Los resultados en el corredor frío y oscuro no desmintieron la expectativa y en todos obtuvo tranquila aprobación. Con paso liviano llegó hasta la tienda del mercader que, haciendo las veces de improvisado correo a cambio de una módica retribución, llevaría la noticia al pueblo. Volvió para dormir una siesta tardía que pensó merecer en medio a tantas emociones. Fue entonces que el Alquimista apareció. Estaban sentados en la sala de la casa de Marcos y ambos saboreaban un té humeante cuyo sabor fue elogiado por la visita. Perdiendo la timidez Marcos se decidió a hacer la primera pregunta: - Sire, ¿ cómo saber cuál es nuestra leyenda personal cuando las coincidencias y los cruces de camino nos acechan cada día?

El Alquimista pidió que Marcos se explicase mejor.

-Me refiero al hecho de que un hombre puede salir de este residencial ahora mismo y a pocas cuadras de aquí, al pasar por debajo de un muro derruido, recibir en la cabeza un ladrillo que una rata que pasaba en el momento movió en su carrera; el hombre se toma la cabeza que sangra y la hija de los dueños de casa, que por un acaso regaba las flores del balcón, al oírlo quejarse, se apresura a venir en su socorro; a poco hablar el hombre cree ver en aquella muchacha, y no en la novia que tiene, la mujer de su vida. La pregunta Sire, es esta: ¿cómo puede saber ese hombre cuál de las dos mujeres hace parte de su leyenda personal?; y suponiendo que sea la segunda, ¿qué hubiera pasado si el hombre hubiera salido un poco más tarde o más temprano?, ¿o si la rata se hubiera adelantado o atrasado?, ¿o si la muchacha no hubiera regado las plantas aquél día o aquella hora? Y si fuera su novia la mujer de su leyenda, ¿por qué la herida del ladrillo y la presencia en su vida de la muchacha que lo socorre?

El Alquimista lo miró con ojos alegres y compasivos: - En la exposición de los hechos imaginarios has dicho " por un acaso", pero has de notar que esas palabras ya ponen en cuestión la propia existencia de la leyenda personal. De hecho nada nos sucede por acaso. Ahora bien, somos nosotros los que debemos entender cuál es el lugar y el papel de cada cosa y acontecimiento en nuestra leyenda personal.

Marcos pensó un instante e insistió: - Pero Sire, en el caso considerado, además de las personas, hay un muro y una rata entre los protagonistas. Empecemos por el muro. Ese muro no fue restaurado pero podía haberlo sido, y con ello, el ladrillo no hubiera caído; además, lo que afloja los ladrillos es la combinación del viento y las lluvias, y sólo una muy precisa combinación de su acción podría haber dejado aquél ladrillo en disposición de ser tirado por una rata del tamaño y del peso de la que lo tiró; ¿todos los vientos y lluvias que a lo largo de los años golpearon aquel muro estaban relacionados entonces a la leyenda personal de nuestro hombre? Y ahora la rata. Sabemos que algunos de las crías de cada nidada de ratas son muertas por gatos, perros o seres humanos. Si nuestra rata hubiera sido una de esas crías muertas con poca edad, ¿qué hubiera pasado con nuestro hombre? Pero imaginando que se diga que aquella rata estaba protegida en su infancia por el hecho de hacer parte de la leyenda de un hombre, no olvidemos que ratas nacen de ratas; o sea que nuestro problema se extiende a la generación anterior, pues es necesario que ninguno de los progenitores de nuestra rata haya sido muerto, porque sin ellos ella no existiría; y de los padres nos remontamos a los abuelos...y así sucesivamente, hasta la primera en el "linaje" de aquella rata, si puedo usar esa palabra, para que la leyenda de nuestro hombre pueda existir.

El Alquimista quedó atónito con las preguntas y no supo disimular su embarazo. Pero no tardó en reponerse para decir en tono resignado: - Nuestro saber de los designios del Creador es una brizna en un bosque. Aunque no lo sé, ¿qué nos permite dudar de que en su infinito poder y saber, también el muro y la rata hagan parte de una trama cuya totalidad nos escapa y nos escapará siempre? La única manera de asimilar eso que se nos escapa es practicar la fe en la conspiración del Universo que nos apoya en nuestros deseos.

Marcos sintió que la respuesta simplemente evitaba el problema en vez de resolverlo. Se rascó la cabeza y volvió a la carga: - Y el lugar de las dos mujeres...¿ tantos casamientos infelices se explican por el hecho de que ambos se equivocaron en sus respectivas leyendas?, ¿o su infelicidad hace parte de su leyenda, y entonces hay leyendas personales infelices?

El Alquimista lo miró con molestia sin disimulo: - Sí, muchos pueden engañarse sobre su leyenda y contraer matrimonios infelices..

Marcos lo interrumpió: - Pero más me interesa la última cuestión... ¿Hay leyendas infelices? ¿ Cómo explicar el sufrimiento de hombres y niños encadenados y maltratados? ¿Cómo explicar el hambre de familias enteras? ¿ Cómo explicar la muerte prematura, sin haber siquiera vivido?

El Alquimista se puso en pie y elogió y agradeció el té. Ya en la puerta dijo mirándolo a los ojos: - Aceptar que pueda haber leyendas infelices significa liquidar la propia creencia en la leyenda personal...

Marcos se dispuso contestarle. Un ruido de carro invadió el puente. En ese momento se despertó con la mano levantada y en la exacta posición en la que se hace girar un picaporte.

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La tarde caía rápidamente y el baile esperaba. Volvió con apuro a cambiarse la camisa y tomar el abrigo; pasó un paño a sus zapatos y se negó a probar bocado. Bordeó la muralla unas cinco cuadras y después tomó por un camino secundario desprovisto de árboles. Cuando se dio cuenta de que, a pesar del frío, comenzaba a sudar, hizo un alto. Masticando la agitación por la confesión que necesitaba hacer nada más al llegar, miró hacia atrás y más allá de las casas aisladas que había a la derecha vio la muralla y algunas cumbres rojizas. Giró hacia su destino y se puso en marcha nuevamente, ahora controlando el esfuerzo. Cuando a su izquierda vio la casona, casi un castillo, que correspondía a la descripción recibida, dos carros convergieron desde un camino hasta allí invisible y se detuvieron ante la verja de entrada. Dos criados hacían guardia y rogaron que esperara por la persona que decía lo había invitado. Al fondo la casona irradiaba luz por todas las ventanas y el ruido de muchas voces mezclada con música se desparramaba por el enorme jardín salpicado de altos árboles. Antes de lo que podía imaginar llegó hasta la verja María y tomándolo de la mano confirmó a los guardias la invitación oral al recién llegado. Nervioso por la cantidad de gente ricamente ataviada se dejó guiar con mansedumbre, para saludar, ya en el amplio salón rebosante de invitados, a la novia. Agradeció a la fortuna porque ella fue llamada casi instantáneamente para atender a otros invitados más prominentes.

-María, hay algo que necesito decirte: no me gusta...no sé bailar, y no me gusta compartir con mucha gente.

Ella lo miró risueña y al parecer nada sorprendida; y sin decir palabra lo tomó del brazo para guiarlo hacia el patio.

Más allá del último atisbo de las luces, el jardín continuaba. Cuando la casona era una colmena distante María descubrió un banco bajo un árbol macizo y de copa redondeada y en él se dejó caer sin ruido. A Marcos el corazón se le iba de las manos, ocupadas en descubrir las curvas del de María. Ella tomó la iniciativa del primer beso y con los siguientes vinieron las promesas de amor caliente y eterno. El tiempo se revelaba escaso para que descubrieran lo mucho que tenían en común. Casi sin creerlo él oyó como ella hablaba de casamiento. Y más se sorprendió al constatar que a pesar de que recién se habían conocido la idea no le parecía nada absurda.

-María, ¿qué estás haciendo?

La voz estridente salió de no sabían dónde hasta cobrar forma en la figura de una mujer de cara fina y severa, acompañada por un hombre fornido y de grandes bigotes.

De un salto María se separó de Marcos pera ya era tarde.

-...tu madre tiene que saber esto de inmediato...

La cara de susto no necesitaba palabras y María aclaró la duda: - es una amiga de mi madre...

Dando un rodeo a campo traviesa se acercaron a la casona por una puerta lateral. Pero al llegar constataron que el mal ya estaba hecho. María fue llamada por los suyos a través del criado casi niño y desapareció de la fiesta. Marcos aún circuló de salón en salón para tratar de encontrarla pero la busca fue en vano. Tampoco encontró a nadie que conociera de la familia para asumir la culpa que no existía junto con María, y, si se lo exigieran, para disculparse y librarla de todo castigo.

Mucho tiempo después y convencido de que nada podía allí esperar, tomó el camino de la ciudad. Con los pies cansados y el sabor de María aún en los labios la cabeza le daba vueltas. Saltó el muro pasando de éste a un peral y luego se dejó caer hasta el pasto mojado. Ya en su dormitorio no tuvo fuerzas para desvestirse. Boca arriba esperó que el sueño le dijera que aquello no había sido mentira y que el final podía ser diferente.

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Temprano por la mañana se plantó lo más discretamente que pudo en las cercanías de la casa de María en una posición que, aunque de costado, le permitía divisar la terraza, la puerta de entrada y una de las ventanas de la fachada. Esperó hasta que una mujer que limpiaba el balcón de una casa vecina empezó a mirarlo con mucha desconfianza. En la casa de María no vio ningún movimiento.

(Quizá duermen todavía y nada grave le ha sucedido. El Universo conspira con nosotros...).

Después de contornear una parte del barrio volvió a pasar frente a la casa para constatar que nada había cambiado. Sin más remedio que acatar la falta de novedades se dirigió a la Facultad para oír la más lamentable clase que hubiera podido imaginar sobre las desgracias morales que aguardan a quien se aleja de la verdadera religión. Su mente volaba lejos para llenarse de la mirada, la calidez y el perfume de María. Cuando la señal dio rienda suelta a su cuerpo éste no necesitaba órdenes para saber adónde dirigirse. Esta vez la suerte quiso que saliese de la casa el criado niño con una cesta de mandados. Marcos esperó que aquél doblase la esquina para alcanzarlo con paso de carrera. Sin controlar su ansiedad lo asió por detrás, de un brazo. El niño volvió su cara trémula hacia él y sin pedir que le repitiera la pregunta le describió lo sucedido. Los padres de María, en especial el padre, habían quedado fuera de sí y, aunque no la castigaron físicamente, la habían enviado aquella misma mañana a la propiedad rural de una familia amiga, con uno de cuyos vástagos, eso dijo el padre, María estaba prometida en casamiento. El cielo cayó sobre la cabeza de Marcos que con la cara contraída preguntaba ahora por el nombre de la familia y del lugar. El niño sólo sabía el primero. Aprovechando el desconcierto de Marcos el niño se soltó y echó a correr, doblando a la izquierda en la primera callejuela. Marcos lo vio irse entre nubes y, sin fuerzas, se vio sentado en la saliente de una puerta. Pasándose las manos por el rostro pensaba qué hacer con la única información disponible: el nombre que acababa de oír.

-No es posible...esto es una pesadilla...

De repente la idea relampagueó en su cabeza. (Rufo o su familia tienen que saber dónde queda la propiedad). Buscando entre las varias casas céntricas el conocido blasón, se detuvo jadeante ante una enorme puerta con llamador de bronce reluciente. Al primer toque acudió un criado vestido como para una fiesta. Explicó que el señorito Rufo aún dormía pero que, dada su condición de condiscípulo, podría ayudar a despertarlo en su habitación. Siguió al criado por dos pasillos en ángulo hasta desembocar en un patio interno que estaba rodeado de puertas. Ante una de ellas el criado le deseó suerte. Golpeó primero suavemente y después con más fuerza hasta escuchar la voz somnolienta que con malhumor preguntaba qué deseaba. Se identificó y la voz, ahora más amistosa, dijo que esperara un momento. Casi al instante la puerta se abrió y Rufo, todavía refregándose los ojos, lo hizo pasar para ocupar uno de los tres confortables sillones que había en el dormitorio, cuyo centro ocupaba una cama ocultada por un espeso cortinado verde. Rápidamente contó al otro lo acontecido. Rufo se cercioró de haber entendido bien el nombre de la familia y le dijo que iría hasta el despacho de su padre, situado a la entrada del caserón, a consultarlo sobre la información deseada. Volvió poco después alisándose el amplio camisón de dormir que dejaba entrever su corpulento físico.

-Ya está, la propiedad está en este lugar...

Extendió un papel que Marcos acogió con la prisa del sediento.

-Gracias...muchas gracias...¡no sé cómo agradecerte!.

El otro desechó el agradecimiento, preguntó qué iría a hacer y sentenció: - no es el momento de hacer locuras.

Saludándolo distraídamente y mirando otra vez el papel, Marcos se dirigió hacia la puerta. En la Casa Comunal confirmó la manera de llegar al lugar indicado en su anotación. Más corriendo que caminando llegó hasta el establo para reencontrarse con su caballo, y asegurarse de que al otro día estaría libre de cualquier tarea.

******

Un pájaro tempranero lo despertó cuando el sol aún no se había impuesto a la oscuridad. Casi a tientas ensilló el caballo; entre ruegos y apropiaciones de hecho, fue llenando en la cocina del residencial la bolsita de los víveres. La cocinera rolliza lo dejaba hacer aunque rezongaba para mantener las apariencias. Toda protesta cesó cuando la besó en la frente antes de salir.

El camino se hacía más largo que nunca. Cuando llegó al cruce que le habían indicado dobló a la derecha y se dispuso a hacer casi media jornada por la nueva senda. Los campos amanecían salpicados aquí y allí de pañuelos multicolores que se afanaban en las tareas. En cada grupo por lo menos un hombre llevaba la voz de mando. Cuando era mirado sin reservas, cosa que raramente sucedía, Marcos levantaba la mano para demostrar su deseo de paz. Un par de veces algún hombre del grupo correspondió a su saludo. Después que hubo pasado el segundo puente decidió que era hora de desayunar, dejando al caballo pastar en libertad. Más temprano que tarde se puso nuevamente en camino, haciendo que el bruto renunciase al placer recién concedido. Después del tercer puente empezó a esperar a su derecha un castillo alargado de techo rojo. De pronto, al fin de una espesa arboleda, allí estaba. Metió el caballo entre los árboles y se acostó a observar el parque que rodeaba el caserón de dos plantas e innumerables ventanas. La verja cubría sólo la parte frontal. Después de atar el caballo extrajo de su camisa un lápiz y un papel y sólo en ese momento supo a qué iba. Escribió con letra desigual y temblorosa que estaba aguardando en el bosquecillo cercano para llevarla de allí en el acto. Dobló cuidadosamente el papel y, agachado, se acercó lo más posible al caserón sin apartarse de la protección de los árboles. Después vio que al fondo del mismo había un pozo rodeado por rosales altos, a los que, a su vez, protegía una cortina de arbustos. Haciendo la vuelta por el perímetro del bosque abrió el papel y agregó al mensaje que estaría esperando entre los árboles en la dirección del pozo. Lo dobló otra vez y reptando se fue acercando entre los pastos altos a la cortina de arbustos. Usándola como escudo se aproximó al pozo. En ese momento una muchacha salió por la puerta entreabierta y se acercó con un balde en la mano. Esperó que lo bajara hasta el agua y cuando se esforzaba por subirlo se acercó sin que ella lo viese.

-No te asustes.

A pesar del aviso y de la sonrisa la muchacha casi tiró el balde del brocal donde recién lo había apoyado. Un salpicón de agua alcanzó los pies de ambos.

-Esta moneda es para ti y este mensaje es para María. No se lo des a nadie más porque si no lo vas a pasar muy mal. Estaré esperando la respuesta en aquellos árboles.

Sin dejarle el tiempo de la respuesta puso la moneda y el mensaje en la palma de su mano izquierda y volvió agachado hasta los arbustos. Al darse media vuelta vio que la muchacha miraba la palma de su mano y, de inmediato, con un resoluto levante de hombros se guardó lo que en ella había en el bolsillo del vestido mientras levantaba el balde con la otra mano.

Cuando la puerta se la hubo tragado Marcos se retiró hacia el bosquecillo. Su garganta estaba seca y la saliva se negaba a refrescarla. ( Tenía que haber traído la bolsita de los víveres). Mordisqueó una ramita del alto pasto que, aunque amargo, le trajo el sabor del líquido que tanto deseaba y se dispuso a no perder de vista la puerta entreabierta. La posición encorvada lo cansó al cabo de un rato y prefirió acostarse en el pasto ya seco por el sol perpendicular. De vez en cuando el trino de un pájaro rompía el silencio. La puerta seguía entreabierta y vacía. (El estómago me empieza a doler sin control). Marcos se obligó a mirar con detenimiento los alrededores para ocupar el tiempo. Empezó por el propio bosque, registrando los lugares de árboles más altos y el perfil de su contorno; después trató de identificar las especies allí existentes. Como no eran tan variadas trató de ver su caballo y como no pudo hacerlo dejó su vista alcanzar el límite que daba al camino. Nadie. Continuando el giro le tocaba el turno al castillo. Nadie. Luego el patio posterior con el pozo y otra vez el bosque.

(¿Arriba?...sí, arriba claro...La puntada en el estómago no ha hecho más que agudizarse...El cielo parece indicar tiempo bueno...porque aquellas nubecillas más oscuras no llegan a ser una amenaza de lluvia). Cuando bajó la vista la muchacha ya había pasado el pozo y con una tijera en una mano y un jarrón en la otra se acercaba al límite de los rosales. ( El estómago se me agujerea). Con hábiles cortes seleccionó una media docena de rosas. ( ¿Será sólo eso? No: ¡ahí viene!). Mirando hacia todos lados la muchacha dejó atrás los arbustos y se acercó al bosque. Marcos levantó una mano para hacerse visible y ella, al verlo, sacó del bolsillo del vestido un papel arrollado y lo dejó caer; acto seguido y sin decir palabra dio media vuelta y levantando el jarrón hasta la altura del vientre se dirigió hacia el castillo. Marcos reptó unos metros y en un espacio libre de pastos no tardó en ver el pequeño cilindro atado por una cinta celeste. La cinta exhalaba el perfume que tan bien conocía. Sus manos sudorosas casi rompen el delicado papel que de inmediato lo dejó triste y alegre. Triste porque su encierro vigilado por un criado de guardia en la puerta de la habitación, impedía a María venir a su encuentro; pero alegre porque ella prometía encontrarlo en el bosque, la noche del próximo día sagrado, cuando encontraría la forma de escapar a la vigilancia. Terminaba renovando sus palabras de amor y el deseo de que pudieran casarse en su pueblo, para luego obtener de los padres de ella el reconocimiento debido al hecho consumado. Marcos besó aquel final y guardó con todo cuidado el mensaje en el bolsillo de la camisa. ( Mi estómago está milagrosamente en paz. El Universo habrá de conspirar con nosotros). Muy agachado se acercó a su caballo. Lo tiró silenciosamente de las riendas por entre el bosque hasta después de la curva para que nadie los viera retomando el camino. Sólo entonces montó con agilidad redoblada y cantaroleando una de aquellas canciones picantes de la fiesta de estudiantes repetía cada vez más fuerte: - ¡María es mía y el Universo conspira con nosotros!

******

Los días se negaban a pasar y las clases se sucedían grises e iguales. Por fin aquí estaba otra vez en camino, prometiéndose devolver los oficios perdidos en este día sagrado en otros infinitos días del porvenir. Dejó atrás dos carros y un carruaje de lujo y el último puente llegó mucho antes de lo esperado; el bosque ya oscuro abrió sus brazos amigos. En la penumbra no tuvo dificultad en llevar el caballo hasta el escondite que había usado antes. En el castillo había una agitación que dejaba adivinar una fiesta. Un carruaje ricamente ataviado llegaba en aquel momento y tras la verja otros tres hacían relucir sus faroles. Marcos se dispuso a esperar tendido en el pasto. Con el corazón palpitante decidió que era necesario tener paciencia y que lo mejor era contar las estrellas que guiñaban por entre las nubes en movimiento. Después de un cierto tiempo el ruido de varios carruajes saliendo al unísono, agitó a lo lejos las sombras del gran patio de entrada. Después el silencio ganó rápidamente la partida y las últimas ventanas se cerraron. (La fiesta terminó. María no va a tardar). Los crujidos del bosque ritmaban el paso de las horas, lento como el giro de las constelaciones. ( Aquella es Orión, y aquella...¿Podremos casarnos en el pueblo? ¿Sus padres aceptarán ese casamiento? Cuando vean cómo la quiero no podrán negarse. Y trabajaré en lo que sea hasta terminar los estudios). El castillo es una mole inerte. Marcos resiste el sueño que insiste por vencerlo. ( De aquí no me muevo. Si por algún motivo no ha podido venir ya me lo hará saber con el primer criado que salga al amanecer). El amanecer...ya se anuncia. Los primeros pájaros surcan los aires. El castillo sigue mudo. De repente la puerta del fondo se abre y una muchacha tocada con un pañuelo negro sale cargando un balde. Marcos retiene el corazón y casi sin esconderse se dirige recto hacia ella. Cuando la muchacha lo ve venir, se paraliza y deja caer el balde.

-No te asustes ( no es la misma muchacha del otro día)... no te asustes. Sólo quiero tener noticias de la señorita María.

La muchacha se lleva las dos manos a la boca y lo mira con ojos enormes.

-¿Cómo, no lo sabe? La señorita....murió anteayer...

Nada existe fuera de su cabeza más pesada que el plomo.

-Pe..pero...no puede ser... me refiero a la señorita María.

La muchacha no sale de su parálisis.

-Sí, ella....

Marcos se tira los pelos con las dos manos y todo el cansancio se ha transformado en una rabia que ahora lo domina por entero.

- ...pero no puede ser, yo estaba aquí.

- Mire, señor, ni tendría por qué contarle esto pero las cosas sucedieron así...El señor de la casa le comunicó oficialmente a María hace dos días que habían arreglado con el padre de ella el casamiento con el hijo mayor de esta casa...María entró en una crisis de locura, rompiendo todo lo que había disponible en la habitación donde estaba confinada...Y entonces, oí decir a una amiga de la señora que el señorito despechado por ese desprecio la había forzado en su habitación...la había forzado...usted me entiende...Entonces María tomó un frasco entero de veneno de ratas que sacó de no se sabe dónde, parece que lo tenía escondido, y a las pocas horas estaba muerta sin que los médicos pudieran hacer nada para salvarla....El señorito fue enviado ayer mismo para el extranjero de donde su madre dice que no volverá en años...A María la llevaron ayer temprano para el pequeño cementerio que su familia tiene en su propiedad rural a medio día de viaje a pie de aquí...Todo es increíblemente triste señor...

El mundo terminó de caer mientras Marcos retrocedía bamboleándose hasta el bosque. Cuando sus ojos se abrieron, el sol ya estaba fuerte y la cabeza le daba vueltas. A lo lejos el castillo se mantenía silencioso y vacío. Después, sin que supiera cómo, el caballo lo dejaba en la puerta del residencial. Al otro día muy temprano salió al trote rápido. Pasó por el castillo que tanto conocía tratando de no mirarlo. Siguiendo la vaga orientación de la muchacha buscó la propiedad mencionada por ella. Preguntando sonámbulo en tres granjas llegó sin demasiado esfuerzo. Desmontó y rodeó la propiedad cobijándose en la sombra de los árboles y arbustos y al cabo de poco tiempo vio el pequeño cementerio familiar bastante alejado de la casona cerrada como un fuerte. Ató el caballo a un arbusto dándole suficiente cabestro para que pudiera pastar a voluntad. Agachándose lo más que podía se dirigió hacia el pequeño rectángulo rodeado de una valla baja; la franqueó sin problemas y vio de inmediato la sepultura fresca donde una lápida de mármol registraba dentro de un delicado encaje en bajorrelieve el nombre y las fechas de nacimiento y muerte de María. Cayó de rodillas y lloró como un niño. ( Está claro que el Alquimista no es el Profeta: el Universo no movió una paja a favor de nuestro amor que a nadie dañaba).

Sirio López Velasco

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