Los deseos
Sirio López Velasco

-Marcos, no te castigues más; hace dos días que no ves el sol.

Al dormitorio en penumbra, la voz de Luis llegaba plenamente audible.

-Los designios de Dios son misteriosos; y si la llamó fue por su bien.

(Dios no puede ser tan cruel. Pero Luis no se merece mi silencio).

La puerta se abre y Luis abraza a su amigo.

- Vamos a caminar un poco, que ver gente te hará bien. Abrigate que está fresco.

Como un autómata Marcos deja que Luis le ponga el abrigo.

El trajín de la gente en la calle es una sorpresa. (Pensé que el mundo se había detenido. ¡Qué va! El Universo no conspira con la tristeza de nadie).

Luis lo empuja hacia una posada y pide dos tés.

El bullicio es contagiante y Marcos no puede sino reconocer que la vida sigue.

-Mi novia tiene una amiga que conoció una persona que te puede ayudar mucho en este momento.

-¿Quién es?

-Es una especie de sacerdote.

-(Puede ser el profeta) Quiero verlo ahora mismo.

-¿Ahora?

-Sí.

Caminando a paso largo llegaron a la casa donde trabajaba la novia de Luis. No fue preciso ir a lo de su amiga porque ella sabía el paradero del sacerdote. Ahora la marcha rápida los condujo extra-muros. En una granja donde abundaban los perales, un gran galpón ocupaba una pequeña colina. En la puerta entreabierta los recibió un adolescente con la cabeza completamente rapada y que vestía una túnica roja.

-Venimos a ver al Maestro.

El adolescente pidió silencio llevándose el índice a los labios y los condujo hacia una tarima de madera situada al fondo de la amplia estancia; varios hombres sentados en semicírculo en el piso miraban al Maestro que en igual posición ocupaba el centro de la tarima, callado y mirando fijamente con la cabeza erecta un punto en el vacío. Marcos compartió por respeto el silencio ajeno. Al cabo de un tiempo, cuando el Maestro abrió los ojos todos los presentes se pusieron de pie y sin darle la espalda, fueron saliendo de la habitación. El Maestro hizo un gesto con la cabeza para que Luis y Marcos se acercaran. Cuando estaban a su lado otro gesto los invitó a tomar asiento. Una vez frente a frente el Maestro miró serenamente a los ojos de Marcos y con voz dulce dijo: - La venganza es absurda, más aún cuando es imposible.

Marcos sintió que un rayo de luz atravesaba la oscuridad y que un enorme peso le era retirado de los hombros.

Con la misma calma y un simple gesto de la mano el Maestro les ordenó retirarse.

El asombro de Marcos se le escapaba por los ojos; Luis sonreía para sí. Al llegar a la puerta el adolescente les informó que el Maestro estaría recibiendo a los iniciantes dentro de cinco días.

Casi sin hablar hicieron el camino de vuelta hasta su casa.  

******

La frase mágica del Maestro   llevó a Marcos de vuelta a la Facultad y había operado el milagro no menos importante de hacer con que se alimentase convenientemente. Pero el sueño era aún escaso y los días pasaron lentamente hasta el quinto. A la hora indicada se presentó ante la puerta del galpón. El mismo adolescente lo condujo hasta la tarima donde el Maestro ya aguardaba sentado. Una media docena de jóvenes y menos jóvenes hacía un semicírculo a su alrededor. Cuando Marcos se sentó, el Maestro dijo: - Llegó el que faltaba. Y acto seguido: - La causa de todo sufrimiento es el deseo; si aprendemos a renunciar al deseo eliminaremos el sufrimiento; el mundo tiene de sobra para cubrir nuestras necesidades, pero no lo suficiente para atender a nuestra codicia.

Dejó que su voz terminara de resonar en el fondo de la amplia estancia y prosiguió: - Para renunciar al deseo concentremos todo nuestro ser en la sílaba sagrada: “Um”. Y dicho eso entonó un “Ummm...” que se prolongó infinitamente, acompañado de todos los presentes, incluyendo a Marcos, quien se sumó al coro con algunos segundos de retraso.

Cuando el último eco se apagó, el adolescente que a todos recibía trajo un narguile que acopló al pequeño recipiente semilleno de agua que el cuerpo del Maestro ocultaba hasta entonces. Éste aspiró profundamente y mientras sus ojos giraron en sus órbitas antes que sus párpados se cerraran, expelió una bocanada de humo denso y aromático que recorrió los discípulos uno a uno.

Con los ojos ya cerrados tendió la pipa de madera al primero. Éste la empuñó con las dos manos e imitó el gesto del Maestro, hacia quien apuntó la bocanada caudalosa. Marcos, en una de las puntas del semicírculo fue el último a recibir la pipa. Cuando la aspiró, su garganta ardió hecha brasa y sus pulmones querían estallar; usando toda su voluntad trató de no toser; con la cara congestionada por el esfuerzo y el poder de la droga logró contenerse y expeler sin ruido el humo azulado.   En ese momento el Maestro comenzó otra serie de “Ummm...” que Marcos oyó cada vez más distante, aunque de ella participaba con su voz. El cuerpo se le fue aflojando y de pronto vio su propio rostro entonando el “Ummm...” sagrado; poco después todo su cuerpo era visible desde lo alto, haciendo parte del semicírculo animado por el Maestro. ( Esto no puede ser; no es posible que me vea así sin un espejo).

Se hizo un breve silencio y el Maestro dijo: - Sí, puede ser; somos nosotros distanciándonos del deseo; y dio inicio de inmediato a otra serie de “Ummm...”.

La visión y el pensamiento de Marcos planearon aún un buen rato por encima de los presentes y no perdieron siquiera el detalle de que su propio rostro aparecía más demacrado y ojeroso. La habitación no tenía más límites y una densa niebla lo ocupaba todo, hasta el infinito. El tiempo desapareció.   Después, visión y pensamiento bajaron hasta su cabeza y se sintió nuevamente sentado.

La voz del Maestro sonó nítida: - Es todo por hoy. Combatan el deseo.

Los otros se fueron retirando en silencio. Cuando Marcos se levantó, la habitación se transformó en una calesita. El adolescente recepcionista lo aguantó por un brazo y delicadamente lo acompañó hasta la puerta. Allí una bocanada de aire fresco y frío disminuyó la velocidad de rotación de su cabeza. El adolescente comentó que la primera vez era la que más mareaba y le pidió que no olvidara su contribución para la obra. Marcos sacó la moneda que tenía preparada para tal fin y la depositó en la palma abierta del otro. A su espalda la inconfundible voz del Maestro dijo con ternura: - La avaricia es nuestra perdición.

Marcos se dio vuelta y sólo alcanzó a distinguir al fondo de la amplia estancia la silueta del Maestro, que continuaba sentado. Registró el saquito que llevaba prendido por el lado interior del pantalón y de él sacó otra moneda reluciente y mayor que la primera que entregó al adolescente. Éste juntó las dos manos y llevándolas hasta la frente se inclinó lentamente en gesto de agradecimiento y despedida. Marcos respiró a todo pulmón el aire cargado de humedad y se dispuso a encontrar el camino aún bamboleante que lo llevaría a su casa.

******

Desde que María murió nunca más pasó por la calle de su casa. Mal o bien esa estrategia de fuga ayudaba a apartar la carga de la ausencia. Sólo Luis sabía los pormenores del drama. De la Facultad volvía a casa y los libros eran compañeros discretos que jamás preguntaban. Más de un profesor lo elogió por la exactitud de las respuestas ofrecidas cuando su opinión era pedida. En una de las aulas, y como excepción a la regla, encontró una verdad que le hablaba al corazón. Todo lo que limita la libertad de elegir no puede ser bueno para la realización de un ser humano, y toda limitación de aquella libertad que pueda ser superada, debe serlo. No por casualidad el aula en cuestión era la de Zenón, el único que evitando el dulce cobijo de las voces de las autoridades, corría el riesgo de opinar. ( O sea ninguna droga que nos saque la lucidez de la elección puede ser buena; porque a fuerza de habituarnos, en vez de elegir nosotros, es la droga la que empieza a elegir por nosotros y en nuestro lugar). En el acto decidió que no fumaría más el narguile. ( Pero, ¿cómo hacerlo sin desagradar al Maestro y sin romper la sagrada complicidad con mis compañeros? Sí, lo mejor es fumar con ellos pero no tragar el humo).   Ese mismo día encontró en el galpón más del doble de personas de las que allí había visto la primera vez. El número de asistentes no cesaba de incrementarse desde que el Maestro comenzó las sesiones de materialización. Como lo supo por el adolescente recepcionista en la única oportunidad en que hablaron a solas, el aumento de la cuantía de las donaciones había acompañado con creces el de los asistentes. El Maestro dijo que entre los presentes había un aura que brillaba con particular intensidad. Y para asombro de Marcos, su nombre fue el proferido. Pero de inmediato sintió que el asombro era indebido pues desde que la gitana lo miró con aquella expresión el día que venía hacia la ciudad, sabía que algo especial había en su persona. Obedeciendo a la invitación del gesto, se sentó al lado del Maestro. Todos los presentes no disimulaban la admiración en   miradas que ahora tenían por centro no al Maestro sino al Elegido. (En la plaza del pueblo un juglar canta: La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta; es preciso estar alerta, manejando el azadón; pero no falta el varón que la siembre hasta en su puerta). La vanidad perdió sentido ante la tranquila certeza propia y ajena, que la voz del Maestro confirmó: - Este es un Elegido, porque supo renunciar al deseo.

Una serie de “Ummm...” saludó la proclamación.

Después el recepcionista trajo una palangana de vidrio transparente casi llena de agua humeante. El Maestro se remangó la túnica amarilla,   mostró las manos vacías y las hundió en el líquido. Entonó un “Ummm...” que pidió que todos corearan sin cerrar los ojos que debían permanecer fijos en sus gestos. Cuando la sílaba sagrada alcanzaba suficiente duración estrujó ambas manos una contra la otra repetidas veces. La sílaba sagrada cesó. El Maestro sacó las manos aún juntas desde dentro de la palangana para separarlas lentamente después, manteniendo los puños cerrados. Algunas gotas de agua cayeron en la alfombra   roja. El maestro abrió una mano que resultó vacía y de inmediato abrió la otra; allí brillaba un hermoso anillo dorado que se hizo aún más visible gracias a los destellos provocados por un farol acercado por el recepcionista. Un “¡oh!” se extendió por la sala hasta rebotar en la lejana pared de la entrada. El Maestro pidió con un gesto de la mano vacía, la mano izquierda del Elegido.   Marcos extendió la mano pedida y el Maestro puso en su índice el anillo dorado.

-El dedo que apunta el deseo es el que ahora recibe la bienaventuranza de la renuncia.

Dicho esto levantó la mano de Marcos para que todos pudieran ver la sortija reluciente bajo el haz del farol. Una luz verdosa rodeaba todo el torso del Elegido. Un “Ummm...” aún más fervoroso que los anteriores llenó todos los espacios. Cuando terminó, el Maestro dispensó a todos con su habitual gesto de despedida. Marcos hizo ademán de levantarse y fue retenido por una muñeca. Cuando el silencio fue total el Maestro lo soltó para anunciar: - Estás pronto para ayudarme divulgando la buena palabra en la región.

(No hay dudas; él es el Profeta).

-No sé si lo merezco.

El Maestro dejó pesar una pausa y concluyó: - Sí....dentro de siete días hablaremos; entre tanto, córtate el pelo.

Acto seguido, dio por terminada la entrevista, irguiéndose.

Al salir y de reojo Marcos alcanzó a ver al recepcionista contando una cantidad de monedas como nunca había visto en su vida.

******

Todos los compañeros de clase lo hicieron blanco de bromas cuando lo vieron llegar con el pelo cortado al rape, disimulado por un gorro que intentaba ser una protección contra el frío. En el primer intervalo alguien hizo desaparecer el gorro de su lugar. Marcos todo lo soportaba con tranquilidad y buen humor, repitiendo una y otra vez que él no tenía la culpa de que los piojos proliferaran en el residencial y que para combatirlos el corte radical del pelo fuera la única prevención eficiente. Al cabo de la última clase Rufo le devolvió personalmente el gorro. Fue el último a quien tuvo que explicar que el vendaje que cubría buena parte de su mano izquierda era la respuesta al arañón sufrido cuando levantaba un leño pesado. Esa misma tarde puso proa a la ciudad donde había ido a buscar al Alquimista. Cuando ya se divisaban sus murallas torció por un camino que serpenteaba hasta llegar a una granja situada en una altura. Con un hombre que esperaba a la entrada de la propiedad confirmó que estaba en el lugar indicado porque el otro, no bien lo vio aproximarse, se agachó en una reverencia. Primero lo condujo hasta su casa, donde una mujer temerosa le mostró el dormitorio. Allí se cambió rápidamente de ropa, vistiendo la túnica amarilla. Al salir, el dueño de casa, semiencorvado, le mostró el camino hasta el galpón en penumbras. Tomó asiento en la tarima que, al fondo, estaba cubierta con un burdo tapiz rojo.   Una decena de hombres sentados en semicírculo le hacían frente. Marcos rompió el silencio: - El deseo nos aprisiona y nos hace sufrir; si renunciamos al deseo ganaremos la libertad y nunca más sufriremos.

Sin solución de continuidad entonó el “Ummm...”, acompañado por todos. Tras varias series hizo el gesto convenido para que el dueño de casa trajera el narguile. Cumpliendo todo el ritual pero sin inhalar el humo lo pasó al fiel de la punta. (¿No será mi omisión un pecado? No, nada que proteja la libertad puede serlo. Entonces, ¿por qué el Maestro así no lo ha visto?). La bocanada expulsada por el fiel que cerraba el semicírculo marcó el inicio de otra serie dedicada a la sílaba sagrada. Cuando lo creyó apropiado, el Elegido puso fin a la ceremonia haciendo el gesto de la despedida.  

Envuelto en la oscuridad prefirió cambiarse allí mismo. Al salir recibió del dueño de casa el puñado de monedas que debía entregar al Maestro, no sin separar de él tres que correspondían al granjero por la cesión del local para la práctica del culto del cual también era partícipe.

Con el sol ocultándose tras la elevación donde se situaba la granja, Marcos tomó el camino de vuelta.  

******

Zenón había puesto el dedo en la llaga cuando proclamó que como seres humanos siempre podíamos decir “no” y que en eso estribaba nuestra libertad.

Mientras la clase se enzarzaba en una discusión sobre cómo conciliar el libre arbitrio humano con la omnisciencia divina, Marcos dio a la cuestión un giro más concreto. Pensó si el narguile no opacaba precisamente aquella posibilidad de optar que Zenón había caracterizado como siendo lo que distingue a los humanos; y se preguntó si aquella capacidad de opción sólo se aplicaba negativamente. Ahora y con la cabeza en ascuas estaba entrando a la granja donde lo esperaba el Maestro, ya sentado en su tarima.

-Quiero que me cuente cómo van sus prédicas.

-Bien, bien...pero tengo algunas dudas...Si la renuncia al deseo es una opción que puedo hacer, ello supone que tengo la libertad de optar.

-Así es...

-Pero esa libertad de optar ¿no necesita de una cabeza lúcida para la opción?

-No sé adónde quiere llegar...

Marcos se retorció las manos y, contrariando la regla, miró al Maestro a los ojos: - Es que...no sé como decirlo... ¿es que el narguile no nos restringe esa lucidez?

Apenas hubo lanzado la frase sintió todo el peso de la herejía; pero, para su sorpresa el Maestro no mostró contrariedad alguna en el tono de la respuesta: - Usted es joven, pero debe saber que no sólo de libertad vive el hombre. Muchos de nuestros hermanos vienen al culto sobre todo en busca del narguile. Él es el que les hace llevadero el peso de la carga de cada día. ¿ Por qué privarlos de ese consuelo?

Marcos bajó los ojos y muy bajo preguntó: - ¿Entonces el deseo del narguile es un deseo que no debemos combatir?

  Marcos adivinó la inusual irritación en el tono de la respuesta: - Hay aparentes contradicciones que su Filosofía no explicará jamás.

Pero el joven estaba dispuesto a ir hasta el fin y preguntó: - Pero si por lo menos hay un deseo que no debemos combatir, ¿no habrá otros, tan legítimos como ese?

Ahora intrigado pero sin irritación el Maestro inquirió: - ¿ A qué se refiere?

-Pensaba por ejemplo en el deseo de verse libre de cadenas y maltratos de la carga de cada día, porque ¿cómo puede la mente estar libre para optar cuando el cuerpo permanece esclavo?...quiero decir que parece haber condiciones mínimas para que cualquier opción sea nuestra opción...

El Maestro lo interrumpió: - ¿Dónde quiere ir a parar?

El joven juntó el poco coraje que le quedaba: - Maestro, pienso en los miserables que no pueden optar porque son esclavos de la miseria provocada por amos o patrones tiranos; y pienso si con lo que colectamos en el culto nada podemos hacer por ellos...

Ahora la voz del otro se hizo a la vez cortante y condescendiente: -   Joven, sepa que nos toca salvar almas y no cuerpos. Lo poco que recaudamos está dedicado enteramente a esa causa.

Marcos musitó: - Pero...

El Maestro lo atajó apoyando una mano encima de su cabeza: - Nuestra charla ha terminado. Recuerde que mañana tiene otra prédica.  

******  

En alternancia con las aulas varias prédicas se habían sucedido y, meditando sobre si debía o no contar al Maestro su violación del ritual del narguile, Marcos llegó con bastante adelanto a la granja. Absorto en su duda se acercó en absoluto silencio a la puerta de entrada que, como de costumbre, estaba entreabierta. El recepcionista brillaba por su ausencia. Marcos entró meditativo y oyó la voz alegre del Maestro: - ...y con esta suma, Señor, queda definitivamente saldada la compra de su propiedad, incluyendo el ganado y los sirvientes, claro...; recuerde que, como la otra vez, el título debe estar a nombre de mi hermana...

Instintivamente Marcos apretó el puñado de monedas que traía en el bolsillo de la camisa.

-... ¿y el castillo del que le hablé?

La voz del Maestro no se hizo esperar: - Calma, amigo, esa será la próxima adquisición; porque, ¿sabe Usted?: la recaudación no cesa de aumentar. A propósito: hoy habrá otro Elegido.

Marcos vio claramente, a través de la ranura existente entre la puerta interna y la pared, cuando el Maestro, delicadamente extrajo desde dentro de la túnica un anillo dorado. Marcos llevó automáticamente la mano a la sortija muy parecida   que   portaba en el dedo índice y salió sin hacer ruido; cuando estaba bastante alejado del galpón vio venir desde la ciudad al recepcionista.

-El Maestro me pidió que trajera verduras frescas, pues según dijo hace dos días que está ayunando. ¡Ah!, hoy venía un Señor que recibe orientación espiritual individual de tiempos en tiempos.

El recepcionista terminó sus palabras golpeando con las manos antes de llegar a la puerta.

Esperaron un instante hasta que el Maestro se asomó para recibir allí el saludo respetuoso del Señor ricamente vestido. Apenas se despidieron cuando el Maestro, tomando del brazo a Marcos, musitó, entrando a la estancia en penumbras: - Un caso serio de avaricia enfermiza...

Marcos se desprendió del contacto amistoso al buscar en su camisa las monedas que había colectado en otro de sus sermones. El Maestro recibió el saquito sin mirarlo y se lo tendió al recepcionista. Marcos respiró hondo y le dijo que una circunstancia inesperada le impedía permanecer para el culto del día.

-Nada que tenga que ver con el deseo, espero...

-No, no, se trata de un compromiso que asumí en la Facultad...

El Maestro lo miró largamente y dejó caer: - Cada uno tiene su camino...Hasta la próxima semana.

Cuando se vio al aire libre Marcos   respiró tan fuerte como cuando trató de recuperarse del narguile. Pero esta vez gruesos lagrimones caían de sus ojos.

Sirio López Velasco

El metalquimista

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