La vida
Sirio López Velasco

Luis preguntó si la nostalgia de María había vuelto. Marcos le respondió que aquella ausencia era de por vida pero que estaba adormecida. Cuando agregó que no salía de su cama hacía dos días porque había descubierto una verdad que prefería no haber descubierto nunca, Luis lo miró dudando de su sanidad mental.

-¿Puede haber deseo más innoble que aquél que se alimenta de la desesperación y la miseria ajenas?

Luis lo miraba callado.

-¿Puede haber atentado más grave contra la capacidad y necesidad de creer que tiene el ser humano que aquél que consiste en usar en provecho propio ese don?

Luis respiró hondo: - No te entiendo.

-Tal vez sea mejor así.

Luis empujó por enésima vez el plato de sopa hacia Marcos. Y esa vez Marcos cedió y la tomó a grandes tragos sin temerle al ruido. Luis se animó y le puso en la mano la manzana roja que estaba en la bandeja. Marcos  empezó a comerla a grandes mordidas.

-¿Cómo va tu noviazgo?

-Así me gusta; hablando de cosas comprensibles...Bien, muy bien. Ella se lo contó a los patrones y ellos le dijeron que le darían todo el apoyo para casarse con un médico...Bueno, ella les mintió un poco diciéndoles que no me falta mucho para terminar mis estudios...

Marcos lo miró de frente y, ya sonriendo, le espetó: - Prefiero esa mentira que a nadie ofende.

Luis sacudió la cabeza ante otra frase en clave y empezó a vestirle el pantalón.

-Nos vamos de paseo. Un buen té, tal vez un café esté a nuestra espera...

Marcos se dejó hacer. ( ¡Cuanto más no vale la amistad de verdad, aunque no se vista de sabiduría!). Se pasó una mano por la cabeza y constató que el pelo renacía con vigor.

*******

Cuando llegó a la Facultad la sala zumbaba y la noticia le subió a la cabeza con el calor de la indignación. El profesor Zenón, el más comprometido con lo que decía en clase y que parecía duro a fuerza de timidez, estaba siendo expulsado de la Universidad. Preguntó los detalles. Un incondicional de la Dirección dijo que el profesor había creado sin permiso el Seminario donde se debatían cuestiones sociales. ( ¿Hace falta permiso para pensar?). Y en esa actividad había utilizado hojas con la marca de la Institución.  (¡Varias debe haber usado el Director para limpiarse en el baño!). El profesor brillaba por su ausencia.

-¿No tendrá esto que ver con la defensa de los campesinos?

Su voz se le escapó casi sin querer.

Ahora era el centro de las miradas.

-Sí, porque es sabido que varios señores influyentes se han quejado al Director de ese apoyo.

Una voz chillona pidió explicaciones.

(Tenía que ser el colorado Néstor; siempre el último en saber...). – Los campesinos no admiten más la condena al trabajo esclavo por deudas.

Alguien dijo que impedir el derecho de solicitar era decretar la arbitrariedad absoluta.

Varias voces lo apoyaron.

-¡Vamos al despacho del Rector!

Un tropel dejó la sala vacía. El Rector no estaba pero su secretario vio invadido el despacho de poderosos muebles marrones.

-Es una cuestión de uso de papel oficial sin autorización para un Seminario creado también sin permiso...

Fue acallado por voces que le recordaban que el Seminario había sido anunciado con carteles en la propia entrada de la Universidad sin que nadie pusiera reparos, que papel oficial aparecía incluso en los baños cuando se hacía necesario, y otras que sencillamente lo llamaban  mentiroso.

-Pe...pero... – aún trató de argumentar el otro, ya rojo.

-Pe...pero...nada, gritó Rufo, barriendo del escritorio con un  manotazo todos los documentos.

El secretario se agachó presuroso para recogerlos mientras mascullaba que aquello no iba a quedar así.

-Vámonos, dijo Rufo - y todos estaban convencidos de que el poder de su padre operaría el milagro de hacer con que aquello sí quedara así.

-Vamos a la casa del profesor..

El coro asintió. Al salir al patio vieron que llegaba el profesor.

-Vengo a recibir la carta de despido...

-Pero nosotros queremos saber...

-Está bien.

Y ya subido al banco de piedra que allí había, comenzó explicando las causas de lo ocurrido. Su voz se fue haciendo cada vez más afirmativa y acompañada de gestos enfáticos. Habló de humillaciones que no tenían razón de ser y de su apoyo a los campesinos. Insistió en el deber de adherir a la causa de los humildes y de combatir la injusticia, al que no se podía renunciar en una Institución donde supuestamente se pretendía educar hombres íntegros.

(Sí, me confirma que es de los buenos; y ahora entiendo que lo echen, porque es de los que no se doblan ante la amenaza o la promesa de ascensión).

El aplauso fue atronador. El profesor se bajó trémulo del improvisado estrado y entró al rectorado. Alguien propuso hacer un gran cartel exigiendo su permanencia, para ser puesto en la puerta de la Facultad.

Marcos se fue mezclado con media docena de entusiastas; los otros, o se dispersaron, o volvieron a clase.

Canaleto los recibió con una sonrisa abierta. Asintió de inmediato y les mostró un rollo de lienzo y los tarros y pinceles disponibles. Después, como si nada hubiera ocurrido, volvió a instalarse frente al caballete.

“Las ideas no se expulsan. Queremos a Zenón” fue el lema elegido. Rufo diagramó con sorprendente seguridad y rapidez el contorno de las letras en el lienzo blanco.

(Espero que no comprometa la obra; da pena profanar esta pureza de cuerpo de monja). Pidió disculpas en pensamientos por la ocurrencia impura y se dedicó a rellenar el trozo que le había tocado.

Cuando la obra estuvo pronta Canaleto sugirió que la dejaran secarse por unas horas para evitar irreparables borrones.

-De todas maneras sólo lo podrán poner de noche...

Se fueron agradeciendo una vez más y dándose cita para la hora marcada.

En el silencio de la cena avisó a Luis que tendría que escalar el muro después de cerrada la puerta. Cuando supo la causa, Luis no opuso objeciones a aquel recurso capaz de desencadenar los peores castigos, incluso la expulsión de la residencia.  Se despidieron en la puerta aún abierta. Las calles desiertas dejaban pasar un viento frío que llegaba a silbar en las esquinas. La casa de Canaleto era un oasis de luz y té más que caliente donde ya esperaban Rufo y Ronald y brillaba por su ausencia el cuarto de los conjurados. El dueño de casa arrolló con esmero el cartel y les deseó buena suerte.  Los tres aventureros se sorprendieron de lo poco que tardaron en llegar y de la facilidad con que saltaron el muro del recinto universitario, con la escalera prestada por el pintor. Ya ante la fachada de la Facultad eligieron el mejor emplazamiento. Él y Rufo subieron hasta el último peldaño de la escalera y después siguieron ascendiendo aprovechando los escalones que el diseño de la fachada había trazado involuntariamente en la mole rojiza. Atadas a sus cinturas venían las dos puntas del enorme cartel. A media distancia del fin de la escalera y del techo decidieron que era hora de fijar el mensaje. Los hierros que de tanto en tanto reforzaban la pared cumplieron la función esperada, pues dejaron pasar la cuerda cuando el ladrillo debajo de ellos fue convenientemente raspado. Desde abajo Ronald hizo la señal de que el cartel estaba en posición correcta, lo que los autorizaba a atarlo con varios nudos. Bajaron cuidando para no resbalar. A la vista del mensaje no resistieron la tentación de abrazarse. Después, el muro y la devolución de la escalera. Luego el muro del residencial, sin escalera y con la respiración soltando humo. Silencio y oscuridad. Del muro pasó al peral que ya conocía y de éste al suelo. Con las manos temblando abrió la puerta salvadora y tras fregarse rápidamente los pies en el felpudo, buscó el rumbo de su cama.

( Hoy el día valió la pena). 

*******

Faltaba aún un buen rato para el inicio de las clases cuando ya estaba plantado ante la Facultad. Un numeroso grupo de alumnos se arremolinaba para leer y comentar el cartel. El secretario del Rector gesticulaba con tres empleados atónitos ante la altura del desafío. Llegó Rufo y se saludaron con calor extra. Cuando sonó la señal de la clase los funcionarios recién llegaban con una escalera que a todas luces era demasiado corta para el menester. En todos los corredores Zenón era el tema. El profesor de turno no pudo iniciar su aula, venciendo los corrillos, sino con manifiesta contrariedad que confesaba culpa por omisión. El tiempo pasó en un santiamén. Al primer intervalo se precipitaron hacia el patio. Allí estaba, impávido y lozano el cartel del escándalo. Un empleado viejo y barrigón, trepado en la cima de una escalera mayor que la primera, explicaba resignado al secretario en ascuas que era imposible llegar hasta el engendro. El horario de clases terminó y el cartel hacía hablar a toda la Universidad.

De la situación del profesor Zenón sólo se sabía por oí decir que el Rector había hecho saber que la decisión de cualquiera de sus Directores era irrevocable, so pena de socavar para siempre su autoridad. En otras palabras: estaba echado y sanseacabó.

(Con ese argumento, estamos arreglados ante cualquier arbitrariedad. Cuando la autoridad vale más que la justicia la Filosofía tiene su boca cerrada de un sopapo).

Volviendo a casa, entre la alegría del triunfo y la pesadumbre de la derrota sufrida por Zenón, supo de Andrés que en un almacén del mercado el profesor se reuniría con algunos de los campesinos a quienes defendía.

(Esta es la oportunidad de mostrarle que nos une a él más que un cartel). Cuando llegó a la plaza tuvo la certeza de que el movimiento era más triste que de costumbre. Uno de los feriantes lo miró de arriba abajo y tras leer la decencia en su rostro le informó lo que preguntaba. Llegado ante la puerta ennegrecida por el tiempo y el uso respiró hondo y golpeó con los nudillos. Una voz preguntó quién era y dijo que venía a verlo a Zenón. La puerta se entreabrió con un chirrido y una hermosa cara de muchacha lo examinó con cuidado.

-Soy su alumno en la Facultad.

Mostró los libros para apoyar la afirmación.

La muchacha recogió de un manotazo el mechón negro que le caía en los ojos y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Antes de cerrar la puerta aún miró hacia ambos lados de la calle.

Tras un corto pasillo otra puerta grande, abierta de par en par, comunicaba con el patio interior. Allí una treintena de rostros duros  oían a Zenón, vestido en la ocasión con su toga negra de gala. Eran en su mayoría hombres, pero no faltaban mujeres; varios adolescentes de ambos sexos se mantenían en segunda fila. La muchacha que le abrió la puerta no le sacaba los ojos de arriba. ( ¡Y qué ojos!). Zenón explicaba que el pedido tramitaba en la Justicia y que no había motivos para desesperar. Pero cuando dijo que debería buscarse el pan en otra ciudad, un murmullo de desaliento recorrió el círculo de los oyentes.

-No se preocupen, porque alguien de aquí me tendrá informado de cuándo se juzgará vuestra causa y estaré con ustedes en esa ocasión.

Fue en ese momento que se fijó en él y sin vacilar proclamó: - Este joven que es mi alumno los acompañará durante ese tiempo para recoger sus dudas y consultarme sobre ellas.

Todas las miradas convergieron hacia él.

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y el círculo volvió a tener a Zenón por centro.

-Rafaela será su contacto y a través de ella podrán marcar las reuniones que juzguen necesarias.

Adivinó por la mirada que Rafaela era la muchacha que le había abierto la puerta. Y no se equivocó.

Zenón los presentó y ella aclaró que estaba todos los días de feria en el mercado. Después, ya saliendo, el profesor le puso en la mano una copia del legajo de los campesinos y le dio el nombre de la posada donde podría localizarlo en la nueva ciudad a la que se mudaba, la misma donde él había ido a buscar al Alquimista.

(Esta gente desea algo básico y justo; o sea, no todo deseo es condenable; lo que esta gente desea es dignidad; el deseo que no cabe cultivar es aquél que ofende la dignidad de los seres humanos o devasta la naturaleza no-humana; y para hacer esa diferencia tanto da una sílaba cualquiera como otra; mas para conseguir el deseo justo ninguna sílaba sola ayuda; sólo la lucha sirve). 

*******

Se informó con un profesor de vasto saber jurídico. Su respuesta dejó transparente su firme voluntad de no inmiscuirse en ningún movimiento que pudiera comprometer la estabilidad de su buen empleo; pero al mismo tiempo, al hacer gala de su erudición y citando conflictos semejantes del pasado, había dejado entrever el secreto de una línea de argumentación muy poderosa que no hacía parte del legajo. La misma se resumía a lo siguiente: si el texto sagrado dice con toda claridad que los hombres son hermanos y que deben perdonarse las deudas, el Creador no pudo querer la condena al trabajo esclavo por deudas.

Con los ecos de ese razonamiento cantando en su mente llegó al almacén. Adentro una pequeña multitud ya lo aguardaba. Alguien trajo una silla y pidió que la ocupara. Los otros permanecieron en pie o en cuclillas. Recorrió la asistencia y sólo se calmó cuando se topó con los ojos de Rafaela.

-Estuve estudiando detenidamente la impetración del profesor Zenón y tengo un nuevo argumento que quizá convenza a los jueces; claro, desde que ustedes se dispongan a mostrar que están dispuestos a pelear por él.

Y explicó el argumento, con las debidas explicaciones y lecturas del texto sagrado para que nadie de los presentes, analfabetos en su casi totalidad, dejara de entender.

Se detuvo para contemplar los rostros adustos que no se perdían una palabra de lo que había dicho y leído.

Varias de aquellas bocas hasta entonces mudas dejaron escapar sordas exclamaciones que hacían las veces de aprobación.

-¿Cuándo agregará ese argumento a la petición y cuándo y cómo deberemos mostrar nuestra decisión de luchar por ella?

La pregunta venía de un hombre muy bronceado por el sol del arado y la cosecha que se recostaba en uno de los pilares de madera del patio interior.

-Lo agregaré mañana mismo, si están de acuerdo, hablando con el juez encargado del proceso. En función de lo que él me diga decidiremos cómo y cuándo mostraremos la fuerza de nuestra convicción. ( Mida sus palabras, tonto, que está usted hablando con campesinos y no en el aula magna de la Facultad). O sea, cuando y cómo haremos una manifestación pública...

Uno tras otro los hombres presentes expresaron su acuerdo. Las mujeres los siguieron. Una mujer se acercó y sin darle tiempo a reaccionar se arrodilló para besarle la mano. Varias otras la imitaron al tiempo que a coro repetían: - Usted es un santo, señorito.

Para no causarles la impresión de que no aceptaba sus atenciones las dejó hacer.

Una docena de hombres se acercaron, sombrero en mano, a saludarlo antes de retirarse. En sus miradas brillaba la esperanza y el cariño debido a un Mesías.

Marcos empezó a decir: - Yo no..., pero cuando varios de los que salían se dieron vuelta para mirarlo, se calló y les hizo un ademán para que siguieran su camino. En ese momento Rafaela lo invitó ir a la granja para que lo pudieran conocer mejor. 

*******

Sale con el sol todavía alto para tener seguridad de no perderse. A la vuelta de un bosque poblado de grandes árboles se cruza con dos niños de cara y brazos negros que se aprietan en un petizo.  Son carboneros. (Y  trabajan por la comida para grandes señores. ¿Nadie ve eso?). Lo saludan con una sonrisa amarga  y siguen de largo. Mucho después ve el lazo rojo en un árbol solitario y se interna entre los campos plantados. Más allá de la primera hondonada se levanta la granja cuadrangular cerrada por todos lados. Cuando se acerca descendiendo la loma cuatro niños salen de la nada y lo rodean pidiéndole las riendas del caballo. Hace pie a tierra y se las cede sin chistar. Por el gran portón entreabierto sale Rafaela, vistiendo una ropa más limpia que nunca. Sin decir palabra lo toma de la mano y lo hace entrar. El interior revela un amplísimo patio rodeado por  habitaciones cuyas puertas y ventanas dan a una baranda cubierta que rodea tres de los cuatro lados del edificio; falta solamente en aquél reservado a los anchos galpones destinados al ganado, las herramientas y la cosecha. Rafaela lo conduce hasta una de las habitaciones donde mucha gente ya espera su llegada. Lo hacen sentar ante todos y las mujeres una a una se acercan a besarle las manos. El hombre muy bronceado, parado a su lado toma la palabra:

-Doctor Marcos, esta es nuestra hermandad “La Esperanza”; aquí no hay dueño ni patrón; la tierra y los frutos que de ella sacamos son de todos; cada familia recibe casa y comida de la comunidad, así como una parte proporcional del dinero recogido en las ferias,   a cambio de su trabajo. Todas las decisiones importantes las tomamos en conjunto y los responsables que creamos necesarios son elegidos y cambiados por nosotros  cada seis meses; yo mismo estoy hablando ahora porque fui elegido para ser portavoz de la hermandad durante ese plazo. Cuidamos para que no se destruya el bosque que hay en la propiedad y para fertilizar la tierra usamos el abono que nos proporcionan nuestros animales. Ahorramos para que cuando los que hoy son  niños sean adultos y se casen, puedan comprar su propiedad para vivir según estas reglas, si lo desean. Rafaela le va a mostrar nuestra casa.

Otra vez sintió el calor de aquella mano. ( Nunca olvidaré a María; espero que ella me perdone por estar vivo y por aceptar la vida que incluye a Rafaela).

-Este es el comedor colectivo donde un grupo siempre renovado de mujeres se turna para preparar las comidas diarias.

Saliendo de allí sucesivamente fue viendo la casa de una familia, parecida a todas las otras, el salón donde alguien letrado enseña el secreto del alfabeto a los niños, y uno de los galpones destinado a servir de establo y pañol de herramientas.

-Esperamos que los vecinos entiendan que nuestra hermandad es el futuro.

Y ella no dijo nada más trayéndolo de vuelta al patio. Por una ventana entreabierta Marcos vio un hombre fornido que daba una bofetada a una mujer joven y asustada.

Como anochecía rápidamente, el gran fuego hecho en uno de los rincones iluminaba más y más las caras de un círculo que ahora crecía a cada momento. Cuando anunciaron que alguien tocaría una música apropiada para el baile, Marcos decidió que era el momento de hablar. A su gesto respondió el silencio de todos los presentes, incluyendo a Zenón, recién llegado.

-No soy santo, no soy el Elegido. Me he engañado y más me han engañado. Perdí a quien más quise. Sólo quiero ayudar...y aprender con ustedes; como ustedes sólo pido ser feliz.

Los presentes aplaudieron a rabiar. La música invadió la penumbra oscilante al ritmo de las llamas.

Marcos sintió la mano de Rafaela en su mano.

-¿Vamos?

Con la cabeza inclinada y una sonrisa que todo lo prometía ella indicaba el espacio donde ya tres parejas hacían levantar el polvo con sus giros.

Marcos se dejó llevar al tiempo que la prevenía de que él no sabía bailar.

(No existe ninguna leyenda personal preestablecida; aceptarlo sería tan monstruoso como afirmar que el sacrificio de María no fue sino un eslabón para traerme hasta Rafaela. María merecía ser feliz...Y no se puede ser feliz en cualquier situación, por ejemplo en la de los desgraciados carboneros; quizá sí intentarlo en hermandades como esta... La leyenda personal existe, pero somos nosotros quienes la tejemos con nuestras decisiones; porque como decía aquel pensador: la libertad es lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros).

*******

El secretario del juez lo había recibido con cara de incredulidad pero no se había resistido a incorporar el documento al legajo. Confirmó la decisión para la fecha antes anunciada. Estaba contándole los pormenores del encuentro a Luis cuando salían de la Facultad, donde éste lo había ido a buscar para tomar un café cuando, alguien lo toma fuertemente del brazo. Al darse vuelta dos guardias dicen al unísono: - Estás detenido. Y sin pausa lo hacen girar en redondo, cada uno sosteniéndole un brazo. Luis se queda paralizado y al cabo de un momento atina a avisarle que alertará a los amigos y que  irá a verlo lo antes posible. Cuando doblan la esquina alcanza a oír que Luis le pide para mantenerse tranquilo. ( ¿Y esto? ). Los guardias se mantienen mudos y caminan rápido casi arrastrando a su presa. Entran por una puerta lateral del Palacio de Justicia. Tras un largo corredor doblan a la izquierda y de inmediato comienzan a bajar una escalera en caracol. La humedad se hace respirable y la luz escasea. Desembocan en un corredor que corre a partir de un rellano donde un  gigante monta guardia. La segunda puerta de hierro está abierta y hacia allí lo empujan. Siente el cerrojo que corre con un chirrido. Está encima de la paja húmeda. De a poco sus ojos se acostumbran a la penumbra que dos pequeños ventanucos, situados contra el techo, permiten pasar. La celda, demasiado amplia para una sola persona, está vacía. Aquí y allí se ven hilillos de agua que bajan lentamente de las paredes grises. El silencio y el miedo aumentan el frío. (Menos mal que justo hoy salí bien abrigado; pero, ¿qué significa esto?). Las paredes van desapareciendo y la oscuridad avanza desde sus pies para llegar hasta sus manos. Al revolver la paja descubre que si la que está en la superficie, y más aún la que se apoya en el piso, están húmedas, por contra, la que está en medio de ambas está casi totalmente seca. A tientas va haciendo un montón que por contraste con su cuerpo le parece casi caliente. Una vez que el montón ha crecido bastante hace como puede un agujero a media altura de esa cama flotante. Con satisfacción constata que ni siente el piso y usando las dos manos se cubre aún más con paja seca. Hecho una gran crisálida se dispone a dormir. Siente su respiración aquietándose. De repente un grito lo despierta. ( ¿Dónde estoy?; ah, sí). Se frota la cara. Escucha voces apagadas. Prestando atención descubre la dirección desde donde llegan. Otro grito. Sale de su capullo y se acerca a la pared de la derecha para apoyar allí el oído.

-¿Quién es el cabecilla de esa rebelión?

Se oyó un ruido que parecía de cadena y un crujido. Un grito desgarrador llenó todos los espacios.

-¿Quién es?...hablá, miserable, o te vamos a matar como a un animal.

Otra voz dijo suavemente: - ¿Y qué hacen en la granja?

Un chirrido y otro alarido como el anterior, seguido de llantos descontrolados.

Marcos sintió que la mandíbula inferior le temblaba y que las piernas se le aflojaban a la altura de las rodillas. Sin despegarse de la pared se hincó en el piso.

-Decinos quién es y te dejamos tranquilo...

Después del silencio vino otro chirrido y el peor de los gritos. Marcos creyó sentir el olor a carne quemada.

-¡Por favor, no !

(Es una voz de hombre que no conozco. ¡Por lo menos no es Rafaela!).

-Si no querés el hierro no tenés más que decir un nombre...

Un entrechocar de hierros.

-Por favor....Es ....es Zenón.

La voz más dulce no se hizo esperar: - A ese ya lo conocemos...queremos saber quién agita entre ustedes y qué hacen en la granja.

(Es un campesino, seguramente de  “La Esperanza”).

De repente se hizo el silencio.

La voz  dulce sonó ahora  más autoritaria: - Se ha desmayado, me llaman cuando se reanime.

Marcos oyó unos pasos apagados que se alejaban.

( Entonces es eso...¿Me torturarán?; ¿resistiré? Sólo sé que el bronceado es el actual portavoz; pero decir eso significaría traerlo a la tortura...).

Los temblores lo habían abandonado y un cansancio de siglos lo invadía lentamente. Buscó el vientre de la paja y cerró los ojos. 

*******

(El cerrojo de la puerta se abre...). Un joven de su edad entra con un pedazo de pan y un caldo que suelta humo.

-¡Ajá, carne fresca!

Sus ojos debieron ser muy expresivos porque el otro completó: - ...no digas que no lo sabés; aquí los mocosos de tu edad son transformados rapidito en mujer por los presos que tienen más tiempo de encierro...

Marcos sintió el miedo apretándole el estómago pero usó todas las fuerzas de que disponía para que no se le notara.

-¿Conocés a Zenón?

-¿Quién es? ... ¿tu novio?...; no, no lo conozco.

(Por lo menos no está preso;...él sabrá qué hacer).

El otro había dejado el desayuno en el piso y se había ido.

Marcos se abalanzó y sintió el calor del pote de barro invadiéndole todo el cuerpo. El primer sorbo lo quemó pero eso no le impidió dar un gran mordisco al pan. Se controló para hacer que el festín durase lo más posible. Cuando lamía el pote hasta el fondo, ensuciándose la frente, la puerta de la celda contigua se abrió y una voz socarrona proclamó: - ...acá los quiero ver usando sus poderes...

Oyó lo que parecía ser un bulto cayendo en la paja. Y después del ruido del cerrojo alguien preguntó: - ¿está bien?; siéntese y se sentirá mejor...

(Esa voz no me es desconocida).

Tras un quejido otra persona dijo: - No entiendo por qué hacen esto conmigo...

Marcos contenía la respiración y era todo oídos. (A ese también lo conozco).

-¿Usted es el Maestro?

-Sí..., ¿y usted?

-Me dicen el Alquimista.

(¡Lo sabía!).

-Si, oí hablar de usted; pe...pero, ¿por qué nos traen aquí?

-Oí decir que buscan a los cabecillas del movimiento campesino.

-¿Cuál movimiento?

-Ese que pide la abolición del trabajo esclavo por deudas.

-Ah, ¿sí? ¿Y nosotros qué tenemos que ver?

-Pues, yo, por lo menos, nada. Debe ser cosa de los sacerdotes envidiosos que aprovecharon la oportunidad para tratar de sacarnos de circulación.

-Yo tampoco tengo nada que ver con esa historia; que le conste...; y lo de la envidia debe ser así no más, porque en mi granja cada día recibo más gente decepcionada con los sacerdotes.

(Ya sé bien yo que esa afluencia engorda otro vientre que no es el de la fe).

-Pero pronto alguien poderoso vendrá a liberarnos...no se preocupe...porque al fin, ¿no somos inocentes?

-Yo diría más que inocentes...,somos muy útiles a la sociedad. Porque fíjese, y creo que lo mismo puede decirse de usted, en mis sermones enseño a los hombres a no cuestionar la propiedad ajena y a nunca afrontar el orden social vigente. Porque resulta claro que si se puede ser feliz en cualquier situación y condición social, no es justo que un campesino pobre anhele las tierras de su señor; al contrario, asumiendo la leyenda personal que lo hizo campesino tendrá que buscar la felicidad en su condición. La riqueza y el poder de los otros no son asunto que deba importarle, porque esas son cuestiones relativas a leyendas personales ajenas. Es verdad que hablo de una conspiración del Universo. Pera ella nada tiene que ver con conspiraciones subversivas. Esa metáfora universal no quiere sino alimentar el optimismo aún en la peor de las circunstancias; porque no hay nada peor para el hombre que sentirse solo; ¿qué más puede consolarlo en sus desgracias que la convicción de que el Universo está de su parte? Pero ese Universo no tiene ni cabecillas ni batallas. Es el mismo Universo que nos hace creer que el arroyo que encontramos cuando tenemos sed fue puesto allí para colmar nuestra necesidad; cuando en realidad desde siempre estuvo allí y seguirá estando, pasemos o no pasemos nosotros por el lugar. En resumen, la conspiración universal de la que hablo es sinónimo de aquella esperanza de los que creen aún en el absurdo, o, como alguien dijo, que creen precisamente por tratarse de algo absurdo. Pero esa esperanza a nadie cuestiona en su fortuna o privilegio, y así, protege por vía negativa toda fortuna y privilegio. También es cierto que prometo como recompensa de la leyenda personal, la fortuna. Pero esa es una fortuna inocente porque nunca es construida a costa de las fortunas ya establecidas. El ejemplo que siempre doy es el de un tesoro que espera al que cree, pero, fíjese bien, que a nadie pertenece, por estar olvidado desde hace mucho en un lugar desierto. ¿No es lo mismo que dicen las historias que conocemos desde niños, atribuyendo tesoros perdidos a piratas o soberanos de antaño? Pero si el tesoro está perdido, el que lo encuentre será un nuevo rico, además y no contra ni en lugar de ninguno de los existentes. Y por último: ¿cómo hacer soportar al hombre, sin que éste se rebele, las cadenas del presente, sin anunciarle el paraíso al fin de esta vida o en la otra? Porque eso es lo que de alguna manera hacen todas las religiones...Mi prédica se suma a ellas, y lo único que saco a cambio de  mi ayuda es lo necesario para mi sustento, que claro, no tiene por qué privarse de algún lujito aquí o allá cuando la generosidad de mi público me lo permite. Pero acaso los sacerdotes, en especial los de más jerarquía, ¿no están rodeados de lujo por doquier? Y nada hay que objetar, porque eso es también una señal de la preferencia divina...¿no le parece? Por eso digo yo: hay que gozarlo todo, pero fíjese bien, todo lo que nos pertenece, sin tocar un grano siquiera de lo ajeno, ni en riqueza ni en poder.

El eco de “poder” demoró algo en apagarse. Entonces el Maestro habló: - Trato de condensar mi pensamiento en sentencias cortas, para que el vulgo las memorice sin pérdidas. Pero nada más justo que su discurso, que me permito completar desde el otro lado, podríamos decir, con algunas observaciones útiles para cuando nos interroguen. Por mi parte también contribuyo a la paz social pregonando la renuncia al deseo. Porque fíjese que de hecho cuando dejo de desear, el primero que gana con ello no soy yo, sino el prójimo que actualmente tiene algo de lo que yo carezca; ¿tiene él una linda mujer, una fortuna, un cargo importante? Pues bien, mi renuncia garantiza que podrá continuar gozándolos. Y no establezco un mínimo deseable legítimo; por eso enseño a aquel mismo campesino pobre, citado por usted, a que no aspire a la holgura ajena, sino por el contrario, a privarse aún más de lo poco que tiene. Al mismo tiempo le muestro que esa capacidad de desprendimiento sin límites es una marca de superioridad en relación al que depende para vivir de todas aquellas prebendas que él no tiene. ¿No es esta la mejor manera de hacer que cada cual se consuele con su suerte y encuentre en ese consuelo una paz que lo eleve ante sus propios ojos? Y obrando así, al dejar intocada la suerte del poderoso, ¿no se asegura la perpetuidad de la paz social? En resumen, no hago otra cosa que practicar el precepto que manda dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, porque ¿qué ofrenda mayor puede dársele que la humildad de nuestra renuncia permanente y pacífica ante el orden por él creado? A cambio de esta contribución, como ocurre con Usted, sólo me permito recibir los recursos que aseguran la continuidad de mi obra y la tranquilidad de mi vejez.

El Maestro fue interrumpido por el ruido de la puerta abriéndose y una educada voz, sin duda de un oficial, que prontamente anunció: - Señores, disculpen el malentendido...Hemos estado haciendo averiguaciones, incluso con señores importantes de la ciudad, y  estamos seguros que fueron objeto de una vil calumnia...Saben que tenemos en manos una inaceptable insubordinación campesina...y murmullos malintencionados mezclaron vuestros nombres en oídos poco instruidos.

El hombre carraspeó y continuó: - Para resolver este lamentable equívoco hay dos vías, una más rápida que la otra. Una es el interrogatorio de rutina con el suboficial encargado de vuestra prisión; eso puede llevar un par de días hasta la orden final de liberación; y, como el pobre a veces bebe demasiado, algunos malos momentos no son de descartar ...La otra pide que depositen en mí vuestra confianza, para que yo mismo hable con el suboficial y podrán salir de aquí de inmediato.

Tras un breve silencio la voz remató: - Claro, que como toda criatura de Dios tengo familia para mantener. Esta vía rápida les costará algunas monedas que un soldado a mis órdenes recogerá de vuestras manos mañana al mediodía en la Puerta del Sol.

Un grito venido de la otra dirección hizo que las orejas de Marcos quedasen tiesas.

-¿Cuánto? – oyó venir de la celda contigua.

La respuesta no tardó, después del segundo grito, más fuerte que el primero: - Cien águilas de cada uno.

Dos voces exclamaron al unísono: - ¿Cien?

Mezclado con ruidos de cadenas un alarido rebotó en el corredor.

De la celda contigua dos “está bien” se sucedieron casi sin intervalo.

-Los felicito por la decisión; ...por aquí señores...

La puerta se cerró; la cabeza de Marcos daba vueltas. Los gritos se hicieron regulares.

( Necesito pensar...no sólo por el contenido de los pensamientos, sino también para no dejar espacios por donde pueda colarse el miedo...Sé que los dos son lo mismo; a uno lo vi con las manos en la masa; al otro acabo de escucharlo...No se trata de despojar a nadie de lo que necesita para ser feliz; al contrario, se trata de dar a cada uno precisamente eso; pero cuando la balanza está tan torcida, uno de los brazos no tiene más remedio que bajar cuando subimos el que está más caído...Cuando la balanza se ha enderezado el equilibrio trae consigo la paz...Sí, en eso creo...).

Los gritos cesaron y decidió caminar  de pared a pared, haciendo girar los brazos,  para desentumecerse los miembros.

(Tengo miedo, pero trataré de hacer con él lo mejor que pueda...No hay Dios que pueda haber querido a unos con tanto y a otros con nada...De mi parte estoy dispuesto a construir renunciando a la recompensa por la obra...Pero con eso no renunciamos a lo básico para tratar de ser felices, que es precisamente lo que la obra quiere asegurar a todos...Obrar renunciando a los frutos significa renunciar a los frutos superfluos. Pero para dar a cada cual lo necesario habrá que retirar de algunos lo superfluo...Esperando que después esos “algunos” y/o sus hijos reconocerán por sí mismos la distancia que media entre lo uno y lo otro).

La puerta se abrió y por la voz supo que estaba ante el mismo hombre que había estado en la celda contigua. 

-Tiene usted suerte...Primero porque ya sabemos cómo funciona “La Esperanza” y quién manda allí...

(Tengo miedo pero la pregunta que importa es: ¿qué hacemos con nuestro miedo? Mi respuesta: tomarlo como compañero inseparable de marcha...digo bien: de marcha, no de parálisis...).

-...y en segundo lugar porque ha venido el hijo mayor de una de las familias más influyentes de la ciudad a interesarse por su caso; acompáñeme.

(Se acabó el miedo. ¿Quién será? Rufo...sólo puede ser él...).

Ascendiendo hacia la luz Marcos tuvo que cerrar los ojos y eso lo llevó a tropezar en el tramo final de la escalera. El oficial lo sostuvo gentilmente para que no cayese. Doblaron por un corredor y luego por otro más amplio y con grandes ventanales. Por fin el oficial abrió una puerta que dijo ser del despacho del Director. La vasta pieza estaba iluminada por una luz amarillenta que se desparramaba en rayos oblicuos perfectamente visibles, en los que navegaban incontables partículas de polvo. Al fondo Marcos vio un señor vistiendo un multicolor uniforme, sentado atrás de un pesado escritorio, y parados a su lado las figuras risueñas de Rufo y Luis.

-¿Así que éste es su protegido, Rufo? – dijo el hombre, y se atusó el bigote lentamente. 

-En efecto, señor; este es mi condiscípulo, brillante futuro profesional, Marcos...

No pudo seguir hablando, porque el hombre ya advertía: - Que conste que pesa a su favor la fianza de la noble familia de  Rufo y su escasa edad...Pero sepa que no toleraremos desórdenes y que espero no verlo nunca más aquí...

Dicho esto extendió a Rufo un papel indicándole el lugar donde debería firmar. Éste así lo hizo y tras agradecer al Director tomó a Marcos del brazo para sacarlo de allí.

(Yo no tengo nada que agradecer).

El sol lo encegueció y lo hizo detenerse. Con Rufo y Luis tomándole los brazos descendió los escalones que a la calle conducían.

Sólo en ese momento vio que frente a la prisión una multitud de campesinos empuñando sus herramientas de trabajo montaba silenciosa guardia. También vio que por una puerta lateral cuatro guardias cargaban un hombre ensangrentado que era entregado a cuatro campesinos fornidos.

En ese momento una enorme ovación hizo volar despavoridas las palomas que se paseaban por la plaza.

Marcos vio que el hombre maltrecho le sonreía y aún sostenido por los cuatro compañeros que lo tenían en vilo, levantó los dos brazos a modo de saludo y agradecimiento. Marcos hizo otro tanto y la muchedumbre entonó a una sola voz y repetidas veces: - “Trabajo esclavo, ¡no!”.

El hombre fue subido a un carro y Marcos al carruaje de la familia de Rufo. La multitud aplaudió por varios minutos para asombro de las muchas gentes que observaban desde diversos puntos del contorno de la plaza. Después, lentamente fue dispersándose.

(Más que aplaudirnos, se aplauden a ellos mismos. Eso es bueno, pues muestra que aun con miedo se puede luchar...).

Cuando el carruaje dejó la plaza, Luis anunció que había dicho en el Residencial, que Marcos había pasado la noche en lo de Rufo. 

*******

Estaban otra vez en la plaza principal, donde la Justicia tenía su sede en imponente edificio contiguo a la Casa Comunal. La plaza había desaparecido tomada por una muchedumbre que oscilaba hecha un mar gris. Zenón y Marcos estaban en primera fila, así como Rafaela y casi todos los hombres de las reuniones del almacén. Cada uno de ellos tenía en manos una herramienta de trabajo. Varios perros se paseaban admirados entre la multitud nunca vista antes. Un bebé lloró y fue prontamente calmado por el seno de una mujer de cachetes rojos que sostenía  otra niña delgadita por la mano.  Ante el edificio y rodeando a los campesinos, un nutrido grupo de guardias se paseaba lentamente a pie o a caballo. La puerta maciza se abrió y salió el pregonero. Miró desde lo alto de la escalera aquel gentío que se quedó prendido a sus palabras. En ese momento, guardando el silencio y casi al unísono todos los hombres levantaron las herramientas de trabajo. El pregonero empezó la lectura tropezando con las fórmulas rituales. Después de los “considerando” hizo una pausa que se podía tocar con la mano. Anunció la sentencia: abolición de las condenas a trabajo esclavo por deudas en la comarca. La multitud prorrumpió en un griterío ensordecedor al tiempo que hombres, mujeres y niños se abrazaban indistintamente. El pregonero terminó la lectura sin que nadie quisiera ni pudiera escucharlo. Lo mismo que el agua que se escapa por un embudo, la multitud comenzó a girar en torno a Zenón y Marcos, que eran amparados por brazos fuertes para no ser barridos por aquel entusiasmo. Con la puerta cerrada nuevamente, Marcos vio como el campesino muy bronceado había ocupado el lugar que hacía poco era del pregonero y anunciaba a todos que esa noche habría una fiesta en la granja donde trabajaba, en la cual todos podrían felicitar a gusto a ambos doctores.

(Esta gente ya me hizo doctor).

Marcos levantó un brazo y comenzó a decir “Yo no ...”, pero fue interrumpido por decenas de manos que lo tironeaban en los más diversos sentidos antes de apartarse para ser reemplazadas por otras. De a poco la gente se fue dispersando y Marcos pudo abrazarse largamente con Zenón y Rafaela. Se dieron cita para la noche.

(Otra vez habrá que saltar el muro... La vida comunitaria no resuelve toda la angustia de cada uno, pero ayuda a hacer de cada uno un ser menos solitario en la angustia. La pequeña comunidad es una gota en el océano que no sigue sus reglas; pero por algo se puede empezar, aunque la brutalidad no pueda ser extirpada de un golpe; al fin de cuentas no se sabe cuándo, al agregar sal a la olla, cucharada tras cucharada, toda la olla se vuelve salada. ¿Y el Profeta?; ¡ah!, cada uno está condenado a ser el Profeta de aquello en lo que cree y por lo que piensa que vale la pena vivir).

Sirio López Velasco

El metalquimista

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