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La verdad y el silencio
Carlos Liscano 

HACE AÑOS que no hablo nada, con nadie. Empezó un día. No recuerdo cuándo, pero fue el día en que por primera vez dije la verdad. Sí, recuerdo que fue estupendo, sentí una sensación muy agradable y totalmente nueva. Me gustó y decidí probar a ver que pasaba. Dije otra vez la verdad y la cosa funcionó, el mismo placer, la misma armonía del mundo.

A partir de ahí no pude parar. Me levantaba temprano por la mañana y me ponía a decir la verdad aunque no viniera a cuento. Al primero que se me ponía a mano le decía la verdad.

Aquello daba gusto, aquello era vida. Nunca lo había experimentado. Hasta ese entonces yo había venido haciendo lo que podía, como todo el mundo. Pero decir la verdad, sólo la verdad en todo momento, había estado lejos de mis intenciones.

Al tiempo me ocurrió que, pese a yo querer decir sólo lo cierto, a veces me resultaba muy difícil porque no estaba seguro de si algo era verdad o no. Fue entonces que empecé a limitarme en la expresión de verdades. Decía sólo cosas que yo estaba seguro que eran verdad.

Me duró un tiempo esa etapa. Hasta que otra vez me vino la inseguridad. Había frases que yo decía con total franqueza creyendo que eran verdades, pero en realidad las había leído en un libro, o en un diario, o alguien me las había contado. Yo no podía dar garantías de que lo que decía era ciento por ciento verdadero.

Entonces comencé a limitarme todavía más el horizonte. Afirmaba sólo lo que era de fácil comprobación. Miraba por la ventana y decía: "Llueve". Eso era cierto, comprobable. Enseguida, por si acaso, limitaba el universo de la afirmación: "Llueve en Montevideo, frente a mi ventana". Eso era indiscutible, cierto de toda certeza.

Bastaba sacar la mano por la ventana para confirmarlo.

Poco a poco mi lengua fue eliminando los adjetivos. No me animaba afirmar, por ejemplo, "Lindo día", porque ¿qué es "lindo"? "Lindo día", ¿para quién?

Más adelante se me perdieron los adverbios: "Cae agua lentamente", no era una afirmación comprobable. ¿"Lentamente" respecto a qué?

Algunas frases hechas se me olvidaron. "Hace calor", "Hace frío". ¿Qué era eso?, ¿quién se atrevería a semejante afirmación tan marcada de subjetivismo?

Perdí muchos verbos como saber; necesitar; comprender, entender, querer.

Toda la hojarasca subjetiva del lenguaje se me fue quedando por el camino. Cada día más liviano, yo, en este mundo, más verdadero y silencioso.

En la última etapa sólo conservé algunos verbos, muy pocos, y sustantivos concretos. Si veía una mesa yo apenas me atrevía a afirmar "Mesa". Ni grande ni chica ni cara ni barata ni buena eran afirmaciones comprobables, objetivas.

Mi mujer me decía que me estaba poniendo notoriamente más loco. No le contestaba. Porque si lo hiciera tenía que decirle que aquello no era objetivo, y por tanto, aunque lo lamentaba, no podía tomárselo como verdad. Que me disculpara.

En los últimos meses he estado reflexionando sobre la creación de un nuevo idioma, que evite lo subjetivo, lo no verdadero y la imprecisión. La pregunta en que actualmente trabajo es definir la palabra "objetivo".

¿Qué es objetivo? ¿Mi mujer es objetiva? Creo que lo es, pero está tan llena de subjetivismo que no creo que comprendiera la importancia de mi trabajo. Es por eso, por la verdad, que casi no hablo, con ella ni con nadie. Ella dice que es mejor así, porque de ese modo no digo tonterías.

El autor

NACIDO en Montevideo (1949),es poeta, narrador y novelista. Vivió en Suecia, donde además se desempeñó como traductor. Ahora reside en Montevideo. Su primera novela, La mansión del tirano, fue seguida de otras como Memorias de la guerra reciente, El camino a Itaca, El furgón de los locos, y la más reciente La ciudad de todos los vientos. Ha publicado tres recopilaciones de cuentos, Agua estancada y otras historias, El charlatán y El Informante; una reciente recopilación de 11 piezas teatrales en Teatro; el volumen de poesía Miscelánea observata; y El lenguaje de la soledad, libro misceláneo mezcla de ensayo literario, diario personal, documento carcelario y relatos.

El País Cultural Nº 272
14 de marzo de 2003

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