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Los caminos a casa
Liscano: "La lengua materna es inderrotable"

La literatura del uruguayo Carlos Liscano ha sido reconocida en diversas instancias locales, como los premios Serena Foglia, los concursos municipales o el premio Bartolomé Hidalgo que la crítica le otorgó a comienzos de estos noventa por su libro de cuentos Agua estancada. De regreso a Uruguay por la radicación en apariencia definitiva, varios proyectos suyos lo presentan de pie en la ilusión, por ejemplo un nuevo libro de relatos.

Está por salir a librerías un nuevo libro de Liscano. ¿Se trata de relatos inéditos o es una recopilación?

-Publiqué mi primer libro en el 87 y entonces se van a cumplir diez años de aquello. Un poco en coincidencia con eso va a salir este nuevo libro que se llamará El informante, por un cuento que se incluye y escribí en el 82, pero nunca se ha publicado. Hay otros dos cuentos ya editados en libros y varios inéditos, aunque algunos salieron en la prensa de aquí o fuera de Uruguay, traducidos al sueco. En total, son algo así como catorce relatos. Es una muestra de muchos años trabajando con la misma forma. El informante sobre todo me interesa mucho porque he trabajado con él durante estos últimos quince años, periódicamente volvía a él para retocarlo. Es un texto muy fuerte, muy importante en el conjunto de lo que he escrito. Tiene un carácter abstracto pero a la vez un contacto con la vida cotidiana.

-Hace poco tiempo que te radicaste otra vez en Montevideo, pero antes ya habías estado haciendo puente aéreo desde Europa. Publicaste con varias editoriales uruguayas libros muy bien recibidos.

-Viví en Suecia casi todo el tiempo y un poco en España y sí, bueno, venía a veces una vez por año, otras veces cada dos años o tres veces en el mismo año. En el 95 estuve por ejemplo seis meses trabajando para el Teatro La Gaviota, como traductor de una obra y asistente de un director sueco. Tuve pues un contacto estrecho en la medida que se puede cuando uno vive en el polo norte. Ahora hace un año que estoy en Montevideo.

-¿Dónde escribiste los relatos del nuevo libro?

-En Montevideo escribí El informante y uno más. Los otros fueron escritos en Suecia.

-Ahí se hace presente entonces otra vez algo sobre lo cual ya declaraste: "la lucha con el lenguaje". ¿cómo lo explicarías hoy?

-Es una cosa muy interesante el hecho de que el extranjero que vive en un país donde no se habla su lengua tiene toda su vida espiritual, o sentimental, en la lengua. Tiene una vida doble; por un lado habla la lengua del lugar y por otro, siente y piensa con su propia lengua. Si uno además trabaja con el lenguaje, eso provoca reflexiones que tienen que ver con la infancia, con la adolescencia, con la patria, y con la amistad. Nunca uno es más inseguro que cuando vive fuera de su cultura, de su familia, de su patria. Lo único que tiene es el lenguaje, pero también ese lenguaje comienza a sufrir los embates del medio que lo rodea. En Europa, con la gente que habla español, uno habla español internacional, no es el del barrio de Montevideo. No digo "auto" sino "coche", porque la mayoría de mis relaciones --españoles, suecos, alemanes o ingleses-- dicen "coche". Sería muy tonto hablar una especie de lunfardo con ellos. Eso se empieza a infiltrar en la lengua propia y en lo que uno escribe. Pero la lengua materna es inderrotable, lo que aprendiste, te queda para siempre, tanto los prejuicios como los valores.

Estilo

-¿Reconocés la unidad de lenguaje en este último libro?

-Sí; no hice correcciones de lenguaje al volver a Uruguay. Nadie hace literatura uruguaya, o chilena o andaluza. La literatura pertenece a la lengua. Yo escribo en español y ahí pertenece mi literatura. Si tengo que usar localismos, lo hago sin problemas, pero no voy a usarlos para demostrar valores extraliterarios. Lo que sí se ve en el libro, porque es una muestra que va del 82 al 97, es que antes usaba con más frecuencia algunas palabras y ahora, otras. Creo que hay una economía de recursos mayor en los últimos cuentos. Uno se pone más viejo, conoce más trampas, cambió su propio gusto, le interesa el lenguaje más llano, corto, breve. Hace quince años de pronto buscaba mostrarme a mí mismo que tenía un dominio complejo del idioma, cosa que ya no me interesa. El texto más reciente de los que hay en el libro, por ejemplo, se llama El guardián, tiene 7900 caracteres, porque lo escribí para El País Cultural, donde tenía un límite de 8000 caracteres. Esa disciplina fue ventajosa, como es ahora estar escribiendo pequeñas historias de 2200 caracteres, con principio, desarrollo y fin. Cuando en literatura uno comienza a escribir pretende innovar, pretende demoler las normas establecidas, porque se siente más libre. Con los años sin embargo se llega a la conclusión de que la libertad está en ubicarse dentro de la disciplina, que a veces es mucho más difícil. La estructura de una novela por ejemplo es algo muy sólido y serio, con una tradición muy fuerte. Es muy difícil innovar después del Quijote o de Rayuela. Trabajando como lector de la editorial Trilce me encuentro con un original por semana; muchos por ahí comienzan muy bien escritos, pero después de la página veinte el autor se aburre o quiere innovar, jugar con la estructura y es lamentable cómo se malogra el texto. Pero bueno, yo hice eso con mi primer libro, que fue una novela: La mansión del tirano. A los críticos literarios les gustó mucho, se han hecho tesis de licenciatura en Francia. Pero los lectores comunes no la leen; ni mi hermana, que leyó diez páginas y la dejó.

Géneros

-Más allá de la necesidad profesional que fundó Horacio Quiroga, esa de escribir relatos para vivir, ¿dónde te sentís más cómodo, en el género novela o en el cuento?

-Son estados de ánimo diferentes. Escribí tres novelas, y después de la última, El camino a Itaca, que salió en el 94, me cuesta muchísimo ponerme a escribir otra. Uno sabe que no se la saca de encima en tres semanas; aunque se haga otra cosa, la novela ocupa permanentemente la cabeza, es como una disciplina espiritual e intelectual. El cuento puede también llevar mucho tiempo, pero se empieza con el estado de ánimo más descansado, sabiendo que llevará una semana o un mes, pero se va a terminar dentro de poco. En este momento, como tampoco escribo cuentos, te diría que me resulta muy cómodo hacer esas historias que hago, que son de observación minúscula de la sociedad. Me divierte mucho; una vez que tengo la idea sé que la voy a escribir con bastante rapidez. Pero en definitiva no sabría ubicarme en ninguna cosa, porque la alegría de terminar una novela es enorme, aunque eso se dé después de cuatro años de trabajo. Y por otra parte, también escribí teatro; la Comedia Nacional va a estrenar una obra mía que ganó el concurso de la Intendencia del año pasado.

Diálogos

-Lo que contaste acerca de la resistencia de tu hermana a leer tu primera novela y esto último del teatro reclaman una pregunta común, que se hace y se deja de hacer pero no muere: ¿para quién se escribe?

-Uno escribe porque está convencido de que falta un libro en la serie, aunque sabe también que eso no es nada en la historia de la literatura. Cuando escribí El camino a Itaca tenía presente a dos autores: Celine y Onetti. Yo sé con quién estaba dialogando. Cuando Picasso pintó las Meninas, no estaba dialogando con el público sino con Velázquez. Uno dialoga con sus antecesores; la literatura está más influida por la historia de la literatura que por la realidad. Si se va a escribir una novela hay que tener en cuenta todas las novelas, la forma novelística. La primera influencia viene desde adentro de la propia literatura y esto es válido para todos los escritores. Después, cada uno puede tener un lector ideal, yo tengo un amigo uruguayo que vive en Barcelona, que no tiene nada que ver con la literatura, pero sí posee un criterio para mí muy importante. No hay una respuesta única, sino que es compleja, hay niveles de respuesta.

Sin datos de autor y fuente.......
¿El País Cultural Nº 272
14 de marzo de 2003?

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